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Uno de los hechos trascendentales
originados por la guerra de España fue la presencia de unos cuarenta mil
hombres procedentes de cincuenta y tres países, que acudieron en defensa de la
República en lo que bien pudiera verse como la última de las grandes cruzadas.
Llegados a España desde los confines más apartados de la tierra, los hombres de
las Brigadas Internacionales se entregaron con generosa devoción a un ideal por
el que muchos hasta dieron su vida.
Tratando de explicar la razón de ser
de aquellos voluntarios, uno de los cronistas del batallón Lincoln, Robert
Rosenstone, escribiría: «Lo que
había en España era un gobierno elegido legalmente, democráticamente, luchando
contra un grupo de generales rebeldes y reaccionarios que deseaban impedir la
democracia y la reforma social. Lo que había allá era una República a la que
las «democracias» occidentales impidieron la adquisición de armamento para
defenderse, mientras que los gobiernos de Hitler y de Mussolini despachaban
aceleradamente hombres y material a sus enemigos. Es comprensible, entonces,
que la lucha de la República española por sobrevivir viniera a simbolizar la
defensa de todo lo que se consideraba bueno, justo y decente en la tradición
occidental contra la embestida violenta del barbarismo y la maldad».
Quizás este esquema pueda resultar demasiado simplificado, pero fue exactamente
la visión que empujó a España a aquellos voluntarios y que provocó a millones
de seres en el mundo a aplaudir su acción. En todo caso, su presencia en España
se debió no a un gusto por la guerra, sino al deseo de impedir otra de mayor
dimensión. Porque sintieron que si Hitler y Mussolini no eran frenados en
España, una guerra europea, mucho más amplia, sería inevitable. Después de tres
años de lucha del pueblo español, el ejército republicano se hundió finalmente
y Franco anunciaba su victoria el primero de abril de 1939.
Exactamente cinco meses más tarde, las
tropas de Hitler invadían Polonia, iniciándose la II Guerra Mundial. La
predicción de aquellos hombres había resultado correcta. Los recuerdos y
esperanzas de España, revelados en el legado de Abe Osheroff, representan
fielmente la generosa devoción a un ideal por parte de aquellos voluntarios
llegados a España desde los confines más apartados de la tierra, dispuestos a
defenderlo hasta la muerte. Como afirmó Ilya Ehrenburg, la experiencia de las
Brigadas Internacionales produjo una oleada inmensa de compañerismo, de
generosidad y sacrificio surgida de las profundas entrañas del pueblo y
permanecerá en la marcha hacia su total liberación como una épica inalterable.
I. EN CALIFORNIA CON ABE OSHEROFF
(...)
El nombre de Abe Osheroff ha saltado
del anonimato de su casa de Venice a la actualidad internacional, gracias a un
documental cinematográfico realizado en 1974 por el propio Osheroff, titulado
Dreams and Nightmares («Sueños y pesadillas», sería una traducción literal
española). La película, cuya línea narrativa adopta la forma autobiográfica,
relata su propia historia, la vida de un carpintero norteamericano, hijo de
judíos emigrantes, que vive de muchacho la época de la Depresión; pasa a Europa
y se alista voluntario para luchar contra el fascismo, primero en la guerra de
España, después en la mundial; años después regresa a España para revivir
nostálgicamente los lugares donde ha combatido; y observa la situación política
y social de los años setenta, los diversos aspectos de la oposición al
franquismo, la presencia de los Estados Unidos.
— Mi
propósito al hacer el film era el de informar a los jóvenes americanos sobre un
tema del que nada o muy poco sabían, el de la guerra civil española y el de la
participación americana en esa guerra, y contrastarlo con la actual
intervención de los Estados Unidos en España y con la complicidad de mi
gobierno con el régimen franquista. (...)
II. LA GRAN DEPRESION
Al comienzo del film, Abe Osheroff
evoca su infancia como hijo de un inmigrante ruso judío, en un ghetto del Lower
East Side, de Nueva York. Son los años peores de la Gran Depresión. Unos
fragmentos documentales excelentes exponen el trasfondo: hambre y desempleo,
obreros parados, obreros en huelga golpeados brutalmente por la policía,
reclamando puestos de trabajo o mejores salarios, luchando por su sindicación.
Es precisamente en esta atmósfera donde el joven Osheroff vive, crece,
conquista su conciencia social.
