El cangués José Franco Franco y el monfortino Emilio Morales Latorre sobrevivieron al terror nazi y pudieron emigrar con sus familias a Argentina.
A Neuengamme, el mayor campo del norte de Alemania, se dirige el convoy que parte de Compiègne el 21 de mayo. Lleva 2.004 hombres, apretujados en unos veinte vagones de ganado. Casi 1.700 son franceses y unos 200 españoles, entre ellos seis gallegos. Les espera un trayecto de tres días, sin agua para calmar su sed, apoyados unos sobre otros y teniendo que evacuar allí mismo, entre sus compañeros de infortunio.
Estamos en la primavera de 1944. La guerra hace ya tiempo que dio un giro a favor de los Aliados y por toda Europa los alemanes se entregan a la desesperada defensa de los territorios ocupados, aplastando brutalmente cualquier foco de resistencia y deportando masivamente a judíos y opositores. Bajo la furia nazi caen dos mil republicanos españoles exiliados en Francia, quienes acabarán en campos de concentración del Reich, principalmente Dachau, Buchenwald y Neuengamme.
El viaje acaba a las puertas del campo de concentración, situado en una idílica llanura moteada de granjas junto al Elba, una veintena de kilómetros al sureste de Hamburgo. El catalán Ernest Baulo recordaría así años más tarde aquel fatídico 24 de mayo de 1944 en que llegaron a Neuengamme: «Bajamos del tren con la piernas completamente anquilosadas, sin que uno pudiera casi tenerse en pie, con muchos casos de fiebre. De inmediato, tras habernos hecho formar, entendimos lo que nos esperaba. Con un simple número, nuestro nombre y apellidos quedaron eliminados. [Éramos] esclavos a su disposición».
Que nuestros seis gallegos hicieron piña ya desde Compiègne se adivina por los números que les asignarían en Neuengamme donde, como vemos, los cautivos fueron entrando en formación. Eudaldo Martínez Méndez iba tal vez separado del resto y recibió el número 30989. Los demás muy posiblemente viajaron en el mismo vagón y entraron casi uno detrás de otro en el campo de concentración: Manuel Sánchez Jalda, 31083; Manuel Pérez Taboada, 32009; José Franco, 32011; Emilio Morales Latorre, 32012; y Manuel Fernández López, 32013.
Neuengamme es uno de los campos de concentración nazi más desconocidos. En buena parte, esto se debe a la destrucción sistemática de documentación ordenada por los SS poco antes de la llegada de las tropas americanas a finales de abril de 1945. Se calcula que 100.000 hombres y mujeres de toda Europa pasaron por Neuengamme, de los cuales 40.000 fallecieron a causa del trabajo extenuante, la escasa alimentación, las enfermedades contagiosas y las torturas. Las cifras son en todo caso aproximadas y se desconoce el nombre de muchos de los deportados.
Los españoles no son aquí una excepción. El museo del campo dispone de una lista con unos 450 nombres, que algunos investigadores como los autores de este texto están ampliando y puliendo. Hoy conocemos los nombres de más de 500 deportados españoles a Neuengamme. Aún quedan decenas por identificar.
En los últimos años, una feliz circunstancia ha contribuido además a que afloren las historias de algunos de ellos. Milagrosamente, las pertenencias de varios miles de deportados se salvaron y fueron depositadas tras la guerra en el Archivo Arolsen. Algunos de esos relojes, anillos, fotos, carnés y otros objetos personales eran precisamente de los hombres que ingresaron en Neuengamme el 24 de mayo de 1944.
Los cuatro gallegos conocidos
En 2019, la hija de Manuel Pérez Taboada (Xeve, 1917), recibió del Archivo Arolsen una caja con los dos anillos que su padre llevaba consigo al entrar en Neuengamme. Manuel sobrevivió y creó una familia en París. Su hija relata cómo arrastró secuelas psicológicas toda la vida.
El destino quiso que los objetos de los otros cinco gallegos del convoy que llegó a Neuengamme el 24 de mayo de 1944 no se conservaran. Los nombres de algunos de ellos sí fueron sin embargo registrados por los Aliados al final de la guerra y sus biografías han podido ser reconstruidas en los últimos tiempos por la investigadora viguesa María Torres.
Sabemos ahora que Eudaldo Martínez Méndez (Vigo, 1919) y Manuel Sánchez Jalda (Vigo, 1915) se vieron obligados a trabajar para los ocupantes alemanes en la región de Burdeos y por cometer sendos actos de sabotaje fueron detenidos en la primavera de 1944. Ambos sobrevivieron a la deportación y se instalaron en Francia.
Muy distinta suerte corrió Manuel Fernández López (Sarria, 1902). En los años veinte emigró a Tarragona, donde se casó y tuvo cinco hijos. Militante de izquierdas durante la República, se exilió en 1939 y sus familiares perdieron todo contacto con él. Durante mucho tiempo, pensaron que había muerto en Francia durante la guerra mundial. Solo en los sesenta fueron informados por la Cruz Roja de que había dado su último suspiro en Neuengamme.
