http://www.tendencias21.net/Una-recuperacion-necesaria-La-vida-y-la-obra-de-la-poeta-catalana-Angelina-Gatell_a44241.html
La autora falleció a principios de 2017, pero afortunadamente su poesía ha aparecido en diversas ediciones en los últimos años
En 2001, veían la luz “Los espacios vacíos” y “Desde el olvido”, de la poeta Angelina Gatell, en Bartleby Editores. Comenzó así la feliz recuperación de la obra de una de las poetas fundamentales del siglo XX en España, fallecida a principios de 2017. Gran parte de la obra de Gatell está marcada por el dolor y las pérdidas sufridos durante la guerra y la posguerra españolas. Pero, a pesar de todo, la autora recalcó en más de una ocasión que no se consideraba una derrotada. Por Javi Gil Martín.
En 2001, veían la luz Los espacios vacíos y Desde el olvido, de la poeta Angelina Gatell (Barcelona, 1926), con prólogo de Eduardo Moga. Con este libro y con el nuevo milenio, Bartleby Editores comenzó una feliz recuperación de la obra de una de las poetas fundamentales del siglo XX en España que nos dejó a principios de año. Este es en realidad un libro doble: por un lado, Desde el olvido (Antología 1950-2000), una recopilación de la obra primera de la autora; y por otro, Los espacios vacíos, un poemario que contenía nuevos poemas que devolvieron a la barcelonesa a la escritura poética.
A esta publicación le siguieron varias más de la misma autora en la misma Bartleby: Noticia del tiempo (2004), Cenizas en los labios (2011), La oscura voz del cisne (2015) y En soledad, con ella(Antología 1948-2015), este último con prólogo de Manuel Rico, director de la colección que ha publicado la obra de Gatell. Además de la labor de Bartleby, en Ediciones Torremozas reeditaron en 2010 Las claudicaciones, su tercer poemario, de 1969; y la Fundación AISGE publicó en 2012 su libro autobiográfico Memorias y desmemorias.
La proclamación de la Segunda República y la consiguiente celebración jubilosa en las calles de Barcelona, en las ramblas; ese es el primer recuerdo de Gatell, y con él comienza esa crónica en primera persona de una vida y una época difíciles que es Memorias y desmemorias.
Según nos cuenta, fue su padre el que quiso que sus dos hijos (Angelina era entonces la pequeña) estuvieran allí y recordaran ese momento en el que tantas esperanzas tenía depositadas: “Hoy es un día histórico. Quiero que mis hijos lo vean y no lo olviden”. Un mar de gente que a la poeta se le quedó grabado para siempre, como había querido su padre, y que, en cierta manera, supuso su despertar al mundo, a la realidad, a su entorno: “No, no he olvidado jamás aquel día ni aquellas palabras que no sé si oí. (...) Era el 14 de abril de 1931”.
Este “primer recuerdo plenamente consciente de (su) vida”, como lo nombra en el libro, entronca a la perfección con una de las facetas cardinales en la obra (y en la vida) de Gatell: dar testimonio, como un imperativo ético y estético, de lo vivido y sufrido por tantos de los que la rodearon y por ella misma. Un buen ejemplo de esto recogido en la antología Desde el olvido sería el poema “Los vencidos (1939)”, que aparece como última muestra de Las claudicaciones. Al leerlo, parece imposible que ese poema de denuncia claramente posicionado con el bando republicano estuviera en la versión original del libro, publicado en pleno franquismo, en 1969, como decíamos antes, con la censura vigilante; y al corroborarlo con esa primera edición, de Biblioteca Nueva, efectivamente no lo encontrará el lector entre sus páginas.
El primer verso del extenso y estremecedor poema dice así: “Yo estuve allí también”; como una más de los vencidos y, en tanto que poeta, dando testimonio a posteriori de lo que allí vio y vivió, y acaba, mezclando entre sus versos algunos de Pablo Neruda que aparecen en cursiva, con estas reveladoras palabras en las que se identifica inequívocamente con los derrotados y perseguidos por las tropas fascistas:
“Fueron pasando, uno tras otro, los vencidos / por mis ojos de niña, / bajo las balas últimas / que partían / de los avellanos, / de los bosques fríos, de la tarde... // Los vi pasar –eran los míos– / caminando, / ay, hermanos valientes, al destierro”. Eran los míos, dice en un inciso en el antepenúltimo verso. Y en otro poema, “Fusilamientos”, también subtitulado con una indicación temporal, “Posguerra”, escribe: “No, no puedo olvidarlo. (...) Oigo la muerte. Ocupa mis oídos...”. No puedo como imposibilidad pero también como imperativo, como una autoimposición, pensamos nosotros.
Dolor y desaparición
La esperanza de cambio que supuso la Segunda República no se materializó como tal, no al menos como tantos habían esperado; había otros interesados en que el estado de cosas no se modificase sustancialmente: “La República no trajo a mi casa, ni a otras muchas casas, la tan esperada solución cada vez más apremiante. Sus enemigos no se lo permitieron. (...) Todos ellos defendían, a costa de lo que fuera, sus amenazados e injustos privilegios. / Apenas proclamada, empezó el cerco”. Y acabó, como todos sabemos, cuando un alzamiento militar encaminado a derrocar el orden democráticamente instituido dio comienzo a una contienda que se extendió por todo el país y duró tres largos años.
La niña que era entonces Gatell (de los 10 a los 13 años) vivió la guerra muy de cerca; primero en Santa Coloma, viendo a su hermano partir “voluntario con 17 años mal cumplidos” al frente de Aragón cinco días después de iniciada la guerra, y después en Lliçà de Vall, un pueblecito del Vallès. Allí vio pasar a cientos de desesperados que trataban de cruzar la frontera pirenaica huyendo de las tropas sublevadas, que ya estaban próximas a la victoria, y de ellos recuerda: “Nunca he visto otros rostros / más arados por el dolor, / más transitados por la pesadumbre. // Bajo la tarde, hambrientos / de pan, de muerte, de soledad, / fueron pasando”.