OSHEROFF (V. O.).—Yo nací en un ghetto
de Brooklyn. Mi padre era, de oficio, pintor; mi madre, costurera a destajo. Si
el sueño del emigrante —calles asfaltadas en oro— existía, mis padres se habían
equivocado de país. El lujo era, en verdad, escaso. Sólo lo poseían los ricos
de las zonas residenciales, extranjeros para nosotros. Pero al mismo tiempo,
nos hallábamos rodeados por otros extranjeros —italianos, polacos, irlandeses—
todos juntos, en un país nuevo, tratando de que les fuera bien. Lo único que
con ellos compartíamos, además de pobreza, era desconfianza y odio. Cruzar los
límites de nuestra vecindad era muy poco aconsejable y siempre peligroso. En
nuestro barrio, la gente hablaba mucho más de condiciones de trabajo y de
uniones que de sinagogas. A los doce años, presencié grandes demostraciones a
favor de Sacco y Vanzetti, dos trabajadores inmigrantes sentenciados a muerte
por sus actividades laborales. «¿Por
qué tenemos que pelear por estos macarroninis?» —pregunté—. «Porque un buen trabajador italiano es más
hermano nuestro que un patrono judío» —me dijeron—. Así crecí, y a
mi alrededor el mundo comenzó a ensancharse. En la escuela funcioné bien, pero
aprendí mucho más en las calles.
III. VOLUNTARIOS DE LA LIBERTAD
En julio de 1936, la noticia del
levantamiento militar en España contra el gobierno republicano, produjo
inmediatamente una reacción de solidaridad entre los pueblos. En Europa, los
partidos comunistas jugarían un papel esencial organizando la ayuda
internacional a la República. En octubre se constituían comités en casi todos
los países convocando a los voluntarios. El gran poeta inglés W. H. Auden,
describiría magistralmente la urgencia de la convocatoria:
«Muchos lo oyeron en remotas
penínsulas
en las mesetas somnolientas
en las desviadas islas pesqueras
y en el corrompido corazón de la
ciudad,
lo oyeron
y emigraron corno gaviotas
o corno las semillas de una flor.
Y cual erizos
se adhirieron
a los trenes expresos
cruzando velozmente
a través de las injustas tierras
a través de la noche
a través del túnel alpino.
Surcando los océanos.
O abriéndose camino con sus pasos.
Así, llegaron,
para ofrecer sus vidas.»
En Francia se constituyeron comités
para proceder a su reclutamiento y para facilitarles el paso a España,
formándose dos bases, una en Marsella, para el transporte por mar, y otra en
Perpignan, para el transporte terrestre por los Pirineos. La mayor parte llegaban
a Barcelona o a Alicante, donde las organizaciones del Frente Popular,
especialmente comunistas y socialistas, se hicieron cargo de la recepción de
voluntarios. El primer grupo llegaba a Albacete (lugar principal de
concentración y entrenamiento) el 12 de octubre de 1936. Italianos, franceses,
polacos, belgas, eslavos y angloamericanos fueron los primeros en iniciar la
instrucción. Dos días después la primera Brigada era constituida
(posteriormente llevaría el número XI), integrada por el batallón alemán
Thaelmann, el francés Comuna de París, el italiano Garibaldi y el polaco
Dombrowski. De esta forma, se organizaron hasta seis Brigadas Internacionales,
las numeradas XI, XII, XIII, XIV, XV y LXXXVI, esta última formada casi al fin
de la guerra. La XV Brigada se había formado con voluntarios llegados a
principios de 1937, especialmente con un gran contingente de ingleses,
canadienses y norteamericanos a los que se agregaron numerosos griegos,
eslavos, belgas y franceses. Con ellos se constituirían cuatro batallones (cada
uno con efectivos permanentes comprendidos entre 600 y 800 hombres), el inglés
(British Battalion), el Franco-Belga, el Dimitrov y el Abraham Lincoln, del
cual formaría parte Osheroff.
