diumenge, 25 de gener del 2015

Antonio Machado, de Madrid a Collioure


http://jaserrano.me/2015/01/24/antonio-machado-cesar-vallejo/


24ENE

Congreso de Internacional de Escritores Por la Defensa de la Cultura. Valencia, 4 de julio de 1937

Organizado por la Alianza de Intelectuales Antifascistas para la Defensa de la Cultura


A pesar de sus reticencias, Antonio Machado se ve obligado a dejar Madrid en noviembre de 1936. Su hermano José lo cuenta así:
En noviembre, el peligro inminente que se cierne sobre la invicta capital alcanza las más terribles proporciones.
Entonces, amigos muy queridos y admirados por él —los dos poetas, León Felipe y Rafael Alberti— llaman a su puerta para tratar de convencerle cariñosamente de que debe alejarse de Madrid.
En un principio se niega terminantemente a dejar a [sic] su querida ciudad; pero lo que le decide a partir es el imperativo moral —ya sabéis que su bondad era tan grande como su inteligencia— de poner a salvo a su anciana madre, a sus hermanos y a las niñas que hay en la casa, sus sobrinas, a las que quiere como un padre.
Rafael Alberti evocaba en 1945 con estas palabras la salida de Antonio Machado de Madrid:
Antonio Machado, por José Machado
Antonio Machado, por José Machado
A la Alianza de Intelectuales se le encomendó, entre otras, la visita a Antonio Machado para comunicarle la invitación. Y una mañana bombardeada de otoño, el poeta León Felipe y yo nos presentamos en su casa.
Salió Antonio Machado, grande y lento, y tras él, como la sombra fina de una rama, salió su madre […] Machado nos escuchó, concentrado y triste […] Se resistía a marchar. Hubo que hacerle una segunda visita. Y ésta con apremio. Se luchaba ya en las calles de Madrid y no queríamos —pues todo podía esperarse de ellos— exponerlo a la misma suerte de Federico [García Lorca].
Después de insistirle, aceptó […]
Y llegó la noche del adiós, la última noche de Machado en Madrid. ¡Noche inolvidable en aquella casa de soldados! Se encontraba allí lo más alto de las ciencias, las letras y las artes españolas […]. Afuera, el corazón de España latía a oscuras, con su alto cielo de otoño interrumpido ya de resplandores de los primeros cañonazos.[…] Y mientras, en aquel saloncillo del 5º Regimiento, en medio del silencio que dejaba de vez en cuando el feroz duelo de artillería, un hombre extraordinario, aún más viejo de lo que era y erguido hasta donde su vencimiento físico se lo permitía, con sencillas palabras de temblor, agradecía, en nombre de todos, a aquellos nobles soldados, que así preciaban la vida de sus intelectuales, repitiendo razones de fe, de confianza en el pueblo de España […] Poco más tarde, desde su huertecillo de Valencia, escribía el poeta, insistiendo una vez más en su creencia ciega en el pueblo de España:
 «En  España lo mejor es el pueblo. Por eso la heroica y abnegada defensa de Madrid, que ha asombrado al mundo, a mí me conmueve, pero no me sorprende. Siempre ha sido lo mismo. En los trances duros, los señoritos invocan la patria y la venden; el pueblo no la nombra siquiera, pero la compra con su sangre.»
En la capital valenciana sólo permanecieron unos días. El estado de salud de Antonio Machado era preocupante. Gracias a unos amigos, pudieron instalarse en Rocafort, cerca de Valencia, en una casa con jardín.
Unos meses después de la muerte de Federico García Lorca, que inspira el poema El crimen fue en Granada [LXXXIV S], otra muerte, la de su “queridísimo maestro” don Miguel de Unamuno, el 31 de diciembre de 1936, le hace escribir:
Señalemos hoy que Unamuno ha muerto repentinamente, como el que muere en guerra. ¿Contra quién? Quizá contra sí mismo; acaso también, aunque muchos no lo crean, contra los hombres que han vendido a España y traicionado a su pueblo. ¿Contra el pueblo mismo? No lo he creído nunca ni lo creeré jamás.
Su estado físico se va desmoronando. A mediados de 1937 escribe a David Vidgodsky:
En efecto, soy viejo y enfermo, aunque usted por su mucha bondad no quiera creerlo: viejo porque paso de los sesenta, que son muchos años para un español; enfermo, porque las vísceras más importantes de mi organismo se han puesto de acuerdo para no cumplir exactamente su función. Pienso, sin embargo, que hay algo en mí todavía poco solidario de mi ruina fisiológica, y que parece implicar salud y juventud de espíritu, si no es ello también otro signo de senilidad, de regreso a la feliz creencia en la dualidad de sustancias.
De todos modos, mi querido Vigodsky, me tiene usted del lado de la España joven y sana, de todo corazón al lado del pueblo, de todo corazón también enfrente de esas fuerzas negras —¡y tan negras!— a que usted alude en su carta.
En este tiempo, la obra poética de Antonio Machado alcanza sólo la escasa cantidad de veinte poemas. Sin embargo, son suficientes para comprobar en la mayoría de ellos un resurgimiento de la inspiración.
Algunos poemas vuelven al tema del recuerdo: de Soria [LXXIV S], de la Sevilla de la infancia [LXXVIII S]. Otros se refieren directamente a la guerra como el dedicado A Líster, jefe de los ejércitos del Ebro [LXXXI S], o el que pide el mayor castigo para Franco: Al otro conde don Julián[LXXX S].
