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El rastro del jefe de la Gestapo que Hitler asignó a Franco para supervisar Miranda de Ebro, uno de los centros de represión más siniestros de la dictadura, se perdió misteriosamente en 1945
En 1940, Heinrich Himmler −jefe de la terrorífica Gestapo de Hitler−, visitó España. Se sabe que pasó tres días entre el País Vasco, Madrid, Toledo y Cataluña, donde visitó Montserrat en busca del Santo Grial –un símbolo religioso que el Führer consideraba crucial para ganar la guerra–. Pero además, Himmler llevaba en su siniestra carpeta otro objetivo principal: colocar a uno de sus agentes de confianza al frente de los campos de concentración franquistas. Aquel hombre se llamaba Paul Winzer, y en el mundo del espionaje se le conocía por el alias de Walter Mosig.
Winzer no solo colaboró con Franco en el diseño y la dirección de los campos españoles, siguiendo el modelo de los centros de exterminio nazis, sino que también instruyó a la policía secreta franquista en tareas de investigación, represión y tortura. Sus “lecciones policiales” fueron seguidas al pie de la letra y sirvieron para represaliar a miles de republicanos y refugiados extranjeros en el Campo de Concentración de Miranda de Ebro (Burgos), uno de los más crueles e inhumanos del franquismo.
El enviado de Himmler en España es uno de los personajes más enigmáticos de aquellos años oscuros. De hecho, se sabe poco de su paso por nuestro país y su rastro se perdió para siempre al final de la Segunda Guerra Mundial. ¿Cayó en manos de los soviéticos antes de ser fusilado o logró escapar a algún lejano país sudamericano, siguiendo el camino de otros jerarcas del partido nazi? A fecha de hoy la gran pregunta sigue siendo: ¿qué fue de Paul Winzer?
Nacido el 24 de junio de 1908 en Cottbus −una ciudad al este de Alemania−, Winzer estudió Derecho en las universidades de Breslau y Berlín, pero no logró terminar la carrera. El destino lo había llamado a desempeñar cotas más altas en el Partido Nazi, al que se afilió en abril de 1932 con el número 1.106.851. Al año siguiente ya encontramos al joven Winzer en las fotos de las SS, la temida organización militar, policial, política, penitenciaria y de seguridad al servicio de Adolf Hitler y del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP). Finalmente, ingresó en la Kriminalpolizei en 1934.
El inspirador del Campo de Concentración de Miranda de Ebro hizo carrera diplomática antes de convertirse en oficial de la Gestapo y finalmente Himmler lo destinó como jefe de la policía secreta alemana en la España franquista. Hay que remontarse a mayo de 1936 para encontrar un primer rastro de su paso por España. Según informes oficiales, Winzer fue asignado a la embajada alemana en Madrid por expreso deseo de Himmler. La misión que le había encomendado el alto mando hitleriano era clara y taxativa: investigar a los líderes comunistas y anarquistas españoles. El 18 de julio, mientras Franco proclamaba el levantamiento nacional que desencadenó la guerra civil, Winzer se encontraba en Barcelona. Al parecer vigilaba a un grupo de izquierdistas alemanes que participaban en las Olimpiadas Populares.
Eran días convulsos. Las calles ardían de milicianos y las refriegas entre miembros de uno y otro bando eran constantes. Tras permanecer los primeros días de la guerra en la Ciudad Condal, Winzer embarcó en un vapor italiano y regresó a Alemania para pasar informes. Berlín necesitaba noticias de primera mano sobre lo que estaba sucediendo en España de cara a una posible ayuda militar al Ejército sublevado de Franco, como así sucedió después. Tras apostar Hitler por las fuerzas del bando nacional, Winzer volvió a ser enviado de nuevo a tierras españolas junto al nuevo embajador, Wilhelm Faupel, que haría las veces de agregado policial con el rango de Kriminalkommissar.
