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El periodista Carlos Hernández documenta los campos de concentración en territorio gallego, por los que pasaron al menos 30.000 personas entre 1936 y 1940
Es inevitable, las palabras “campo de concentración” remiten a Auschwitz, al holocausto judío, a la Alemania nazi. Pero también fueron una realidad mucho más cercana: entre 1936 y 1940, las autoridades franquistas instalaron y nombraron con ese sintagma hasta 11 de estos recintos en Galicia, sobre todo en su costa. Lugares por los que pasaron no menos de 30.000 presos políticos y prisioneros de guerra republicanos; una suerte de “antesala del infierno” donde sufrían hambre, castigos, enfermedades, hacinamiento, deshumanización. Donde se les asesinaba. A no olvidar su existencia -documentada ydivulgada desde hace años por historiadores gallegos- contribuye ahora el periodista Carlos Hernández de Miguel, que acaba de publicar Los campos de concentración de Franco, fruto de más de tres años de investigación y que abarca todo el territorio del Estado.
“Nos inyectaron contra no sé qué, casi todo el mundo cayó enfermo. Por toda la nave había hombres tirados con fiebres muy altas. A los enfermos más graves, nos ordenaron ponerles cerca de la puerta del patio. Como no dejaban cerrar la puerta, había allí mucha corriente; el enfermo cogía una pulmonía y se moría”. El testimonio de José Enrique Llera, prisionero en el campo de Rianxo, da idea de la crueldad que se practicaba en estos lugares.
El libro de Hernández de Miguel está punteado con estos entrecomillados demoledores.
El autor recalca que para recabarlos ha contado con la ayuda de historiadores e investigadores gallegos, como Lourenzo Fernández Prieto -impulsor del monumental y pionero proyecto 'Nomes e Voces'-, Xesús Santos, Carlos Méixome, Víctor Manuel Santidrián o Xesús Costa.
En rigor, “puerta del infierno” es como se conocía solo al recinto de Camposancos, en A Guarda, porque allí se instaló un tribunal militar: se ejecutó a 156 prisioneros, sin contar a “paseados” ni a los que murieron de enfermedad. Sin embargo, si la entrada del averno existe, debe encajar con el dibujo de los demás campos que trazan las víctimas, los testigos e incluso los informes del propio régimen. “Este campo por su escasísima capacidad y por sus pésimas condiciones higiénicas debe desaparecer”, reza un documento militar sobre el de Cedeira, previsto para 200 prisioneros y que llegó a albergar más de 1.000. Antes de llegar a esa conclusión, la prosa aséptica del redactor constataba que como agua para el aseo se usaba una “muy contaminada con detritus orgánicos” de un riachuelo o que ni siquiera existía enfermería.
Una vez esbozado el panorama del horror, el periodista, también autor de Los últimos españoles de Mauthausen, insiste en una idea: “Es un error hacer la comparación con los campos de concentración nazis, porque cualquier cosa que compares con el holocausto parece menos crimen y las víctimas parecen menos víctimas (…) Es como si minimizamos los gulags en comparación con los alemanes. Son todos horribles, ocurre que cada régimen tiene sus propias necesidades”. Franco no quería exterminar etnia alguna pero sí, defiende Hernández de Miguel, perpetró un
“holocausto ideológico”.
Los campos de concentración son una pata fundamental del complejo (y a veces confuso) sistema represivo franquista. Sirven para eliminar, sin acusaciones formales previas, a cuadros militares, políticos y sindicales de la República y también para “reeducar” a los presos con una combinación de hambre, castigos y propaganda.“Se les rapaba, se les quitaban sus pertenencias para deshumanizarles, y también se les obligaba a escuchar charlas patrióticas, a cantar el 'Cara al sol', a oír misa. Después de derrotarlos en el campo de batalla se trataba de derrotarlo intelectualmente”.
