La GCE en la zona centro hasta julio de
1937
La proclamación de la II República, el
día 14 de abril de 1931, abrió para amplios sectores de la sociedad española un
tiempo completamente nuevo. Tras la caída de la monarquía, hasta tal punto se
pretendía y se veía posible transformar la organización política y social del
país, que la constitución aprobada ese mismo año declaró que España era una República de Trabajadores. El
significado de este proyecto contrastaba de tal manera con el tiempo político
anterior, que el entusiasmo de amplios sectores sociales por participar en la
transformación de las viejas estructuras e instituciones empezó a demostrar que
por fin esos cambios democratizadores podrían ocurrir de una vez por todas tras
demasiados decenios de espera y varias oportunidades malogradas. Las
organizaciones populares no solo exigían esos cambios radicales, sino que los
empezaron a protagonizar aún sin esperar en muchos casos a que el parlamento
legislara o a que el Gobierno llevara la iniciativa. La falta de una estrategia
común para ese primer periodo por parte de reformistas y revolucionarios y la
incapacidad del Gobierno para satisfacer todas las demandas sociales y la
hostilidad abierta, hacia ambos, de la derecha, que incluía a organizaciones
fascistas muy activas, generaron enfrentamientos agudos en torno a las
reivindicaciones de la clase trabajadora y una polarización política creciente
(e inevitable si se analiza como lucha de clases). Junto a una trama golpista
que maduraba despacio pero con bases sólidas, existían también, aunque en una
fase muy inicial, planes de una parte de los partidos y sindicatos de izquierda
para la toma del poder por medios violentos. En 1934 y 1935 gobernó la derecha
y se produjo el levantamiento obrero de 1934, que solo triunfó transitoriamente
en Asturias y fue duramente reprimido. Al “Bienio Negro” le sucedió el triunfo
electoral del Frente Popular de principios de 1936. El punto de no retorno al
que se aproximaba el conflicto entre reaccionarios y revolucionarios, ambos con
fuertes referentes políticos en Europa, facilitó que los sectores afines a la
derecha más dura del ejército, el clero, la política y el capital ultimasen su
trabajado plan para ocupar el poder mediante un golpe de estado que les
devolviera el control de la situación. El pretexto, que era una cuestión
secundaria, aparecería.
La transformación social,
económica, cultural y administrativa por medios pacíficos no podía ser
permitida por quienes veían amenazados sus privilegios de siglos. A los dueños
del capital y la tierra y a sus aliados naturales, la Iglesia y la mayoría de
los mandos militares, especialmente los Africanistas, les urgía detener el
proceso de transformación destruyendo al régimen republicano lo antes posible.
Para lograrlo, e independientemente del resultado del golpe previsto, que se
intuía exitoso, se llevaría a cabo de manera sistemática el asesinato de
cuantos dirigentes de la izquierda y jefes militares se opusieran al mismo.
Entre el 17 y el 21 de julio de 1936 se sublevan las guarniciones
militares del N de África, de Canarias y
de muchas provincias peninsulares. Allí donde la situación se lo permite, los
sublevados toman el control absoluto de la situación y actúan enérgicamente
para hacer irreversible el camino iniciado, pero el fracaso del “Alzamiento” en
amplias zonas del país, aquellas donde el proletariado y el Frente Popular eran
más fuertes y predominaban, hizo que el golpe solo triunfara parcialmente, no
logrando imponerse en las principales ciudades y áreas industriales.
Rápidamente la situación derivó a la guerra civil, marcada inicialmente por la
brutal represión en las zonas sublevadas y por el inicio de las primeras
operaciones militares frente a una resistencia mal armada y que en esos
momentos era improvisada, inconexa y por tanto, poco efectiva, lo que facilita
que desde los primeros momentos los sublevados puedan actuar con carácter
ofensivo y obtener sus primeros triunfos. Al poco tiempo, las dos zonas quedan
bien delimitadas, a la par que se activan las energías y se movilizan tanto las
masas de población como los recursos económicos e industriales para encarar la
guerra recién iniciada, que todos saben, es a muerte. El Gobierno legítimo y
las organizaciones populares que lo respaldaban contaban con la parte del
Ejército que permaneció leal y con milicias que un día antes al golpe estaban
aún en estado embrionario. La defensa del régimen republicano, de su territorio
y de su población se emprende de forma apresurada, no prevista, no coordinada,
y en clara inferioridad organizativa aunque no siempre material.
