27 MARZO, 2019
“En el día de hoy, cautivo y desarmado el ejército rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares.” Muchos españoles temblaron delante de la radio ante un mensaje ensordecedor. El mensaje se pronunciaba el 1 de abril de 1939, pero muchos españoles ya habían empezado su huida mucho antes. España se desengraba frente a los pelotones de fusilamiento, pero también con la partida de miles de españoles hacia un exilio que, en muchos casos, fue de por vida.
Casi medio millón de españoles abandonaron forzosamente su tierra. No hay cifras exactas de aquel desplazamiento forzoso. Alfonso Guerra, escribía en el libro El exilio español de Julio Martín Casas y Pedro Carvajal Urquijo cómo aquel viaje sin retorno “arrastró lejos de su país a la gran mayoría de intelectuales, artistas, escritores, científicos, y a profesores de la élite cultural de la sociedad española. También a personas sencillas. La mayoría anónimas”.
Las primeras víctimas del exilio. Los niños de guerra
Las autoridades republicanas hicieron un llamamiento mundial a los países amigos de la Segunda República. “Salvad a los niños de España”. Era un mensaje de urgencia que permitió que “más de treinta mil niños salieran a Francia, Bélgica, la Unión Soviética, Reino Unido y México”. Llegaban hambrientos, traumatizados por la guerra, por los bombardeos… Uno de los contingentes más conocidos fueron los “niños de Rusia” Un total de 3.291 menores, entre los dos y catorce años de edad, tuvieron mejores condiciones de vida que los que fueron trasladados a Europa Occidental, como cuenta Isabel Argentina Álvarez trasladada a Leningrado para ingresar en un internado. “Aquello era muy cómodo, la gente muy cariñosa, trataban de tenernos entretenidos pero mucho lloraban. Querían regresar a España”.
La añoranza y la falta de adaptación llevaron a muchos de estos niños a volver de Rusia en plena década de los 50, a pesar de que volvían a una dictadura “De acuerdo a las estadísticas oficiales el número de repatriados que había solicitado su salida ascendía a 388, contando varones, mujeres y niños”, afirma el periodista y profesor Rafael Moreno Izquierdo, autor del libro Los niños de Rusia(Crítica).
La agónica huida del Stanbrook
María del Olmo, directora del Archivo Histórico Provincial de Alicante, señala a Público cómo esta ciudad se convirtió en una ciudad clave en el primer momento del exilio. “Para nosotros es un tema de referencia, el último bastión de aquellos republicanos desesperados en su huida”. Del Olmo relata cómo en el archivo se encuentran las listas de detenidos que esperaban desesperados en el puerto alicantino y la lista de muertos que se arrojaban por desesperación al Mediterráneo. “Todos figuran como indocumentados porque tiraron sus pasaportes al mar al ver a las tropas de Franco”. Los pasajeros del Stanbrook dejaron a miles de familias rotas en una Alicante que albergaba a cientos de resistentes.
Pero aquella travesía no se les olvidaría a ninguno de sus ocupantes. En el Stanbrook la avalancha humana era sobrecogedora. El barco estaba saturado con 2.638 pasajeros a bordo. La cubierta la llenaban hombres, mujeres, niños, maletas, sacos, cajas, bultos de todas clases. Un oficial gritó a toda la masa de gente: “Todo el mundo a las bodegas”. Unos a otros se animaban a descender hasta aquellas profundidades sin apenas higiene.
Carmen Caamaño era una importante dirigente del Partido Comunista de España. Ante la imposibilidad de coger el Stanbrook esperó en el puerto como una vecina más, sin alertar a las tropas franquistas. María del Olmo cuenta que aquella templanza le permitió seguir un tiempo más en libertad. No fue reconocida por las nuevas autoridades. Era una de aquellas miles de personas que se dirigieron a Alicante con la esperanza de poder tomar un último barco. Del Olmo destaca el episodio último de Carmen ante la desesperación de todos aquellos republicanos. “Carmen estuvo a punto de subir a uno de aquellos últimos barcos pero el oficial quitó la escalerilla y dijo: ¡Nadie!. Todos quedaron en tierra y pronto fue detenida”.