Tras la guerra, la familia pasó infinidad de penurias. Por un lado, el hijo mayor tuvo que salir al exilio; por otro, la búsqueda continua de un sustento que llevar a su mesa les llevó de un sitio a otro y de una ocupación precaria a otra; marcados además por su pertenencia al bando derrotado, al que siguieron ayudando en la clandestinidad, tanto su padre como ella, pero que supuso una losa continua, como una marca a fuego en la piel.
La vocación de Gatell la inclinó a la interpretación (teatral primero, cinematográfica después), fundando, por ejemplo, uno de los primeros teatros de cámara de España, “El Paraíso”, y trabajando esporádicamente en la televisión pública. Pero su inconformismo y su “incapacidad” para dejarse doblegar ante los dictados de aquellos que ostentaban el poder, fieles casi siempre al régimen al que servían, impidió su proyección y la llevó a la que acabó siendo su profesión: el doblaje, tanto en labores de traducción y ajuste de guiones como de interpretación.
Allí, durante más de 30 años, realizó infinidad de proyectos, algunos tan populares como Heidi, Érase una vez el hombre o Marco, además de innumerables películas. A su labor en Heidi se debe el nombre de Niebla para el perro de la protagonista, que tiene un origen poético secreto: así se llamaba el perro que Neruda regaló a Rafael Alberti y que desapareció durante la guerra en Castellón de la Plana: “...fue simplemente un homenaje a los dos grandes poetas que, como tantos otros, defendieron nuestra República”.
Gran parte de la obra de Angelina Gatell está marcada por el dolor y la desaparición. Su excelente debut fue el sobrecogedor Poema del Soldado (Premio Valencia de Poesía, 1954), honda y lacerante imprecación de un combatiente a Dios, un dios que permite la guerra y la injusticia. Miguel, así se llama el soldado al que pone voz, es un hombre sencillo de campo avocado sin más a esa locura del hombre contra el hombre que es la guerra: “¡Miguel! ¡Miguel!, sus voces ya eran otras, / ya era otro su gesto / cuando gritaron: ¡Hiere!, / cuando ordenaron: ¡Mata! / Mata, Miguel, es necesario. / Deja el trigo en el surco, / el azadón, el grano, / a Marta... // Es la guerra, dijeron. / Y entonaron sus himnos”.
A este le siguieron Esa oscura palabra (1963) y Las claudicaciones (1969). En ellos combinó la mirada íntima, desde el dolor personal, con una dura crítica social: “Gatell miraba a su alrededor y convertía en poema las sevicias de las que era testigo aunque sin renunciar a la pulsión íntima, al arrebato”, escribió Manuel Rico sobre Esa oscura palabra, que lo describe como “poesía social con una fuerte carga existencial y personal”.
En estos tres libros entronca Gatell con la llamada “poesía desarraigada”, término con el que se había definido la obra de muchos poetas durante la posguerra. La voz desgarrada y valiente hace su poesía hermana de la de los primeros libros de Blas de Otero, concretamente de Ancia (1958); poesía íntima pero a la vez civil.
En Las claudicaciones encontramos un poema dedicado al poeta bilbaíno, “Destino”, unos versos poblados literalmente de sombra (aparece la palabra 21 veces). En él, la oscuridad lo envuelve todo, como si no hubiera salida ante una realidad asfixiante: “Solo sombras me dieron. / Con semilla de sombra fecundaron mi vientre, / la cárcava sumisa / donde tuve mi origen de sombra”. Y parece que esa es la única herencia posible: “Y vinieron, cubiertos de sombra, / mis hijos”.
A esta publicación le siguieron varias más de la misma autora en la misma Bartleby: Noticia del tiempo (2004), Cenizas en los labios (2011), La oscura voz del cisne (2015) y En soledad, con ella(Antología 1948-2015), este último con prólogo de Manuel Rico, director de la colección que ha publicado la obra de Gatell. Además de la labor de Bartleby, en Ediciones Torremozas reeditaron en 2010 Las claudicaciones, su tercer poemario, de 1969; y la Fundación AISGE publicó en 2012 su libro autobiográfico Memorias y desmemorias.
La proclamación de la Segunda República y la consiguiente celebración jubilosa en las calles de Barcelona, en las ramblas; ese es el primer recuerdo de Gatell, y con él comienza esa crónica en primera persona de una vida y una época difíciles que es Memorias y desmemorias.
Según nos cuenta, fue su padre el que quiso que sus dos hijos (Angelina era entonces la pequeña) estuvieran allí y recordaran ese momento en el que tantas esperanzas tenía depositadas: “Hoy es un día histórico. Quiero que mis hijos lo vean y no lo olviden”. Un mar de gente que a la poeta se le quedó grabado para siempre, como había querido su padre, y que, en cierta manera, supuso su despertar al mundo, a la realidad, a su entorno: “No, no he olvidado jamás aquel día ni aquellas palabras que no sé si oí. (...) Era el 14 de abril de 1931”.
Este “primer recuerdo plenamente consciente de (su) vida”, como lo nombra en el libro, entronca a la perfección con una de las facetas cardinales en la obra (y en la vida) de Gatell: dar testimonio, como un imperativo ético y estético, de lo vivido y sufrido por tantos de los que la rodearon y por ella misma. Un buen ejemplo de esto recogido en la antología Desde el olvido sería el poema “Los vencidos (1939)”, que aparece como última muestra de Las claudicaciones. Al leerlo, parece imposible que ese poema de denuncia claramente posicionado con el bando republicano estuviera en la versión original del libro, publicado en pleno franquismo, en 1969, como decíamos antes, con la censura vigilante; y al corroborarlo con esa primera edición, de Biblioteca Nueva, efectivamente no lo encontrará el lector entre sus páginas.
El primer verso del extenso y estremecedor poema dice así: “Yo estuve allí también”; como una más de los vencidos y, en tanto que poeta, dando testimonio a posteriori de lo que allí vio y vivió, y acaba, mezclando entre sus versos algunos de Pablo Neruda que aparecen en cursiva, con estas reveladoras palabras en las que se identifica inequívocamente con los derrotados y perseguidos por las tropas fascistas:
“Fueron pasando, uno tras otro, los vencidos / por mis ojos de niña, / bajo las balas últimas / que partían / de los avellanos, / de los bosques fríos, de la tarde... // Los vi pasar –eran los míos– / caminando, / ay, hermanos valientes, al destierro”. Eran los míos, dice en un inciso en el antepenúltimo verso. Y en otro poema, “Fusilamientos”, también subtitulado con una indicación temporal, “Posguerra”, escribe: “No, no puedo olvidarlo. (...) Oigo la muerte. Ocupa mis oídos...”. No puedo como imposibilidad pero también como imperativo, como una autoimposición, pensamos nosotros.
