Clara Morales
- El periodista documenta en un nuevo libro la historia de 300 recintos fascistas que llegaron a reunir a medio millón de prisioneros al final de la Guerra Civil
- La investigación refleja un sistema arbitrario pensado para exterminar, castigar y reeducar a los presos, muchos de los cuales acabarían luego en la cárcel
Clara Morales
Publicada el 23/03/2019 a las 06:00Actualizada el 22/03/2019 a las 21:01
Campos de concentración. Un sintagma que remite a la Alemania nazi, a ese "El trabajo os hará libres" que decoraba Auschwitz o a la instantánea que retrata a priosioneros de Mauthausen, recién liberados, tratando de derribar el águila que coronaba la entrada al infierno. El periodista Carlos Hernández se ocupó de ellos en su libro Los últimos españoles de Mauthausen (2015), así que no resulta extraño que se interesara luego por otros campos de concentración menos conocidos: los españoles. En Los campos de concentración de Franco (Ediciones B), investiga el sistema ideado por los golpistas desde el mismo 20 de julio de 1936, que imitaba al de sus hermanos alemanes. Serían casi 300 y llegarían a reunir, al final de la Guerra Civil, a medio pillón de prisioneros.
No eran, los recintos que ha rastreado Hernández con dificultad, como el que sufrió su propio tío abuelo en Alemania, una historia que ha contado a través de una cuenta de Twitter y un cómic. No eran campos de exterminio, aunque sí se cometieron en ellos numerosos asesinatos. Pero quizás la principal diferencia entre los campos ideados por los nazis y los creados por el franquismo sea que los primeros son conocidos en todo el mundo como símbolo del horror del fascismo y los segundos apenas se conocen. El volumen de Hernández, más de 550 páginas de un exhaustivo paseo por archivos y memorias, está acompañado de una web. En ella, un mapa geolocaliza todos los recintos que llegaron a existir. Es probable que el lector tenga uno, o más de uno, cerca de casa y ni siquiera lo sepa.
Pregunta. ¿Qué ha ocurrido para que no se conociera aún en profundidad y de manera amplia la historia de estos campos?
Respuesta. Hay dos motivos. El primero, que el franquismo intentó borrar las huellas de sus crímenes a todos los niveles, de todos los elementos de la represión, asesinatos, cárceles, todo. Pero lo hizo con especial ahínco, especialmente entre el 36 —incluso diría que antes, porque ya hubo nazis participando en la organización del golpe de Estado contra la República— y hasta que Hitler pierde la guerra, para intentar borrar aquella España filonazi. Esa relación resultaba muy incómoda a partir de 1945 para Franco, e incluso a partir de finales del 43, cuando ya parece que Hitler va a perder la guerra. Él se da cuenta de que corre el riesgo de caer arrastrado en esa caída.
Una cosa muy sorprendente que yo creo que todos los historiadores nos hemos chocado con ella es que, en la destrucción masiva de archivos que hubo, si hay un periodo especialmente afectado es este. En el archivo de Ramón Serrano Suñer, que fue en aquella época el ministro de Gobernación y Exteriores, y era el más filonazi y el hombre fuerte del régimen, además de cuñado de Franco, de las relaciones con Alemania no queda casi nada. Algún documento intrascendente. Y de hecho si hemos conseguido reconstruir mucha información de eso es porque hubo copia de algunos documentos en los archivos alemanes. Ahí entran también los campos de concentración. ¿Por qué? Porque a partir de 1945, que se abren las puertas de Auschwitz, o de Mauthausen, o de Buchenwald, queda muy mal, estética y políticamente, para un régimen que intenta sobrevivir como el último régimen fascista en una Europa ya democrática, que siga habiendo campos de concentración.
P. Una de las diferencias que menciona es que no estaban tan centralizados, y que por lo tanto la forma organizativa no está unificada. ¿Eso influyó en que fuera más difícil rastrearlos?
R. Sin duda. La falta de homogeneidad, como la hay en el sistema concentracionario nazi o el sistema de gulags de Stalin, ha dificultado mucho la investigación. Porque generaba confusiones: al no haber un criterio único. No solo había prisioneros de guerra, sino también presos políticos. En todos hay un elemento común: ninguna de las personas que pasan por campos de concentración ha sido acusada de nada formalmente, y tampoco ha sido juzgada. Esa es la diferencia con las cárceles o con las unidades del Patronato de Redención de Penas, como el Valle de los Caídos, que se forman años después. Más allá de eso, o elementos de la vida cotidiana y de sufrimiento de los prisioneros, hay mucho más caos y, sobre todo, mucha más improvisación al ir creándolos. Y nos encontramos con que no hay siquiera una unidad estética: hay campos en un convento, en una plaza de toros, o más como la imagen que nos sugiere un campo de concentración, que es un recinto alambrado con barracones. Pero es que no hay ni siquiera unidad de tamaño: hay campos con capacidad para 200 prisioneros y con campos que llegan a tener hasta 15.000 prisioneros en su interior.