Los Lincoln,
Fuente: Cyrano's Journal Online |
IV. EL BATALLÓN «ABRAHAM LINCOLN»
Ya entrada la guerra, en respuesta a
unas preguntas de un periodista estadounidense, un oficial nacionalista
respondió: «Si tus compatriotas
vienen desde allá hasta aquí para luchar en una guerra que en nada les
concierne, entonces deben darse por enterados de que sus posibilidades de morir
son mayores que las de regresar sanos y salvos a sus casas a recibir la
reprimenda paternal». Para el oficial franquista, quien sin duda se
hallaba al corriente de la desigualdad de la lucha por el imponente apoyo del
fascismo europeo a los rebeldes, no debía resultar muy difícil aventurar ese
pronóstico. Porque, efectivamente, aproximadamente la mitad de los 3.300
voluntarios norteamericanos habrían de morir en combate, permaneciendo en suelo
español para siempre. Y el 80 por 100 de los sobrevivientes, Osheroff entre
ellos, resultarían heridos. Pero lo que el oficial posiblemente nunca pudo llegar
a entender es el sentimiento de solidaridad de aquellos extranjeros, ni los
motivos que les llevaron a abandonarlo todo, país, familia, posición, futuro,
para luchar en la guerra de España.
Una ojeada al historial de esos
hombres muestra que la lucha de las uniones de trabajadores en los días de la
Depresión fue un fermento constante de voluntarios. Más de mil miembros del
batallón Lincoln habían intervenido en las huelgas de los años treinta y
experimentado la violencia y la capacidad represiva del sistema, las bombas
lacrimógenas, los porrazos de la policía, los disparos a la multitud...; habían
pasado por un período de extrema dureza para la clase trabajadora, cuando los
obreros luchaban por su sindicación mientras los patronos y empresarios se
resistían obstinadamente usando policía privada, asesinos pagados, espías y
agentes provocadores, rompedores de huelgas.
Mientras algunas compañías, como la
United States Steel, habían reconocido sin lucha a las uniones, tardó mucho
tiempo y se ejerció mucha violencia hasta que otras lo hicieron, tales como la
Ford, General Motors o la Armour, sucediéndose los enfrentamientos entre
policías y trabajadores, muchas veces a muerte. Por eso, al estallar la guerra
de España, y una vez convencidos éstos de que los rebeldes representaban los
mismos intereses que habían tratado de impedir su sindicación, resulta
explicable que se hallaran listos para luchar contra el enemigo, donde quiera
que éste se hallase.
La mayor parte de los Lincoln
procedían, por consiguiente, de las clases populares; sus ocupaciones incluían
una gran variedad (electricistas, operarios de fábricas, plomeros, carpinteros,
ferroviarios, taxistas, obreros de la construcción...) y, en su mayoría,
procedían de los grandes centros industriales y urbanos, tales como Nueva York,
Los Angeles, Pittsburgh, San Francisco, Detroit... aunque, curiosamente, por
oficios, el grupo mayor era de marineros, aproximadamente 500, según cifras
facilitadas por la Unión Marítima Nacional. Los sociólogos americanos
propusieron varias interpretaciones para explicar el hecho: Que era debido a la
tendencia entre los marineros a desarrollar ideas radicales, por vivir dentro
de sus propias comunidades fuera de una influencia conservadora de un estrato
social de clases medias; o porque los marineros gozaban de tiempo libre para
leer y pensar en el mundo y porque, debido a sus viajes, se hallaban
familiarizados con diferentes formas de explotación... En todo caso, su radicalismo
de los treinta podría haber sido consecuencia directa de las condiciones
miserables de los barcos, de los bajos salarios y de las largas jornadas de
trabajo, de la experiencia de la represión.
Algunos eran simplemente parados. No
en vano, más de nueve millones de trabajadores en 1937 andaban en los Estados
Unidos buscando trabajo. Frank Rogers, veterano del batallón Lincoln,
explicaría así su situación: «Soy
hijo de un minero de carbón que conoció la pobreza desde niño. Polvo y humo
fueron mi dieta, cada día, desde mi infancia. Aunque lo intenté varias veces,
no pude ir a la universidad. Trabajé duro, diligentemente, pero en la Depresión
fui despedido. La verdad es que no puedo culpar a mi jefe, quien también perdió
su pequeño negocio. Tal vez es cierto que si, hubiera tenido dinero y trabajo
no habría ido a España. Pero les aseguro que no se trataba, simplemente, de una
aventura... Yo, sinceramente, creí que era posible construir un mundo mejor que
en el que yo vivía...»
Aunque la mayor parte procedían de las
clases trabajadoras, los había también profesionales de las clases medias,
médicos, abogados, periodistas... y aun de ricas y prominentes familias, como
Ralph Thornton, miembro de una de las «mejores» familias de Pittsburgh, Owen
Appleton, doctorado con honores por la universidad de Harvard y miembro de un
poderoso clan de la banca en Massachusetts, o David McKelvy White, catedrático
de Brooklyn College, cuyo padre fue gobernador de Ohio y director de la campaña
presidencial de Cox en 1920. Había también entre los Lincoln un buen número de
estudiantes o recién licenciados, cerca de 500. La universidad se había
mantenido alerta y sensible a la gran crisis económica y social producida
durante la Depresión. Las ideas socialistas y comunistas marcaban el carácter y
el tono del movimiento estudiantil en casi todos los campus del país.