Pero, sin duda, el más impresionante y de mayor calidad poética es el titulado La muerte del niño herido [LXXVI S], publicado en 1938, en el que las imágenes alucinadas que grita el niño en su delirio febril, las interrogaciones intensamente doloridas de la madre, el “moscardón” de un invisible avión entre la luz blanca de la luna y la oscuridad de la ciudad apagada en la noche se funden en un cuadro trágico que termina en la reiteración de la frialdad de la mano del hijo muerto:
 Otra vez es la noche Es el martillo
de la fiebre en las sienes bien vendadas
del niño. —Madre, ¡el pájaro amarillo!
¡Las mariposas negras y moradas!
   —Duerme, hijo mío. Y la manita oprime
la madre, junto al lecho. —¡Oh flor de fuego!
¿Quién ha de helarte, flor de sangre, dime?
Hay en la pobre alcoba olor de espliego;
   fuera la oronda luna que blanquea
cúpula y torre a la ciudad sombría.
Invisible avión moscardonea.
   —¿Duermes, oh dulce flor de sangre mía?
El cristal del balcón repiquetea.
—¡Oh, fría, fría, fría, fría, fría!
La muerte del niño herido [LXXVI S]
En abril de 1938 lo trasladan, junto a su madre, su hermano José y la familia de éste, a Barcelona. Allí, en la “Torre Castañar”, muy enfermo ya, pero rodeado de la cariñosa atención de amigos como Tomás Navarro Tomás, siguió trabajando para “Hora de España” y “La Vanguardia”. El invierno es  especialmente crudo; apenas hay alimentos. Barcelona está a punto de caer, y el 22 de enero de 1939 son evacuados de la ciudad. Viajan hacia Gerona en un coche que ha puesto a su disposición el doctor Puche, amigo y médico que ha estado tratando al poeta.
El 26 de enero cae Barcelona; el 27, llegan a una casa cerca de Figueras, donde se les une un grupo en el que figuran diversas personalidades del mundo universitario y escritores como Corpus Barga. Al día siguiente, son trasladados hacia Francia en unas ambulancias, pero los chóferes deben dejarlos a mitad del camino. El tramo final hacia la frontera hubieron de hacerlo a pie ese mismo día, bajo la lluvia. Antonio Machado perdió la maleta en la que iban sus únicas pertenencias y, sin duda ninguna, sus últimos escritos —había trabajado mucho en los últimos tiempos, a pesar de la enfermedad, para atender las numerosas solicitudes de colaboración que se le hacían—. Corpus Barga hubo de llevar en sus brazos a la madre de Machado durante gran parte del trayecto. Tras pasar la frontera el 28 de enero, pasaron la primera noche en un vagón vacío de ferrocarril. El día 29, el “Comité d’accueil aux intellectuels espagnols”, algunas autoridades francesas y miembros del gobierno republicano que se hallaban en Perpiñán se ocuparon de ellos. Les ofrecieron ir a París, pero Antonio Machado declinó ante el penoso estado en que se encontraban tanto él como su madre. Por fin, se les pudo alojar en un pequeño hotel del pueblecito pesquero de Collioure.
El 9 de febrero escribe su última carta, al poeta José Bergamín, en la que agradece la ayuda que le brinda:
bien para continuar aquí en las condiciones actuales, bien para trasladarme a alguna localidad no lejana donde poder vivir en un pisito amueblado en las condiciones más modestas”, y expresa su deseo de “resistir en Francia hasta encontrar recursos para vivir en ella de mi trabajo o trasladarme a la U.R.S.S.
Aquellos fueron sus últimos días:
Realmente —cuenta su hermano José— venía herido de muerte del fatal éxodo, que los demás logramos sobrellevar a duras penas[…].En sus últimos días dos veces salió a ver conmigo el mar que tanto anhelaba. La última, sentados en una barca de la playa, me dijo:¡Quién pudiera quedarse aquí, en la casita de algún pescador, y ver desde una ventana el mar, ya sin más preocupaciones que trabajar en el arte!
Al día siguiente, sábado, empezó a sentir una gran angustia del corazón. Al llegar el miércoles de ceniza, cinco días después, amaneció mortal. A las cuatro de la tarde de este día murió.
Su cabeza se mantuvo firme hasta pocas horas antes de su fin, que perdido ya el conocimiento se nos fue para siempre.
Al día siguiente fue enterrado en el cementerio de Collioure. Su féretro, cubierto con la bandera republicana, fue llevado a hombros por seis soldados de la República.
Su madre, Ana Ruiz, murió el día 24, tras enterarse de la muerte de su hijo, en uno de esos extraños momentos de lucidez que a veces preceden a la agonía.
Algunos días después, José Machado encontró en un bolsillo del gabán de su hermano un arrugado trozo de papel. En él había escrito el poeta tres anotaciones con un lápiz que le había pedido días antes.
La primera, del monólogo de Hamlet: “Ser o no ser”. La segunda, un solo verso:
Estos días azules y este sol de la infancia.   [XCII S]
La tercera, una de las Otras canciones a Guiomar, con una ligera variante:
Y te daré mi canción:
“Se canta lo que se pierde”,
con un papagayo verde
que la diga en tu balcón.
Las angustias del tiempo y la muerte, el recuerdo de la infancia, el amor que se vive y se pierde, la canción del poeta.
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Antonio Machado, de Madrid a Collioure (II)