Peculiaridades gallegas
Los campos de concentración de Franco abarca todo el territorio español y eleva hasta 296 -unos 100 más que en listados anteriores- el total de estas instalaciones. En el caso gallego, la cifra de 11 recintos difiere referencias anteriores. Hernández de Miguel ha incluido solo a aquellos que constan con esa terminología en la documentación de las autoridades del bando sublevado, que crearon la Inspección General de los Campos de Concentración. Por ejemplo, la prisión pontevedresa de Figueirido aparece reflejada como campo en la prensa franquista del momento, pero no lo era a nivel oficial. Tampoco el recinto de la Illa de San Simón, pese a que por estética y condiciones encaja con la idea popular.
El hecho de que Galicia cayese en manos de las tropas franquistas al estallar la guerra también condiciona las características de sus campos de concentración. Se instalan en muchas ocasiones en edificios civiles -fábricas de salazón, conserveras- o religiosos -como los monasterios de Oia y de Leiro-. El de Camposancos, en un antiguo colegio de jesuitas, empieza a recibir presos tan pronto como días después del golpe del 18 de julio de 1936, aunque hasta un año después no aparece reflejado de manera oficial. Es con cada avance franquista en los distintos frentes de guerra cuando los campos gallegos sufren los peores episodios de hacinamiento, ya que la consigna era enviar a los prisioneros lejos de sus hogares. Por eso la mayoría de ellos están en la costa, para tener una buena conexión marítima con el resto de la península. Son los asturianos, traídos por barco hasta Baiona, los que nombran como “puerta del infierno” al antiguo centro escolar religioso.
Mujeres y madrinas
Los campos de concentración no eran, dentro del “machismo y falso paternalismo” franquista, lugares para mujeres, a las que solían recluir en prisiones, explica el periodista. Camposancos es en esto también una de las excepciones en toda España, ya que durante algún tiempo acogió a un grupo de republicanas. Pero sería un número pequeño comparado con las 30.000 personas, en estimación conservadora del autor, que pasaron por estos recintos en Galicia.
Hernández de Miguel destaca otra peculiaridad del caso gallego: “la enorme solidaridad, en general de la población local, pero en particular de las mujeres de las localidades cercanas. Todos los testimonios hablan de como ellas se acercaban a las alambradas o ventanas para darles comida”. Comenta, además, que aquí tuvo especial incidencia la figura de la “madrina”, vecinas que acudían a los campos para hacerse cargo de la ropa de algún recluso para lavarla y hervirla, a fin de despiojarla. Porque las condiciones eran como las que describe Evaristo Olea: “Los pantalones los ponían en el suelo y marchaban ellos solos andando. Los piojos por miles”.
Hoy en día no queda nada en Galicia, tampoco en España, ni vagamente similar a las instalaciones nazis que se pueden visitar en Alemania o Polonia. En el monasterio de Oia se conservan inscripciones de los presos en las paredes, documentadas gráficamente por Carlos Méixome. En Cedeira y Rianxo, sendas placas recuerdan lo ocurrido décadas atrás. “Neste lugar, para maior ignominia e desprezo da condición humana, existiu un campo de concentración entre 1937 e 1939. Este monumento é homenaxe ós prisioneiros republicanos que nel sufriron e morreron”, reza el texto colocado por el concello rianxeiro.
Los 11 campos de concentración gallegos
Pontevedra
OIA
Campo intermitente y estable. Ubicado en el Monasterio de Santa María. Llegó a congregar a 3.000 prisioneros.
Funcionó durante los últimos meses de 1937 y entre febrero de 1939 y, al menos, mayo de ese año. El edificio está en deficiente estado de conservación, después de que se paralizara el proyecto para convertirlo en un hotel de lujo.
CAMPOSANCOS
Campo de larga duración. Ubicado en el Convento y Colegio de los Jesuitas de Camposancos. Aunque su capacidad oficial era de 868 hombres, superó con creces los 2.000 internos. Era conocido como "la puerta del infierno".
El edificio fue utilizado como lugar de reclusión desde julio de 1936, aunque la constancia documental como campo de concentración comienza en octubre de 1937 y termina en noviembre de 1939, cuando pasó a ser controlado por Prisiones. El monumental edificio está abandonado y en ruinas.
Ourense
LEIRO
Campo, aparentemente, provisional. Ubicado en el monasterio de San Clodio.
Estuvo funcionando, al menos, durante abril de 1939. Hoy es un hotel de lujo.
