diumenge, 26 de febrer del 2017

¿Franco solo fusiló a 23.000 personas? Ángel Viñas.

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¿Franco solo fusiló a 23.000 personas? (I)

24 ENERO, 2017 AT 8:30 AM
Ángel Viñas
Desde 1936 hasta, digamos, el comienzo de los años cincuenta se registra el período más sombrío de la historia de España. Como ya señaló el inolvidable Fernando Fernán Gómez (“Las bicicletas son para el verano”) no llegó la paz, sino la VICTORIA. Sin paliativos. Guerra y  victoria se vieron acompañadas por una áspera, duradera e implacable represión. El señor vicepresidente de la FNFF minimiza, sin embargo, los resultados de la larga y persistente investigación sobre el terror en la guerra y la posgguerra que constituye, precisamente, el capítulo más vibrante de la actual historiografía española y uno de los mejor estudiados por innumerables historiadores españoles y extranjeros.
Tal minimización se vislumbra en las siguientes palabras, inmortalizadas en Internet:
“El Régimen no fusilaba por capricho. A diferencia del otro régimen que se dice democrático, tenía unos consejos de guerra. Fusiló infinitamente menos que fusilaron en Italia, Francia o Alemania. España vivió el genocidio de la izquierda en esos tres años. No sólo en Paracuellos. El que gana, desde el 1 de octubre del 36 hasta el 75, no fusila a nadie que no sea en un consejo de guerra, un tribunal excepcional, igual que es ahora la Audiencia Nacional (…) De las 36.000 condenas a muerte sólo se fusila a 23.000, y es una cifra, entre comillas y salvando las distancias, ridícula comparando con lo que pasó en Italia, Francia o cualquier país afín al Eje”
Es del todo comprensible que en una entrevista de periódico se mezclen churras con merinas. Pero en el párrafo precedente se yuxtapone toda una serie de temas muy amplios y sin el menor orden ni concierto. Analíticamente hay que: a) distinguir los fusilamientos en la guerra civil y en la posguerra; b) identificar, al menos, algún criterio para comparar con otras realidades y c) no decir inexactitudes clamorosas (por ejemplo, en territorio gubernamental durante la guerra civil subsistió, bien que mal, una justicia reglada que fue poco a poco ampliándose y, desde luego, hubo consejos de guerra).
En este post abordaré exclusivamente el aspecto comparativo. Es decir, el aludido en la última línea y media de la entrevista. En otros sucesivos, trataré algunos temas de los varios que suscitan las anteriores declaraciones que, en mi modestísima opinión, habría que esculpir al láser.
El señor vicepresidente parece pasar por alto (o ignorar) que el caso español presenta diferencias cuantitativas y cualitativas importantes con los dos únicos, el francés y el italiano, a que alude. Como son evidentes, el que lo haga tan tranquilamente puede deberse a motivos varios sobre los que no me entretendré en especular. Sus lectores lo habrán hecho. Servidor se limitará a recoger algunas de tales diferencias. Hay que señalar que otros países aliados del Eje fueron Bulgaria, Hungría y Rumania, cada uno también con sus características especiales, y los dos “Estados” reconocidos únicamente por la coalición nazi-fascista, la Eslovaquia del clérigo católico (con la Iglesia hemos topado) monseñor Tiso y el croata, al frente del cual tronó un asesino patológico, el poglavnik Ante Pavelic que -lo que son las cosas- falleció en Madrid en 1959.
Entre Francia, Italia y Yugoslavia hay, ciertamente, similitudes. En los tres casos coincidieron una guerra externa e interna, ambas abiertas aunque en momentos diferentes del tiempo y consideradas como tales por la comunidad internacional, combatiente y no combatiente.  En el primer caso en 1939, en el segundo en 1943 y en el tercero en 1941. La guerra externa fue impuesta por el nazifascismo. La interna se dirimió entre colaboradores y tropas y sicarios fieles a los regímenes de Hitler, Mussolini, Pétain y Pavelic contra los movimientos de resistencia internos, apoyados en mayor o menor medida desde el exterior. En el italiano desde que el mariscal Badoglio operó el giro estratégico a favor de los aliados. En el yugoslavo los fascistas croatas tuvieron que enfrentarse a los movimientos titista y al monárquico, a su vez peleados a muerte entre sí. En todos ellos la situación fue infinitamente más compleja que en el español. Dejo de lado, naturalmente, los países ocupados en los que la resistencia interior no tuvo caracteres como en los anteriores, es decir, Luxemburgo, Bélgica, Holanda, Dinamarca, Noruega, Albania, Checoslovaquia y Polonia. [No se me olvidan los casos, contrapuestos, de Finlandia y Grecia pero no los tomo en consideración aquí].