También hay que tener en cuenta que los sublevados pensaban que no iba a haber guerra, que el golpe de Estado iba a triunfar en seguida. Entonces van abriendo campos de manera improvisada, y cuando se empieza a prolongar aquello es más caótico aún. Incluso cuando en julio del 37 Franco crea la Inspección de Campos de Concentración, que es algo determinante, para intentar unificarlo, tampoco lo consigue. Porque cada general tiene resistencias para ceder sus competencias, porque incluso el propio Franco no acaba de creerse mucho esa fórmula de unidad… Es muy complicado conseguir discernir qué era un campo de concentración oficial y qué no lo era. Eso ha contribuido a la confusión posterior y que se haya creado un terreno fértil para los negacionistas de los crímenes del franquismo, que en este país los hay, y muchos.
P. Sin estar centralizado, y con el caos de la guerra, ¿cómo se empiezan a organizar estos campos? ¿De dónde viene esa orden o ese plan de crearlos?
R. El plan sale del propio Franco. Es él el primero que ya el 20 de julio del 36 da la orden de crear campos de concentración a sus generales. Y es curioso que diga “separados de la población”, obviamente para que no haya testigos incómodos de lo que ocurre en ellos. Como la guerra se prolonga, es él el que en julio del 37 siente la necesidad de centralizarlo, con un doble objetivo: controlar él o su mando todo el proceso de clasificación de los prisioneros, para que ninguno quede en libertad, y sobre todo le preocupa que ninguno de ellos fuera considerado apto y alistado al ejército franquista, porque se producían miles de fugas. Esos, a las primeras de cambio, pasaban la frontera y llegaban al bando republicano. Y hay otro elemento que él quería controlar, que era el aprovechamiento de esa mano de obra. Los hombres en edad de trabajar y militar, afines o no contrarios, están en su ejército. Necesita mano de obra. Y qué mejor que la de esos hombres que están en los campos.
P. ¿Había ya una idea de utilizar los campos como vías de reeducación para esa nueva España que querían crear?
R. Sí, desde el principio. Los campos nacen con varios objetivos. El primero es de exterminio: es verdad que no es de exterminio total como ocurre en algunos campos de concentración nazis, pero sí selectivo. Allí van grupos de guardias civiles o de falangistas buscando a gente concreta, o a veces aleatoriamente, sacan a unos cuantos y los asesinan a las afueras del propio campo. Y también desde el primer momento son lugares de castigo. No se les trata como prisioneros de guerra. Luego está la parte de reeducación: es muy curioso cómo, en las instrucciones que se dictan para el funcionamiento de los campos, en las que se habla desde la disciplina a qué tienen que hacer los guardianes, un elemento de los más importantes es cómo se llega a detallar el grado de charlas patrióticas, el contenido, cómo tienen que formar tres veces al día mínimo para cantar los himnos, hacer el saludo fascista, asistir a misa… De hecho, cada vez que se conseguía, de manera siempre forzada, organizar un gran acto religioso en el que participaban los prisioneros, los comandantes de los campos enviaban informes a sus superiores, y alguno de ellos acabó en la mesa de Franco, vanagloriándose de lo sucedido. ¿Por qué? Porque era haberles derrotado en el campo de batalla y encima derrotarles ideológica, intelectualmente. Era la última parte de la victoria, que además se hacía siempre en un contexto de deshumanización: quitándoles las pertenencias, rapándoles, convirtiéndoles en una masa, en números en lugar de hombres.
P. ¿Cómo se decide quién tiene que ir a los campos, más allá de los prisioneros de guerra?
R. Para empezar, es verdad que el grueso de quienes están en campos de concentración son prisioneros de guerra capturados en el frente, por eso los mayores momentos en los que los campos se saturan y se vive peor es con las grandes derrotas republicanas: Cantabria, Asturias, Cataluña y la derrota final. Pero no eran solo prisioneros de guerra, porque de hecho algo en lo que no se incide, porque a los herederos del franquismo no les gusta que se incida, es que en un tercio de España no hay guerra, y cae en manos franquistas en algunos casos en horas, como es Canarias, el protectorado de Marruecos o la mayoría de Baleares. Pero hay zonas, como es Galicia, Castilla y León, una zona de Andalucía, en las que en una semana, sin haber guerra, solo resistencia, ya caen en manos franquistas. Y sin embargo se empiezan a hacer campos de concentración el primer día.
