dilluns, 3 d’octubre del 2016

El holocausto leonés.

http://www.diariodeleon.es/noticias/cultura/holocausto-leones_1103378.html




El tiempo y la historia oficial han echado una palada de olvido sobre una de las páginas más siniestras: el holocausto leonés. La ciudad, que en 1936 contaba sólo con 29.337 habitantes, tuvo nada menos que tres campos de concentración, por los que desfilaron miles de personas, la mayoría camino de la ejecución.

02/10/2016
  • El campo de concentración de San Marcos y postal  enviada a un preso. - DEL LIBRO ‘UN VIEJO LEÓN MUY PRESTOSO’
    El campo de concentración de San Marcos y postal enviada a un preso. - DEL LIBRO ‘UN VIEJO LEÓN MUY PRESTOSO’
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VERÓNICA VIÑAS | LEÓN
San Marcos, uno de los campos de concentración más terroríficos del franquismo, ha desvanecido de la historia otros dos que funcionaron como ‘anexos’ debido al hacinamiento de un edificio del siglo XVI, joya del plateresco, cuyo interior no reunía las condiciones mínimas para albergar, en su momento álgido, a 7.000 hombres y 300 mujeres, a partir de 1938, tras la caída del Frente Norte.
Si poco conocido es el campo de concentración del barrio de Santa Ana, situado a unos 200 metros de la iglesia, entre las calles Páramo, Santo Tirso, Santa Ana y Raimundo Rodríguez, habilitado en la vieja fábrica de curtidos de la familia Lescún y que dio alojamiento a medio millar de reclusos republicanos, la mayoría procedentes de Cataluña, hubo un tercero —sin contar la prisión provincial (en Puerta Castillo)— que ni siquiera aparece en el censo oficial.
El antiguo Hospicio, que se alzaba en el solar que hoy ocupan el Conservatorio y el edificio de Correos, más pequeño que Santa Ana y San Marcos, pero no menos cruel, funcionó igualmente como campo de la muerte; un lugar sin espacio para la dignidad ni la compasión.
La fábrica de curtidos de Lescún (rodeada con un círculo) y tarjeta escrita por un recluso desde este campo de concentración en el barrio de Santa Ana.
Gregorio Fernández Castañón, que acaba de publicar esta semana Un viejo León muy prestoso, reproduce en el libro tres postales que ha adquirido a particulares, escritas por presos republicanos desde los mencionados campos de concentración de la capital leonesa. La más curiosa es una tarjeta enviada desde el «campo de concentración del ospicio», tal y como escribe (con faltas de ortografía) el remitente, M. Pérez Oracil, quien pide a su esposa «el aval». «Mándalo tan pronto puedas, que tengo muchas ganas de veros para poderos abrazar», dice textualmente. El aval al que alude, como explica con toda precisión el preso catalán José Estruch en otra postal idéntica —con la cara de Franco, el sello de la censura militar y la palabra ‘campo de concentración León’— es un certificado «timbrado por la Guardia Civil, Falange o alcalde de barrio o de otra entidad política que garantice mi buena conducta». Y añade: «Mandad lo que os pido a estas señas: oficina de información del Campo de concentración de Santa Ana, León... y si escribís hacedlo con tarjeta», reclama, seguramente para facilitar el trabajo a la censura.
La tarjeta de Pérez Oracil, fechada el 31 de marzo de 1939, podría probar que el campo de concentración del Hospicio no fue una cárcel eventual, como las Escuelas Ponce de León, sino que habría funcionado varios años. Al parecer, para hacer sitio a los presidiarios fue necesario realojar a los niños huérfanos en otras instituciones.
El historiador Secundino Serrano, uno de los que más ha investigado la represión franquista en León, reconoce que hay muchas lagunas; y los campos de concentración son una de ellas. El investigador Javier Rodrigo, que ha inventariado los campos de concentración del franquismo, cita los de San Marcos, Santa Ana y Valencia de Don Juan —cárcel que estaba tan llena que en 1938 se vieron obligados a «habilitar» las paneras de los Almacenes Ponga para acoger a los presos, formándose un campo de concentración—, pero obvia el Hospicio.
Fachada del hospicio y tarjeta enviada por un recluso desde este campo de concentración. DEL LIBRO 'UN LEÓN MUY PRESTOSO'.
Testigo del horror
El poeta y periodista Victoriano Crémer sería destinado en su época de soldado a la vigilancia del campo de Santa Ana, lo que le marcó profundamente como dejó escrito: «En el solarón interior que dejara lo que un día fue fábrica textil y también fontana y lavadero público para el ajetreo de lavanderas a jornal, se estableció el Campo para el acogimiento de concentrados catalanes, cogidos en las armas vacías. Y allí fui destinado con mi escuadra. El campo, que puro campo desguarnecido y abierto a todas las intemperies era, aparecía rodeado de alambradas de espino, como las que utilizan los campesinos para defender prados y tierras de sembradío de las acometidas de vacas desmandadas y de ladronzuelos de huerta. Sobre tierra bien pisada y escarnecida, que le salía a la superficie la color de sangre oscura, permanecían en pie durante todo el tiempo que la luz lo permitía, no menos de trescientos hombres extraños, misteriosos, casi fantasmales, envueltos en mantas de munición, en trapajos destrozados y todos ellos consumidos en un polvo rojizo, del que tomaban el color, convirtiéndose en fruto o simiente (vaya Dios a saber en lo que acabarían), de la tierra…».
El silencio y el olvido siguen pesando sobre los campos de exterminio del franquismo. Instituciones como el Ministerio de Defensa, como han denunciado los historiadores, mantienen bloqueados miles de documentos de 1936 a 1950 que aportan datos relevantes tanto sobre los batallones de trabajadores forzados como sobre los campos de reclusión.