Dos ejércitos rebeldes de los tres que se forman, el del Norte y el
Expedicionario, tuvieron como meta fundamental y urgente, aunque no única, la
ocupación de Madrid, donde la sublevación de varios cuarteles había sido
barrida por las armas gracias a la fulminante respuesta popular al golpe. A
este objetivo, a la ocupación de la capital, dedicarían los sublevados la gran
mayoría de medios y esfuerzos durante los primeros ocho meses de guerra.
Desde el momento en que aseguraron la situación interna, los defensores
de Madrid tuvieron que enfrentar al Ejército del Norte (Mola) en las alturas de
las sierras de Guadarrama y Somosierra, impidiéndoles la progresión hacia la
ciudad en los últimos días de julio y primeros de agosto. Por su parte, el
Ejército Expedicionario (Franco), que era el más efectivo y estaba formado
sobre todo por unidades españolas y norteafricanas que llegaron a la península
desde Marruecos, avanzó durante agosto, septiembre y octubre de manera
imparable e inmisericorde contra combatientes y civiles por Andalucía,
Extremadura y Toledo hasta llegar desde el Oeste a las puertas de Madrid a
principios de noviembre de 1936. Franco, el jefe de todos los sublevados desde
septiembre y ampliamente apoyado por Italia y Alemania, emprende sobre la
marcha el asalto frontal a Madrid. Una y otra vez va a estrellarse contra la
decidida voluntad de resistencia de las endurecidas milicias de partidos y
sindicatos, que van dando pasos hacia una gradual organización militar
convencional, por la que se trabaja al mismo tiempo que se combate. Las
primeras Brigadas Internacionales presentes en Madrid son un factor fundamental
para lograr el éxito defensivo. También lo es la presencia de columnas
milicianas procedentes de otras partes de la zona republicana que han querido
estar en el punto más caliente y definitorio de la guerra en ese momento.
Madrid se convierte en un símbolo de resistencia antifascista, tanto dentro
como fuera de España.
Frustrados los intentos de entrar mediante asalto frontal, el Mando
sublevado pasará a intentar las maniobras de cerco, pero los desalentadores
resultados obtenidos tras tres tentativas de envolvimiento por zonas diferentes
(carretera de La Coruña, río Jarama y Guadalajara) lo van a obligar a abandonar
los frentes del Centro como escenario bélico principal. Después de la derrota
de Guadalajara, Franco, quizás temiendo un desgaste estéril que debilite su reciente
caudillaje sobre su bando, desplaza sus mejores fuerzas al N a fin de acabar
con la zona republicana existente en Euskadi, Cantabria y Asturias, que estaba
aislada tanto del resto de la zona leal como de Francia. El verano de 1937
empieza para la República con una situación militar estable y en mejoría en la
zona Centro, pero crítica en el N, donde a la inferioridad material se debe
añadir la falta de cohesión política y organizativa de las diferentes fuerzas
propias disponibles para la defensa.
El frente de Madrid hasta julio de 1937
Madrid vivió operaciones militares de
envergadura desde el primer momento del golpe de estado. A la reducción de los
cuarteles sublevados siguió la tarea inmediata de alistar y armar a las
milicias de las organizaciones populares, y movilizarlas con la mayor urgencia
junto a las unidades militares leales disponibles para frenar a las fuerzas de
Mola que en esos mismos días llegaban a la sierra buscando apoderarse de los
puertos y alturas dominantes para seguir el avance dirección Madrid desde el N.
La falta de mayores fuerzas disponibles, de reservas de munición y sobre todo,
la resistencia republicana, impiden que Mola pueda continuar su avance. El
frente de la sierra se consolidará en las líneas alcanzadas en esos primeros
días de guerra y permanecerá casi invariable hasta su final.