Empiezan a llevar elementos por ser de sindicatos, de partidos políticos, maestros identificados con la forma de educación republicana… A algunos los pasean, otros van a cárceles y otros van a campos de concentración. El motivo inicial de por qué acaban en un sitio u otro es absolutamente arbitrario. No hay explicación. Tú te puedes encontrar en Galicia que hay dos recintos, uno es campo de concentración y otro no lo es, y hay el mismo tipo de prisioneros en uno que en otro. ¿Cuál es el criterio? El del comandante de turno. El que luego acaben en un juicio sumarísimo, en un batallón de trabajadores o liberados, básicamente dependía de lo que ellos llaman los avales. Los propios oficiales de los campos pedían información a las localidades natales de esos prisioneros, y siempre llegaba de los mismos: el alcalde, el jefe de Falange, el comandante de Guardia Civil y el cura. Esas eran las autoridades que marcaban la vida o la muerte de los prisioneros.
P. Las comunidades autónomas en las que hay más campos son Andalucía y Comunidad Valenciana, territorios en los que la guerra se desarrolla de formas muy distintas. ¿Por qué los campos son más numerosos allí?
R. El motivo por el que tienen tantos campos es el mismo. En Andalucía, son más numerosos en la parte que tarda más en caer. Esto pasa en la Comunidad Valenciana e incluso, proporcionalmente, en Madrid: hay 16, pero para el tamaño que tenía Madrid, son muchos. No le doy tanta importancia a la cantidad. La cifra de 300 es, por supuesto, importante, pero yendo territorio a territorio es más relevante la duración que tuvieron los mismos y, sobre tododo, las condiciones que hubo. Cuando conseguimos investigar a fondo un campo, por pequeño que sea encontramos atrocidades y sufrimiento. Pongo mucho el ejemplo del que hubo en Casas de Don Pedro, en Badajoz, porque era pequeño y duró poco tiempo pero, gracias a un historiador local, sabemos que en apenas 48 horas asesinaron a 100 prisioneros. Y era un campo muy pequeño que duró muy poco tiempo.
P. Señala que no hay campos de concentración para mujeres. ¿Dónde estaban ellas en este sistema concentracionario?
R. Yo había acotado la investigación a los campos de concentración oficiales, los que el propio régimen consideraba como tales, y si solo hubiera hablado de eso las mujeres se me habrían quedado en un cuartísimo lugar. Y aun así ha sucedido, porque es cierto que no había campos de concentración femeninos, a diferencia de lo que ocurría en la Alemania nazi. Sí tenemos documentado el paso de mujeres por distintos lugares: Cabra en Córdoba, San Marcos en León, Los Almendros, donde hay testimonios terribles de que iban con sus niños de corta edad, que hubo casos de bebés que murieron… Luego hay un caso especial, que es el de Arnao, en Castropol [Asturias], donde hubo mujeres por ser hermanas, hijas o madres de republicanos escapados a Francia o huidos con la guerrilla antifranquista. Allí fue donde más mujeres hubo, haciendo trabajos forzados, además.
Sí que he querido reflejar una represión indirecta de las mujeres en los campos, y es que tenemos testimonios de cómo se aprovechaban los guardianes de los campos, que violaban a las hijas, hermanas o madres de los prisioneros, amenazándolas con maltratar a los presos. Tenemos ejemplos en Castuera [Badajoz] o la plaza de toros de Valencia. En Castuera, y ocurrió en otros campos también, las familiares de algunos prisioneros se acercaron al campo, montaron chabolas para poder acercarles comida y estar pendientes. Hay constancia de cómo se producían razias por parte de falangistas y de militares en noches que para divertirse acudían a las chabolas a violar a estas mujeres. Como siempre ocurre, la mujer fue víctima doblemente.
También pasaba que en determinados momentos de la guerra las sacaban de los campos y las llevaban a otros recintos que ni siquiera tenían denominación oficial. De hecho, creo que algún día se podría llegar a un consenso entre historiadores para denominar campos de concentración a algunos lugares donde estuvieron las mujeres que ni siquiera tenían consideración de prisión provisional. Eran recintos que en muchos casos ya contaban con religiosas que comenzaban con esa tarea de reeducación y humillación, de intentar reconvertirlas en lo que para el franquismo era el ideal de mujer. Pero el lugar de martirio de las republicanas fueron las cárceles, ahí tuvieron el mismo sufrimiento o más que el de los hombres republicanos, con el añadido de que muchas veces iban embarazadas o con niños, y de ser sometidas a vejaciones especiales.
P. ¿Por qué se decide en un momento dado cerrar los campos, con el final de la guerra aproximadamente?
R. El primer motivo es que hay una masa de prisioneros imposible de manejar. Estamos hablando de que en el mes de abril de 1939 —son las cifras que tengo confirmadas, pero pueden ser cortas— hay medio millón de personas solo en los campos de concentración. De hecho el régimen, tuvo que aflojar la mano y, en lugares como Madrid, abrir las puertas de los campos porque había hasta 20.000 personas en el Viejo Chamartín, en lo que es hoy el Bernabeu. Se les morían de hambre y les preocupaba que hubiera motines. Les liberaron parcialmente, porque se les ordenaba presentarse en el pueblo en el que residieran el 18 de julio de 1936. No donde habían nacido. ¿Por qué? Porque cuando llegaban, el jefe de Falange, el de la Guardia Civil o el párroco sabían: este era de la UGT, o este no era nada. Se trasladaba la investigación a cada pueblo.
