diumenge, 26 de febrer del 2017

“España, una herida en mi corazón”, homenaje al médico de las Brigadas Internacionales Norman Bethune.

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El médico Norman Bethune en el barco de vuelta a Canadá en 1937.
El médico Norman Bethune en el barco de vuelta a Canadá en 1937.
“Nunca he olvidado a aquella mujer que, herida por un obús, en medio de un charco de sangre amamantaba y abrazaba a su hijo de dos meses”, escribía el doctor canadiense Norman Bethune, que asistió a algunas de las mayores atrocidades de nuestra Guerra Civil y al que ahora le dedica el centro Conde Duque de Madrid ‘La huella solidaria’, una exposición que pone la piel de gallina por la crueldad y ensañamiento de las tropas franquistas contra la población civil. Atención: algunos párrafos de este artículo pueden herir la sensibilidad de cualquier humano.
Quienes creen que el bombardeo de Gernika por la Legión Condor fue la gran matanza de la población civil en la Guerra Civil española desconocen otro de los episodios más salvajes de la contienda. Hace 80 años, en febrero de 1937, tomada la ciudad de Málaga por las tropas franquistas sublevadas contra la República, 150.000 refugiados, en su mayoría mujeres y niños, fueron masacrados por tierra, mar y aire en su huida hacia Almería. Una trampa criminal en lo que sería “la carretera de la muerte”.
Gracias al médico canadiense Norman Bethune (Ontario, 1890-Yanan, 1939) quedó documentada la barbarie de aquella escapada. En la larga marcha de mujeres, niños, ancianos por la carretera de la costa, los buques Almirante Cervera, Canarias y Baleares les cañonearon desde el mar. Los cazas Fiat CR-32 de la Aviazione Legionaria y los Heinkel He-51 de la Legión Cóndor ametrallaban desde el cielo, y a la carrera les seguían para rematarles las columnas italianas y los mercenarios africanos.
Observando aquel sangriento espectáculo se encontraba el doctor Bethune, subido a su furgoneta Ford para hacer transfusiones de sangre a los soldados heridos en el frente. Bethune narró la tragedia y su ayudante Hazen Sise lo captó en imágenes. Estas fotografías son el núcleo de la exposición La huella solidaria, en el Centro Conde Duque de Madrid, producida por el Centro Andaluz de la Fotografía y que ha ido viajando por varias ciudades desde que en 2010 se exhibiera en el McCord Museum de Montreal.
Bethune y sus colaboradores con la ambulancia del servicio de transfusión frente al palacio del Marqués de Dos Aguas en Valencia. (Febrero de 1937).
Bethune y sus colaboradores con la ambulancia del servicio de transfusión frente al palacio del Marqués de Dos Aguas en Valencia. (Febrero de 1937).
“Nunca he olvidado a aquella mujer que, herida por un obús, en medio de un charco de sangre amamantaba y abrazaba a su hijo de dos meses”, escribía Bethune en sus cuadernos, recuperados en el libro Las heridas (publicado por Pepitas de Calabaza con prólogo y traducción de Natalia Fernández): “Heridas como charcos resecos, endurecidas con barro marrón oscuro. Heridas de bordes cuarteados, coronadas de gangrena negra. Heridas desde las que la oscura sangre brota a borbotones de coágulos, mezclada con las ominosas burbujas de gas, flotando en la sangre fresca de la hemorragia secundaria que no cesa”.
Jesús Majada, comisario de La huella solidaria, ha dedicado el grueso de la exposición a esta tragedia: “Había familias enteras caminando juntas, acarreando unas pocas pertenencias elementales: hombres y mujeres que parecían estar solos, moviéndose sin elección al ritmo marcado por otros; niños de rostros cansados y perplejos, pasando de mano en mano. Daban la impresión de haber surgido de la tierra. Eran como sombras deslizándose de ninguna parte a ninguna parte. Entre el ruido del mar y el eco de los precipicios, el único sonido que producían era el roce de las sandalias en la piedra, el silbido de una respiración fatigosa, el gemido que irrumpía en sus labios agrietados y que viajaba a lo largo de la línea vacilante hasta morir en la distancia”.
Norman Bethune, comunista de convicción, “dedicó su vida a ayudar a los más desfavorecidos, primero en Canadá, su país; luego en España, y finalmente en China, donde murió”, señala Majada. Las fotografías muestran a un hombre entre soldados (se enroló como camillero en la Primera Guerra Mundial), con sus colegas en Montreal, donde llegó a ser un reputado cirujano y especialista en el tratamiento de la tuberculosis. Como médico desarrolló un sentido social de la medicina, más higiene menos enfermedades, en un ambicioso plan que presentó al Gobierno de Quebec. En octubre de 1936 abandonó Montreal y se enroló como médico voluntario en las Brigadas Internacionales que luchaban en la Guerra Civil española contra los sublevados de Franco.
Profético, escribió entonces: “La democracia se debate entre la vida o la muerte… Si no los detenemos en España, ahora que podemos hacerlo, convertirán el mundo en un matadero. Será en España donde la democracia muera o sobreviva”.