       El  poeta falleció en el exilio, poco tiempo después de cruzar la frontera con Francia. Reposa en el cementerio de un pequeño pueblo francés, en Colliure. Machado sigue vivo en la memoria. En este video se le puede ver de nuevo y más claramente en el Congreso de Internacional de Escritores Por la Defensa de la Cultura, organizado por la Alianza de Intelectuales Antifascistas para la Defensa de la Cultura. Valencia, 4 de julio de 1937.

Antonio Machado con cuatro años. Óleo de su abuela Cipriana Álvarez Durán

De la imprescindible web se la familia Machado, Revista Machadiana. Machado. Revista de estudios sobre una saga familiar, editada por don, nos llega la noticia del  hallazgo de un óleo en el que uno de los personajes es Antonio Machado con cuatro años. El cuadro fue realizado por su abuela paterna, doña Cipriana Álvarez.
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Óleo pintado por CIPRIANA ÁLVAREZ DURÁN. 1879.

Ana Ruiz acompañada de su hijo Antonio Machado y del hijo recién nacido José, en brazos.

Propiedad de José Ruiz Treviño
No cabe duda que es un gran hallazgo este óleo en el que uno de los personajes es Antonio Machado con cuatro años. Es la primera imagen que de él tenemos.

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Antonio Machado, de Madrid a Collioure

Congreso de Internacional de Escritores Por la Defensa de la Cultura. Valencia, 4 de julio de 1937