Winzer jugó un papel muy importante en los años de la guerra civil. Tras recalar en la España rebelde ocupada por los nacionales, el Caudillo le encomendó una tarea trascendental: organizar y supervisar el Campo de Concentración de Miranda de Ebro. Algunos historiadores consideran que Winzer diseñó personalmente la instalación, mientras que otros van aún más allá y creen que el oficial nazi fue el organizador de toda la red de campos de concentración franquistas repartidos por España a finales de los años 30.
Por supuesto, el de Miranda fue construido siguiendo la inspiración de los campos nazis y funcionó a pleno rendimiento. Para levantarlo se escogió un solar de 42.000 metros cuadrados que pertenecía a la empresa Sulfatos Españoles SA. Los propios ciudadanos mirandeses fueron obligados a construirlo con sus manos a base de trabajos forzosos. En apenas dos meses, y bajo la supervisión del agente nazi y sus secuaces, el campo funcionaba como una macabra maquinaria de represión, ya que las condiciones de vida para los miles de presos políticos que se hacinaban allí resultaban lamentables. La capacidad inicial de las instalaciones era de 1.500 prisioneros, pero pronto se duplicó con la llegada de cautivos del frente. En el invierno de 1937 se derrumbó unos de los barracones y más de 150 personas resultaron heridas. Era tan brutal el régimen penitenciario que en las navidades de 1942 un grupo de represaliados que reclamaba su liberación inició una huelga de hambre. Lógicamente, fue duramente reprimida por los vigilantes.
Por Miranda llegaron a pasar cerca de 65.000 prisioneros republicanos. Entre 1941 y 1943 (cuando Franco empezó a poner distancia con los países fascistas tras comprobar que los aliados ganaban terreno en Europa) la Gestapo española de Winzer se encargó de los interrogatorios de los presos políticos, controló el centro y decidió el sistema de traslados. En 1943 el campo de tortura de Burgos registraba 3.500 prisioneros extranjeros. Allí eran conducidos, entre otros, los franceses que huyendo del nazismo lograban pasar los Pirineos y eran detenidos por las fuerzas de Franco. También cientos de judíos que tratando de escapar del holocausto caían en manos de la policía secreta.
La influencia de Winzer y de la Gestapo en Miranda de Ebro fue muy importante. Pero el siniestro jefe de Himmler se dedicó a otras cuestiones que no eran solo la dirección del campo de concentración. Así, impulsó la construcción de una refinería de petróleo alemana en Santa Cruz de Tenerife para extraer crudo con el que llenar los tanques y aviones nazis. También se encargó de entrenar y adiestrar a la nueva policía secreta del régimen franquista: el embrión de la Brigada Político Social, puesta en marcha por decreto de 24 de junio de 1938. Un acuerdo de cooperación policial firmado entre España y Alemania ese mismo año contemplaba la extradición mutua de “delincuentes políticos” en ambos países. En virtud de ese acuerdo Winzer se convirtió en un hombre aún más poderoso en España.
Tras el final de la guerra civil, el misterioso espía de la Gestapo ideó una tupida red de agentes adscritos al Sicherheitsdienst (Servicio de Seguridad) que trabajaban para Alemania en todo el territorio español. Franco les dio licencia para “actuar”.
Después de 1939, Winzer se trasladó a Madrid y se sumó a la legación de la embajada. Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, se encargó del contraespionaje y de vigilar a la colonia alemana que residía en España. Espió al delegado del Ministerio de Propaganda en la embajada madrileña, Josef Hans Lazar, de quien Winzer no se fiaba. También trabajó en Portugal junto con agentes de la dictadura salazarista e ideó un plan para secuestrar y asesinar a Otto Strasser, un nazi que había decidido desertar de las filas de Reich.
Se sabe que a comienzos de 1945 Winzer todavía se encontraba en Madrid. Sin embargo, al término de la Segunda Guerra Mundial, el rastro del verdugo de Miranda de Ebro se pierde para siempre. Si fue otro nazi más que vivió un dorado retiro americano bajo identidad distinta es uno de los grandes misterios de nuestra historia.
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