Dolor y desaparición
La esperanza de cambio que supuso la Segunda República no se materializó como tal, no al menos como tantos habían esperado; había otros interesados en que el estado de cosas no se modificase sustancialmente: “La República no trajo a mi casa, ni a otras muchas casas, la tan esperada solución cada vez más apremiante. Sus enemigos no se lo permitieron. (...) Todos ellos defendían, a costa de lo que fuera, sus amenazados e injustos privilegios. / Apenas proclamada, empezó el cerco”. Y acabó, como todos sabemos, cuando un alzamiento militar encaminado a derrocar el orden democráticamente instituido dio comienzo a una contienda que se extendió por todo el país y duró tres largos años.
La niña que era entonces Gatell (de los 10 a los 13 años) vivió la guerra muy de cerca; primero en Santa Coloma, viendo a su hermano partir “voluntario con 17 años mal cumplidos” al frente de Aragón cinco días después de iniciada la guerra, y después en Lliçà de Vall, un pueblecito del Vallès. Allí vio pasar a cientos de desesperados que trataban de cruzar la frontera pirenaica huyendo de las tropas sublevadas, que ya estaban próximas a la victoria, y de ellos recuerda: “Nunca he visto otros rostros / más arados por el dolor, / más transitados por la pesadumbre. // Bajo la tarde, hambrientos / de pan, de muerte, de soledad, / fueron pasando”.
Tras la guerra, la familia pasó infinidad de penurias. Por un lado, el hijo mayor tuvo que salir al exilio; por otro, la búsqueda continua de un sustento que llevar a su mesa les llevó de un sitio a otro y de una ocupación precaria a otra; marcados además por su pertenencia al bando derrotado, al que siguieron ayudando en la clandestinidad, tanto su padre como ella, pero que supuso una losa continua, como una marca a fuego en la piel.
La vocación de Gatell la inclinó a la interpretación (teatral primero, cinematográfica después), fundando, por ejemplo, uno de los primeros teatros de cámara de España, “El Paraíso”, y trabajando esporádicamente en la televisión pública. Pero su inconformismo y su “incapacidad” para dejarse doblegar ante los dictados de aquellos que ostentaban el poder, fieles casi siempre al régimen al que servían, impidió su proyección y la llevó a la que acabó siendo su profesión: el doblaje, tanto en labores de traducción y ajuste de guiones como de interpretación.
Allí, durante más de 30 años, realizó infinidad de proyectos, algunos tan populares como Heidi, Érase una vez el hombre o Marco, además de innumerables películas. A su labor en Heidi se debe el nombre de Niebla para el perro de la protagonista, que tiene un origen poético secreto: así se llamaba el perro que Neruda regaló a Rafael Alberti y que desapareció durante la guerra en Castellón de la Plana: “...fue simplemente un homenaje a los dos grandes poetas que, como tantos otros, defendieron nuestra República”.
Gran parte de la obra de Angelina Gatell está marcada por el dolor y la desaparición. Su excelente debut fue el sobrecogedor Poema del Soldado (Premio Valencia de Poesía, 1954), honda y lacerante imprecación de un combatiente a Dios, un dios que permite la guerra y la injusticia. Miguel, así se llama el soldado al que pone voz, es un hombre sencillo de campo avocado sin más a esa locura del hombre contra el hombre que es la guerra: “¡Miguel! ¡Miguel!, sus voces ya eran otras, / ya era otro su gesto / cuando gritaron: ¡Hiere!, / cuando ordenaron: ¡Mata! / Mata, Miguel, es necesario. / Deja el trigo en el surco, / el azadón, el grano, / a Marta... // Es la guerra, dijeron. / Y entonaron sus himnos”.
A este le siguieron Esa oscura palabra (1963) y Las claudicaciones (1969). En ellos combinó la mirada íntima, desde el dolor personal, con una dura crítica social: “Gatell miraba a su alrededor y convertía en poema las sevicias de las que era testigo aunque sin renunciar a la pulsión íntima, al arrebato”, escribió Manuel Rico sobre Esa oscura palabra, que lo describe como “poesía social con una fuerte carga existencial y personal”.
En estos tres libros entronca Gatell con la llamada “poesía desarraigada”, término con el que se había definido la obra de muchos poetas durante la posguerra. La voz desgarrada y valiente hace su poesía hermana de la de los primeros libros de Blas de Otero, concretamente de Ancia (1958); poesía íntima pero a la vez civil.
En Las claudicaciones encontramos un poema dedicado al poeta bilbaíno, “Destino”, unos versos poblados literalmente de sombra (aparece la palabra 21 veces). En él, la oscuridad lo envuelve todo, como si no hubiera salida ante una realidad asfixiante: “Solo sombras me dieron. / Con semilla de sombra fecundaron mi vientre, / la cárcava sumisa / donde tuve mi origen de sombra”. Y parece que esa es la única herencia posible: “Y vinieron, cubiertos de sombra, / mis hijos”.
Hija de la victoria
Después de 1969, se abre una brecha de más de 30 años sin publicar ninguna obra de poesía propia; no abandonó, eso sí, la escritura. Por un lado, publicó libros para niños (El hombre del acordeón, La aventura peligrosa de una vocal presuntuosa...), la primera biografía de Pablo Neruda publicada en España e infinidad de traducciones. Por otro, se dedicó al doblaje cinematográfico y televisivo. Sus Memorias y desmemorias, de hecho, fueron publicadas por la Fundación AISGE (Artistas Intérpretes Sociedad de Gestión) dentro de la colección “Memoria de la Escena Española”.
Su vuelta a la “actualidad poética” llegó en 2001 de la mano de Bartleby Editores, como decíamos más arriba. Este regreso estuvo marcado por el recuerdo de lo perdido, de las personas y lugares dejados atrás desde el primero de los títulos de este regreso, Los espacios vacíos, hasta el último de ellos, La oscura voz del cisne (2015). Entre ambos la poeta publicó Noticia del tiempo, 100 sonetos de ayer y de hoy (2004) y Cenizas en los labios (2011).