Ni que decir tiene que en los tres países que comparo (la razón por la que introduzco Yugoslavia aparecerá más adelante) los debates sobre las cifras de mortalidad y, en general, de la violencia política en conexión con unas guerras al lado de las cuales la española se queda chiquita han sido muy intensos. Existen, afortunadamente, obras comparativas entre las cuales la de Mark Mazower es referencia obligada. Las poblaciones de los tres países ascendían a finales de 1939 a 41,7 millones para Francia, 44,4 para Italia y 15,7 para Yugoslavia. En España podríamos hablar de unos 24 millones antes del estallido de la guerra civil.
Si, para el caso francés, se acude al grueso estudio-síntesis de Bourdrel, que tengo a mano, la depuración a las bravas (ejecuciones sumarias) parece haber oscilado entre 10.000 y 15.000 (colaboradores, gente de Vichy, ajustes de cuentas, etc.).  A ellas habría que añadir las condenas a muerte por tribunales debidamente constituidos. Ascendieron a 7037 y tan solo 791 se llevaron a cabo[1]. Observamos que están muy por debajo de los 23.000 fusilamientos derivados de consejos de guerra a que alude el señor vicepresidente de la FNFF.
Para el caso de Italia, que confieso tener peor estudiado, he de recurrir a la síntesis de Woller. No encuentro en mi desbaratada biblioteca otra más reciente. Con mayor imprecisión este autor cifra el número de víctimas por arreglos de cuentas en la guerra civil italiana contra el fascismo (1943-1945) entre 10.000 y 15.000. Añade que en los años 1945-1946 se pronunciaron entre 500 y 1.000 condenas a muerte, pero en los procesos de revisión se rebajaron drásticamente. A finales de 1945, por ejemplo, solo se habían ejecutado entre 40 y 50. De aquí el concepto de epurazione mancata[2]. También cabe aplicar la misma reflexión que en el caso anterior. Tengo la impresión que el señor vicepresidente de la FNFF no anda muy acertado al caracterizar la cifra de 23000 fusilamientos españoles de ridícula.
El caso yugoslavo fue, por el contrario, de una violencia extraordinaria, tanto en el número de víctimas de la violencia durante la segunda guerra mundial como en la posguerra, con el ajuste de cuentas que impuso el régimen de Tito. Mazower, por ejemplo, señala que pudo llegar a 60000 pero otros autores indican cifras mayores. A lo mejor, pues, con quien hay que comparar a Franco es con el dictador yugoslavo, algo que no he visto demasiado enfatizado. Ciertamente no cabe hacerlo con el caso húngaro en el que en los primeros tiempos de venganza, hasta agosto de 1945, de un total de 3893 condenas judiciales solo hubo 64 a la pena capital. Las cifras aumentaron posteriormente. Según datos oficiales al 1º de marzo de 1948 las condenas a muerte habían ascendido a 322, de las cuales se habían cumplido 146[3].
Es, naturalmente, muy probable que los especialistas discutan sobre las cifras mencionadas aquí a título de meros ejemplos. No creo que sea preciso profundizar en el tema. Los casos francés, italiano y húngaro  ponen de manifiesto que, a pesar de que sus regímenes hundieron a sus ciudadanos en el abismo de dos guerras, externa e interna, y en un abismo muchísimo más letal que el español, la represión en muertes fue muy por detrás de la minimizada que tuvo lugar bajo la batuta de Franco. ¿Por qué será?
(Continuará)

[1] Philippe Bourdrel, L´épuration sauvage, París, Perrin, 2008, pp. 649 y 655. Tiene importancia destacar la pequeña suma de ejecuciones. Es obvio que los vencedores, empezando por De Gaulle, fueron mucho más magnánimos que el inmarcesible Caudillo.
[2] Hans Woller, “Ausgebliebene Säuberung”? Die Abrechnung mit dem Faschismus in Italien, en Klaus-Dietmar Henke y Hans Woller (eds.), Politische Säuberung in Europa, Munich, DTV, 1991, pp. 183s y 188.
[3] Laszlo Karsai, The People´s Courts and Revolutionary Justice in Hungary, 1945-46, en Istvan Deak, Jan T. Gross y Tony Judt (eds.), The Politics of Retribution in Europe. World War II and Its Aftermath, Princeton, Princeton University Press, 2000, pp. 237 y 246. Para las cifras hasta 1948 me he basado en Margit Szöllösi-Janze, “Pfeilkreuzler”, Landesverräter und andere Volksfeinde. Generalabrechnung in Ungarn, en Henke/Woller.