Superado el peligro extremo desde el N, Madrid verá como el avance del
Ejército Expedicionario transportado desde Marruecos y mandado por Franco
resulta imparable. El avance diario de esta fuerza es de muchos kilómetros,
flanqueado primero por la frontera portuguesa y después, desde Badajoz,
siguiendo por el valle del Tajo. No tienen eficacia los intentos de detención
republicanos. Con ellos solo se consiguen leves retrasos a costa de graves
pérdidas propias por parte de las milicias mal armadas y sin organización ni
instrucción que se les enfrentan ante pueblos y ciudades. En campo abierto la
superioridad de las tropas profesionales de Franco, indígenas y legionarios, es
más aplastante aún. Hitos de ese avance serán la toma de Mérida, Badajoz,
Talavera y Toledo (24-9-36). Este último
episodio será un gran argumento propagandístico para Franco, que esos días es
proclamado jefe de su bando, literalmente, mientras dure la guerra, pero él hará
desaparecer ese último “matiz” del documento que se publica. Tras la
interrupción del avance que supuso desviarse a Toledo, los autoproclamados
“nacionales” reemprenden la marcha hacia Madrid, convencidos de que nada los
detendrá en su propósito. La zona de Navalcarnero, Brunete y Quijorna la ocupan
entre el final de octubre y primeros días de noviembre, apenas antes de iniciar
el asalto a Madrid, el día 7 de ese mes. La proximidad de esas fuerzas y la
poca eficacia de contragolpes republicanos como el de Seseña, convencen al
Gobierno, presidido entonces por Largo Caballero, de que resulta inevitable
salir de la capital, lo que sucede el 4 de noviembre. Inmediatamente después de
esta precipitada “evacuación”, el general Miaja y el teniente coronel Rojo serán
los mandos militares que asuman el encargo envenenado de defender Madrid. Estos
jefes militares no reciben un plan claro para organizar esta defensa, en cuya
viabilidad parece que apenas se cree desde el Gobierno; pero no todos comparten
esa opinión.
En lo que será un episodio notable de buena conducción de las
operaciones y de determinación colectiva de resistir a cualquier precio,
sorprendiendo al mundo, las milicias, ahora mejor organizadas y sobre un frente
sin espacios abiertos, cierran Madrid a Franco combatiendo en los arrabales del
Oeste y en la Ciudad Universitaria. El papel jugado por el Partido Comunista
será determinante, y su influencia en la esfera militar, creciente. Tras
fracasar la serie de asaltos frontales iniciados el 7 de noviembre, y que se
extienden hasta los primeros días de diciembre, el Mando franquista intentará
sucesivamente la maniobra de cerco sobre Madrid en las batallas de la carretera
de La Coruña (diciembre del 36 – enero del 37), Jarama (febrero del 37) y Guadalajara
(abril del 37), además de continuar con los bombardeos aéreos y artilleros
sistemáticos contra la población civil de la capital, un comportamiento militar
inédito hasta entonces, y que constituye un verdadero crimen de guerra..
Las batallas de la carretera de La Coruña y del Jarama suponen ganancias
territoriales para los atacantes, provocan también mayor quebranto a las
unidades republicanas que a las propias, pero en ninguno de ambos casos los
franquistas logran avanzar de manera determinante hacia un envolvimiento que
les permita asfixiar la defensa de Madrid impidiendo la entrada de
abastecimientos y refuerzos a la ciudad. Guadalajara, la tercera y última
batalla de este ciclo de operaciones, será la primera victoria republicana en
campo abierto, en este caso frente a los italianos, a los que arrolla con un
ejército ya a medio camino entre una
estructura miliciana y regular. La confianza en sí mismos crece en las filas
republicanas tras Guadalajara y esta victoria, lograda también por la imposibilidad
de actuar que sufrió la aviación italiana debido al mal tiempo, promueve un
refuerzo de los argumentos a favor de la militarización total del ejército
popular, la opción defendida por los comunistas. Por su parte, el Mando
“nacional” cierra con este fracaso el ciclo de las operaciones dirigidas a la
toma de Madrid y asume que deberá trasladar el esfuerzo principal a otros
frentes. La guerra, ya lo saben todos, va
a ser larga, y las dos zonas se preparan para ella. Los meses de mayo y
junio de 1937 serán relativamente tranquilos en torno a Madrid, cercada por el
Oeste y sometida a bombardeos diarios, pero orgullosa y desafiante porque los
franquistas no pasaron.
