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Acostumbro a decirlo con muchísima frecuencia que la lectura es una de las actividades más gozosas y provechosas a la que podemos dedicar el tiempo libre. Si además son obras de algunos autores por los que sientes especialmente predilección, al sentirte muy identificado con su línea de pensamiento, ya no solo es gozo, es mucho más, es un indescriptible placer. Reconozco, no sé si por deformación profesional al ser profesor de historia, que no suelo leer novelas en las que suele prevalecer la ficción- también las hay históricas-, ya que me inclino por obras más tipo ensayo de carácter socio-político. Uno de mis preferidos es Azaña, que debería ser más conocido por parte de los españoles, entre otras razones porque pocos como él se sintió más profundamente español y también pocos como él dedicó tanto tiempo de su vida a indagar sobre cuáles eran los problemas de su patria y buscar las soluciones adecuadas y razonables para corregirlos. Que un personaje de este nivel todavía permanezca enterrado lejos de su tierra, no deja de ser lamentable. En cambio, otros que han hecho tanto daño reposan en una suntuosa y faraónica tumba en el mismo centro de nuestra piel de toro. Mas no es de esta cuestión de la que quiero hablar ahora.
Azaña además de por lo que dice, con unos mensajes impregnados de valores éticos y de gran calado político, es impresionante por el cómo los dice, con un gran dominio de nuestra lengua y una riqueza de vocabulario muy difícil de superar. Según Antonio Machado, Azaña es maestro en el difícil arte de la palabra: sabe decir bien cuanto quiere decir, y es maestro en un arte más excelso que el puramente literario y mucho más difícil: sabe decir bien lo que debe decirse. Fue un extraordinario parlamentario. Según Salvador de Madariaga: “Azaña ha sido el orador parlamentario más insigne que ha conocido España.” Sus discursos tienen profundidad política, así como belleza y trabazón formal. Destacan los pronunciados en las Cortes: el 13 de diciembre de 1931 sobre Política religiosa; el 2 de diciembre de 1931 sobre Política Militar; el 27 de mayo de 1932 sobre El Estatuto de Cataluña; y el 18 de julio de 1938, en el Ayuntamiento de Barcelona, titulado Paz, Piedad y Perdón. Uno, no tan conocido, pronunciado el 21 de abril de 1934 en la Sociedad del Sitio de Bilbao, titulado Un Quijote sin celada, es un extraordinario alegato de la política con mayúscula, y que nuestros políticos actuales deberían leerlo para que conocieran cuáles son los principios que deben impregnar su ejercicio. Azaña los tiene muy claros “Los auténticos, los de verdad son la percepción de la continuidad histórica, de la duración, es la observación directa y personal del ambiente que nos circunda, observación respaldada por el sentimiento de justicia, que es el gran motor de todas las innovaciones de las sociedades humanas. De la composición y combinación de los tres elementos sale determinado el ser de un político. He aquí la emoción política. Con ella el ánimo del político se enardece como el ánimo de un artista al contemplar una concepción bella, y dice: vamos a dirigirnos a esta obra, a mejorar esto, a elevar a este pueblo, y si es posible a engrandecerlo”. Igual que los actuales.
Y sobre todo, La Velada de Benicarló una de las obras más importantes del pensamiento político español. El tema fundamental es la guerra fratricida, indagando en las razones de semejante hecatombe, como también sacar consecuencias para el día después, ya que en la nota preliminar sus últimas palabras se refieren al consuelo y a la esperanza. En este libro devastador Azaña vertió los sentimientos de tristeza, angustia, abatimiento y pesimismo con que reaccionó ante el levantamiento militar del 18 de julio de 1936. Todavía más desesperanzado cuando el Gobierno de la República es abandonado por las democracias occidentales. Es un acto de desesperación, porque su alma está destrozada al contemplar cómo los españoles se están matando sin piedad. Por ello hace decir a Lluch: "¡Utilidad de la matanza! Parecen ustedes secuaces del Dios hebraico que, para su gloria espachurra a los hombres como el pisador espachurra las uvas, y la sangre le salpica los muslos. Vista la prisa que se dan a matar, busco el punto que podrá cesar la matanza, lograda la utilidad o la gloria que se espera de ella. No la encuentro-" Los culpables de la tragedia para Blanchart:"En nuestro país, violento, intolerante, sin disciplina, los generales menores de sesenta años son un peligro nacional". Los enemigos de la República para Garcés: "Enumerados por orden de su importancia: la política franco-inglesa, la intervención armada de Italia y Alemania; los desmanes, la indisciplina y los fines subalternos que han menoscabado la reputación de la República y la autoridad del Gobierno; por último, las fuerzas propias de los rebeldes..." Las diferencias de la represión segúnMarón: "Con una diferencia importante. En esta zona, las atrocidades cometidas en represalia de la sublevación, o aprovechándola para venganzas innobles, ocurrían a pesar del Gobierno, inerme e impotente. En la España dominada por los rebeldes y los extranjeros, los crímenes, parte de un plan político de regeneración nacional, se cometían y se cometen con aprobación de las autoridades". Son las grandes cuestiones: ¿Cómo y por qué se matan entre sí los españoles? ¿La violencia es innata en nuestro ser nacional? De ahí la pregunta de Garcés: "¿Qué aberración fascinante arrastra a los promotores de este crimen contra la nación y a quienes la secundan? Una porción de españoles ha pedido y admitido la entrada de los ejércitos extranjeros. Con tal de reventar a los demás compatriotas, entregan la Península a un conquistador. Estas pequeñas pinceladas nos indican que estamos ante una de las obras más importantes del pensamiento político español, el mejor documento quizá sobre la República y sobre nuestra guerra civil. Por ello, debería ser de lectura obligatoria para los estudiantes de secundaria.