Este último es un conjunto en el que el recuerdo de un amor perdido en el tiempo se hace carne en los versos por acción de la memoria. Es una “elegía en cinco tiempos”, según la nombra Gatell, y es también un viaje al pasado para entablar un monólogo con el amado perdido “en la ciudad que se llamó posguerra”, donde el latido del amor, “la certeza de estar viva”, se da con un telón de fondo signado por la muerte, pero es capaz de alzarse e imponerse, a pesar de los pesares, por encima de las circunstancias: “¿De qué manera / describir el hechizo que ensanchaba mi espacio / abriendo sus balcones en mi noche, / por los que iba entrando el rumor de otro sueño / que tú, dador de tantos bienes, me ofrecías?”.
El último de sus libros, La oscura voz del cisne, está poblado también por las ausencias, por las personas con las que compartió su vida, muchas de ellas ya desaparecidas: amigos, familiares... Casi todos los poemas del libro están dedicados a uno o varios de estos “compañeros de viaje”. Y las pérdidas tienen un peso especial, dando al conjunto un tono de despedida. Las dos partes que lo forman se llaman “El rumor de las pérdidas” y “Evocaciones y homenajes” y acaba con una “Elegía imprescindible”, firmada en Madrid en 2012 y que dice así: “...lo que empecé a perder una mañana / del año veintiséis del siglo veinte”, la mañana en que nació, imaginamos nosotros.
Decíamos que era su último libro, pero no es cierto; sería más bien su último poemario, ya que en 2015 salió también En soledad, con ella (Antología 1948-2015), con prólogo de Manuel Rico. En él encontramos poemas de todos sus poemarios editados y también de algunos aún inéditos, como Décimas de la emigrante (2008) y los tres “poemas últimos” que ponen la rúbrica, por ahora, a la obra de Angelina Gatell. De los tres, seleccionamos aquí el último, “Memoria”, en el que sigue buscando un interlocutor y denunciando la ignominia de la guerra: “Dadme la mano. / Dadme, por favor, vuestra mano. / Y escuchad lo que os digo: / Hubo una guerra / y no supe sobrevivir”.
Pero a pesar de todas las pérdidas, de la pobreza, de su pertenencia al bando de los vencidos, ella misma recalcó en más de una ocasión que no se consideraba una derrotada: “Hace poco (...) me han llamado ‘hija de la derrota’. Nada mejor intencionado ni más inexacto. Con orgullo, afirmo que soy hija de la victoria. De esa victoria que consiste, sobre todo, en vencernos a nosotros mismos”. Y esta reivindicación de su propia posición en la vida tiene que ver con la dignidad y la entereza con la que afrontó todas las adversidades, con su autodidactismo y, sobre todo, con su firme propósito de no claudicar, de “obrar siempre según su conciencia”, aun sabiendo que en muchas ocasiones esa misma posición combativa iba a ser lo que le cerrara tantas puertas...
Después de 1969, se abre una brecha de más de 30 años sin publicar ninguna obra de poesía propia; no abandonó, eso sí, la escritura. Por un lado, publicó libros para niños (El hombre del acordeón, La aventura peligrosa de una vocal presuntuosa...), la primera biografía de Pablo Neruda publicada en España e infinidad de traducciones. Por otro, se dedicó al doblaje cinematográfico y televisivo. Sus Memorias y desmemorias, de hecho, fueron publicadas por la Fundación AISGE (Artistas Intérpretes Sociedad de Gestión) dentro de la colección “Memoria de la Escena Española”.
Su vuelta a la “actualidad poética” llegó en 2001 de la mano de Bartleby Editores, como decíamos más arriba. Este regreso estuvo marcado por el recuerdo de lo perdido, de las personas y lugares dejados atrás desde el primero de los títulos de este regreso, Los espacios vacíos, hasta el último de ellos, La oscura voz del cisne (2015). Entre ambos la poeta publicó Noticia del tiempo, 100 sonetos de ayer y de hoy (2004) y Cenizas en los labios (2011).
Este último es un conjunto en el que el recuerdo de un amor perdido en el tiempo se hace carne en los versos por acción de la memoria. Es una “elegía en cinco tiempos”, según la nombra Gatell, y es también un viaje al pasado para entablar un monólogo con el amado perdido “en la ciudad que se llamó posguerra”, donde el latido del amor, “la certeza de estar viva”, se da con un telón de fondo signado por la muerte, pero es capaz de alzarse e imponerse, a pesar de los pesares, por encima de las circunstancias: “¿De qué manera / describir el hechizo que ensanchaba mi espacio / abriendo sus balcones en mi noche, / por los que iba entrando el rumor de otro sueño / que tú, dador de tantos bienes, me ofrecías?”.
El último de sus libros, La oscura voz del cisne, está poblado también por las ausencias, por las personas con las que compartió su vida, muchas de ellas ya desaparecidas: amigos, familiares... Casi todos los poemas del libro están dedicados a uno o varios de estos “compañeros de viaje”. Y las pérdidas tienen un peso especial, dando al conjunto un tono de despedida. Las dos partes que lo forman se llaman “El rumor de las pérdidas” y “Evocaciones y homenajes” y acaba con una “Elegía imprescindible”, firmada en Madrid en 2012 y que dice así: “...lo que empecé a perder una mañana / del año veintiséis del siglo veinte”, la mañana en que nació, imaginamos nosotros.
Decíamos que era su último libro, pero no es cierto; sería más bien su último poemario, ya que en 2015 salió también En soledad, con ella (Antología 1948-2015), con prólogo de Manuel Rico. En él encontramos poemas de todos sus poemarios editados y también de algunos aún inéditos, como Décimas de la emigrante (2008) y los tres “poemas últimos” que ponen la rúbrica, por ahora, a la obra de Angelina Gatell. De los tres, seleccionamos aquí el último, “Memoria”, en el que sigue buscando un interlocutor y denunciando la ignominia de la guerra: “Dadme la mano. / Dadme, por favor, vuestra mano. / Y escuchad lo que os digo: / Hubo una guerra / y no supe sobrevivir”.