Las fuerzas enfrentadas en la batalla de
Brunete.
En el proceso de resistencia al avance
del Ejército Expedicionario trasladado desde Marruecos y reforzado para las
operaciones sobre Madrid, los partidos del Frente Popular y los jefes de las
milicias entienden, muchas veces con dificultad y en grado diverso, que es
necesaria la militarización para poder proseguir la guerra y para tener alguna
posibilidad de ganarla. Abandonar la organización miliciana y adoptar la de un
ejército regular convencional, es además de una consigna del PCE, una exigencia
de la URSS, único gran abastecedor de armas a la República.
Tras los “Sucesos de Mayo” en Barcelona, la caída del Gobierno de Largo
Caballero y la asunción de la presidencia del mismo por Juan Negrín (ambos del
PSOE), permitirá decretar la disolución de la estructura miliciana en el ejército,
que hasta entonces convivía con una regular en desarrollo. En mayo de 1937 se
crea por fin el Ejército Popular Republicano (EPR) para el cual, dada su
creciente madurez militar y su estructura regular, se plantean ya metas
ofensivas. El nuevo ejército, organizado no por regimientos como es habitual,
sino en base a brigadas mixtas como unidades tácticas principales (una brigada
tiene en torno a 3.000 combatientes), tendrá en cada una de las grandes zonas
del frente de guerra que atraviesa al país unas fuerzas encargadas de la
defensa del mismo (en la zona central será el Ejército del Centro). En
paralelo, se piensa en organizar con algunas de las brigadas más aguerridas y
probadas en la lucha divisiones y cuerpos de ejército destinados a entrar en
combate ofensivamente organizados como un “Ejército de Maniobra”. Esta nueva
fuerza, que a lo largo de la guerra será variable e intermitente, se utilizará
para acudir al sector que se crea conveniente con fines ofensivos. Atendiendo a
esta premisa, el Mando superior republicano, a fin de apoyar la resistencia del
frente Norte, tiene prevista para el comienzo de julio una operación en la que
se plantea actuar con sorpresa, acción de masa y audacia en la zona de Madrid.
En torno a este proyecto el secreto es máximo y los preparativos intensos.
La primera configuración de la nueva fuerza ofensiva, el citado Ejército
de Maniobra, es ordenada por el Mando republicano el día 2 de julio de 1937 con
la intención de emplearla para atacar el frente franquista entre los ríos
Guadarrama y Perales, partiendo desde Valdemorillo y Colmenarejo. Este primer
Ejército de Maniobra (cuya disolución con esa formación tendrá lugar el 31 de
julio) va a estar formado por los cuerpos de ejército V (divisiones 11, 35 y
46) y XVIII, (divisiones 10, 15 y 34). Actuará de manera coordinada con otra
fuerza que partirá desde la zona Sur de la ciudad de Madrid, el cuerpo de
ejército de Vallecas, formado por las divisiones Gallo y 4 (un cuerpo de
ejército es una agrupación de divisiones, y una división está formada por 2 ó 3
brigadas, tiene por tanto unos 9.000 combatientes). En el ataque que prepara el
Mando republicano intervendrán también fuerzas de todas las armas y servicios.
Se señalan también fuerzas de reserva, que suman 9 brigadas. La fuerza conjunta
constituida por el Ejército de Maniobra (cuerpos de ejército V y XVIII) y por
el cuerpo de ejército de Vallecas encuadrará inicialmente, excluidas las
reservas, a 19 brigadas de Infantería, de las que 3 son internacionales y 16
son españolas. De estas brigadas (mixtas e internacionales), la mayoría ya
estaban probadas en combate, mientras que otras son de nueva creación y están
formadas con reclutas encuadrados en torno a un núcleo de veteranos. De cara a
la ofensiva prevista, el total de las fuerzas disponibles para el Mando
republicano ronda los 85.000 hombres, que estarán armados con el mejor material
que se tiene. Junto a ellos entraran en acción la mayor parte de los medios de
que dispone la República: son algo menos de 150 aviones de caza y bombardeo,
150 tanques y 50 blindados, 150 piezas artilleras y unos 500 camiones. Todo lo
que no es estrictamente imprescindible para el sostén de los otros frentes es
puesto en juego para intervenir en la gran ofensiva prevista. Los almacenes, si
alguna vez llegó a haberlos, quedan vacíos.