A Coruña
BETANZOS
Campo de larga duración.
Ubicado en la fábrica de curtidos Echeverría. Carlos Hernández asegura que en un documento oficial figura que, al menos durante una etapa, también estuvo en el parque de O Pasatempo. La Asociación de Amigos del Parque niega esta posibilidad. Tenía capacidad para 2.000 prisioneros.
Recibió prisioneros desde agosto de 1937 hasta, al menos, mayo de 1939. El parque está relativamente bien conservado, mientras que la fábrica permanece en ruinas.
CEDEIRA
Campo de larga duración. Ubicado en una antigua fábrica de salazones junto a la playa.
Se acercó al millar de prisioneros cuando su capacidad era de solo 180 hombres. Las propias autoridades franquistas recogían en un informe que "por sus pésimas condiciones higiénicas debía desaparecer"
Estuvo en funcionamiento desde, al menos, octubre de 1937 hasta, al menos, noviembre de 1938. El edificio fue destruido y hoy por su antiguo solar discurre el paseo marítimo. Hay un monolito en memoria de los prisioneros.
FERROL
Campo de larga duración.
Complejo concentracionario habilitado en el arsenal de la ciudad.
Ubicado en las naves de La Escollera, también se utilizó, en diversos momentos, los buques Contramaestre Casado, Plus Ultra y Genoveva Fierro para confinar a los prisioneros. Permaneció en funcionamiento desde julio de 1936 hasta, al menos, abril de 1939. El lugar sigue siendo arsenal y base naval de la Armada.
MUROS
Campo estable.Hubo dos campos en la localidad que funcionaron con cierta autonomía el uno del otro.
Estuvieron ubicados en la fábrica de salazón, situada junto a la playa de Rocha, y en las naves de la conservera Vieta, muy próxima al faro de Rebordiño.
Operó, al menos, desde octubre de 1937 hasta, al menos, febrero de 1938. La fábrica de salazón es hoy un restaurante y de la conservera permanece en pie, aunque en estado ruinoso, una parte de la edificación.
PADRÓN
Campo de larga duración. Ubicado en la azucarera de la parroquia de Santa María de Iria.
Su capacidad reconocida era de 1.700 prisioneros.
Funcionó entre diciembre de 1937 y abril de 1940, aunque su cierre oficial debería haberse producido en noviembre de 1939. El edificio fue destruido y su solar ha sido destinado a uso residencial. Fue el último campo de concentración gallego en cerrar.
A POBRA DO CARAMIÑAL
Campo estable. Hubo dos campos que tuvieron cierta autonomía.
El de mayor duración se abrió en la conservera conocida como El Pozo, junto a la desembocadura del río Pedras, en la Ría de Arousa.
Tenía una capacidad oficial de 1.000 prisioneros y funcionó, al menos, desde enero de 1939 hasta noviembre de ese año.
El segundo, ubicado en una conservera de la zona de O Areal, ya recibía prisioneros en abril de 1939. Solo siguen en pie las ruinas de El Pozo.
RIANXO
Campo de larga duración. Ubicado en una fábrica de salazones, perteneciente a la familia Goday, situada junto a la ría de Arousa.El recinto llegó a tener una capacidad de 2.000 prisioneros.Operó, al menos, desde octubre de 1937 hasta, al menos, diciembre de 1939. Su lugar lo ocupa hoy una urbanización.
El Concello de Rianxo erigió un monolito con la siguiente inscripción: “Neste lugar, para maior ignominia e desprezo da condición humana, existiu un Campo de Concentración entre 1937 1939. Este monumento é homenaxe ós prisioneiros republicanos que nel sufriron e moreron”. O pobo de Rianxo. Outubro do 2003”
SANTIAGO DE COMPOSTELA
Campo estable. En un terreno y unas viejas naves situadas junto al aeropuerto de Lavacolla.
Tenía capacidad para 2.000 prisioneros. Funcionó desde, al menos, marzo de 1939 hasta noviembre de ese año, en que fue reconvertido en sede de batallones de trabajadores.
Uno de los edificios es hoy hostal y restaurante.
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