Organizado por la Alianza de Intelectuales Antifascistas para la Defensa de la Cultura
A pesar de sus reticencias, Antonio Machado se ve obligado a dejar Madrid en noviembre de 1936. Su hermano José lo cuenta así:
En noviembre, el peligro inminente que se cierne sobre la invicta capital alcanza las más terribles proporciones.
Entonces, amigos muy queridos y admirados por él —los dos poetas, León Felipe y Rafael Alberti— llaman a su puerta para tratar de convencerle cariñosamente de que debe alejarse de Madrid.
En un principio se niega terminantemente a dejar a [sic] su querida ciudad; pero lo que le decide a partir es el imperativo moral —ya sabéis que su bondad era tan grande como su inteligencia— de poner a salvo a su anciana madre, a sus hermanos y a las niñas que hay en la casa, sus sobrinas, a las que quiere como un padre.
Rafael Alberti evocaba en 1945 con estas palabras la salida de Antonio Machado de Madrid:
Antonio Machado, por José Machado
Antonio Machado, por José Machado
A la Alianza de Intelectuales se le encomendó, entre otras, la visita a Antonio Machado para comunicarle la invitación. Y una mañana bombardeada de otoño, el poeta León Felipe y yo nos presentamos en su casa.
Salió Antonio Machado, grande y lento, y tras él, como la sombra fina de una rama, salió su madre […] Machado nos escuchó, concentrado y triste […] Se resistía a marchar. Hubo que hacerle una segunda visita. Y ésta con apremio. Se luchaba ya en las calles de Madrid y no queríamos —pues todo podía esperarse de ellos— exponerlo a la misma suerte de Federico [García Lorca].
Después de insistirle, aceptó […]
Y llegó la noche del adiós, la última noche de Machado en Madrid. ¡Noche inolvidable en aquella casa de soldados! Se encontraba allí lo más alto de las ciencias, las letras y las artes españolas […]. Afuera, el corazón de España latía a oscuras, con su alto cielo de otoño interrumpido ya de resplandores de los primeros cañonazos.[…] Y mientras, en aquel saloncillo del 5º Regimiento, en medio del silencio que dejaba de vez en cuando el feroz duelo de artillería, un hombre extraordinario, aún más viejo de lo que era y erguido hasta donde su vencimiento físico se lo permitía, con sencillas palabras de temblor, agradecía, en nombre de todos, a aquellos nobles soldados, que así preciaban la vida de sus intelectuales, repitiendo razones de fe, de confianza en el pueblo de España […] Poco más tarde, desde su huertecillo de Valencia, escribía el poeta, insistiendo una vez más en su creencia ciega en el pueblo de España:
 «En  España lo mejor es el pueblo. Por eso la heroica y abnegada defensa de Madrid, que ha asombrado al mundo, a mí me conmueve, pero no me sorprende. Siempre ha sido lo mismo. En los trances duros, los señoritos invocan la patria y la venden; el pueblo no la nombra siquiera, pero la compra con su sangre.»
En la capital valenciana sólo permanecieron unos días. El estado de salud de Antonio Machado era preocupante. Gracias a unos amigos, pudieron instalarse en Rocafort, cerca de Valencia, en una casa con jardín.
Unos meses después de la muerte de Federico García Lorca, que inspira el poema El crimen fue en Granada [LXXXIV S], otra muerte, la de su “queridísimo maestro” don Miguel de Unamuno, el 31 de diciembre de 1936, le hace escribir:
Señalemos hoy que Unamuno ha muerto repentinamente, como el que muere en guerra. ¿Contra quién? Quizá contra sí mismo; acaso también, aunque muchos no lo crean, contra los hombres que han vendido a España y traicionado a su pueblo. ¿Contra el pueblo mismo? No lo he creído nunca ni lo creeré jamás.
Su estado físico se va desmoronando. A mediados de 1937 escribe a David Vidgodsky:
En efecto, soy viejo y enfermo, aunque usted por su mucha bondad no quiera creerlo: viejo porque paso de los sesenta, que son muchos años para un español; enfermo, porque las vísceras más importantes de mi organismo se han puesto de acuerdo para no cumplir exactamente su función. Pienso, sin embargo, que hay algo en mí todavía poco solidario de mi ruina fisiológica, y que parece implicar salud y juventud de espíritu, si no es ello también otro signo de senilidad, de regreso a la feliz creencia en la dualidad de sustancias.
De todos modos, mi querido Vigodsky, me tiene usted del lado de la España joven y sana, de todo corazón al lado del pueblo, de todo corazón también enfrente de esas fuerzas negras —¡y tan negras!— a que usted alude en su carta.
En este tiempo, la obra poética de Antonio Machado alcanza sólo la escasa cantidad de veinte poemas. Sin embargo, son suficientes para comprobar en la mayoría de ellos un resurgimiento de la inspiración.
Algunos poemas vuelven al tema del recuerdo: de Soria [LXXIV S], de la Sevilla de la infancia [LXXVIII S]. Otros se refieren directamente a la guerra como el dedicado A Líster, jefe de los ejércitos del Ebro [LXXXI S], o el que pide el mayor castigo para Franco: Al otro conde don Julián[LXXX S].