Del lado franquista, cuyo Ejército del Centro se verá sorprendido por la
inesperada operación republicana,
entrarán en combate el primer día las escasas fuerzas de cobertura del
sector de frente atacado. Son un puñado de batallones que a duras penas pueden
ser reforzados durante los primeros momentos con las reservas locales
disponibles y con otros batallones que se le quitan a unidades vecinas.
Progresivamente, a medida que van pasando los primeros días, y mientras se
afronta en medio de inmensas dificultades la situación más crítica, irán
llegando otros muchos batallones traídos rápidamente desde el frente Norte
principalmente, en número tal que a los pocos días del inicio de la ofensiva
las fuerzas quedarán equilibradas y se irá gestando la superioridad material
que permitirá a Franco pasar a la contraofensiva. Antes que el grueso de su
infantería y sus restantes armas y servicios, en el campo de batalla se
presentarán el grueso de las aviaciones alemana (Legión Cóndor), italiana
(Legionaria) y “Española”, haciendo notar su presencia inmediatamente. De una
forma más lenta y gradual, una numerosa y muy eficaz artillería estará
disponible para el apogeo de los combates. También llegarán los carros de
combate, que en su conjunto resultarán inferiores a los republicanos, pero no
será así con las otras armas mencionadas, pues la aviación, y sobre todo la artillería franquistas
resultarán claramente superiores a las de la República.
¿Por qué Brunete?
De haber tenido éxito la ofensiva
republicana de julio de 1937, no hablaríamos de la batalla de Brunete, sino del
levantamiento del cerco a Madrid, pues esa era la ambiciosa idea original del
Estado Mayor Central (EMC) republicano, encabezado por el coronel Vicente Rojo,
acreditado por su desempeño en la defensa de Madrid junto al general Miaja,
quien ahora mandaba a su vez el Ejército de Maniobra.
El área elegida para entrar ofensivamente
en la retaguardia franquista del frente de Madrid ofrecía buenas posibilidades
tácticas para concentrar grandes fuerzas sin que fueran descubiertas, para
después progresar sobre el terreno, llano y practicable. La maniobra
contemplaba dos ataques simultáneos y convergentes, en pinza. Partirían, uno
desde la zona de Valdemorillo – Colmenarejo, y otro desde Usera, y estaba
previsto el encuentro de ambas agrupaciones en el entorno de Alcorcón.
Aislar primero
y rendir después a las tropas franquistas que asediaban Madrid hubiera sido un
fuerte golpe operativo y moral, con proyección internacional y que demostraría que la II República podía
aspirar a ganar la guerra al contar ya con un poderoso y eficaz instrumento, el
EPR, que recién organizado confirmaba sus nuevas capacidades y potencia.
Madrid, con gran valor simbólico tras la férrea resistencia que frenó a Franco
a sus puertas, era el lugar idóneo para emprender otra operación victoriosa,
ahora ofensiva. Las fuerzas ya estaban concentradas en su entorno, no era
necesario arriesgarse a moverlas, por lo que se garantizaba la sorpresa.
También se contaba con aeródromos, carreteras, hospitales, suministros, etc,
toda una serie de condiciones necesarias para emprender y sostener operación
ofensiva que no se encontraban en otros escenarios y que no se podían crear de
la noche a la mañana.