El segundo motivo era lo que ya hemos dicho: estética y políticamente, en una Europa convulsa en una situación de preguerra, Franco intenta dulcificar su régimen y su represión. Y aun así el sistema concentracionario puro y duro se mantiene. Sigue habiendo campos abiertos, los extranjeros que huyen de la II Guerra Mundial son devueltos a los nazis… Hasta el 47-48. En 1947 se cierra el último campo de guerra, que es el de Miranda de Ebro, el más longevo, y en 1948 se disuelve el último batallón de trabajos forzados de esta pata de la represión, de los que formaban prisioneros contra los que no había habido ningún tipo de condena. Luego hay una evolución nominal: hay campos de concentración que de la noche a la mañana pasan a ser cárceles, pero los prisioneros siguen siendo los mismos y no han sido juzgados. Incluso se crean recintos a los que no se les llama campos de concentración, pero son exactamente lo mismo: es el caso de la Colonia Agrícola Penitenciaria de Tefía, en Fuerteventura, dedicada exclusivamente a prisioneros homosexuales, que se cierra en 1966. ¡1966! Todo esto aparte de las unidades de Redención de Penas, que van hasta los setenta. O los campos de concentración oficiales creados en el 58 y 59 para los prisioneros marroquíes de la Guerra de Ifni.
Lo que hay es, más que nada, una transformación motivada por la situación internacional. ¿Qué habría ocurrido si Hitler no pierde la guerra? Nunca lo sabremos, desde luego, pero hay indicios muy preocupantes. Uno de ellos es cómo, en los documentos que he encontrado, cuando se decide ampliar un campo de concentración porque están saturados, en los informes se dice que mejor que buscar otros edificios, se construyan barracones desmontables, y se dice: “Porque además los podremos utilizar en los futuros campos de trabajo”. Tenían planes que no llegaron a hacer, en parte por la derrota de Hitler. Eso no quiere decir que no fuera durísimo todo lo que ocurrió a partir de 1945.
P. Y luego señala a los prisioneros juzgados que entran directamente a las cárceles.
R. Claro, es que hasta qué punto un prisionero de guerra por pasar por un tribunal deja de serlo. Es nuestra legislación la que dice que las sentencias de los tribunales franquistas son ilegítimas. Debería decir ilegales, pero de momento dice ilegítimas. Hay mcuha gente que pasa por los campos de concentración y luego va a las cárceles, como es el caso de Marcos Ana, que acabo el libro con él porque considero que es el último prisionero de guerra en ser liberado. Debemos resistirnos a comprar la terminología de la legislación franquista y darla por válida, que es lo que hacen los negacionistas del franquismo. “No, es que ese estaba condenado”. ¿En qué circunstancias? ¿De haber sido juzgados de 20 en 20, sin que les dejaran defenderse?
Hay un caso que me sorprendió en la investigación, que es el del último alcalde de Vallecas, Amós Acero. Cuando le capturan después de haber sido alcalde republicano durante toda la guerra, le abren un proceso, le acaban fusilando, y en el juicio hay numerosas personas del pueblo, incluso de derechas y religiosas, que firman documentos diciendo que les ha salvado la vida. Hay una unanimidad absoluta sobre esta persona, como sobre tantas otras, de que en todo caso lo que hizo fue proteger la legislación y proteger incluso de algunos extremistas de izquierdas que cometieron crímenes. Esos documentos fueron ignorados, escondidos, perdidos intencionadamente. No podemos aceptar que haya negacionistas del franquismo, y algunos de ellos están en la cúpula política, mediática y económica del país, que dan por bueno algo como la Causa General.
P. Si ha sido difícil componer un archivo de campos, hacer un archivo de prisioneros…
R. Yo diría que es casi imposible. Yo me he ido encontrando, más que listados de prisioneros que estaban en ese momento en el campo —aunque alguno suelto he visto—, de traslados. Entre campos, o entre campos y cárceles, o campos y batallones, ahí sí hay listados nominales. Pero es un porcentaje ínfimo de quienes pasaron por los campos. Hacer una base de datos exhaustiva va a resultad absolutamente imposible. Pero hay que empezar, avanzar. Lo que me indigna profundamente es que esto no se haya hecho por iniciativa del Estado español. Si hace muchos años se hubiera empezado a investigar, con medios humanos y materiales, podríamos haber avanzado en el conocimiento de los datos históricos pero también en esos datos nominales. Hace 30 o 40 años hubiera sido mucho más sencillo, porque muchos de los protagonistas habrían estado vivos aún, o sus hijos.