¿Franco solo fusiló a 23.000 personas? (II)

31 ENERO, 2017 AT 8:30 AM
Ángel Viñas
En este blog ya me hecho eco de los cálculos del profesor Eduardo González Calleja sobre los muertos por violencia política en el período que media desde la instauración de la República (14 de abril de 1931) hasta la sublevación militar de julio de 1936. Ascendieron por lo menos a 2629, más o menos identificadas[1].  No todas las muertes fueron iguales: unas fueron de derechas y otras (la mayoría) de izquierdas; unas sucedieron en actos individuales y otras en situaciones colectivas; unas víctimas iban armadas y otras no; unas fueron objeto de atentados y otras de reyertas. No puede decirse que las fuerzas del orden público se vieron desbordadas, salvo en casos muy particulares. 
Sin duda, 2629 fueron muchos muertos. Pero ¿se trató de un número exagerado en términos comparativos? Acudiré para el caso de Italia a un historiador de esta procedencia. Hay otros, pero Gentile tiene la ventaja de que su obra está traducida al castellano y que puede consultarse con toda facilidad. En su trabajo en torno a los antecedentes de la toma del poder por Mussolini en 1922[2], ha popularizado las estadísticas oficiales italianas de criminalidad en los años, infinitamente más tumultuosos que mediaron entre 1918 y 1921, un lapso de tiempo más corto y bastante más letal que el español. Los muertos por homicidio, nos dice, ascendieron a 8027[3]. La población italiana era muy superior a la española pero en Italia se montó una dictadura sin que le precediera una guerra civil abierta como en el caso de España (e internacionalizada, no hay que olvidarlo, desde antes de su estallido).
En el caso español siempre ha habido un baile de cifras sobre los asesinatos en la zona franquista y en territorio republicano durante la guerra civil. El señor vicepresidente de la FNFF no entra en esa contabilidad macabra. Hace bien, porque Francisco Franco, jefe del Gobierno y del Estado, Generalísimo de los Ejércitos, presidente de la Junta Política de FET y de las JONS, no sale bien parado. Prefiere centrarse en los “consejos de guerra”. No obstante se olvida, quizá por casualidad, de tres circunstancias perfectamente documentadas en la historiografía. La primera es que la mayor parte de las víctimas del “terror blanco” durante la segunda mitad de 1936 no pasaron por “consejos de guerra”[4]. La segunda es que los que se convocaron representaban una conculcación tal de la legalidad vigente que los rebeldes echaron mano de la vetusta, obsoleta y sobrepasada Ley Constitutiva del Ejército de 1878 que, por supuesto, tergiversaron arbitrariamente. Lo mismo hicieron con los Códigos Penal y de Justicia Militar, que que sobrevivieron a la guerra misma. Para matar acudieron a  los bandos que proclamaron los jefes de las fuerzas que se sublevaban y poco después al Bando de Guerra que proclamó a finales de julio de 1936 la cooptada Junta de Defensa Nacional de Burgos. Su única “legitimidad” y/o “legalidad” se sustentó, no hay que subrayarlo demasiado, en las bayonetas. La tercera circunstancia es que los consejos de guerra volvieron a brillar por su ausencia cuando en 1939 los vencedores ocuparon los territorios que hasta entonces se les habían resistido[5].
Moreno Gómez ha hecho un estudio exhaustivo de la sobremortalidad de la posguerra debida a una represión inmisericorde. Entre ella cifra el número de fusilamientos efectuados bajo Franco no en los 23000 del señor vicepresidente de la FNFF sino en torno a los 40000 (sin contar los realizados durante la guerra misma). Hay autores que aumentan esta cifra, pues como es fácil colegir los vencedores no siempre llevaron una contabilidad muy exacta y/o la base documental hoy disponible es endeble. Suele mencionarse la cifra de 50000.
Personalmente no olvidaré que uno de los comisarios europeos con quien trabajé y exministro de Asuntos Exteriores de Francia, Claude Cheysson, estuvo internado en un campo del norte como joven oficial huido tras la débâcle de 1940. Nunca visitó la España de Franco en silente homenaje a los ejecutados tras las sacas que casi diariamente se practicaban en el campo. Las hubo en muchos, probablemente después de pasar por Consejos de Guerra que, no hay que recordarlo, eran una farsa. Lo fueron desde el comienzo de la guerra civil, siguieron siéndolo en los años cuarenta (las memorias del profesor Nicolás Sánchez Albornoz, que se enfrentó a uno de ellos, describen el clima) y continuaron incluso en los años sesenta y setenta, como reflejan los abiertos a Julián Grimau y a Puig Antich, estudiados por Juan José de la Iglesia y Gutmaro Gómez Bravo respectivamente.