El plan republicano
Como ya se vio, después de ser el área de las más importantes
batallas de la guerra en curso, entre noviembre de 1936 y abril de 1937, el
frente de Madrid (ciudad y sectores próximos) fue abandonado por Franco como escenario
del esfuerzo bélico principal. La imposibilidad de lograr el éxito sobre
fuerzas cada vez mejor equipadas y formadas y crecidas moralmente, llevó al
Mando franquista a elegir un frente más débilmente guarnecido, donde ellos
pudieran imponer su clara superioridad organizativa y material, sobre todo en
aviación y artillería, de las que eran generosamente provistos por Alemania e
Italia. Trasladada la masa de maniobra de los “nacionales” hacia el Norte,
inmediatamente Vizcaya empieza a sentir las consecuencias de la presión
reforzada. De hecho, Bilbao será ocupada el 19 de junio, y su toma no era más
que el primer paso hacia Santander y Asturias. Mientras esto pasaba, del lado
republicano se veían con unos medios militares que en el Centro excedían con
mucho las necesidades meramente defensivas, al tiempo que estaban
imposibilitados para socorrer directamente al Norte leal, dada su situación de
aislamiento respecto al resto de la zona propia. En estas dos realidades,
sumadas a la alta moral reinante tras la victoria de Guadalajara y la recepción
de remesas de nuevo y potente armamento soviético, se basan el EMC y el PCE,
ideólogo del nuevo ejército, para plantearse pasar a la ofensiva a gran escala
allí donde la situación local parece más favorable. Fueron descartadas las
opciones de ataque por Aragón o Extremadura que en algún momento se habían
contemplado.
Conseguir entrar con grandes fuerzas a través del frente enemigo
pobremente guarnecido y tener garantizados al menos unos pocos días de
superioridad total debía permitir completar la maniobra de cerco tras las
líneas franquistas del asedio a Madrid. Para cuando estas quisieran ser
auxiliadas por las fuerzas trasladadas apresuradamente desde el Norte, el nuevo
frente propio ya debía estar suficientemente consolidado hacia adentro y hacia
fuera como para garantizar la rendición o la destrucción de los sitiados al
tiempo que aguantaba la inevitable embestida desde el exterior. Luego, la
capacidad de sacrificio y la moral de las tropas propias debían hacer el resto
para conservar el nuevo frente, más alejado de la ciudad, ya que para entonces
la superioridad material y numérica iniciales habrían quedado convertidas en
equilibrio de fuerzas. Se contaba con que en tras un cierto número de jornadas,
el grueso del ejército franquista, obligado, estaría nuevamente ante Madrid,
perdiendo la iniciativa y habiendo dejado de actuar en el Norte, al que la
República habría conseguido así ayudar indirectamente.
Este plan, pensado por Rojo y que ejecutaría Miaja como jefe del
Ejército de Maniobra, disponía sendos ataques simultáneos del V y XVIII cuerpos
de ejército desde la línea Valdemorillo– Colmenarejo y del cuerpo de ejército
de Vallecas desde Usera. Las vanguardias
de ambas agrupaciones debían reunirse cerca de Alcorcón, y tras conseguirlo
tenían que fortificarse hacia el exterior y avanzar hacia en interior de la
bolsa creada para acabar con las fuerzas enemigas encerradas en ella. En la
parte que correspondía a los cuerpos de ejército V y XVIII, la de recorrido
mayor, el primero progresaría por el exterior,
asegurando el flanco derecho del segundo contra posibles contraataques
mientras duraba el avance. La carretera de El Escorial a Navalcarnero serviría
como línea divisoria entre los dos cuerpos de ejército. Los ríos Guadarrama y
Perales marcaban la franja de terreno por la que se debía avanzar en la primera fase.
Operaciones
Ruptura del frente y penetración (6 al 12
de julio)
La ejecución de cualquier ofensiva a gran
escala implica que se deben concentrar grandes masas de tropa y materiales en
las proximidades del sector del frente enemigo elegido para el ataque. Si este
detectara esta concentración, si no se enmascaran los movimientos, se puede
perder el factor sorpresa, con lo que el primer golpe y tal vez toda la
operación tendrán menor eficacia, incluso ninguna. En el caso de la ofensiva de
julio la aproximación que efectúa el Ejército de Maniobra resultará
desapercibida al Mando franquista, el cual será sorprendido en un sector de
frente poco guarnecido, que cuenta con amplios espacios libres de cobertura
defensiva. En la noche del 5 al 6 de julio de 1937 las unidades republicanas de
los cuerpos de ejército V y XVIII, recién llegadas unas horas antes a las bases
de partida asignadas, inician la marcha a vanguardia. Se adentran desde las 22
horas en el territorio enemigo de manera silenciosa. Las columnas de
infantería, miles de hombres, avanzan por caminos que saben seguros, ya que los
exploradores han hecho bien su trabajo durante las noches anteriores. Conocen
el bien el número y el comportamiento de las guarniciones enemigas de los
pueblos y zonas fortificadas avanzadas.