P. Si pudiera elegir, ¿qué futuro desearía para una investigación como esta u otras similares? ¿Una Comisión de la Verdad como se han organizado, por ejemplo, tras dictaduras latinoamericanas…?
R. La fórmula exacta no la tengo clara. La Comisión de la Verdad es una fórmula que me parece buena, puede haber otras. El resultado al que tenemos que llegar es el mismo, y es el que han hecho el resto de países que han pasado por situaciones parecidas a las nuestras, aunque es verdad que con regímenes que no duraron tanto como el nuestro. Es llegar a esa verdad histórica, esa descripción objetiva de los hechos, y que esa verdad histórica llegue a los libros de historia y fundamentalmente a los libros de texto de nuestros hijos. Una vez que eso lo tengamos, quienes quieren que Guadiana siga teniendo el apellido del Caudillo, irán teniendo cada vez menos apoyos y habremos dado un paso decisivo para acabar con esta anomalía que somos en la Europa democrática.
Pregunta. ¿Qué ha ocurrido para que no se conociera aún en profundidad y de manera amplia la historia de estos campos?
Respuesta. Hay dos motivos. El primero, que el franquismo intentó borrar las huellas de sus crímenes a todos los niveles, de todos los elementos de la represión, asesinatos, cárceles, todo. Pero lo hizo con especial ahínco, especialmente entre el 36 —incluso diría que antes, porque ya hubo nazis participando en la organización del golpe de Estado contra la República— y hasta que Hitler pierde la guerra, para intentar borrar aquella España filonazi. Esa relación resultaba muy incómoda a partir de 1945 para Franco, e incluso a partir de finales del 43, cuando ya parece que Hitler va a perder la guerra. Él se da cuenta de que corre el riesgo de caer arrastrado en esa caída.
Una cosa muy sorprendente que yo creo que todos los historiadores nos hemos chocado con ella es que, en la destrucción masiva de archivos que hubo, si hay un periodo especialmente afectado es este. En el archivo de Ramón Serrano Suñer, que fue en aquella época el ministro de Gobernación y Exteriores, y era el más filonazi y el hombre fuerte del régimen, además de cuñado de Franco, de las relaciones con Alemania no queda casi nada. Algún documento intrascendente. Y de hecho si hemos conseguido reconstruir mucha información de eso es porque hubo copia de algunos documentos en los archivos alemanes. Ahí entran también los campos de concentración. ¿Por qué? Porque a partir de 1945, que se abren las puertas de Auschwitz, o de Mauthausen, o de Buchenwald, queda muy mal, estética y políticamente, para un régimen que intenta sobrevivir como el último régimen fascista en una Europa ya democrática, que siga habiendo campos de concentración.
P. Una de las diferencias que menciona es que no estaban tan centralizados, y que por lo tanto la forma organizativa no está unificada. ¿Eso influyó en que fuera más difícil rastrearlos?
R. Sin duda. La falta de homogeneidad, como la hay en el sistema concentracionario nazi o el sistema de gulags de Stalin, ha dificultado mucho la investigación. Porque generaba confusiones: al no haber un criterio único. No solo había prisioneros de guerra, sino también presos políticos. En todos hay un elemento común: ninguna de las personas que pasan por campos de concentración ha sido acusada de nada formalmente, y tampoco ha sido juzgada. Esa es la diferencia con las cárceles o con las unidades del Patronato de Redención de Penas, como el Valle de los Caídos, que se forman años después. Más allá de eso, o elementos de la vida cotidiana y de sufrimiento de los prisioneros, hay mucho más caos y, sobre todo, mucha más improvisación al ir creándolos. Y nos encontramos con que no hay siquiera una unidad estética: hay campos en un convento, en una plaza de toros, o más como la imagen que nos sugiere un campo de concentración, que es un recinto alambrado con barracones. Pero es que no hay ni siquiera unidad de tamaño: hay campos con capacidad para 200 prisioneros y con campos que llegan a tener hasta 15.000 prisioneros en su interior.
También hay que tener en cuenta que los sublevados pensaban que no iba a haber guerra, que el golpe de Estado iba a triunfar en seguida. Entonces van abriendo campos de manera improvisada, y cuando se empieza a prolongar aquello es más caótico aún. Incluso cuando en julio del 37 Franco crea la Inspección de Campos de Concentración, que es algo determinante, para intentar unificarlo, tampoco lo consigue. Porque cada general tiene resistencias para ceder sus competencias, porque incluso el propio Franco no acaba de creerse mucho esa fórmula de unidad… Es muy complicado conseguir discernir qué era un campo de concentración oficial y qué no lo era. Eso ha contribuido a la confusión posterior y que se haya creado un terreno fértil para los negacionistas de los crímenes del franquismo, que en este país los hay, y muchos.