Una mera muestra para ilustrar el repunte de los paseos y de la ley de fugas tras el final de la guerra la da el ya mencionado Moreno Gómez. En Casas de Don Pedro hubo 70 paseados; en Orellana la Vieja, 63; en Don Benito, 61 (todos en Badajoz); en Pozoblanco constan 101. El responsable, a las órdenes de Franco y siguiendo instrucciones firmadas por él, fue el SIPM, encargado de llevar a cabo “el cumplimiento de misiones que no admiten demora”. En algún caso los papeles que aun se conservan establecen que 17 muertos fallecieron “después de la liberación de este pueblo (…) de hemorragia aguda por acción de agente traumático lanzado por las fuerzas de la Policía Militar”. Es decir, fueron asesinados por causas que solían enmascararse bajo las fórmulas de que se trataba de “destacadísimos elementos desafectos de la santa causa” o por supuestos “crímenes” cometidos durante “el Glorioso Movimiento Nacional”.
Afortunadamente, en otro de sus libros el mismo Moreno Gómez ha aportado toda una serie de datos cuantitativos, referidos a Córdoba, que permiten apreciar la magnitud de los fusilamientos en una sola provincia que no era precisamaente de las más pobladas. En Córdoba capital se registraron entre el 2 de junio de 1939 y el 21 de febrero de 1945 nada menos que 584. Si se sale de la capital, se alcanza un total de 1102 entre 1939 y 1941. Así, pues, en la totalidad de una sola provincia se han identificado casi 1700 fusilamientos después de la guerra[6]. Todos con nombres y apellidos. ¿Cuáles serán las magnitudes de las provincias ricas en población? Es obvio que quedaban muchas por “limpiar”.
Hoy es una banalidad señalar que la represión tras la guerra civil no se limitó a fusilamientos salvajes u ordenados por consejos de guerra sino que adoptó múltiples características entre las cuales las más letales fueron quienes murieron en campos de trabajo y en las cárceles. A ellos no se refiere el señor vicepresidente de la FNFF. ¿No ha leído, por ejemplo, los trabajos de Javier Rodrigo?
Desgraciadamente  los historiadores españoles y extranjeros no disponen de un asidero documental tan sólido como en otros países. Hace ya tiempo que unos y otros han denunciado que en los años del tardofranquismo empezó a producirse una destrucción masiva de la documentación relacionada con estos temas. Toneladas de papeles desaparecieron en las fauces de las trituradoras o, más carpetovetónicamente, en el fuego de las calderas o como montañas de basura[7]. Nunca fue por casualidad. De lo que se trataba era de eliminar pruebas. No obstante, a lo mejor quedan documentos que guarda como oro en paño la FNFF y que han permitido a su señor vicepresidente airear una cifra un tanto absurda. Todos le quedaríamos muy agradecidos si la sustanciara.
(Continuará)

[1]Cifras cruentas. Las víctimas mortales de la violencia sociopolítica en la segunda República Española, Granada, Comares, 2015, p. 75.
[2] El fascismo y la marcha sobre Roma. El nacimiento de un régimen, Barcelona, Edhasa, 2015, p. 23.
[3] Según R. J. B. Bosworth,  Mussolini´s Italy. Life Under the Dictatorship, Londres, Penguin, 2006, indica que en el camino hacia la implantación de la dictadura italiana el Duce liquidó entre 2.000 y 3.000 oponentes. En tiempos de paz, es decir, hasta 1939 incluido, el relevante tribunal especial solo impuso veintinueve sentencias de muerte según Mazower.
[4] El modus operandi de dichos consejos ha sido estudiado, entre otros, por Peter Anderson y Glicerio Gómez Recio recientemente. ¿No se han leído sus obras en la FNFF?.
[5] Es instructiva la lectura del artículo de Francisco Moreno Gómez, “La gran acción represiva de Franco que se quiere ocultar”, Hispania Nova, nº 1, Extraordinario (2015), pp. 183-210, en http:e-revistas.uc3m.es/index.php/HISPNOV/issue/archive.
[6]  La victoria sangrienta, 1939-1945. Un estudio de la gran represión franqista para el Memorial Democrático de España, Madrid, Alpuerto, apéndices I y II.