Pero, sin duda, el más impresionante y de mayor calidad poética es el titulado La muerte del niño herido [LXXVI S], publicado en 1938, en el que las imágenes alucinadas que grita el niño en su delirio febril, las interrogaciones intensamente doloridas de la madre, el “moscardón” de un invisible avión entre la luz blanca de la luna y la oscuridad de la ciudad apagada en la noche se funden en un cuadro trágico que termina en la reiteración de la frialdad de la mano del hijo muerto:
 Otra vez es la noche Es el martillo
de la fiebre en las sienes bien vendadas
del niño. —Madre, ¡el pájaro amarillo!
¡Las mariposas negras y moradas!
   —Duerme, hijo mío. Y la manita oprime
la madre, junto al lecho. —¡Oh flor de fuego!
¿Quién ha de helarte, flor de sangre, dime?
Hay en la pobre alcoba olor de espliego;
   fuera la oronda luna que blanquea
cúpula y torre a la ciudad sombría.
Invisible avión moscardonea.
   —¿Duermes, oh dulce flor de sangre mía?
El cristal del balcón repiquetea.
—¡Oh, fría, fría, fría, fría, fría!
La muerte del niño herido [LXXVI S]
En abril de 1938 lo trasladan, junto a su madre, su hermano José y la familia de éste, a Barcelona. Allí, en la “Torre Castañar”, muy enfermo ya, pero rodeado de la cariñosa atención de amigos como Tomás Navarro Tomás, siguió trabajando para “Hora de España” y “La Vanguardia”. El invierno es  especialmente crudo; apenas hay alimentos. Barcelona está a punto de caer, y el 22 de enero de 1939 son evacuados de la ciudad. Viajan hacia Gerona en un coche que ha puesto a su disposición el doctor Puche, amigo y médico que ha estado tratando al poeta.
El 26 de enero cae Barcelona; el 27, llegan a una casa cerca de Figueras, donde se les une un grupo en el que figuran diversas personalidades del mundo universitario y escritores como Corpus Barga. Al día siguiente, son trasladados hacia Francia en unas ambulancias, pero los chóferes deben dejarlos a mitad del camino. El tramo final hacia la frontera hubieron de hacerlo a pie ese mismo día, bajo la lluvia. Antonio Machado perdió la maleta en la que iban sus únicas pertenencias y, sin duda ninguna, sus últimos escritos —había trabajado mucho en los últimos tiempos, a pesar de la enfermedad, para atender las numerosas solicitudes de colaboración que se le hacían—. Corpus Barga hubo de llevar en sus brazos a la madre de Machado durante gran parte del trayecto. Tras pasar la frontera el 28 de enero, pasaron la primera noche en un vagón vacío de ferrocarril. El día 29, el “Comité d’accueil aux intellectuels espagnols”, algunas autoridades francesas y miembros del gobierno republicano que se hallaban en Perpiñán se ocuparon de ellos. Les ofrecieron ir a París, pero Antonio Machado declinó ante el penoso estado en que se encontraban tanto él como su madre. Por fin, se les pudo alojar en un pequeño hotel del pueblecito pesquero de Collioure.
El 9 de febrero escribe su última carta, al poeta José Bergamín, en la que agradece la ayuda que le brinda:
bien para continuar aquí en las condiciones actuales, bien para trasladarme a alguna localidad no lejana donde poder vivir en un pisito amueblado en las condiciones más modestas”, y expresa su deseo de “resistir en Francia hasta encontrar recursos para vivir en ella de mi trabajo o trasladarme a la U.R.S.S.
Aquellos fueron sus últimos días:
Realmente —cuenta su hermano José— venía herido de muerte del fatal éxodo, que los demás logramos sobrellevar a duras penas[…].En sus últimos días dos veces salió a ver conmigo el mar que tanto anhelaba. La última, sentados en una barca de la playa, me dijo:¡Quién pudiera quedarse aquí, en la casita de algún pescador, y ver desde una ventana el mar, ya sin más preocupaciones que trabajar en el arte!
Al día siguiente, sábado, empezó a sentir una gran angustia del corazón. Al llegar el miércoles de ceniza, cinco días después, amaneció mortal. A las cuatro de la tarde de este día murió.
Su cabeza se mantuvo firme hasta pocas horas antes de su fin, que perdido ya el conocimiento se nos fue para siempre.
Al día siguiente fue enterrado en el cementerio de Collioure. Su féretro, cubierto con la bandera republicana, fue llevado a hombros por seis soldados de la República.
Su madre, Ana Ruiz, murió el día 24, tras enterarse de la muerte de su hijo, en uno de esos extraños momentos de lucidez que a veces preceden a la agonía.
Algunos días después, José Machado encontró en un bolsillo del gabán de su hermano un arrugado trozo de papel. En él había escrito el poeta tres anotaciones con un lápiz que le había pedido días antes.
La primera, del monólogo de Hamlet: “Ser o no ser”. La segunda, un solo verso:
Estos días azules y este sol de la infancia.   [XCII S]
La tercera, una de las Otras canciones a Guiomar, con una ligera variante:
Y te daré mi canción:
“Se canta lo que se pierde”,
con un papagayo verde
que la diga en tu balcón.
Las angustias del tiempo y la muerte, el recuerdo de la infancia, el amor que se vive y se pierde, la canción del poeta.
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Reseña: ‘La filosofía poética de Antonio Machado’