Emilio Morales Latorre nació en Monforte de Lemos el 4 de enero de 1912. Sus padres Germán y Nicolasa eran de Zaragoza y emigraron a la capital de la Ribeira Sacra para trabajar en el ferrocarril. La familia vivía en la rúa Progreso, hoy rúa Coruña. Tal vez siguiendo los pasos del padre, Emilio se hizo mecánico y como tal ejercía en Monforte en los años treinta. Durante la guerra combatió a los franquistas y pasó a Francia en 1939. Por el mero hecho de tener a su hijo exiliado, el padre de Emilio tuvo que cumplir un mes de cárcel de Lugo.
Emilio Morales estuvo un tiempo en el campo de Argelès, sirvió en una Compañía de Trabajadores Extranjeros y tras la ocupación alemana posiblemente se ganó la vida con empleos precarios. Tal vez por ello, en octubre de 1941 se fue a trabajar al Reich, como harían unos 5.000 españoles exiliados en Francia durante la guerra mundial. El destino de Emilio fue el Palatinado, junto al Rin. No es imposible que llegase a conocer a alguno de los 750 gallegos que emigraron a la Alemania nazi desde Vigo, muchos de los cuales se emplearon en una planta química del Palatinado.
A finales de 1942, Emilio Morales se trasladó a la cercana Metz, en la Lorena anexionada al Reich dos años antes. Probablemente colaboró con la Resistencia, muy activa en aquella región industrial, y tras ser detenido fue enviado a Compiègne. Allí coincidió con José Franco Franco, otro deportado gallego hasta ahora desconocido. Sus vidas correrían en paralelo a partir de entonces.
José Franco Franco nació en Hío, Cangas, el 31 de enero de 1917, hijo de Constantino y Antonia. De su juventud sabemos apenas que se hizo pescador como su padre. Probablemente combatió a los insurrectos en la guerra civil y saldría para el exilio en 1939, aunque no tenemos constancia de ello. José Franco se instaló en Burdeos, como muchos miles de refugiados españoles. Allí se casó en 1943 con Mercedes Paredes, nacida en Cangas en 1925 y cuyo periplo vital hasta su boda desconocemos.
El 17 de febrero de 1944, José fue detenido por la Gestapo y encerrado en el Fort du Hâ, la antigua cárcel de Burdeos reactivada por los ocupantes alemanes y por la que pasaron centenares de republicanos españoles. Al mes siguiente, fue enviado a Compiègne.
Vidas paralelas en Neuengamme
El preso 32011 José Franco Franco y el preso 32012 Emilio Morales Latorre fueron uña y carne durante los casi doce meses que pasaron en el averno nazi. Como buena parte de los prisioneros en Neuengamme, estuvieron solo un tiempo en el campo central antes de ser destinados a uno de los más de setenta subcampos repartidos por todo el norte de Alemania e instalados cerca de las obras, canteras, fábricas y empresas en que serían explotados como mano de obra esclava.
José y Emilio acabaron en el gigantesco complejo industrial Hermann Göring en la zona minera de Salzgitter, cerca de Hannover. Allí trabajaron posiblemente en la producción de granadas junto a otros 3.000 deportados. El ritmo de producción y la precisión exigida eran extremos. A los que cometían alguna falta se les consideraba saboteadores y eran ejecutados. Terror y bestialidad marcaban el día a día en el campo. Emilio contaría a su familia años más tarde cómo en mitad de la noche, los SS entraban en las barracas y se llevaban a algún compañero al que nunca más volvían a ver.
El 15 de abril de 1945 soldados del ejército británico liberaron el campo y encontraron un espectáculo dantesco: miles de cadáveres tirados por todas partes y esqueletos andantes que contra toda lógica se aferraban a la vida. Uno de ellos era Emilio Morales, que pesaba menos de cuarenta kilos. En condiciones no menos penosas debía estar José Franco. Juntos habían atravesado el infierno y juntos salían ahora de él. En una lista de supervivientes que seguían recuperándose en Bergen-Belsen a comienzos de mayo, Emilio aparece con el número 104.255, José con el 104.257.
De Francia a Argentina
Tras recobrar fuerzas durante varias semanas, los dos compañeros gallegos fueron repatriados por el gobierno francés y probablemente asistidos como otros miles de deportados en el hotel Lutetia en París. A José Franco le esperaban en Burdeos su esposa Mercedes y su hijo, al que pronto se sumarán dos más. Nadie parece que recibiera sin embargo a Emilio Morales, quien nunca se separaría de su soltería.
Para ambos exiliados, el regreso a España no era una opción por la certeza de que serían represaliados y tampoco la permanencia en Francia les resultaba deseable. La resolución a ese dilema, como gallegos de su tiempo, la vieron clara y se llamaba América.
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