Pero a pesar de todas las pérdidas, de la pobreza, de su pertenencia al bando de los vencidos, ella misma recalcó en más de una ocasión que no se consideraba una derrotada: “Hace poco (...) me han llamado ‘hija de la derrota’. Nada mejor intencionado ni más inexacto. Con orgullo, afirmo que soy hija de la victoria. De esa victoria que consiste, sobre todo, en vencernos a nosotros mismos”. Y esta reivindicación de su propia posición en la vida tiene que ver con la dignidad y la entereza con la que afrontó todas las adversidades, con su autodidactismo y, sobre todo, con su firme propósito de no claudicar, de “obrar siempre según su conciencia”, aun sabiendo que en muchas ocasiones esa misma posición combativa iba a ser lo que le cerrara tantas puertas...
Angelina Gatell. Imagen: Pepo Paz.
Entrevista a Manuel Rico y Pepo Paz, editores en Bartleby de la obra de Angelina Gatell
Javier Gil (JG): En 2001, Bartleby Editores comenzó la “recuperación editorial” de Angelina Gatell, que desde 1969, año de aparición de Las claudicaciones, no había vuelto a publicar un libro de poesía propio. Pareciera así que ese título fuera un presagio que no se cumplió, por suerte para los lectores de poesía. Lo primero que publicó Bartleby, muy oportunamente, fue una antología de su obra anterior (con poemas de sus tres primeros libros y algunos otros), con el nombre de Desde el olvido (un olvido que así, al menos en el plano poético, quedaba conjurado), junto a un nuevo poemario, Los espacios vacíos. ¿Nos podríais contar cómo empezó la relación editorial con Angelina Gatell?
Manuel Rico (MR): Yo había leído, al final de mi adolescencia, algunos poemas de ella en una antología remota, de Carmen Conde, Poesía femenina española (1969), editado en Bruguera, y por razones de trabajo coincidí con su hijo, Eduardo Sánchez Gatell, al que conocía de mucho tiempo atrás, de la lucha contra el franquismo en los años 70, sin ser consciente de quién era su madre. Un día, hablando no recuerdo en qué circunstancias, me contó que su madre era poeta. En ese momento supe que se trataba de Angelina Gatell. Me dijo que tenía obra inédita y que hacía años había renunciado a publicar porque no interesaba a las editoriales poéticas de mayor peso. Era en 1999 y llevaba 30 años sin publicar ningún libro. Algún poema suelto en alguna revista, literatura infantil... Eduardo organizó un encuentro en su casa, donde respiré en vivo la presencia de un mundo que había leído en los libros: Blas de Otero, Hierro, Celaya, Ángela Figuera, Meliano Peraile, el cuentista, formaban parte de la decoración de su casa. Después la conecté con Pepo Paz, con quien empezó a establecer una relación muy afable y cómplice, y ahí comenzó todo. Sobre todo, la edición de Los espacios vacíos / Desde el olvido, con ilustraciones de Ricardo Zamorano.
JG: “En la larga noche del franquismo hubo numerosos poetas que al arañar en su intimidad se dieron cuenta de que esta aparecía inevitablemente (brutalmente) condicionada por la historia. Muchos de esos poetas habían nacido en la década de los años veinte y vivido el tiempo de la infancia durante la Guerra Civil”, así comienza “En su soledad con la poesía”, tu prólogo, Manuel, a En soledad, con ella (Antología 1948-2015), de Gatell. Con este fragmento resumes perfectamente la posición desde la que nace su poesía, por un lado “arañando su intimidad” y por otro, y nunca mejor expresado, “inevitable y brutalmente condicionada por la historia”. ¿Cómo ubicarías de manera más amplia su obra poética dentro de la poesía escrita en el siglo XX en nuestro país?
MR: Angelina forma parte, desde el punto de vista “biológico”, de la Generación del medio siglo. También por fecha de publicación de su primer libro. Lo que ocurre es que lo que asomó a los medios de comunicación y formó parte de todas las antologías de época, grupales, fue solo poesía escrita por hombres. Era una generación sin poetas mujeres. Sin embargo, ahí estaba ella: con Julia Uceda, con María Beneyto, con Aurora de Albornoz, Cristina Lacasa, María Elvira Lacaci, Acacia Uceta... Creo que la poesía de Angelina hay que situarla dentro de esa corriente de fondo que, a partir de mediados de los cincuenta, apostó por integrar las experiencias personales, íntimas, con las colectivas. No está muy lejos la esencia de la obra de ella y de sus coetáneas de la de los poetas más antologados de esa generación. Al fin y al cabo unos y otras son “niños de la guerra”.
JG: Después de esa primera publicación, la obra de Angelina Gatell siguió creciendo en Bartleby, hasta los dos últimos libros publicados hasta la fecha, La oscura voz del cisne (2015) y En soledad, con ella (Antología 1948-2015), a lo que hay que sumar la reedición en Ediciones Torremozas de Las claudicaciones en 2010. ¿Cómo consideras que ha sido la recepción, tanto crítica como lectora en general, de su poesía en el siglo XXI?
MR: Ha habido dos fases: una primera de sorpresa. Como si la crítica dijera: ¿de dónde sale ahora esta autora? Pero el hecho de que Los espacios vacíos / Desde el olvido lo prologara Eduardo Moga, un autor joven entonces, nacido en los años 60, hizo que su obra se empezara a contemplar con otra mirada. Poco a poco fue incorporada al lugar que le correspondía, sobre todo en las revistas más solventes y en medios digitales... Ha tenido y tiene los lectores que, por lo general, tiene la poesía de calidad en nuestro país. Pese a ello, he de decir que la crítica en estos años en los que Angelina ha mostrado la calidad y vitalidad de su obra con nuevos y magníficos libros ha sido cicatera. Han sido pocas las reseñas dedicadas a sus últimos libros. No obstante, venimos observando cómo las nuevas promociones de poetas, sobre todo mujeres, están contribuyendo de manera decisiva a la promoción y defensa de su obra.
JG: Además de su propia poesía, al catálogo de Bartleby y la labor de Angelina Gatell debemos la aparición de la necesaria antología Mujer que soy, que lleva por subtítulo La voz femenina en la poesía social y testimonial de los años cincuenta y aglutina a once mujeres poetas, incluyendo a la propia antóloga. ¿Nos podrías hablar de la génesis de este hermoso proyecto?