La 11 división, mandada por Líster, se planta frente a Brunete,
enclavado en la retaguardia enemiga, unos 8 kilómetros por detrás de primera
línea. Con las primeras luces del día 6 toma el pueblo, que apenas tiene
guarnición, sin que llegue a haber una lucha seria. El primer paso está
conseguido. A esa misma hora, batallones de la 10 y 101 brigadas mixtas de la
46 división están ante Los Llanos. La sorpresa no ha sido completa pues llegó
antes la luz que el ataque, y además este no es simultáneo, la 10 brigada se
retrasa, y con ella van los tanques. Cuando ya se combate en Los Llanos, cuando
se pierde la ventaja de la sorpresa táctica, pero se conserva intacta la
sorpresa operativa, apoyada en la aplastante superioridad numérica, fuerzas del
XVIII cuerpo de ejército emprenden el asalto a Villanueva de la Cañada. Antes,
artillería y aviación actúan para ablandar la resistencia que encontrarán las
brigadas 3, 16 y 68 de la 34 división, luego apoyadas por la XIII y XV
(internacionales), de la 15 división. El frente entero se pone en alerta y con
el paso de las primeras horas de la mañana del 6 el Mando franquista va
confirmando que tiene creada una situación muy peligrosa en el Centro.
Conservando la sangre fría, sus mandos locales reaccionan con rapidez y
eficacia y con las escasas fuerzas a mano van al encuentro de los republicanos
en campo abierto o se preparan para resistir en sus posiciones lo que ya saben
o intuyen que se les viene encima. Líster, con su división inmejorablemente
situada, por falta de iniciativa propia o frenado por Miaja, no avanza en masa
por el espacio libre que tiene hacia Villaviciosa de Odón o Navalcarnero. Por
el contrario permanece en Brunete. Está desaprovechando las mejores horas que
tiene el Ejército de Maniobra para obtener un triunfo.
En las jornadas que siguen, las resistencias de las guarniciones
franquistas cercadas en Quijorna, Villanueva del Pardillo, vértice Mocha,
Castillo de Villafranca y otras, aguantando decididamente, por encima de lo
previsto, influyen en forma decisiva para desvirtuar la ejecución del plan republicano. Por su parte el Mando republicano
no ordena evitar el choque frontal y la consiguiente fijación y desgaste de sus
fuerzas, sino que sorprendentemente, da prioridad a su reducción frente a la
continuación del avance. Las pérdidas en hombres y tanques que se derivan de
los asaltos a esas posiciones serán muy importantes y un factor más de
ralentización de la maniobra. Estas resistencias le van a permitir a Franco un
respiro que aprovechará para enviar con la máxima urgencia a la zona Centro las
mejores unidades del ejército que tiene en el frente Norte.
Villanueva de la Cañada será para los republicanos desde la noche del 6.
Los Llanos es tomado, tras durísimos combates, durante la noche del 8.
Quijorna, del mismo modo, será ocupada en la mañana del 9, y el vértice Mocha
durante la noche del 10. Con la caída en manos republicanas de Villanueva del
Pardillo en la mañana del 11 se hacen unos 500 prisioneros. Al tiempo que van
logrando rendir las resistencias que encontraron en el camino, los republicanos
han seguido presionando para proseguir
el avance en vanguardia, pero tras las primeras horas del ataque, el frente
delante de Líster se ha ido endureciendo hasta hacer inviable que su división,
la 11, o la vecina 35 puedan seguir avanzando. Detenido Líster, el V cuerpo de
ejército no progresa, por lo que en torno al día 9 se piensa en el XVIII cuerpo
como el mejor situado para conseguir el necesario avance. Primero debe llegarse
hasta Boadilla del Monte e inmediatamente buscar el camino para completar el
plan original, pero también por este flanco, por el Este del río Guadarrama, el
ataque republicano igualmente se verá
contenido entre los vértices Mosquito y Romanillos, defendidos por fuerzas
enemigas crecientes. Durante los siguientes días los mayores combates tendrán
por escenario las laderas del Oeste de esas dos alturas.