[7] Una excelente visión de la temática española que tan ligeramente despacha el señor vicepresidente de la FNFF se encuentra en la obra de Michael Richards, After the Civil War. Making memory and re-making Spain since 1936, Cambridge, CUP, 2013, traducida al castellano  bajo el título Historias para después de una guerraMemoria, política y cambio social en España desde 1936,  Barcelona, Pasado&Presente, 2015.

¿Franco solo fusiló a 23.000 personas? (III)

7 FEBRERO, 2017 AT 8:30 AM
Ángel Viñas
El señor vicepresidente de la FNFF, en las declaraciones al periódico EL MUNDO que comento mínimamente en estos modestos posts, demuestra haber sido un cuidadoso entrevistado. No fue más allá de dónde quiso llegar. Quizá un buen abogado podría defender que la afirmación de que “desde el 1 de octubre del 36 hasta el 75, [el que gana] no fusila a nadie que no sea en un consejo de guerra” debiera entenderse en sus propios términos y que, por consiguiente, de ella habría que excluir lo ocurrido antes de dicha fecha, que es cuando Franco fue “exaltado” a la Jefatura del Estado.
Sin embargo, históricamente hablando, la afirmación del señor vicepresidente de la FNFF no tiene sentido. En primer lugar, lo cierto es que siguió habiendo fusilamientos que no fueron autorizados por consejos de guerra. En segundo lugar, en el estado actual del conocimiento es difícil, cuando no imposible, pautar por períodos las muertes ocasionadas en consejos de guerra (de medio pelo y sin las menores garantías jurídicas) de aquéllas que no se decidieron en tales farsas. En tercer lugar, cabría dar la vuelta a dicha afirmación: ¿puede mostrar algún tipo de documentación que la apoye? Tal vez en los archivos que custodia celosamente exista abundante material primario a tal efecto, pero el hecho es que nadie lo ha utilizado. Al menos que servidor sepa.
Teniendo en cuenta el masivo estudio que sobre la represión en la guerra hizo ya años Paul Preston, para conocimiento del señor vicepresidente, y eventual información de sus ilustres colaboradores y expertos, quisiera traer a colación un reciente trabajado basado como es lógico en la coordinación de fuentes primarias, testimonios orales y una amplia bibliografía secundaria.
El estudio se refiere esencialmente al caso de Navarra. Es decir, la provincia sobre la cual se extendió casi inmediatamente el dominio del general Emilio Mola, “director” del “Glorioso Movimiento Nacional”. Sus restos se han exhumado hace unos cuantos meses de un mausoleo construido a su imperecedera memoria y a la de otros “mártires” de dicho “Movimiento”. Es un trabajo muy interesante porque en Navarra cabe analizar el impacto letal de la rebelión militar combinada también con la carlista, menor en otras provincias en la que tampoco hubo guerra. Los sublevados apenas si toparon con resistencia, aunque la que se produjo no pudo resistir a las flamígeras cohortes que se levantaron “por Dios y por España”.
Ya en 2003 un colectivo de memoria histórica (esa contra la cual el señor vicepresidente de la FNFF ha sugerido conceder auxilio jurídico a los ayuntamientos que se nieguen a poner en práctica la Ley 52/2007 de 26 de diciembre y que no quieren retirar de sus nombres el apelativo “del Caudillo”) llegó a la conclusión de que habían sido asesinados en total, entre 1936 y 1939, unas 2857 personas[1]. Confieso no haber leído dicho trabajo.
Ahora un investigador académico navarro, profesor titular de la Universidad de Zaragoza[2], ha aumentado la cifra a 3280. Esta incluye explícitamente los muertos de la posguerra durante el año 1939. Mikelarena no se ha limitado a establecer una cifra fría sino que ha penetrado profundamente en lo que hubo detrás. Aquí nos interesan unos cuantos datos comparativos. Así, por ejemplo, ha calculado la tasa de asesinados por cada mil habitantes, un indicador que sirve para señalar algo más que una mera constatación estadística. Ha determinado otro indicador que introduce “una ponderación relativa a la población en riesgo de ser asesinada”. Es decir, la tasa de asesinados por cada mil votos obtenidos en las elecciones de febrero de 1936 por la coalición del Frente Popular. Esto significa, por ejemplo, que cuando en Barcelona se mencionan 1716 muertos probablemente se incluyen en mayor o menor medida fusilamientos acaecidos tras la ocupación al final de las hostilidades.