Probablemente eran rasgos de esa preocupación común la dificultad para
relacionar la vida de los estudios académicos con la del mundo real, junto a un
sentimiento de frustración por no poder incidir eficazmente en la sociedad y la
amargura producida por la brutal revelación de la verdadera sustancia del
american dream. Uno de los compañeros de Osheroff, Edwin Rolfe, antes de
alistarse en las Brigadas había expresado poéticamente ese sentimiento, con
motivo de pasar unos días de vacaciones en el campo:
«Aquí el silencio es engañoso,
las flores un fraude,
contaminadas
las claras aguas del arroyo;
vivir aquí es una mentira.»
Lo mismo que Rolfe, los hombres más
sensibles de aquella generación se sintieron desgarrados entre sus deseos y
proyectos personales y la realidad social circundante, llegando a la certeza de
que no eran aquellos tiempos propicios para practicar la autocomplacencia.
Acudir al llamamiento de España, en esas circunstancias, suponía como una
consciente decisión de detener o de abrazar el caos, antes de que éste les
devorara sin moverse de casa. Alvah Bessie se justificó con estas dos razones:
su propia integridad y poner su fuerza individual al servicio de la lucha
contra nuestro eterno enemigo, la opresión. Para Murray Kempton, España era en
aquel tiempo una realidad que transformaba al individuo, «el que había estado allí, no podía ser el
mismo otra vez». El propio Edwin Rolfe escribía a su casa que
aunque no siempre se hallaba contento y feliz en España, «no lo habría cambiado por nada en el mundo».
Para estos jóvenes estudiantes e
intelectuales, que si en algo se excedían era en generosidad y en sacrificio, y
si de algo carecían era de experiencias vitales y sociales concretas, la guerra
de España significó, en el plano político, una lección de la tremenda
dificultad y complejidad de la lucha de los pueblos contra la injusticia y la
opresión, y en el individual, una superación de los valores heredados, una
reconstrucción de la propia imagen, una valiente y lúcida indagación en el ser.
OSHEROFF (O. C.). — En Washington,
Franklin D. Roosevelt había firmado el Acta de Neutralidad, prohibiendo la
venta de armas al gobierno legítimo de España. No hacía sino seguir la pauta
marcada por los gobiernos de Francia e Inglaterra que habían maquinado un
Comité de No-Intervención. Se trataba de una hipócrita farsa, ya que los otros
miembros eran, nada menos, que Italia y Alemania. Mi pasaporte era lo
suficientemente explícito: No válido para viajar a España. Ir a España era, por
tanto, infringir la ley. Pero también lo había hecho Texaco, enviando a Franco
dos millones de toneladas de gasolina; Dupont, enviando 60.000 bombas aéreas, y
la General Motors, que le envió 14.000 camiones y vehículos pesados. Por
consiguiente, no existía un dilema moral para mí. Llegar a Francia fue bastante
fácil. Pero el gobierno francés, cumpliendo a rajatabla su política de «no
intervención», había cerrado los Pirineos.
OSHEROFF (V. O.).—Una noche, con otros
200 voluntarios, embarqué para España. A 40 millas de Barcelona, bajo la
vigilancia de la llamada patrulla de no intervención, la guerra se nos vino
encima. Se trataba de un torpedo italiano. 80 hombres murieron. Yo alcancé
nadando la costa española.
En la base de entrenamiento nos
hallábamos sobrados de charlas pero menguados de provisiones y armamento. Nada
de exquisiteces en la comida para un buen paladar. Algún que otro guisado de
burro nos sería después de grata memoria. Marchábamos, sin cesar, arriba y
abajo, pero existían muy pocos indicios de nuestra futura capacidad de lucha.
OSHEROFF (V. O.).—Transcurrido un mes,
ya nos considerábamos veteranos. El ejército republicano se hallaba en la
ofensiva de Aragón. Acabábamos de tomar Quinto de Ebro. En ruta hacia Belchite,
comprobé que la mitad de los hombres con quienes me había entrenado habían
muerto o se hallaban heridos.