La tragedia de los campos de concentración franceses
Los refugiados que llegaban a los campos de concentración d’Argelès-sur-Mer vivían una situación de angustia permanente. Abocados al frío, la enfermedad y el hambre. En torno a 275.000 españoles fueron internados en cinco campos de concentración en plena costa francesa.
Carmen Alina Ortiz nació en el exilio francés en 1939. “La muerte de mi padre y de mi tío marcó mi vida para siempre. Tengo muchas preguntas sobre ellos que nunca pude hacer a mi familia porque ni ellos mismos lo sabían”, señala. A través de cartas, certificados y testimonios conoció la verdadera causa de la muerte de su padre, Gonzalo Ortiz Crespo, y de su tío Antonio en el campo de concentración de Mauthausen.
Carmen Flores era la madre de Alina, quien se lanzó al exilio para conocer el paradero de su marido. A sus 76 años Alina cuenta cómo su madre, embarazada de ella, cruzó la frontera francesa caminando ya que “el camión que tenían para el traslado se estropeó” en el trayecto. “Con tan solo nueve meses, mi hermano Antonio y mi madre estuvieron en el campo de concentración d’Argelès-sur-Mer”. Alina recuerda cómo su madre consiguió esconder a su hermano mayor entre un montón de paja para que los gendarmes franceses no se lo quitaran y sobrevivir en malísimas condiciones durante varias semanas. “En un pueblo de montaña francés, conocido como Valdrome, mi madre esperaría tener noticias de mi padre hasta el año 1945”. Alina nacería en el hospital de Die a los pocos meses de su llegada de aquel campo de concentración.
Carmen Flores vivió cómo aquel terrible episodio terminó con miles de españoles sin salida en playas desiertas, custodiadas por tropas coloniales. Y en la mayor indignidad inimaginable; cercados de alambradas, rodeados de ametralladoras empuñadas por tropas.
El exilio americano al otro lado del charco
México era un destino preferente para refugiados españoles en América Latina, aunque Chile, República Dominicana, Argentina, Venezuela y los países de América Central acogieron también refugiados, sobre todo intelectuales. Aquellos veinte mil mil exiliados nunca dejaron de sentirse españoles. Tenían muy cerca su cultura, sus raíces. Martin Casas y Carvajal Urquijo señalan en el libro El exilio Español que el trato favorable del gobierno mexicano del presidente Lázaro Cárdenas ayudó de gran manera a que “los republicanos españoles que lo desearan podían tener la nacionalidad”. La pidieron más de un 60%. Y es que el arraigo y mestizaje cultural tendía muy cerca los lazos entre ambos países.
Así lo cuenta Francisca González Díaz, sobrina del conocido secretario general de PCE José Díaz. Ella recordaría cómo su padre tras salir de un campo de concentración al finalizar la guerra vio “cómo se estaban llenando los barcos rumbo a América”, barcos como el Sinaia o el Mexique. “Mi padre estaba en las filas pero no en las listas. A la gente le preguntaban qué sabía hacer y mi padre contesto: “Yo soy revolucionario y por eso estoy aquí. Y con esa razón lo subieron al barco”.
En el caso del exilio argentino se aglutina una intensa vida cultural entre los refugiados. Unos 3.000 españoles tomaron rumbo hasta este destino. Santiago Carrillo, exsecretario general de PCE destacaría de su tiempo vivido en Argentina que “no había una emigración política. Fueron personalidades pero nunca un centro político de la emigración española”.