Antonio Machado fue un poeta filósofo y un pensador que trató de configurar una poética

La filosofía Poética de Antonio MachadoTanto su filosofía como su poética tienen que ver con su concepción del tiempo y su noción del ser. Desde los años cuarenta, algunos autores han reflexionado sobre las condiciones y características del pensamiento de Machado: Sánchez Barbudo, Cerezo Galán, Frutos, Julián Marías, Bernard Sesé, José Echeverría y Octavio Paz, por citar a algunos de los más importantes. José María García Castro ha escrito un libro valioso, metódico, en el que asedia el meollo del pensamiento metafísico del poeta sevillano y, a su vez, se interna en su poética. Como todo lector de Machado sabe, expresó su reflexión filosófica, sobre todo, a través de sus dos notables heterónimos: Juan de Mairena y Abel Martín. No solo era una manera, a través del apócrifo, de aparecer como filósofo, dada la humildad del poeta, sino que forma parte de su concepción plural del sujeto. Sin duda fue un acierto que le permitió encontrar una voz afortunada. Machado se abre a la poesía cuando el simbolismo francés y el modernismo hispano regían las letras de las dos lenguas que informan a Machado. Verlaine más que Mallarmé, y en lengua española, Rubén Darío y Juan Ramón Jiménez. Pero Machado tuvo siempre otros poetas de los que estuvo, o quiso estar, más cerca: Bécquer, Lope, Manrique. Siempre se sintió a disgusto con la poesía barroca, especialmente con el conceptismo, y por las mismas razones de fondo, con el parnasianismo y el simbolismo que le influyeron en su juventud.
Machado fue un apasionado lector de filosofía, como le confiesa a Ortega y Gasset, y especialmente a partir de la muerte de su mujer (1913) sus lecturas son sobre todo de obras de pensamiento: Platón, Leibniz, Kant, Bergson, y sus coetáneos Unamuno y Ortega, figuran entre los autores más releídos. De Bergson, como nos recuerda García Castro, toma (quiero decir que piensa como suyas) las nociones de espacio, tiempo psicológico, duración, movimiento e inmutabilidad y la controvertida y fundamental en ambos pensadores idea de intuición. Machado, socrático, piensa que la razón es común a todos y que existe una objetividad. El diálogo, la afirmación del otro, se constituye pues en el elemento radical que hace posible el pensar. Ahora bien, el pensar metafísico se apoya en abstracciones, en categorías cuantitativas que han de prescindir necesariamente, según Machado, de lo cualitativo. El pensador prescinde de la realidad para pensarla, y lo que nos ofrece es el reverso de la vida. Los conceptos prescinden del tiempo, cualidad que otorga a la realidad su fluidez: una continuidad vital. Lo que es está asistido por el tiempo. Por eso, para el poeta pensar es ir de calleja en calleja hasta llegar a un callejón sin salida. La desrealización de la realidad, que permite la abstracción, nos lleva a la pérdida de la intuición de la temporalidad, sin la cual, según Machado, no hay peces vivos. Machado no creía que el pensar y el cantar (poesía) pudieran coincidir. El ser es lo heterogéneo, y el pensar lógico es homogenizador. No obstante, Machado está lejos de negar la necesidad de la abstracción: “Son vacíos los conceptos sin intuiciones, y ciegas las intuiciones sin los conceptos”, afirma tomando, sin citar, la frase de Kant. Pero, como afirma García Castro en su ensayo, “la lógica poética procura evitar todo enredo especulativo o cualquier dimensión desnaturalizadota de la realidad para dirigirse, no al cogito, sino al hombre completo que vive, que sueña, que es capaz de darse y comunicarse cordialmente con lo otro”.
Si la lógica filosófica no puede darnos una intuición de la realidad como presencia constante, Machado en cambio la encuentra en el pensar poético que trata de configurar y que se apoya en la percepción de lo heterogéneo, en la otredad que constituye lo uno. ¿Y qué es lo uno? Aquí la metafísica de Machado es realmente atractiva: el ser no coincide consigo mismo, siempre que se percibe a sí mismo encuentra un elemento otro que lo constituye. Lo que nos mueve hacia lo otro es un eros cordial, un movimiento regido por el amor. Machado afirma que el cristianismo nos mostró un acercamiento más completo a la realidad del otro, el amor. Si el pensamiento griego afirma al otro a través de la razón, el de Cristo lo hace