V. BELCHITE
En el verano del 37 los rebeldes
habían comenzado la ofensiva en el norte, en la región de Santander y en la de
Asturias, y para ayudar a los republicanos se inició en agosto una acción de
gran envergadura en Aragón, en un amplio frente desde Huesca, 70 kilómetros al
norte de Zaragoza, hasta Belchite, 50 kilómetros al sudeste de la capital
aragonesa. La toma de Belchite había sido considerada de gran importancia.
Estratégicamente situada, ofrecía la posibilidad de aislar Teruel, por el sur,
y por el norte a Zaragoza. Aproximadamente 2.000 soldados se hallaban
concentrados en la defensa de Belchite, cifra que comprendía la guarnición
regular más los sobrevivientes de los pueblos recientemente conquistados por
los republicanos (Quinto de Ebro, Codo y Mediana), y entre ellos un número
indeterminado de carlistas, falangistas y moros, que habrían sido absorbidos
para la defensa de la ciudad. Por el lado republicano, el asalto lo realizaron
las Brigadas Internacionales XI y XV, dos batallones de la 25 División
(anarquista), la Brigada CLIII y un batallón de guardias de asalto. El ataque,
sin preparación artillera, comenzó el 24 de agosto, pero el gran asalto se
iniciaría el día 30 y se extendió hasta el 6 de septiembre.
El avance se realizó a través de una
serie de viñedos, olivares y terrazas donde los soldados republicanos eran sistemáticamente
bombardeados por los Junquers de la aviación nacionalista. Incluso un pueblo,
Codo, que se hallaba desierto (había sido tomado y luego abandonado por los
republicanos), fue también arrasado. Luis Bolin, un piloto hispano-británico y
cronista de la guerra civil que en julio del 36 había organizado y dirigido el
vuelo de Franco desde Canarias a Marruecos, afirma que «los rojos, hostigados
por la aviación nacional, que acudió en masa para destruirles, perdieron 20.000
hombres». El periodista soviético Mijail Koltsov, que se encontraba allí,
relata de este modo su experiencia y visión de los bombardeos: «El batallón se
dispersa gritando por el campo. El comisario grita «¡Seguidme!» y arrastra a
los hombres hacia la pendiente de la colina. En general, estar tumbado en la
pendiente es preferible: hay menos peligro de que caigan encima las bombas y
los casquetes. Pero es mucho mejor pararse y —sobre todo cuando el avión está
cerca— contemplar tranquilo la línea de su vuelo. De esta línea, que coincide con
la dirección de la serie de bombas que caen, hay que huir en sentido
perpendicular y a los cincuenta metros, la bomba ya no mata. El comisario
vacila y corre hacia nosotros. Esto le ha salvado». Los que sobrevivían
proseguían el avance frente a un fuego intenso y devastador procedente de la
iglesia de San Agustín. En la estrategia de los defensores de Belchite, al
igual que en Codo, en Villanueva, en Quinto y en tantos otros sitios, la
iglesia cumplía la función de fortaleza, de forma que se hacía indispensable la
toma de la iglesia para tomar el pueblo. De este modo, se realizaron varios
asaltos infructuosos. Según el relato de Manny Lancer, comandante de la
compañía de ametralladoras, «cuando nuestra artillería bombardeaba la iglesia,
los fascistas corrían a esconderse en los refugios del pueblo. Pero cuando se
iniciaba un asalto, aprovechaban el cese del bombardeo para tomar de nuevo
posiciones en sus muros, situándose en los parapetos que habían construido en
puertas y ventanas. Sus ametralladoras podían entonces fácilmente repeler
nuestros ataques». Al llegar la noche del quinto día, Belchite era una
monstruosa casa de muerte, de destrucción y llamas. Nada más aleccionador que
la descripción de la escena por Malcoln Dunbar, uno de los sobrevivientes: «Belchite
presentaba un cuadro de horrores de la guerra que el film más espectacular de
Hollywood no podría jamás emular. Varios edificios ardían y se desmoronaban.