MR: Fue una propuesta suya, que nos pasó a Pepo y a mí, que de inmediato consideramos necesaria al margen de cualquier consideración comercial. La generación del 50 es conocida hoy por los Ángel González, Gil de Biedma, etc. La poesía social, por Gabriel Celaya y Blas de Otero. Las mujeres ni estaban ni se las esperaba. Hasta que llegó ese libro de Angelina y puso de manifiesto el poderoso impulso de la poesía que escribieron las mujeres poetas de entonces. Desde esa perspectiva, ha contribuido a restituir para nuestra historia literaria a esas poetas que comenzaron a publicar al mismo tiempo que ella gracias a Mujer que soy, un libro imprescindible que debería formar parte de todas las bibliotecas públicas... y de institutos y universidades. No parece lógico que su mayor proyección en los diarios de ámbito nacional le haya venido por la antología Con Vietnam, una antología de circunstancia que se mantuvo inédita medio siglo en los archivos del Estado a causa de la censura franquista...
JG: Algunos de los libros de Gatell que han aparecido en Bartleby están impregnados por un tono de despedida, algunos a amigos desaparecidos y otros a la vida misma, incluso desde su título, como en el caso de Cenizas en los labios (2011), La oscura voz del cisne (2015) o Desde el olvido (2015). Tú, que la trataste en persona, ¿nos podrías contar tu impresión sobre cómo llevó la poeta esta etapa final y esta “nueva vida literaria” surgida a partir de las publicaciones en Bartleby?
MR: Yo creo que la vivió entre la alegría propia de quien ha visto el final de una etapa de silenciamiento acompañada del calor de una editorial como Bartleby, que cuidaba sus libros y estaba atenta a su trabajo. Hay que tener en cuenta que Cenizas en los labios fue finalista del Premio Nacional y que los homenajes y reconocimientos le vienen de su presencia en el mundo literario a través de sus últimos libros. Para la próxima primavera el Ateneo de Madrid tenía pensado un homenaje... No pudo ser con ella viva. Esperemos que no tardando mucho ese homenaje se realice a título póstumo. No obstante, tal y como vemos en su último poemario, vivió también una sensación de soledad. No hace mucho murió Meliano Peraile, gran amigo suyo. Murió Acacia Uceta... María Beneyto (una poeta a rescatar, por cierto)... Pepe Hierro, Félix Grande, Carlos Sahagún... Esas pérdidas fueron acentuando esa sensación. La salida de sus libros, algunos homenajes como el que le brindó Vallecas Todo Cultura y nuestras visitas a su casa le hacían recuperar, aunque siempre de modo limitado, cierta alegría.
JG: Los recuerdos de Angelina Gatell comienzan, según relató en Memorias y desmemorias (2011), con una celebración en la Rambla de Barcelona: la de la proclamación de ese proyecto truncado que fue la Segunda República. Su vida adulta, sin embargo, estuvo marcada desde su inicio por la derrota y la pobreza, “en la ciudad que se llamó posguerra”, dice uno de sus versos, contra la que se rebeló con ahínco y persistencia. ¿Cómo crees que se manifiesta en la poesía de Gatell esta “derrota” que supuso el franquismo para aquellos que creyeron en la Segunda República como proyecto colectivo?
MR: Es una memoria que no abandonó nunca a su generación. Tenemos vivo a Caballero Bonald, a Antonio Gamoneda, entre otros (muy pocos) coetáneos... Y todos, inevitablemente, suelen mostrar una tendencia a evocar aquel tiempo. Eran los niños de la Guerra, quienes habían vivido aquel tiempo como un tiempo de esperanza y quienes se tuvieron que “tragar” cuarenta años de dictadura. Yo viví casi un cuarto de siglo de régimen. De niño y, sobre todo, en mi adolescencia y en mi primera juventud. Eran años grises, duros... Pero en mi caso hablo de los años 70 sobre todo. Imaginemos lo que es vivir, para quienes habían vislumbrado una realidad democrática en la República, cuarenta años bajo el régimen que acabó con ella y, además, sin poder ejercer libertades que eran la norma en Europa después del 45... Los años 40 y 50 en España fueron terribles... En la poesía de Angelina y en la de las poetas de Mujer que soy lo vemos con absoluta claridad.
JG: Para terminar, una pregunta que no sé si nos podéis responder, ¿hay entre los planes de próximas publicaciones de Bartleby algún título relacionado con Angelina Gatell, ya sean libros inéditos o reediciones, como devolver a las librerías su magnífico primer libro, Poema del soldado (1954)?
Pepo Paz: Poema del soldado es un libro que teníamos pendiente de recuperar en la serie Lecturas21 de la colección Bartleby Poesía. De hecho, el epílogo para esa edición lo escribió en su momento la poeta Sandra Santana, pero diferentes circunstancias fueron retrasando su publicación y luego, en 2015, publicamos la antología de Vallecas Calle del Libro y su último poemario (La oscura voz del cisne). El trabajo está listo y nos gustaría poder llevarlo al papel, pero es un tema que tendremos que acordar ahora con los tres hijos de Angelina Gatell.
Javier Gil (JG): En 2001, Bartleby Editores comenzó la “recuperación editorial” de Angelina Gatell, que desde 1969, año de aparición de Las claudicaciones, no había vuelto a publicar un libro de poesía propio. Pareciera así que ese título fuera un presagio que no se cumplió, por suerte para los lectores de poesía. Lo primero que publicó Bartleby, muy oportunamente, fue una antología de su obra anterior (con poemas de sus tres primeros libros y algunos otros), con el nombre de Desde el olvido (un olvido que así, al menos en el plano poético, quedaba conjurado), junto a un nuevo poemario, Los espacios vacíos. ¿Nos podríais contar cómo empezó la relación editorial con Angelina Gatell?