El historiador navarro discrepa de una de las conclusiones del conocido y exhaustivo estudio de Stathis N. Kalyvas sobre la violencia en guerras civiles. A tenor de este supercitado autor “cuanto mayor sea el nivel de control de un actor, menos probable será que este actor recurra a la violencia, sea selectiva o indiscriminada”. Eso será tal vez cierto en muchas guerras civiles, pero no en el caso español. Ciertamente no es aplicable a Navarra (ni probablemente a otras regiones en las que también triunfó la sublevación, aunque este es un tema en el que no me atrevo a escribir con seguridad). En román paladino lo que significa es que Mola y los carlistas masacraron todo lo que pudieron, y quisieron, con independencia de que el nivel de oposición armada fuese reducido y limitado geográficamente a ciertas zonas y no por mucho tiempo.
Esto nos indica, después de los exhaustivos estudios realizados para la España del Sur (y aquí hay que traer a colación a autores como Francisco Espinosa y Francisco Cobo Romero, entre otros), que el “Glorioso Movimiento Nacional” se lanzó, siguiendo las instrucciones del propio Mola y secundado por inolvidables generales de la talla de Queipo de Llano o de Franco, con el fin de dar un sajo en el cuerpo social que destrozara los cuadros de organizaciones y partidos que no constituían “la verdadera España” y que profundizara en las masas de población. Podríamos afirmar que con el fin de amedrentarlas y de tomar venganza por las ofensas inferidas, en la calenturienta imaginación de los sublevados, a la PATRIA eterna e inmortal (más bien a un orden socioeconómico inaguantable en un país en el que una gran parte de la población había preferido aplicar reglas elementales de modernización política, económica, social y cultural).
¿Y cuál son los resultados a los que llega Mikelarena? Limitándose a las 36 provincias, más Ceuta y Melilla, para las cuales se dispone de cifras comprobadas -no figuran por ejemplo Galicia, País Vasco, Madrid, Ciudad Real, Cuenca, Guadalajara, Murcia, etc.-, su conclusión es que Navarra se lleva la palma. Es decir, allí donde tronaron Mola y los carlistas, la tasa de mortalidad fue de las más elevadas, a decir verdad la más elevada, de España. Es como si el caballo de Atila hubiera pasado por las verdes campañas y montes navarros. El número de víctimas superó a las de Paracuellos, sin necesidad de recurrir a principios ideológicos y experimentos soviéticos.
En el anexo 3 de su obra Mikelarena identifica con nombre, apellidos y lugares a 637 personas, fusilados o asesinados vilmente sin ser sometidos a procedimiento judicial alguno. La lectura de algunos de los detalles es estremecedora. También reproduce como anexo 4 una lista, establecida en París en 1946, en la cual figuran casi 2000 personas asesinadas. No me he molestado en cruzar ambos anexos.
La pregunta a la que el señor vicepresidente de la FNFF podría tener a bien responder es la siguiente: ¿cuántos de los 3280 casos de muerte navarros pasaron por consejos de guerra? Es una pregunta inocente, pues las comparaciones interprovinciales nos dicen que en numerosos casos, sobre todo en la segunda mitad del año 1936, el “terror blanco” se manifestó masivamente en forma de ejecuciones sumarias y que muchos de sus resultados (los famosos “desaparecidos”) no llegaron a identificarse con nombres y apellidos.
Sugerencia: ¿Por qué no lanza la FNFF un programa de investigación bien dotado de fondos que determine, sobre la base de evidencia primaria, cuántos ejecutados por consejos de guerra pueden determinarse? Así podría, o no, rebatir conclusiones ampliamente generalizadas en la historiografía. Seguro que si las destroza muchos de los abonados a su Boletín de noticias darán un respiro de alivio.
(Continuará)  

[1] Colectivo Altaffaylla, Navarra 1936. De la esperanza al terror, Altaffaylla, Tafalla.
[2] Fernando Mikelarena, Sin piedad. Limpieza política en Navarra, 1936. Responsables, colaboradores y ejecutores, Pamiela, Arre.

¿Franco solo fusiló a 23.000 personas? (y IV)

14 FEBRERO, 2017 AT 10:17 AM
Ángel Viñas
Cualquier estudioso del tema sabe que los fusilamientos de la posguerra, como los de la guerra misma, fueron solo una de las manifestaciones de la represión. Esta adoptó múltiples formas, de tal suerte que algunos autores han acuñado los términos de multi-represión o de represión multi-modal. Naturalmente los fusilamientos, por consejos de guerra espurios o no, fueron la manifestación más drástica pero no la única. A ella también habría que añadir los muertos por desnutrición (a veces con la hambruna auschwitziana a que fueron sometidos numerosos presos), los fallecimientos por falta de medicación adecuada o por enfermedades que nadie atendió o que no pudieron atenderse. Todos ellos deben computarse en cualquier balance del horror.