Las llamas se elevaban agitadamente, formándose en lo alto como un velo
mortuorio de humo ennegrecido. La brisa del verano venteaba por el campo el
hedor intenso y nauseabundo de cadáveres de animales y de seres humanos. Sobre
el crujido de las llamas, podían escucharse gritos y lamentos maníacos que
procedían de algunas criaturas dementes, cuyos nervios ya no habían podido
soportar más tiempo tal horror». Al sexto día, la ciudad finalmente fue tomada,
tras un combate de calle en calle, de casa en casa, de fortificación en
fortificación, tras intensa lucha de rifle a rifle y, en algunos casos, de
bayoneta a bayoneta. Avanzada la noche, tras varios días de intenso calor y
cielo despejado, comienzan a refulgir brillantes y cegadores relámpagos. «Al
fin llueve —indica Koltsov en su diario—. La lluvia comienza a caer primero
débilmente, luego rocía cada vez con más fuerza esta tierra aragonesa, reseca,
tosca, hasta ahora regada únicamente con sangre.»
Respecto a los sitiados, es evidente
la desesperada resistencia con que se opusieron al asalto. El periodista
Herbert Matthews los elogiaría sin reservas: «Ninguno de los oficiales con los
que yo hablé escatimó su tributo a las cualidades combativas de carlistas,
falangistas y de algunos moros, que hicieron de Belchite un galardón tan
difícil de ganar. Las tropas regulares no lo hicieron tan bien como aquéllos, y
los prisioneros tomados eran casi todos de esa clase». Por su parte, Hemingway,
que también se hallaba en el frente de Aragón en septiembre, afirmó: «Estos hombres lucharon desesperadamente,
bravamente... en verdad que, tras una batalla como ésta, resulta muy difícil
clasificar como histórico, o por el contrario como valeroso, al regimiento
derrotado».
Los sitiados habían recibido, por las
noches, suministro (alimentos, aguas, municiones) por los mismos Junquers que,
durante el día, bombardeaban a los republicanos. El mando rebelde, que por
radio dirigía las operaciones contra la ofensiva, después de dirigir a los
sobrevivientes de las guarniciones vecinas de Quinto, Codo y Mediana a
Belchite, les había dado la orden de defenderse a toda costa, prometiendo ayuda
inmediata. Quienes se negaron a combatir, fueron ejecutados. Muchos fueron los
compañeros de Osheroff que cayeron en el asalto: Wallace Burton, que dirigió
uno de los últimos asaltos a la iglesia, muerto en el acto, de un balazo; Henry
Eaton, joven californiano, ametrallado; Paul Block, comandante de los restos de
la 3.a compañía, mortalmente herido en combate; Daniel Hutner, estudiante de la
NYU, atrapado en el fuego de un francotirador, y tantos otros. Uno de los
primeros en caer fue Sam Levinger, hijo de rabí y poeta de Ohio. Siendo
estudiante de la universidad de su Estado, ingresó en la Liga de Jóvenes
Socialistas y repartió su tiempo entre clases y biblioteca, y las marchas con
los trabajadores. Levinger fue uno de tantos a quien el nacimiento del fascismo
europeo pareció amenazar su propio mundo. La revuelta de los generales le
produjo el sentimiento de que «la causa de España era la de América». No esperó
a graduarse y en enero del 37, a los 21 años, se alistaba en las Brigadas
Internacionales. Sólo unos días antes de morir en Belchite, escribía estos
versos:
«Compañeros
larga es la guerra, sangrante la
batalla.
Pero carguemos de nuevo nuestras armas
y ascendamos por la pendiente
empujando con fuerza
bayoneta calada
hacia la lejana colina.
Los que nos sobrevivan
verán la yerba verde
un país reluciente
un resplandor de estrellas
y aquellos
que cargaban firmemente sus armas
serán para siempre recordados
y de la roja sangre
emergerán pináculos blancos.»
Otro de los Lincoln, el mayor Robert
Merriman, que llegó a ser jefe de Estado Mayor de la XV Brigada, fue uno de los
héroes de la batalla de Belchite. Hijo de leñador y de escritora, estudiante
primero en la universidad de Nevada, después en la de Berkeley, pasó a Moscú,
becado, para completar sus estudios de agricultura. El estallido de la guerra
civil le cogió en Europa y lo abandonó todo para pasar a España.
Diferentes testigos coinciden en el
mismo relato: Dirigió el tercer asalto a la enorme estructura de la iglesia y
mientras corría una granada le explotó muy cerca, penetrándole esquirlas en su
cara y sus brazos. Se le pidió que retrocediera a la retaguardia, negándose a
ello, y salpicando sangre condujo sus tropas en el sexto y último asalto,
siendo herido seis veces por francotiradores. Al fin, penetró en la iglesia,
con un rostro radiante pero ennegrecido por el humo, y sólo entonces permitió
que se le vendaran sus heridas. Meses después, el 3 de abril de 1938, sería
atrapado en una emboscada en el frente de Gandesa, dándosele oficialmente por
desaparecido. De casi dos metros de altura, de porte militar y frente
despejada, Robert Merriman merece ser considerado como un supremo ejemplo del
intelectual como hombre de acción.
