dijous, 2 de novembre del 2017

Soldados de Cristo. http://guerraenlauniversidad.blogspot.com.es.


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miércoles, 1 de noviembre de 2017



Muy cerca del fortín que excavamos en Brunete nos encontramos una medalla de plata. En ella se puede observar, en una cara, a Jesucristo bendiciendo a un grupo de soldados que visten corazas al estilo del siglo XV o XVI y en la otra a dos soldados ataviados de la misma manera frente a una estatua de la Virgen con el niño flanqueada por dos ángeles. En la primera cara se lee Labora sicut bonus miles Jesu Christi y en su reverso Imitatores Dei estote sicut et ego Christi

Son palabras de San Pablo. Las primeras proceden de la segunda epístola dirigida a Timoteo (2:3): "Esfuérzate como un buen soldado de Jesucristo"; las segundas se encuentran en la primera carta a los corintios (11:1): "Sed imitadores de mí, como yo de Cristo". En la epístola a Timoteo, Pablo adivina su final: "a mí ya me sacrifican, y el tiempo de mi partida está cercano" y recuerda que todos los que quieran seguir a Jesús sufrirán persecuciones. Son frases que encontraban eco en el contexto de la brutal persecución religiosa que se desató en España durante la guerra.

La carta a los corintios, por su parte, recoge recomendaciones a esta comunidad cristiana y cuenta con algunas de las afirmaciones más machistas de Pablo de Tarso. Bajo el epígrafe que cita la medalla, continúa el apostol diciendo "Pero quiero que sepáis que Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer, y Dios, la cabeza de Cristo. Todo varón que ora o profetiza con la cabeza cubierta, deshonra su cabeza. Pero toda mujer que ora o profetiza con la cabeza descubierta, deshonra su cabeza, porque lo mismo es que si se hubiese rapado". También resuenan estas palabras con los tiempos de la guerra y el regreso a los valores patriarcales más reaccionarios que supuso el franquismo.

En todo caso, el mensaje de la medalla tiene que ver con el sacrificio que se espera a los que defienden la fe, que aparecen representados como guerreros medievales. Esos soldados del catolicismo eran el ideal de José Antonio. El fundador de la Falange esperaba de sus seguidores que fueran "mitad monjes, mitad soldados". Los monjes guerreros enlazaban con las gestas de las órdenes militares y al mismo tiempo encarnaban los valores jerárquicos y castrenses del falangismo: obediencia, disciplina, valor y desprendimiento.

Otro elemento importante en el falangismo es la imitación de Cristo. Muchos de los luchadores en el bando franquista eran devotos de la obra de Tomás Kempis, un asceta alemán de la Baja Edad Media conocido por su pensamiento místico y anti-intelectual. Su obra se titula precisamente Imitadores de Cristo y marcó a generaciones de españoles desde finales del siglo XIX, momento en que comienza a gozar de un particular éxito como parte del giro conservador del catolicismo -asediado por el progreso de la ciencia. En La Regenta (1885), Clarín presenta a Víctor Quintana, el marido de la protagonista, como lector asiduo de Imitadores de Cristo y dice que "poco a poco Kempis fue tiznándole el alma de negro". Con ello se refiere a la visión sombría y ascética de la vida terrenal.

El "Kempis" era, también, una de las lecturas preferidas de José Antonio Primo de Rivera. La influencia en su pensamiento es evidente: Certa tamquam miles bonus, ordena el santo, "lucha como un buen soldado". En su caso tiene un carácter metafórico: la lucha es contra las tentaciones. Para los falangistas, en cambio, la fe y la violencia son perfectamente compatibles. 

No solo para los falangistas. Acción Católica también recurrió a la imagen del soldado de Cristo. El Padre Acuña escribe en su Apostolado Seglar, publicado en 1940: "Cuando vemos que todo se derrumba, familia, Estado, sociedad, entonces es cuando los católicos debemos enrolarnos en las filas de esta Cruzada santa de la Acción Católica para luchar 'sicut bonus miles
Christi' 'como buenos soldados de Jesucristo', por los sagrados intereses de Dios y de la Patria". 


El Padre Acuña olvida que los intereses de la Patria no son competencia de los católicos en tanto que tales. Que se derrumbe el Estado no les incumbe. Al menos mientras no se prohiba el culto, cosa que nunca sucedió en la España republicana antes del 18 de julio: "Devolved al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios"  (Marcos, 12, 13-17). De hecho, Unamuno ya había escrito un texto durante la Revolución filipina (1896-1898) recordando que, desde un punto de vista estrictamente evangélico, los curas no debían delatar a aquellos filipinos católicos que defendieran la insurgencia contra España. Lo que debían cuidar era de sus almas, no de su credo político.

Desgraciadamente los soldados de Cristo de la Guerra Civil eran más de Máuser que de Unamuno. Las medallas religiosas y las balas, los crucifijos y la metralla son la prueba arqueológica de esta mezcla letal de fe y de violencia.