P. Sin estar centralizado, y con el caos de la guerra, ¿cómo se empiezan a organizar estos campos? ¿De dónde viene esa orden o ese plan de crearlos?
R. El plan sale del propio Franco. Es él el primero que ya el 20 de julio del 36 da la orden de crear campos de concentración a sus generales. Y es curioso que diga “separados de la población”, obviamente para que no haya testigos incómodos de lo que ocurre en ellos. Como la guerra se prolonga, es él el que en julio del 37 siente la necesidad de centralizarlo, con un doble objetivo: controlar él o su mando todo el proceso de clasificación de los prisioneros, para que ninguno quede en libertad, y sobre todo le preocupa que ninguno de ellos fuera considerado apto y alistado al ejército franquista, porque se producían miles de fugas. Esos, a las primeras de cambio, pasaban la frontera y llegaban al bando republicano. Y hay otro elemento que él quería controlar, que era el aprovechamiento de esa mano de obra. Los hombres en edad de trabajar y militar, afines o no contrarios, están en su ejército. Necesita mano de obra. Y qué mejor que la de esos hombres que están en los campos.
P. ¿Había ya una idea de utilizar los campos como vías de reeducación para esa nueva España que querían crear?
R. Sí, desde el principio. Los campos nacen con varios objetivos. El primero es de exterminio: es verdad que no es de exterminio total como ocurre en algunos campos de concentración nazis, pero sí selectivo. Allí van grupos de guardias civiles o de falangistas buscando a gente concreta, o a veces aleatoriamente, sacan a unos cuantos y los asesinan a las afueras del propio campo. Y también desde el primer momento son lugares de castigo. No se les trata como prisioneros de guerra. Luego está la parte de reeducación: es muy curioso cómo, en las instrucciones que se dictan para el funcionamiento de los campos, en las que se habla desde la disciplina a qué tienen que hacer los guardianes, un elemento de los más importantes es cómo se llega a detallar el grado de charlas patrióticas, el contenido, cómo tienen que formar tres veces al día mínimo para cantar los himnos, hacer el saludo fascista, asistir a misa… De hecho, cada vez que se conseguía, de manera siempre forzada, organizar un gran acto religioso en el que participaban los prisioneros, los comandantes de los campos enviaban informes a sus superiores, y alguno de ellos acabó en la mesa de Franco, vanagloriándose de lo sucedido. ¿Por qué? Porque era haberles derrotado en el campo de batalla y encima derrotarles ideológica, intelectualmente. Era la última parte de la victoria, que además se hacía siempre en un contexto de deshumanización: quitándoles las pertenencias, rapándoles, convirtiéndoles en una masa, en números en lugar de hombres.
P. ¿Cómo se decide quién tiene que ir a los campos, más allá de los prisioneros de guerra?
R. Para empezar, es verdad que el grueso de quienes están en campos de concentración son prisioneros de guerra capturados en el frente, por eso los mayores momentos en los que los campos se saturan y se vive peor es con las grandes derrotas republicanas: Cantabria, Asturias, Cataluña y la derrota final. Pero no eran solo prisioneros de guerra, porque de hecho algo en lo que no se incide, porque a los herederos del franquismo no les gusta que se incida, es que en un tercio de España no hay guerra, y cae en manos franquistas en algunos casos en horas, como es Canarias, el protectorado de Marruecos o la mayoría de Baleares. Pero hay zonas, como es Galicia, Castilla y León, una zona de Andalucía, en las que en una semana, sin haber guerra, solo resistencia, ya caen en manos franquistas. Y sin embargo se empiezan a hacer campos de concentración el primer día.
Empiezan a llevar elementos por ser de sindicatos, de partidos políticos, maestros identificados con la forma de educación republicana… A algunos los pasean, otros van a cárceles y otros van a campos de concentración. El motivo inicial de por qué acaban en un sitio u otro es absolutamente arbitrario. No hay explicación. Tú te puedes encontrar en Galicia que hay dos recintos, uno es campo de concentración y otro no lo es, y hay el mismo tipo de prisioneros en uno que en otro. ¿Cuál es el criterio? El del comandante de turno. El que luego acaben en un juicio sumarísimo, en un batallón de trabajadores o liberados, básicamente dependía de lo que ellos llaman los avales. Los propios oficiales de los campos pedían información a las localidades natales de esos prisioneros, y siempre llegaba de los mismos: el alcalde, el jefe de Falange, el comandante de Guardia Civil y el cura. Esas eran las autoridades que marcaban la vida o la muerte de los prisioneros.
P. Las comunidades autónomas en las que hay más campos son Andalucía y Comunidad Valenciana, territorios en los que la guerra se desarrolla de formas muy distintas. ¿Por qué los campos son más numerosos allí?
