"Las nuevas generaciones tienen que saber lo que ha ocurrido, porque si no, las extremas derechas resurgen otra vez", advierten los autores.
Madrid-
Esta semana se han conmemorado los ochenta años de la liberación de Auschwitz. El 27 de enero de 1945 las tropas soviéticas cruzaron una verja colosal, matriculada con el cartel Arbeit Macht Frei (en alemán, el trabajo os hará libres). Era el campo de concentración más grande –y temido– del Holocausto, una cárcel en la que fueron asesinadas más de un millón de personas; sobre todo judíos. Los pocos prisioneros que salieron con vida han vuelto este lunes al terror. La barbarie. Los desfiles de humo negro. La meca del exterminio nazi.
Marian Turski ha sido uno de los supervivientes de Auschwitz; su padre y su hermano no corrieron la misma suerte. "Los discursos de odio que llevan a los conflictos armados entre pueblos vecinos y grupos étnicos siempre han acabado en baños de sangre", ha defendido el historiador, durante el acto de este lunes. El campo se enfrenta a dos grandes peligros: los estragos del turismo masivo y su banalización –relacionada, sin duda, con el olvido–. La literatura, las universidades y el cine tratan de combatir esta amenaza, un reto al que también se han sumado recientemente los tebeos.
El cómic ha crecido como un género burlón; arrastra la fama de ser un producto para la infancia, como mucho, para la juventud: Tintín, Snoopy, Mafalda, Astérix y Obélix o Mortadelo y Filemón. El catálogo, no obstante, demuestra que existen títulos más allá de los clásicos; títulos que trascienden la ficción. Las viñetas han servido para contar historias reales; historias de miedo y pavor, historias como las que se han vivido en los campos nazis. "La memoria es transmisión y la transmisión encuentra cada vez más canales, fórmulas emergentes que nos permiten llegar a un público más amplio. El cómic es un buen ejemplo", destaca Jordi Guixé, coordinador del Observatorio Europeo de Memorias.
Maus, publicada en español por Reservoir Books, cuenta la odisea de uno de los deportados en Auschwitz-Birkenau. Art Spiegelman firmó la primera novela ilustrada –y posiblemente, una de las más conocidas– sobre el Holocausto. El cómic presenta a los nazis como gatos y a los judíos, como ratones. Vladek Spiegelman no sólo es el protagonista de la historia, también es el padre del autor. "[El campo] era un lugar donde morir, los judíos esperábamos nuestro turno. Yo no quería morir, quería que me tratasen como a un ser humano", recuerda en una de las viñetas. Vladek fue uno de los pocos ratones que logró sobrevivir a las atrocidades de los gatos, pero las secuelas y el dolor lo acompañaron durante el resto de su vida: "Para nosotros, un día allí era como un año".
El campo era un lugar donde morir, los judíos esperábamos nuestro turno
Auschwitz (Norma Editorial), Yossel (Norma Editorial) y El botones de verde caqui (Dibbuks) son otras tiras destacadas a nivel internacional. España tiene su propia biblioteca. Anna-Lina Mattar explora el pasado de su propia familia en L'anell de la serp (Andana Editorial). Lo hace a través del relato de su padre, un hombre "invadido por la culpa"; un niño que creció en las ruinas de la posguerra. "Escribir este libro fue como una especie de terapia, pero también una forma de visibilizar mi posicionamiento político. El cómic es una buena herramienta para la difusión de la memoria. Las imágenes crean atmósferas que pueden ser útiles cuando nos cuesta contar con palabras algunos recuerdos", reconoce la autora en una conversación con Público.
"Es un formato realmente práctico. El material gráfico permite una lectura más fluida, directa y amena; un resultado a medio camino entre las pantallas y los libros. Estas son las claves de su éxito y por eso funciona tan bien entre los jóvenes", desliza Cesc F. Dalmases. El dibujante ha publicado este otoño Adiós, Birkenau (Norma Editorial), un cómic que rescata el "desgarrador testimonio" de Ginette Kolinka, superviviente de la barbarie nazi. "El objetivo era explicar a los estudiantes cómo vivían los deportados en los campos de concentración y tenemos la sensación de haberlo conseguido. Es importante que estas historias no se olviden, sobre todo en los tiempos que corren...", advierte, poco después de firmar ejemplares en el Festival Internacional del Cómic de Angoulême.
David Sala cuenta en El peso de los héroes (Astiberri) la historia de sus dos abuelos: Antonio Soto, prisionero en Mauthausen, y Josep Sala, internado en el campo de Argelès-sur-Mer. El álbum evoca el éxodo, la guerra, la persecución y la difícil reconstrucción de dos hombres marcados por la brutalidad del fascismo. La misma editorial publica también Los surcos del azar, premio al mejor cómic nacional en 2013. Paco Roca reconstruye la historia de La Nueve, una columna formada sobre todo por republicanos españoles. "La Segunda Guerra Mundial comenzaba, para ellos, con el golpe de Franco en España, luchaban contra los mismos enemigos", explicaba el autor en una entrevista para Tomos y Grapas.
El franquismo también ha sido contado a través del cómic en Contrapaso (Norma Editorial) o María la Jabalina y El abismo del olvido, ambos de Astiberri. "Preservar la memoria nos permite entender el pasado, dar voz a quienes lo vivieron y aprender de sus experiencias para no repetir los mismos errores. Y el cómic, puede ser una forma más ligera y atractiva de acercar la memoria a un público no tan lector", subraya Anna-Lina Mattar. Un público que "no necesariamente" tiene que ser joven; sólo tiene que mostrar interés, mirar de frente los tiempos oscuros. Porque, como dice Cesc F. Dalmases: "Si las nuevas generaciones no saben lo que ha ocurrido, las historias pasan, la gente las olvida y las extremas derechas, resurgen otra vez".
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