Al amanecer del día siguiente, el viento
barrió las nubes, se llevó el polvo, limpió el horizonte y los republicanos
pudieron divisar, en la lejanía, la masa sombría de Zaragoza, el hermoso perfil
de sus torres, de sus campanarios. Pero los nacionales trasladarían allí sus
mejores tropas para no perder la ciudad y estas victorias aisladas en tierra
aragonesa no servirían para salvar al norte que, a fines de octubre, había
caído ya bajo el control absoluto de los militares rebeldes.
Miembros
de la Brigada Lincoln tras la toma
de Quinto de Ebro (Zaragoza). |
Pocos días después, en un avance a
campo abierto sobre Fuentes de Ebro, frente a un intenso fuego de
ametralladora, Abe Osheroff sintió de pronto como un terrible martillazo en la
pierna que le lanzó por el suelo, rodando. Su rodilla estaba destrozada. Años
más tarde sólo acertaría a recordar «un sentimiento de alivio en la ambulancia
y, también, una cierta vergüenza por ese sentimiento».
VI. AISLAMIENTO Y REPRESIÓN
OSHEROFF (V. O.).—La II Guerra
Mundial, que había comenzado en España, se extendía por toda Europa. Ahora
Roosevelt admitía al fin que el error más grave de su política exterior era no
haber acudido en ayuda de la República española. Cuando los Estados Unidos
entraron en la guerra, yo me alisté de voluntario, como lo hicieron todos los
veteranos del batallón Lincoln hábiles para combate. Todos nosotros luchamos
con la convicción de que la derrota de Hitler y de Mussolini acarrearía la
caída de Franco. Pues España, supuestamente neutral, había enviado dos
divisiones al frente ruso. Mussolini cayó. Hitler cayó. Y nosotros, vencedores
del fascismo en Europa, esperábamos con ansiedad las noticias de España
anunciando la caída de Franco. Pero no ocurrió, y no podíamos creerlo. ¿Cómo
era posible que el fascismo pudiera sobrevivir cuando tantos habían pagado con
sus vidas para detenerlo?
DR. GABRIEL JACKSON (O. C.).— Al final
de la II Guerra Mundial, ciertamente parecía que la hora de Franco había
llegado. Mussolini había sido linchado. Hitler estaba muerto en un búnker de
Berlín. Franco ya había preparado las maletas. Las guerrillas españolas, desde
Francia, comenzaban a cruzar las fronteras, muchos de ellos eran veteranos de
la guerra civil y de la mundial y habían luchado en los maquis franceses. En
este período, es casi seguro que fueron los americanos y aún más los ingleses
quienes salvaron a Franco. Yo, realmente, creo que ésta es la razón para
explicar la supervivencia de Franco. Junto a otras, por supuesto, el poderoso y
tremendo sistema represivo, el ejército, todo lo cual estaba en sus manos. Ya
sé que cuando se habla de represión a los americanos, es difícil para ellos
imaginar que en una nación de 25 millones, unas doscientas mil personas o más
fueran ejecutadas por un gobierno represivo y como consecuencia de una guerra
civil. Pero así fue.
ABE OSHEROFF (V. O.).—En los años de
la posguerra, más de doscientos mil españoles fueron hechos prisioneros, y la
mitad de ellos moriría en las cárceles.
(...)
OSHEROFF (V. O.).—El país estaba
destruido, la mayoría de la población, hambrienta, el campo, desolado. La
comunidad europea había condenado al régimen franquista y las Naciones Unidas
se negaron a reconocerlo o a aceptarlo. Franco se hallaba aislado.
(...)
VIII. EL REGRESO
Una idea, que llegó a hacerse
obsesiva, le había asaltado a Osheroff en los últimos años: ¿Fue todo en vano?
En España podría comprobar si el sacrificio de sus compañeros, de tantos miles
de jóvenes, había sido realmente inútil. Y, además, significaría como buscar su
propia validez personal. Al llegar, hace primero un nostálgico recorrido por
los viejos y entrañables lugares, Malgrat, Barcelona, Belchite, Madrid,
buscando la huella de sus pasados ideales y de su juventud. Esos momentos
rememorativos son recogidos en las primeras imágenes del film.