Neruda y el barco de la esperanza, el Winnipeg
A Chile llegaron unos 2.000 refugiados, a bordo, muchos de ellos del barco custodiado por el entonces cónsul Pablo Neruda. El poeta chileno no quedaría impasible ante el drama de aquellos refugiados en 1939. De aquellos días Neruda escribía “Yo los puse en mi barco. Era de día y Francia su vestido de lujo (…) Mi navío esperaba con su remoto nombre Winnipeg”.
En julio de 1939 llegaba la expedición, procedente de Francia y Argelia 2.271 personas, entre ellos militantes de diversas organizaciones políticas como la CNT, el PCE, la UGT, el PSOE, la JSU. El que fuera presidente Pedro Aguirre Cerda, designaría Neruda un claro mensaje: “Tráigame millares de españoles. Tráigame pescadores, tráigame vascos, castellanos, extremeños…”.
Neruda contó aquellos días con el apoyo de Rafael Alberti y María Teresa León para llevar a cabo la evacuación. Tampoco faltaban en sus bodegas muchos brigadistas internacionales que salieron de la dictadura franquista apenas con lo puesto.
El desconocido exilio al Norte de África
El historiador ceutí Francisco Sánchez Montoyarecuerda este rincón del exilio, al sur de Europa, como uno de los grandes desconocidos. “Esa aventura humana que vivió una parte del exilio español en el Magreb, cárceles, campos de concentración, compañías de trabajos forzados, represión y vida clandestina” resultó bastante dura en la vida cotidiana, rechazados siempre y marginados en realidad a lo largo de toda su historia. Este investigador señala las condiciones de aquellos exiliados en el norte de África eran lamentables: “Comiendo el pan negro del destierro y proyectando a pesar de todo ello la resignación del vencido”.
José Congost Plá fue uno de aquellos españoles que decidió poner rumbo a África al final la guerra. Llegó a Orán el 30 de marzo de 1939. Sería uno de los pasajeros del famoso barco Stanbrook, junto a Antonio Reinares Metola, y Ramón Valls Figuerola.
Al pisar suelo argelino, no tardaron mucho en llegar como exiliados al Marruecos francés, concretamente a Casablanca. Francisco Sánchez Montoya destaca que se organizarían en “una resistencia contra el régimen de Franco, con la creación de la denominada Unión Nacional Antifascista (U.N.A.)”.
La actividad continuó para estos tres exiliados hasta 1944 cuando el franquismo vuelve a condenarles sus vidas, ahora para siempre. José Congost Plá, Antonio Reinares Metola y Ramón Valls Figuerola son acusados en un consejo de guerra de un delito contra la seguridad del Estado. Tal y como reza en la página de víctimas de Todos los Nombres son fusilados el 18 de agosto de 1944 en el monte Hacho. El sobrino de Congost logró recientemente su paradero gracias al libro sobre la represión del norte de África escrito por Montoya.
Otro de los exilios más ocultados en la historiografía dentro de esta trágica ruta es la del exilio en Túnez, donde partieron al exilio los marinos republicanos. La investigadora María Victoria Fernándezen su investigación Exilio en África de los marinos republicanos resalta que se trata de “un pequeño recorrido por el exilio de gran parte de los marinos de la Armada republicana”. Este exilio transcurre por campos de concentración o trabajo en Túnez y Argelia. Sometidos a trabajos forzados estos refugiados fueron hacinados en el campo de Bou Arfa o Colomb Béchar para “construir en pleno desierto, a pico y pala, una línea de tren que debía unir todas las colonias francesas, desde Marruecos a Níger, y que era conocida como el Transahariano”. Esta situación comenzaría para muchos marinos a su llegada a Bizerta (Túnez) en marzo de 1939: “Allí fueron encerrados en torno a 4.000 hombres, rodeados por alambradas y custodiados por gendarmes, guardias móviles y policía rural tunecina”, aclara la investigadora.
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En Público creemos firmemente que la historia no solo debe ser recordada, sino que deben repararse los daños del pasado. Miles de voces exigimos justicia para las víctimas del franquismo.
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