R. El motivo por el que tienen tantos campos es el mismo. En Andalucía, son más numerosos en la parte que tarda más en caer. Esto pasa en la Comunidad Valenciana e incluso, proporcionalmente, en Madrid: hay 16, pero para el tamaño que tenía Madrid, son muchos. No le doy tanta importancia a la cantidad. La cifra de 300 es, por supuesto, importante, pero yendo territorio a territorio es más relevante la duración que tuvieron los mismos y, sobre tododo, las condiciones que hubo. Cuando conseguimos investigar a fondo un campo, por pequeño que sea encontramos atrocidades y sufrimiento. Pongo mucho el ejemplo del que hubo en Casas de Don Pedro, en Badajoz, porque era pequeño y duró poco tiempo pero, gracias a un historiador local, sabemos que en apenas 48 horas asesinaron a 100 prisioneros. Y era un campo muy pequeño que duró muy poco tiempo.
P. Señala que no hay campos de concentración para mujeres. ¿Dónde estaban ellas en este sistema concentracionario?
R. Yo había acotado la investigación a los campos de concentración oficiales, los que el propio régimen consideraba como tales, y si solo hubiera hablado de eso las mujeres se me habrían quedado en un cuartísimo lugar. Y aun así ha sucedido, porque es cierto que no había campos de concentración femeninos, a diferencia de lo que ocurría en la Alemania nazi. Sí tenemos documentado el paso de mujeres por distintos lugares: Cabra en Córdoba, San Marcos en León, Los Almendros, donde hay testimonios terribles de que iban con sus niños de corta edad, que hubo casos de bebés que murieron… Luego hay un caso especial, que es el de Arnao, en Castropol [Asturias], donde hubo mujeres por ser hermanas, hijas o madres de republicanos escapados a Francia o huidos con la guerrilla antifranquista. Allí fue donde más mujeres hubo, haciendo trabajos forzados, además.
Sí que he querido reflejar una represión indirecta de las mujeres en los campos, y es que tenemos testimonios de cómo se aprovechaban los guardianes de los campos, que violaban a las hijas, hermanas o madres de los prisioneros, amenazándolas con maltratar a los presos. Tenemos ejemplos en Castuera [Badajoz] o la plaza de toros de Valencia. En Castuera, y ocurrió en otros campos también, las familiares de algunos prisioneros se acercaron al campo, montaron chabolas para poder acercarles comida y estar pendientes. Hay constancia de cómo se producían razias por parte de falangistas y de militares en noches que para divertirse acudían a las chabolas a violar a estas mujeres. Como siempre ocurre, la mujer fue víctima doblemente.
También pasaba que en determinados momentos de la guerra las sacaban de los campos y las llevaban a otros recintos que ni siquiera tenían denominación oficial. De hecho, creo que algún día se podría llegar a un consenso entre historiadores para denominar campos de concentración a algunos lugares donde estuvieron las mujeres que ni siquiera tenían consideración de prisión provisional. Eran recintos que en muchos casos ya contaban con religiosas que comenzaban con esa tarea de reeducación y humillación, de intentar reconvertirlas en lo que para el franquismo era el ideal de mujer. Pero el lugar de martirio de las republicanas fueron las cárceles, ahí tuvieron el mismo sufrimiento o más que el de los hombres republicanos, con el añadido de que muchas veces iban embarazadas o con niños, y de ser sometidas a vejaciones especiales.
P. ¿Por qué se decide en un momento dado cerrar los campos, con el final de la guerra aproximadamente?
R. El primer motivo es que hay una masa de prisioneros imposible de manejar. Estamos hablando de que en el mes de abril de 1939 —son las cifras que tengo confirmadas, pero pueden ser cortas— hay medio millón de personas solo en los campos de concentración. De hecho el régimen, tuvo que aflojar la mano y, en lugares como Madrid, abrir las puertas de los campos porque había hasta 20.000 personas en el Viejo Chamartín, en lo que es hoy el Bernabeu. Se les morían de hambre y les preocupaba que hubiera motines. Les liberaron parcialmente, porque se les ordenaba presentarse en el pueblo en el que residieran el 18 de julio de 1936. No donde habían nacido. ¿Por qué? Porque cuando llegaban, el jefe de Falange, el de la Guardia Civil o el párroco sabían: este era de la UGT, o este no era nada. Se trasladaba la investigación a cada pueblo.
El segundo motivo era lo que ya hemos dicho: estética y políticamente, en una Europa convulsa en una situación de preguerra, Franco intenta dulcificar su régimen y su represión. Y aun así el sistema concentracionario puro y duro se mantiene. Sigue habiendo campos abiertos, los extranjeros que huyen de la II Guerra Mundial son devueltos a los nazis… Hasta el 47-48. En 1947 se cierra el último campo de guerra, que es el de Miranda de Ebro, el más longevo, y en 1948 se disuelve el último batallón de trabajos forzados de esta pata de la represión, de los que formaban prisioneros contra los que no había habido ningún tipo de condena. Luego hay una evolución nominal: hay campos de concentración que de la noche a la mañana pasan a ser cárceles, pero los prisioneros siguen siendo los mismos y no han sido juzgados. Incluso se crean recintos a los que no se les llama campos de concentración, pero son exactamente lo mismo: es el caso de la Colonia Agrícola Penitenciaria de Tefía, en Fuerteventura, dedicada exclusivamente a prisioneros homosexuales, que se cierra en 1966. ¡1966! Todo esto aparte de las unidades de Redención de Penas, que van hasta los setenta. O los campos de concentración oficiales creados en el 58 y 59 para los prisioneros marroquíes de la Guerra de Ifni.