de una manera más total, porque engloba a la persona, y tiene por fuerza la fraternidad. García Castro no duda de que el fundamento de la otredad machadiana es Dios. Y también afirma que Machado está “inscrito en la tradición cristiana occidental”. Sin duda este es un punto controvertido. La teología de Machado no supone un Dios creador del cosmos, sino de la nada. Y esto tiene poco que ver con “tradición cristiana occidental” y menos con el catolicismo. Es verdad que Machado pensó a Dios en términos paterno-filiales, pero, de nuevo, esa realidad numénica es un “objeto erótico trascendente”, del que se deriva la fraternidad humana. García Castro, dado que Machado habla numerosas veces del Cristo y del Dios cristiano, y de la idea de cordialidad que Cristo predicó, trata de darnos un Machado más cristiano de lo que fue. También hay que recordar que fue anticlerical, algo que no menciona en ningún momento García Castro. Yo no creo, como Sánchez Barbudo, que Machado fuera ateo, pero creo que, si bien los fundamentos de su teología (de su metafísica, diría él) tienen que ver con la idea del amor predicada por Cristo, son algo ajenos al cristianismo.
El último apartado de este libro se refiere a la poética de Machado. García Castro hace un resumen algo simplista y unificador del simbolismo, y se atiene a lo que dice Machado sobre el barroco y el conceptismo. Nos recuerda que, siguiendo a Bergson, Machado quiere superar el idealismo kantiano y los positivismos del XIX, y percibe que son estas ideas las que informan la lírica tanto simbolista como el fetichismo de la imagen de las vanguardias (creacionismo, surrealismo). Para Machado, los movimientos modernos están roídos por un conceptismo e imaginería fuera del tiempo, sin intuición de la fluidez intuitiva, que señala siempre una visión irreductible. La intuición, en el sentido bergsoniano, no basta para Machado, porque puede suponer, como en algunos simbolistas, una mera exaltación de la sensación (que al afirmar aísla: mónada). Machado sabía que se necesita el concepto, el afán comunicativo. La poesía es pues comunicación de una noticia temporal (tiempo psicológico): el cuento que canta. García Castro vincula el juicio estético kantiano (sin finalidad alguna) con la tendencia estética del arte por el arte, que aplica incluso a Huidobro (lo que me parece un error), y recorre con Machado la mayor parte de la actividad poética de finales del XIX y del primer tercio del XX, de la que el poeta sevillano disiente, como disiente de Quevedo, Góngora y de toda poesía barroca o conceptual. No me parece desacertado, pero sí incompleto, el análisis de su poética. Aunque no entiendo cómo no señala algunos aspectos sin los cuales solo seguimos de manera más o menos ilustrada a Machado. García Castro parece comulgar no ya con la poética de Machado, que en algunos aspectos es de una lucidez admirable, sino con sus valoraciones estéticas. Uno de los aspectos que creo que hay que tener en cuenta es que Antonio Machado fue autor de varios poemas conceptuales, como “Al gran cero”, que contradice su poética no en cuanto a lo que dice sino por su estética. Y quizás lo más importante: tal como Machado aplicó lo que pensaba, y lo dice en numerosas ocasiones, apenas hay en todo el barroco un poeta valioso. Y fue extremadamente crítico con los simbolistas franceses, a los que poco valor les reconoce, y apenas tuvo interés (con la salvedad de Moreno Villa) por los nuevos poetas de su tiempo, que fueron Reverdy, Huidobro, Neruda, Jorge Guillén, Pedro Salinas, Gerardo Diego, Rafael Alberti, García Lorca, Luis Cernuda, y Neruda, para citar a poetas admirados por varias generaciones. Y no digamos en cuanto a las artes plásticas. Al filósofo se le puede pedir el esfuerzo de la claridad, pero no al poeta, y Machado desdeñó de todos esos grandes poetas por una poética que no encontraba su objeto salvo en cinco o seis líricos excelentes y sencillos. Hay pintores oscuros como hay poetas oscuros, porque hay oscuridad. No todo es romance. Machado fue un pensador de talento, y García Castro muestra con competencia algunos de sus logros, pero no sus contradicciones. Tampoco es una visión crítica. De serlo, García Castro tendría que habernos explicado lo que la filosofía posterior a Bergson y la ciencia cognitiva conciben como intuición y conceptuación.