En este post, sin embargo, argumentaré basándome en un estudio demográfico relativamente reciente
pero que no ha despertado la atención que merece. Es uno que ha puesto de manifiesto que lo que cabría denominar  “bache demográfico” de la guerra civil es muchísimo más elevado de lo que habitualmente se había estimado. Muchos lectores de cierta edad recordarán el título del último volumen de la trilogía de José María Gironella sobre la guerra civil y que se hizo instantáneamente famoso: “Un millón de muertos”. Como eslogan, puede pasar. Como estimación,  francamente no. Pero es una cifra que no carece de cierto fundamento. Veamos cuál.
Hace algunos años dos demógrafos de la Universidad de Zaragoza, José Antonio Ortega y Javier Silvestre, abordaron el estudio de las consecuencias demográficas de la guerra. Si tenemos en cuenta que esta se produjo a consecuencia de una sublevación militar por parte de un sector del Ejército en connivencia con los medios de extrema derecha (monárquicos calvosotelistas, carlistas y luego falangistas) que más conspiró, desde 1932, contra la República, podríamos pensar que a tales elementos les corresponde un tanto muy elevado de responsabilidad por sus consecuencias, también demográficas. Y como los líderes militares fueron los generales Mola y, singularmente, Franco tan pronto fue exaltado al pedestal de la gloria del cual nunca se apeó podríamos poner en el debe de su recuerdo una gran parte de ese “bache demográfico”. [No voy a entrar aquí a abordar el tema de la violencia política anterior a la sublevación. Sobre esta en los últimos años han aparecido, como ya he señalado en repetidas ocasiones, notables estudios sociológicos, antropológicos, culturales y cuantitativos. A ella los pistoleros para los que el inolvidable, y en ocasiones todavía alabado, don Antonio Goiecoechea pidió dinero a los fascistas italianos, porque los financiadores indígenas decían que ya no querían poner más fondos, contribuyeron de lo lindo].
Pues bien, examinando con nuevas fórmulas el movimiento natural de la población de antes y de después de la guerra Ortega y Silvestre sometieron a un análisis crítico la evolución de la fecundidad, la nupcialidad, la mortalidad no infantil, los movimientos migratorios exteriores e interiores y llegaron a conclusiones, digamos, estremecedoras que la FNFF no se ha preocupado en difundir.
Por ejemplo, se produjo una sobremortalidad de 540.000 personas, es decir, muertes que no habrían ocurrido de no haber mediado la guerra, con en paralelo una caída de la natalidad de 576.000 nacimientos, es decir, niños/as que no llegaron a ser. ¿Resultado? Un bache demográfico de casi 1,2 millones de personas. El título de Gironella (supongo que antes que él se utilizaría con cierta frecuencia) fue muy exagerado en lo que a muertes se refiere, pero no tanto si se incluye el desplome de la natalidad, alg que evidentemente no fue en el sentido de los movimientos pro-vida endógenos y exógenos.
Los mencionados autores observan que en España no se produjo un baby boom tras la guerra civil. Esto no ocurrió en la mayor parte de los países combatientes después de la segunda guerra mundial. En España hubo solamente en 1940 un pequeño repunte de los nacimientos. ¿Por qué la inexistencia del baby boom? Pues principalmente porque la sobremortalidad se había cebado en los hombres. Así se explica que mientras la nupcialidad masculina fue muy intensa, la femenina lo fuera en mucha menor medida. Es decir, hubo un celibato femenino de enormes proporciones. Obligado. Inescapable. Generador de frustraciones profundas y duraderas que marcaron la sociedad española durante decenios. Eso sí, como el nacionalcatolicismo no se recató en afirmar, todo ello a la mayor gloria de Dios.
Desde el punto de vista de la comparación internacional (esa a que es tan aficionado se mostró  el señor vicepresidente de la FNFF en su entrevista en EL MUNDO) la sobremortalidad masculina también fue muy destacada en la posguerra. Lo fue en particular entre los jóvenes adultos hasta por lo menos el año 1950. Se trata de una evolución que no tiene paralelo en otros países afectados por la segunda guerra mundial y a los que dicho señor se refirió a efectos comparativos como fueron Italia y Francia.
Pueden aducirse varias causas que expliquen el fenómeno. Una, por ejemplo, fue el registro tardío de defunciones. Otra, las secuelas físicas de la guerra. Una tercera, el inmenso volumen de población en situación carcelaria. O los que murieron por enfermedad, etc.