OSHEROFF (V.O.).—¡Belchite!... ¿Esto
es Belchite? ¿No ha cambiado nada?... Parece que fue ayer cuando luchábamos
aquí... ¿Dónde estáis mis amigos y compañeros de combate? ¿Dónde estás, Dannie
Hutner? ¡Muerto en una emboscada, de un balazo!... ¿ Y tú, Paul Block?
¡Destrozado en un bombardeo!... ¿Y Wally Burton? ¡Muerto en el asalto a la
iglesial... ¿Y todos los otros? ¿Es posible que todos vuestros sueños murieran
aquí, con vosotros? ¿Fue todo en vano? ¿Son éstas las lápidas de todo aquello
por lo que luchasteis? Tú ya no puedes contestarte, Dannie,, ni tú, Paul, ni tú
tampoco, Wallv... Pero, ¿y mi propia vida, las ilusiones y esperanzas que me
llevaron a Belchite?
En España, Osheroff buscó, indagó,
investigó y encontró una creciente oposición por todas partes, entre los
trabajadores organizados en Comisiones Obreras, en las constantes huelgas
contra sindicatos franquistas, entre los profesionales, intelectuales, estudiantes,
y una profunda desilusión entre los estamentos tradicionalmente del régimen,
entre los sacerdotes, incluso entre los militares.
(...)
XII. VETERANOS DE LA LINCOLN BRIGADE
Aproximadamente 350 veteranos residen
hoy en los Estados Unidos, organizados en el llamado Veterans of the Abraham
Lincoln Brigade, editan un periódico titulado The Volunteer, se reúnen
anualmente, en general en las grandes ciudades como Los Angeles o Nueva York, y
permanecen activos, a través del tiempo, en su lucha contra el fascismo. Sus
miembros, aunque pertenecen a distintas creencias y tendencias políticas,
poseen algo esencial en común: Su profunda devoción por la causa de la libertad
y de la democracia en España. Año tras año, han venido manifestando activamente
su oposición al apoyo de Estados Unidos al régimen de Franco, han organizado
demostraciones a favor de los presos políticos y han ayudado económicamente a
los españoles más necesitados en el exilio.
La terrible «caza de brujas», en la
época del macartismo, supondría para estos hombres desdichas y penalidades sin
cuento: interrogatorios, listas negras, persecuciones, pérdida del trabajo,
incluso la humillación de ser oficialmente clasificados corno
premature-antifascists, eufemismo para caracterizar a los derrotados en la
guerra de España (si hubieran vencido, tal vez habrían sido clasificados corno
héroes o como precursores).
Pero para las nuevas generaciones
americanas radicalizadas en las luchas de los sesenta, los Lincoln vinieron a
ser como una especie de padres espirituales y de verdaderos héroes anónimos de
una guerra ya lejana en el tiempo pero todavía llena de sentido y de
significación. En la marcha sobre el Pentágono del otoño del 67, un pequeño
grupo de veteranos se materializó e hizo visible entre la gran masa de
manifestantes que les reconoció y les rindió homenaje. La Nueva Izquierda había
sabido descubrir en aquellos hombres, mezcla de historia y de leyenda, el
símbolo de una vieja causa con la que todavía podían identificarse.
—¿Por qué había de sentirme
desilusionado?
Ni un solo acto de mi vida fue tan
significativo para mí como el haber luchado junto a mis hermanos españoles
republicanos. Siempre me he sentido orgulloso y me he considerado afortunado de
haberme hallado allí, cuando el pueblo español estaba escribiendo una de las
páginas más gloriosas en la lucha por la liberación. Tengo un solo pesar:
Perdimos. O mejor, fuimos traicionados. Y hasta hoy, el dolor de esa derrota
persiste, y la cicatriz permanecerá conmigo para siempre. Verdaderamente, yo no
he sentido mi experiencia española como un sacrificio. Pues allí recibí mucho
más de lo que yo pude haber llevado: una lección inolvidable de dignidad, de
coraje y de compañerismo. Una de mis ilusiones más profundas y más entrañables es
regresar un día a España y ver a un pueblo libre convirtiendo, al fin, un viejo
sueño en realidad.
Alberto Castilla
Tiempo de Historia nº. 30
Mayo 1977
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Publicado por María Torres para Búscame en el ciclo de la vida el 11/29/2012 10:00:00 a.m.
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