Antonio Machado: Una biografía fallida

     Ian Gibson escribió una aplaudida biografía de Antonio Machado, pero en ella encontramos vacíos importantes: filosóficos, contextuales, estéticos, psicológicos, íntimos… por lo que el biógrafo falla estrepitosamente en su función para, a pesar de contener innumerables datos anecdóticos, no hallar nada nuevo e, incluso, interpretar con suposiciones puramente ficticias sobre su personalidad íntima.
Antonio Machado: mala biografíaCuando en su ensayo sobre Fernando Pessoa, escrito en 1962, Octavio Paz afirmó que «los poetas no tienen biografía», porque su obra es su biografía, se refería sin duda a que la poesía, en un poeta, es su mayor y más profunda actividad y así lo determina tanto por ser criatura de sus poemas como por verse enfrentado siempre a ellos: Rimbaud, que dejó de escribir a los veinte años, tiene biografía hasta los 38, pero sin duda esos años ágrafos son leídos en función de su obra. Por otro lado, Paz pensó esto en una época en la que aún estaba influido por algunos aspectos del formalismo ruso (aunque también los formalistas se dedicaron a escribir biografías…); pero hay que recordar que Paz mismo es autor de una de las grandes biografías de nuestra lengua, Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe (1982), una biografía (también ensayo literario e histórico) a la altura de las circunstancias, quiero decir: de la obra de la poetisa mexicana. Además, era muy lector de biografías. Pondré sólo un ejemplo: no le bastaba con los poemas de Eliot, quería saber el detalle y la dimensión de las relaciones de Eliot con su amiga la estadounidense Emily Hale, pero sin duda le interesaba por ser el autor de La tierra baldía. Si digo todo esto es por mi sorpresa ante la lectura de un artículo, publicado en estas mismas páginas, del poeta mexicano Antonio Deltoro, quien comentando la reciente biografía de Ian Gibson sobre Antonio Machado afirma, tras haber citado la famosa frase de Paz, que ahora sabe que se puede escribir una biografía de un poeta con resultados iluminadores. Caramba. Sin duda Deltoro ha contraído una deuda impagable con Gibson, pero el mismo Gibson podrá señalarle un buen número de biógrafos que entretendrán a Deltoro durante bastante tiempo, y que debemos deducir que no ha leído.
Yo creo que no se puede hacer una biografía de un poeta sin su poesía —algo que ha rozado Dalmau con la que llevó a cabo sobre Jaime Gil de Biedma– pero es fácil aceptar que comprender los entresijos de la vida de Lorca o de André Breton nos ayuda a penetrar en su obras y que algunos de los aspectos de estas vidas se quedarán en nosotros como información respecto a ellos pero sin arrojar luz sobre sus poemas. ¿La vida de Manuel Machado desde 1936 a 1947 está en sus poemas previos, que son los que poéticamente tienen valor? No digo que algo de sus actitudes psicológicas (cierto cinismo y relativismo moral) no abran puertas sobre sus actos posteriores, pero lo que pasó en su vida en dicho periodo rebasa lo contenido en su poesía y, además, es inferior a lo expresado en sus mejores obras: su olvido de la República y exaltación de Franco es un documento; en cambio sus poemas no se agotan en su significado porque son una presencia viva.
Ian Gibson no ha prescindido en absoluto de la poesía de Machado para llevar a cabo Ligero de equipaje. La vida de Antonio Machado (643 páginas de texto, más notas), todo lo contrario: ha recurrido a ella para iluminar la vida del poeta como, a su vez, ha utilizado el documento biográfico para tratar de hacer más comprensible el poema. Sin embargo, la lectura que hace de ellos es muy discutible y le lleva a suposiciones sobre su misma biografía bastante discutible. Por otro lado, ha buceado en los orígenes familiares de Machado, sin duda determinantes de su imaginario intelectual y de su psicología, y se ha servido de lo que ha sobrevivido de la correspondencia con Pilar de Valderrama para desentrañar los poemas a Guiomar y la verdadera naturaleza de la relación con esta mujer, de la que ¿estuvo enamorado? Machado desde 1928 hasta su muerte en 1939.
Creo que el método es acertado, sin embargo no oculto que, a diferencia de lo que piensan, por lo visto, casi todos los críticos de este país, el Machado de Ian Gibson —a quien debemos otros trabajos notables y aportaciones valiosas—, creo, peca de parcialidad: hay aspectos importantes de su obra que no aparecen y es débil el contexto humanístico en el que lo inserta. Es poco lo que sabemos en su voluminosa obra del Madrid en que vivió y de los mundos ideológicos y estéticos de su tiempo, que fue, del modernismo a las vanguardias, el más agitado que se haya conocido. Gibson no se pregunta lo suficiente por asuntos relativos a la psicología de Machado y a sus ideas sobre literatura, y, así, olvida al prosista Juan de Mairena, quizás tan importante como buena parte de su poesía. Al olvidar al prosista de esa época no entendemos bien la complejidad y la forma que adopta su imperiosa necesidad dialógica y el papel que cumple el distanciamiento teatral de las voces. Olvida también al filósofo, al metafísico, que guarda una relación fundamental con su poesía. Recordemos que afirmaba que todo poeta, e incluso todo poema, tiene su metafísica. ¿Cómo comprender bien el conjunto de su aventura poética, y especialmente los poemas producidos después de Campos de Castilla, sin querer entender su universo filosófico? Adelanto que sin esa investigación —que por otro lado han llevado a cabo en parte diversos estudiosos— toda comprensión ha de ser parcial cuando no errónea en algunos aspectos.