De la misma manera cabe distinguir, en el curso de la guerra, entre los muertos en el frente, los fallecimientos ocurridos entre la población civil, los incrementos de la mortalidad “habitual” debidos a la canalización de recursos médicos y sanitarios hacia la confrontación bélica, la dificultad -con frecuencia, imposibilidad- de obtener medicinas, la saturación a que se vieron sometidos los hospitales, la aparición de epidemias (la hubo, por ejemplo, de tifus en Madrid en los años de la segunda guerra mundial). En cualquier caso, Ortega y Silvestre nos dicen que el patrón de sobremortalidad masculina fue mucho más intenso en la guerra civil española que en la segunda guerra mundial en Francia o en Italia. Solo lo ocurrido en el año 1941 en Francia fue de una magnitud comparable.
Veamos ahora un poco lo que afirman tales autores sobre la disminución de nacimientos en la dura posguerra. Aunque ya se detectó en 1936 (añadamos que es lógico) fue particularmente grave en 1939 (inolvidable año de la VICTORIA), con 200.000 nacimientos menos de lo que podría esperarse. ¿Es que los españoles no estuvieron encantados con el fin de la guerra, sobre todo los vencedores? Parece que no lo suficiente como para desquitarse de los padecimientos sufridos, aunque también hay que decir que el ritmo de desmovilizaciones en el Ejército no fue demasiado intenso (cortesía de la guerra exterior). El rebote de 1940 fue, en todo caso, inferior a lo esperado. La natalidad fue muy reducida en 1941 y 1942.
Púdicamente Ortega y Silvestre lo explican así: “Un hecho que sugiere que las difíciles condiciones de la posguerra y los efectos de las uniones rotas por la guerra no se vieron suficientemente compensados por el mayor número de matrimonios de 1939”.  Y añaden: “De este modo el número de nacimientos se redujo en casi 400.000 durante los años de la guerra, a los que habría que añadir otros 180.000 “perdidos” entre 1940 y 1942”.
Es decir, hay que considerar:
  • Muertos por fusilamientos, a lo bestia y tras “consejos de guerra”
  • Muertos por hambre
  • Muertos por enfermedades que no pudieron atenderse adecuadamente
  • Muertos en las prisiones
  • Muertos en los campos de concentración
  • Muertos en los campos de trabajos forzados.
En una palabra, a los desaparecidos y fusilados en la guerra debemos añadir la sobremortalidad y la subnatalidad de la posguerra.
Una sugerencia y una pregunta:
Sugerencia: ¿Por qué no destina fondos la FNFF para financiar investigaciones que traten de mejorar las estimaciones del “bache demográfico” de la guerra y de la posguerra? Naturalmente, mediante concurso competitivo. Es de esperar que acudiría algún interesado y serían muchos quienes se lo agradecerían. Vale más ocuparse de desentrañar la verdad de lo que pasó, en la medida de nuestras pobres y limitadas fuerzas, pues bien sabido es que la VERDAD solo la conoce el Señor, que no dar fondos a Ayuntamientos para que se opongan a leyes en vigor como es la 52/2007.
Pregunta: ¿En qué medida son comparables las 2629 víctimas de la violencia política en los años republicanos (de entre las cuales un alto porcentaje correspondió a las izquierdas) con la sobremortalidad que representan 540.000 personas derivada directamente de la guerra?
Todo lo que antecede, claro, sin entrar en ningún tipo de pseudoargumentos históricos, políticos, nacionalcatólicos, etc. Llegará un momento (salvo holocausto nuclear por medio) en que la guerra civil se contemple con el distanciamiento que hoy se mira la guerra de la independencia. ¿No convendría legar a las generaciones posteriores ideas o conocimientos de quienes todavía tienen algún recuerdo de los años del miedo, la desnutrición y el hambre? Porque, por desgracia, todavía no se ha inventado ningún instrumento que permita medir y comparar los pesos del dolor, de las lágrimas y de la sangre vertida.
En el interín, si el señor vicepresidente de la FNFF deseara responder con otros cálculos más o menos contrastables al estudio demográfico al que me he referido lo encontrará en el libro coeditado por los profesores Pablo Martín Aceña y Elena Martínez Ruiz, La economía de la guerra civil, Madrid, Marcial Pons Historia, 2006, pp. 53-105, en el que por cierto se mencionan los trabajos de ilustres precedentes desde el Dr. Villar Salinas al de quien fue buen amigo mío el general Ramón Salas Larrazábal.