Manuel Rico (MR): Yo había leído, al final de mi adolescencia, algunos poemas de ella en una antología remota, de Carmen Conde, Poesía femenina española (1969), editado en Bruguera, y por razones de trabajo coincidí con su hijo, Eduardo Sánchez Gatell, al que conocía de mucho tiempo atrás, de la lucha contra el franquismo en los años 70, sin ser consciente de quién era su madre. Un día, hablando no recuerdo en qué circunstancias, me contó que su madre era poeta. En ese momento supe que se trataba de Angelina Gatell. Me dijo que tenía obra inédita y que hacía años había renunciado a publicar porque no interesaba a las editoriales poéticas de mayor peso. Era en 1999 y llevaba 30 años sin publicar ningún libro. Algún poema suelto en alguna revista, literatura infantil... Eduardo organizó un encuentro en su casa, donde respiré en vivo la presencia de un mundo que había leído en los libros: Blas de Otero, Hierro, Celaya, Ángela Figuera, Meliano Peraile, el cuentista, formaban parte de la decoración de su casa. Después la conecté con Pepo Paz, con quien empezó a establecer una relación muy afable y cómplice, y ahí comenzó todo. Sobre todo, la edición de Los espacios vacíos / Desde el olvido, con ilustraciones de Ricardo Zamorano.
JG: “En la larga noche del franquismo hubo numerosos poetas que al arañar en su intimidad se dieron cuenta de que esta aparecía inevitablemente (brutalmente) condicionada por la historia. Muchos de esos poetas habían nacido en la década de los años veinte y vivido el tiempo de la infancia durante la Guerra Civil”, así comienza “En su soledad con la poesía”, tu prólogo, Manuel, a En soledad, con ella (Antología 1948-2015), de Gatell. Con este fragmento resumes perfectamente la posición desde la que nace su poesía, por un lado “arañando su intimidad” y por otro, y nunca mejor expresado, “inevitable y brutalmente condicionada por la historia”. ¿Cómo ubicarías de manera más amplia su obra poética dentro de la poesía escrita en el siglo XX en nuestro país?
MR: Angelina forma parte, desde el punto de vista “biológico”, de la Generación del medio siglo. También por fecha de publicación de su primer libro. Lo que ocurre es que lo que asomó a los medios de comunicación y formó parte de todas las antologías de época, grupales, fue solo poesía escrita por hombres. Era una generación sin poetas mujeres. Sin embargo, ahí estaba ella: con Julia Uceda, con María Beneyto, con Aurora de Albornoz, Cristina Lacasa, María Elvira Lacaci, Acacia Uceta... Creo que la poesía de Angelina hay que situarla dentro de esa corriente de fondo que, a partir de mediados de los cincuenta, apostó por integrar las experiencias personales, íntimas, con las colectivas. No está muy lejos la esencia de la obra de ella y de sus coetáneas de la de los poetas más antologados de esa generación. Al fin y al cabo unos y otras son “niños de la guerra”.
JG: Después de esa primera publicación, la obra de Angelina Gatell siguió creciendo en Bartleby, hasta los dos últimos libros publicados hasta la fecha, La oscura voz del cisne (2015) y En soledad, con ella (Antología 1948-2015), a lo que hay que sumar la reedición en Ediciones Torremozas de Las claudicaciones en 2010. ¿Cómo consideras que ha sido la recepción, tanto crítica como lectora en general, de su poesía en el siglo XXI?
MR: Ha habido dos fases: una primera de sorpresa. Como si la crítica dijera: ¿de dónde sale ahora esta autora? Pero el hecho de que Los espacios vacíos / Desde el olvido lo prologara Eduardo Moga, un autor joven entonces, nacido en los años 60, hizo que su obra se empezara a contemplar con otra mirada. Poco a poco fue incorporada al lugar que le correspondía, sobre todo en las revistas más solventes y en medios digitales... Ha tenido y tiene los lectores que, por lo general, tiene la poesía de calidad en nuestro país. Pese a ello, he de decir que la crítica en estos años en los que Angelina ha mostrado la calidad y vitalidad de su obra con nuevos y magníficos libros ha sido cicatera. Han sido pocas las reseñas dedicadas a sus últimos libros. No obstante, venimos observando cómo las nuevas promociones de poetas, sobre todo mujeres, están contribuyendo de manera decisiva a la promoción y defensa de su obra.
JG: Además de su propia poesía, al catálogo de Bartleby y la labor de Angelina Gatell debemos la aparición de la necesaria antología Mujer que soy, que lleva por subtítulo La voz femenina en la poesía social y testimonial de los años cincuenta y aglutina a once mujeres poetas, incluyendo a la propia antóloga. ¿Nos podrías hablar de la génesis de este hermoso proyecto?
MR: Fue una propuesta suya, que nos pasó a Pepo y a mí, que de inmediato consideramos necesaria al margen de cualquier consideración comercial. La generación del 50 es conocida hoy por los Ángel González, Gil de Biedma, etc. La poesía social, por Gabriel Celaya y Blas de Otero. Las mujeres ni estaban ni se las esperaba. Hasta que llegó ese libro de Angelina y puso de manifiesto el poderoso impulso de la poesía que escribieron las mujeres poetas de entonces. Desde esa perspectiva, ha contribuido a restituir para nuestra historia literaria a esas poetas que comenzaron a publicar al mismo tiempo que ella gracias a Mujer que soy, un libro imprescindible que debería formar parte de todas las bibliotecas públicas... y de institutos y universidades. No parece lógico que su mayor proyección en los diarios de ámbito nacional le haya venido por la antología Con Vietnam, una antología de circunstancia que se mantuvo inédita medio siglo en los archivos del Estado a causa de la censura franquista...
JG: Algunos de los libros de Gatell que han aparecido en Bartleby están impregnados por un tono de despedida, algunos a amigos desaparecidos y otros a la vida misma, incluso desde su título, como en el caso de Cenizas en los labios (2011), La oscura voz del cisne (2015) o Desde el olvido (2015). Tú, que la trataste en persona, ¿nos podrías contar tu impresión sobre cómo llevó la poeta esta etapa final y esta “nueva vida literaria” surgida a partir de las publicaciones en Bartleby?