La obra de Azaña es inabordable, mas quiero acabar con otra referencia a uno de sus discursos tempranos, cuando tenía 31 años. Sirviéndome de la Obras Completas de Manuel Azaña, edición con seis volúmenes, tras una labor de investigación impresionante de Santos Juliá, acabo de leer el pronunciado un 11 de septiembre de 1911, titulado “El problema español”, en la Casa del Pueblo de su ciudad natal Alcalá de Henares, y que he tenido que estar consultando continuamente el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, para conocer el significado de algunas palabras: pazguato, flor de estufa, mojiganga, dalmática, recamado… Además me han impresionado algunos de sus fragmentos por su vigente actualidad, como si algunos de los problemas de esta nuestra querida España continuaran siendo los mismos cien años después.
Uno de los hechos más destacados desde hace unos meses en nuestro país ha sido la irrupción, totalmente justificada, del movimiento de los indignados del 15-M, que han ocupado las plazas de muchas de nuestras ciudades. En el discurso susodicho Azaña apela al pueblo español para que reaccione y salga del sopor en el que parece haber caído con estas palabras que podrían ser leídas hoy mismo en la Puerta del Sol: “Además nos impulsa otro sentimiento: nos impulsa la indignación. ¿Vosotros no la sentís? ¿Vamos a consentir siempre que la púrpura cuelgue de hombros infames? ¿Vamos a consentir que la inmensa manada de los vividores, de los advenedizos manchados de cieno usurpe la representación de un pueblo y lo destroce para saciar su codicia? En nuestro museo han entrado unos pícaros y la dalmática más espléndida, recamada por una historia ilustre, la van deshilachando para remendarse los calzones”.
Una de las peticiones de los indignados es la de regenerar, revitalizar y darle nuevos bríos a nuestro democracia, que se ha quedado oxidada tras estos 30 años de un ejercicio autocomplaciente, como si fuera suficiente con votar cada 4 años. No son en absoluto antisistema, como desde algunos medios de información o algunas fuerzas políticas nos han querido hacer ver. Por ello, otras palabras de Azaña tienen plena vigencia hoy: “En lo político necesitamos, como una condición indispensable, la revisión de todas las instituciones democráticas en nombre de su principio de origen, limpiándolas, purificándolas de todos los falsos valores que sobre ella se han creado…¿Democracia hemos dicho? Pues democracia. No caeremos en la ridícula aprensión de tenerla miedo: restaurémosla, o mejor, implantémosla, arrancando de sus esenciales formas todas las excrecencias que la desfiguren”. Todo ciudadano medianamente informado conoce cuáles son esas excrecencias que deberían ser eliminadas para dar nueva vida a nuestra democracia: listas abiertas, funcionamiento interno democrático de los partidos, modificación del sistema de representación, responsabilidad de los políticos, cumplimiento de los programas electorales, eliminación de la corrupción, independencia de la política de la economía…
En estos momentos de vigencia plena e implacable del neoliberalismo, que defiende a ultranza la liberación de las fuerzas del mercado con una desorbitada apología de lo privado y un ataque despiadado al Estado, se está generando un nuevo mundo en el que la justicia, la igualdad, la solidaridad están cada vez más ausentes. Entiendo quese hace inevitable reconstruir la defensa del Estado activista tan vilipendiado, porque son precisamente los más débiles los que más lo necesitan. De nuevo Azaña: “Ese inmenso poder del Estado debe encaminarse en pro de nuestra obra; queremos infundir en ese organismo sangre nueva, para que el mismo Estado sea el que dispense la última y definitiva justicia. Porque de él, de ese Estado, con todos sus defectos de organización, con su ceguedad y su parsimonia, es del único Dios de quien podemos esperar que ese milagro se verifiqué. ¿De quién, si no, vamos a recibir la justicia? ¿O esperamos, acaso, que el codicioso, el explotador, el privilegiado renuncien voluntariamente a su privilegio, a su explotación o a su codicia? Nunca se vio tal…”
En nuestra sociedad a su vez se está produciendo un dramático e irreversible descontento de la ciudadanía con la consiguiente desafección hacia la política, que se plasma en unas cifras cada vez mayores de la abstención en los distintos procesos electorales. No me parece esta la solución, como tampoco le parecía a Azaña: “Proclamada la soberanía de la nación, dentro de ella estamos y de ella participamos todos, sin que ningún poder se alce para disputarla. Pero esa soberanía que reside en nosotros, que está a la merced del mayor número, es necesario ejercerla: cuando se abandona en medio de la calle el primer truhán que pase la recogerá y se adornará con ella…”
Quiero finalizar con una cita muy adecuada para el tema de estas líneas, del Conde de Romanones, al que criticó duramente nuestro Azaña: “La característica de los genios es la de ser contemporáneos de todas las edades”.
Cándido Marquesan Millán
Fuente: www.nuevatribuna.es
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