Organizó el Servicio Canadiense de Transfusión, uno de los primeros servicios móviles de transfusión de sangre para el Ejército republicano en el frente de Madrid, que luego llevaría hasta Valencia y Barcelona. En el documental Heart of Spain, se ve cómo a su llamada acudieron a donar sangre miles de madrileños. Él, con paciencia, les explicaba el uso de aquellos frascos de plasma con el nombre del donante que irían, en rudimentarios frigoríficos, al frente para ayudar a los soldados: “No he venido a España a derramar sangre, sino a darla”, decía.
Los fascistas había tomado Málaga al inicio de febrero de 1937. Queipo de Llano había prometido tomarse una cerveza sobre los cadáveres de la calle Larios, una fanfarronada que hacía presagiar la sangrienta represión en la ciudad andaluza. No había otra solución que salir de aquella olla hirviendo.
Una malagueño huye con sus hijos, sus ropas y la tristeza por su ciudad perdida.
Una malagueño huye con sus hijos, sus ropas y la tristeza por su ciudad perdida.
Murió su marido y ella salvará a sus pequeños.
Murió su marido y ella salvará a sus pequeños.
La furgoneta del doctor Bethune corría por la carretera en socorro a los malagueños. Su ayudante detuvo el coche ante aquella riada de gente corriendo: den la vuelta, les aconsejaban. Bethune, sobrecogido, lo recordaba así: “Lo que quiero contaros es lo que yo mismo vi en esa marcha forzada, la más grande, la más horrible evacuación de una ciudad que hayan visto nuestros tiempos”.
Asnos moribundos arrojados a la playa, desorden, caos. Una gran corriente de hombres, animales. Gente cansada, agotada. “Los había de todas las edades, pero sus rostros estaban demacrados con idéntica fatiga. Corrían a manadas junto a nuestro camión, sin expresión: una chica joven, apenas de dieciséis años, a horcajadas sobre un burro, la cabeza reclinada sobre un niño de pecho; una abuela, su cara vieja semioculta en un chal, arrastrándose entre dos hombres; un patriarca, ajado hasta la piel y el hueso, los pies descalzos chorreando sangre en la calzada; un hombre joven, con un montón de ropa de cama apretado contra su espalda, las correas de cuero cortándole la carne a cada paso; una mujer sosteniéndose la barriga, los ojos enormes y aterrados –un flujo macilento, silencioso y torturado de hombres y bestias…–. Los animales bramando como los humanos, los humanos sin emitir un quejido, como los animales”.
Bethune improvisó una ambulancia en la parte trasera de la furgoneta. Ayudó a los refugiados, recogió a los más pequeños. “Me puse de pie sobre el pescante del camión… La carretera ya no se veía en ningún sitio. Estaba desbordada por los refugiados. Miles y miles, agolpados, cayéndose unos sobre los otros, como un enjambre de abejas entrando en la colmena, llenando la llanura con un murmullo de voces, gritos, lamentos y los grotescos ruidos de los animales”.
Durante cuatro días y cuatro noches, Bethune y Sise, su ayudante, estuvieron trabajando para evacuar lo que quedaba de la ciudad de Málaga. Miguel Escalona, que entonces tenía 10 años, lo vivió en primera persona: “Los ochenta niños del orfanato esperábamos a que llegaran unos autobuses del Socorro Rojo. Cuando llegaron, alguien dio la alarma y apareció un avión que siguiendo la línea de la carretera ametrallaba y bombardeaba a baja altura… Cuando se marchó, después hacer varias pasadas en las que arrojó bombas incendiarias, volvimos y encontramos los autobuses ardiendo. Del grupo de niños, quedamos diez”.
De ochenta, diez. El terror a los cazas era tal que cuando veían un cuervo se echaban al suelo pensando en un avión asesino. “La puerta de nuestro camión”, escribió el doctor Bethune, “se abrió de repente. En la oscuridad un hombre la sujetaba con su espalda, los ojos fijos en mí, con un niño de cinco años en brazos. Me tendió al niño demacrado, estremecido de fiebre, y comenzó a hablar apresuradamente, su boca derramaba palabras. No necesité traducción: ‘Mi chico, muy malo. Mi niño está muy enfermo. Morirá antes de que pueda llevarlo a Almería. Lléveselo. Déjelo donde haya un hospital. Dígale que yo llegaré. Dígales que se llama Juan Blas y que iré pronto a buscarlo… “Camarada…, por favor, sálvenos”, gritaban, y yo entendía sus súplicas sin entender las palabras. “Llévense a nuestras mujeres y niños… Los fascistas llegarán pronto”. “Tenga piedad, camarada, sálvenos, por el amor de Dios”. “Déjennos ir en su vehículo, no podemos caminar”.
Bethune regresó a Canadá en junio de 1937, quería conseguir más fondos de ayuda para la República española. Nunca volvió. Un año después se marchó a China en busca de las tropas de Mao Tse-Tung en su lucha contra la invasión de los japoneses. Allí murió el 12 de noviembre de 1939. En el recuerdo, España: “Una herida en mi corazón. Una herida que nunca cicatrizará. El dolor permanecerá conmigo, recordándome siempre las cosas que he visto”.
‘La huella solidaria. El legado del doctor Bethune’. Centro Conde Duque de Madrid.  Hasta el 2 de abril.
  
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SOBRE EL AUTOR

Julia Luzán
Julia Luzán Periodista. Observadora de la realidad. En el diario El País durante 27 años. Antes, corredora de fondo en periódicos y revistas. Me gusta el arte, devorar libros y contar como son las cosas y adivinar que hay detrás de ellas. Puedes seguirme en Twitter @jluzan