MR: Yo creo que la vivió entre la alegría propia de quien ha visto el final de una etapa de silenciamiento acompañada del calor de una editorial como Bartleby, que cuidaba sus libros y estaba atenta a su trabajo. Hay que tener en cuenta que Cenizas en los labios fue finalista del Premio Nacional y que los homenajes y reconocimientos le vienen de su presencia en el mundo literario a través de sus últimos libros. Para la próxima primavera el Ateneo de Madrid tenía pensado un homenaje... No pudo ser con ella viva. Esperemos que no tardando mucho ese homenaje se realice a título póstumo. No obstante, tal y como vemos en su último poemario, vivió también una sensación de soledad. No hace mucho murió Meliano Peraile, gran amigo suyo. Murió Acacia Uceta... María Beneyto (una poeta a rescatar, por cierto)... Pepe Hierro, Félix Grande, Carlos Sahagún... Esas pérdidas fueron acentuando esa sensación. La salida de sus libros, algunos homenajes como el que le brindó Vallecas Todo Cultura y nuestras visitas a su casa le hacían recuperar, aunque siempre de modo limitado, cierta alegría.
JG: Los recuerdos de Angelina Gatell comienzan, según relató en Memorias y desmemorias (2011), con una celebración en la Rambla de Barcelona: la de la proclamación de ese proyecto truncado que fue la Segunda República. Su vida adulta, sin embargo, estuvo marcada desde su inicio por la derrota y la pobreza, “en la ciudad que se llamó posguerra”, dice uno de sus versos, contra la que se rebeló con ahínco y persistencia. ¿Cómo crees que se manifiesta en la poesía de Gatell esta “derrota” que supuso el franquismo para aquellos que creyeron en la Segunda República como proyecto colectivo?
MR: Es una memoria que no abandonó nunca a su generación. Tenemos vivo a Caballero Bonald, a Antonio Gamoneda, entre otros (muy pocos) coetáneos... Y todos, inevitablemente, suelen mostrar una tendencia a evocar aquel tiempo. Eran los niños de la Guerra, quienes habían vivido aquel tiempo como un tiempo de esperanza y quienes se tuvieron que “tragar” cuarenta años de dictadura. Yo viví casi un cuarto de siglo de régimen. De niño y, sobre todo, en mi adolescencia y en mi primera juventud. Eran años grises, duros... Pero en mi caso hablo de los años 70 sobre todo. Imaginemos lo que es vivir, para quienes habían vislumbrado una realidad democrática en la República, cuarenta años bajo el régimen que acabó con ella y, además, sin poder ejercer libertades que eran la norma en Europa después del 45... Los años 40 y 50 en España fueron terribles... En la poesía de Angelina y en la de las poetas de Mujer que soy lo vemos con absoluta claridad.
JG: Para terminar, una pregunta que no sé si nos podéis responder, ¿hay entre los planes de próximas publicaciones de Bartleby algún título relacionado con Angelina Gatell, ya sean libros inéditos o reediciones, como devolver a las librerías su magnífico primer libro, Poema del soldado (1954)?
Pepo Paz: Poema del soldado es un libro que teníamos pendiente de recuperar en la serie Lecturas21 de la colección Bartleby Poesía. De hecho, el epílogo para esa edición lo escribió en su momento la poeta Sandra Santana, pero diferentes circunstancias fueron retrasando su publicación y luego, en 2015, publicamos la antología de Vallecas Calle del Libro y su último poemario (La oscura voz del cisne). El trabajo está listo y nos gustaría poder llevarlo al papel, pero es un tema que tendremos que acordar ahora con los tres hijos de Angelina Gatell.
DOS POEMAS DE ANGELINA GATELL
A JOSÉ LAMADRID
...Y me iré un día sin haber sabido
apenas nada. Sin saber siquiera
si he soñado o si he vivido
siempre atenta a mi empeño, a la quimera
de descubrir a diario lo que ignoro,
beber el agua del conocimiento,
abarcar con mi manos el tesoro
que siempre busco a golpes contra el viento.
Pero me iré contenta con mi hatillo
donde guardo celosa mis caudales:
lo poco que aprendí, mi codiciosa
manera de mirar... y este sencillo
gesto con el que aparto los cendales
que ocultan la respuesta prodigiosa
a mi eterna pregunta sin medida.
No pido más. A mí me basta
no haber pasado a ciegas por la vida.
De Noticia del tiempo (Bartleby Editores, Madrid, 2004)
En Memorias y desmemorias (Fundación AISGE, Madrid, 2012)
MEMORIA
Hace ya tanto tiempo de todo. Tanto tiempo...
Tengo miedo a perderme entre los días
y no saber volver.
Si así ocurriera,
¿qué sería de mí, de ti, de todo
lo que hemos vivido?
¿Quién estaría
aquí para contarlo?
Dadme la mano.
Dadme, por favor, vuestra mano.
Y escuchad lo que os digo:
Hubo una guerra
y no supe sobrevivir.
Morí. A diario muerto.
Hasta que muera seguiré muriendo
de la ignominia aquella.
De En soledad, con ella (Antología 1948-2015)
(Bartleby, Madrid, 2015)
A JOSÉ LAMADRID
...Y me iré un día sin haber sabido
apenas nada. Sin saber siquiera
si he soñado o si he vivido
siempre atenta a mi empeño, a la quimera
de descubrir a diario lo que ignoro,
beber el agua del conocimiento,
abarcar con mi manos el tesoro
que siempre busco a golpes contra el viento.
Pero me iré contenta con mi hatillo
donde guardo celosa mis caudales:
lo poco que aprendí, mi codiciosa
manera de mirar... y este sencillo
gesto con el que aparto los cendales
que ocultan la respuesta prodigiosa
a mi eterna pregunta sin medida.
No pido más. A mí me basta
no haber pasado a ciegas por la vida.
De Noticia del tiempo (Bartleby Editores, Madrid, 2004)
En Memorias y desmemorias (Fundación AISGE, Madrid, 2012)
MEMORIA
Hace ya tanto tiempo de todo. Tanto tiempo...
Tengo miedo a perderme entre los días
y no saber volver.
Si así ocurriera,
¿qué sería de mí, de ti, de todo
lo que hemos vivido?
¿Quién estaría
aquí para contarlo?
Dadme la mano.
Dadme, por favor, vuestra mano.
Y escuchad lo que os digo:
Hubo una guerra
y no supe sobrevivir.
Morí. A diario muerto.
Hasta que muera seguiré muriendo
de la ignominia aquella.
De En soledad, con ella (Antología 1948-2015)
(Bartleby, Madrid, 2015)
Viernes, 3 de Noviembre 2017
Javier Gil Martín
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