lunes, 30 de octubre de 2017
Hoy he entendido porque esta zona en la que trabajamos se llama Los Rosales. En los cauces de los arroyos, secos durante la mayor parte del año, crecen rosas silvestres. Estamos en otoño, así que no se ven flores, pero sí escaramujos -el fruto del rosal- que son de color rojo intenso.
En enero de 1939 no debía quedar un solo arbusto en los cauces, machacados por la artillería franquista y pisados por las botas de miles de soldados republicanos. Los arroyos se utilizaron a modo de trincheras de circulación para llegar al frente -al matadero más bien. Y de hecho, parece que su cauce está modificado para facilitar el movimiento de tropas. Por estos ríos-trinchera bajaron como un aluvión los heridos desangrándose, los soldados desmoralizados, los muertos arrastrados por sus camaradas.
En los cauces encontramos cartuchos perdidos y balas pero sobre todo metralla, proyectiles de artillería y granadas de mortero: las que hostigaron a los republicanos en retirada y se cobraron más víctimas entre los ya vencidos. Un proyectil de Schneider de 77 mm sale prácticamente entero. La metralla de 75 mm es ubicua, como los trozos de Valero de 81 y 50 mm.
En los escenarios de la Primera Guerra Mundial se dio un fenómeno curioso. Después de los combates, el paisaje lunar se cubría de amapolas. El campo de batalla removido una y mil veces por las explosiones se convirtió en un terreno ideal para las flores. De hecho, algunos botánicos hablan de "flora obsidional" para referirse a la vegetación que surge en los paisajes de guerra industrial (deobsidio/obsidionis en latín: "cerco", "asedio"). El poema In Flanders fields de John McCrae (1915) consagró a las amapolas como metáfora de la sangre vertida en las trincheras:
La rosa silvestre es nuestra amapola. No es una flor fácil. Uno se enreda en los rosales cuando trata de moverse por el cauce, los aguijones se agarran a la ropa como colmillos y cuesta librarse de ellos. Por eso se le llama rosa canina, por sus espinas como dientes. Al intentar separarlas, se clavan en los dedos. Y duele.
En enero de 1939 no debía quedar un solo arbusto en los cauces, machacados por la artillería franquista y pisados por las botas de miles de soldados republicanos. Los arroyos se utilizaron a modo de trincheras de circulación para llegar al frente -al matadero más bien. Y de hecho, parece que su cauce está modificado para facilitar el movimiento de tropas. Por estos ríos-trinchera bajaron como un aluvión los heridos desangrándose, los soldados desmoralizados, los muertos arrastrados por sus camaradas.
En los cauces encontramos cartuchos perdidos y balas pero sobre todo metralla, proyectiles de artillería y granadas de mortero: las que hostigaron a los republicanos en retirada y se cobraron más víctimas entre los ya vencidos. Un proyectil de Schneider de 77 mm sale prácticamente entero. La metralla de 75 mm es ubicua, como los trozos de Valero de 81 y 50 mm.
En los escenarios de la Primera Guerra Mundial se dio un fenómeno curioso. Después de los combates, el paisaje lunar se cubría de amapolas. El campo de batalla removido una y mil veces por las explosiones se convirtió en un terreno ideal para las flores. De hecho, algunos botánicos hablan de "flora obsidional" para referirse a la vegetación que surge en los paisajes de guerra industrial (deobsidio/obsidionis en latín: "cerco", "asedio"). El poema In Flanders fields de John McCrae (1915) consagró a las amapolas como metáfora de la sangre vertida en las trincheras:
"En los campos de Flandes vibran las amapolasLos británicos recuerdan a sus caídos en la Primera Guerra Mundial con la amapola. Es su símbolo de la memoria. Para el poeta de origen judío Paul Celan la amapola representa más bien la posibilidad de la vida tras el trauma de la violencia -su familia fue exterminada por los nazis. "Es hora de que la piedra se apreste a florecer" escribe en su poemario Amapola y Memoria (1952). Es hora de que se abracen la vida y la memoria.
entre las cruces, hilera tras hilera,
que marcan nuestro lugar, y en el cielo
la alondra aun canta y valiente vuela
apenas audible bajo los cañones.
Somos los muertos. Hace pocos días
vivíamos, sentíamos el alba y el ocaso,
amábamos, nos amaban y ahora yacemos
en los campos de Flandes".
La rosa silvestre es nuestra amapola. No es una flor fácil. Uno se enreda en los rosales cuando trata de moverse por el cauce, los aguijones se agarran a la ropa como colmillos y cuesta librarse de ellos. Por eso se le llama rosa canina, por sus espinas como dientes. Al intentar separarlas, se clavan en los dedos. Y duele.
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