Lo que hay es, más que nada, una transformación motivada por la situación internacional. ¿Qué habría ocurrido si Hitler no pierde la guerra? Nunca lo sabremos, desde luego, pero hay indicios muy preocupantes. Uno de ellos es cómo, en los documentos que he encontrado, cuando se decide ampliar un campo de concentración porque están saturados, en los informes se dice que mejor que buscar otros edificios, se construyan barracones desmontables, y se dice: “Porque además los podremos utilizar en los futuros campos de trabajo”. Tenían planes que no llegaron a hacer, en parte por la derrota de Hitler. Eso no quiere decir que no fuera durísimo todo lo que ocurrió a partir de 1945.
P. Y luego señala a los prisioneros juzgados que entran directamente a las cárceles.
R. Claro, es que hasta qué punto un prisionero de guerra por pasar por un tribunal deja de serlo. Es nuestra legislación la que dice que las sentencias de los tribunales franquistas son ilegítimas. Debería decir ilegales, pero de momento dice ilegítimas. Hay mcuha gente que pasa por los campos de concentración y luego va a las cárceles, como es el caso de Marcos Ana, que acabo el libro con él porque considero que es el último prisionero de guerra en ser liberado. Debemos resistirnos a comprar la terminología de la legislación franquista y darla por válida, que es lo que hacen los negacionistas del franquismo. “No, es que ese estaba condenado”. ¿En qué circunstancias? ¿De haber sido juzgados de 20 en 20, sin que les dejaran defenderse?
Hay un caso que me sorprendió en la investigación, que es el del último alcalde de Vallecas, Amós Acero. Cuando le capturan después de haber sido alcalde republicano durante toda la guerra, le abren un proceso, le acaban fusilando, y en el juicio hay numerosas personas del pueblo, incluso de derechas y religiosas, que firman documentos diciendo que les ha salvado la vida. Hay una unanimidad absoluta sobre esta persona, como sobre tantas otras, de que en todo caso lo que hizo fue proteger la legislación y proteger incluso de algunos extremistas de izquierdas que cometieron crímenes. Esos documentos fueron ignorados, escondidos, perdidos intencionadamente. No podemos aceptar que haya negacionistas del franquismo, y algunos de ellos están en la cúpula política, mediática y económica del país, que dan por bueno algo como la Causa General.
P. Si ha sido difícil componer un archivo de campos, hacer un archivo de prisioneros…
R. Yo diría que es casi imposible. Yo me he ido encontrando, más que listados de prisioneros que estaban en ese momento en el campo —aunque alguno suelto he visto—, de traslados. Entre campos, o entre campos y cárceles, o campos y batallones, ahí sí hay listados nominales. Pero es un porcentaje ínfimo de quienes pasaron por los campos. Hacer una base de datos exhaustiva va a resultad absolutamente imposible. Pero hay que empezar, avanzar. Lo que me indigna profundamente es que esto no se haya hecho por iniciativa del Estado español. Si hace muchos años se hubiera empezado a investigar, con medios humanos y materiales, podríamos haber avanzado en el conocimiento de los datos históricos pero también en esos datos nominales. Hace 30 o 40 años hubiera sido mucho más sencillo, porque muchos de los protagonistas habrían estado vivos aún, o sus hijos.
P. Si pudiera elegir, ¿qué futuro desearía para una investigación como esta u otras similares? ¿Una Comisión de la Verdad como se han organizado, por ejemplo, tras dictaduras latinoamericanas…?
R. La fórmula exacta no la tengo clara. La Comisión de la Verdad es una fórmula que me parece buena, puede haber otras. El resultado al que tenemos que llegar es el mismo, y es el que han hecho el resto de países que han pasado por situaciones parecidas a las nuestras, aunque es verdad que con regímenes que no duraron tanto como el nuestro. Es llegar a esa verdad histórica, esa descripción objetiva de los hechos, y que esa verdad histórica llegue a los libros de historia y fundamentalmente a los libros de texto de nuestros hijos. Una vez que eso lo tengamos, quienes quieren que Guadiana siga teniendo el apellido del Caudillo, irán teniendo cada vez menos apoyos y habremos dado un paso decisivo para acabar con esta anomalía que somos en la Europa democrática.
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