Hasta el día 12 de julio, con un esfuerzo y en un tiempo superiores a
los previstos, la acometida del EPR habrá conseguido ocupar un territorio de
unos 10 kilómetros de frente por 10 de profundidad, tendrá la posesión de
cuatro pueblos y algunos centenares de prisioneros y habrá forzado la
interrupción de la ofensiva de Franco en el Norte. Es una victoria a medias que
se ve limitada también por el hecho de que el ataque emprendido en Usera el
mismo día 6 por el cuerpo de ejército de
Vallecas, no ha conseguido romper el frente enemigo para ir al encuentro del
Ejército de Maniobra. En consecuencia, se sabe que desde el segundo o tercer
día de batalla no habrá cerco a los sitiadores de Madrid. Desaprovechada la
situación más favorable de los primeros días, se irá reduciendo la superioridad
numérica local republicana por causa de las bajas y del cansancio, al mismo
tiempo que van encontrando enfrente un número cada vez mayor de fuerzas
enemigas, que están llegando apresuradamente desde el Norte y otros frentes
para salvar la grave situación inicial. Mediante la agregación de batallones
que entran en fuego sobre la marcha, el general Varela, jefe de todas las
fuerzas franquistas en la batalla, organizadas en el cuerpo de ejército de
Operaciones, consolida la resistencia en esta primera fase. Sobre el río
Guadarrama (flanco Este), frente al XVIII cuerpo de ejército, actúa la división
Provisional del Guadarrama, mientras que frente al V cuerpo combaten la 13
división por el Sur y la 150 división por el flanco Oeste. El Mando franquista
cuenta también con presencia de las aviaciones propia, alemana e italiana, que
paulatinamente se irán haciendo dueñas del aire en base al alto número de
aparatos y tripulaciones disponibles y a los buenos aeródromos y servicios
técnicos y de abastecimiento con que se cuenta. Sus bombardeos y los
ametrallamientos a las tropas republicanas (la cadena), serán especialmente
mortíferos. El día 12 de julio, el Mando republicano ordena pasar a la
defensiva, suspender todos los intentos de avance, salvo frente a Villafranca
del Castillo, y fortificar la primera línea que se ocupa para agarrarse al
terreno ganado.
Aprendiendo sobre la marcha cómo
combatir a la ofensiva, el EPR no ha sabido hacer valer su superioridad en el
momento clave. Miaja olvidó que el objetivo principal era el cerco de la masa
enemiga y no las guarniciones que encontraba en el camino. La duda y el esperar
unas unidades por otras, produjo el retraso del conjunto. Después, quizás
condicionado por la propia propaganda y las expectativas creadas, el Mando
republicano no suspende la operación volviendo al punto de partida, sino que
por el contrario, acepta el combate que se prevé, uno de tipo estático en el
que ambos ejércitos pondrán en juego todo lo que tienen, no para ganar terreno
sino para quebrar al enemigo. Se afronta una situación no prevista al inicio de
la ofensiva, pero al menos sí se ha logrado aliviar la presión sobre el Norte.
Franco ha vuelto a Madrid con sus mejores medios y tropas para una batalla de
desgaste, la que menos conviene a la Republica.
Estabilización (13 al 17 de julio)
La orden de pasar a la actitud defensiva,
desde el día 11 para el V cuerpo de ejército (que desde la toma de Quijorna el
9 no había hecho nuevos progresos) y desde el día 12 para el XVIII es dada por
Miaja ante la evidencia de que resulta inútil seguir presionando ofensivamente
sobre las alturas que dominan el Guadarrama por su orilla este. En las suaves
laderas de los vértices Mosquito y Romanillos se atrincheran ahora las brigadas
españolas e internacionales que en los días anteriores se han estrellado contra
las unidades que los defendían, primero en situación desesperada y ahora ya muy
reforzadas por los batallones y la artillería que diariamente llegan del N, vía
Ávila sobre todo.
Con la batalla en marcha desde hace una semana, las aviaciones que van
por Franco empiezan a ganar el dominio del aire. Casi diariamente se producen
enormes combates aéreos que libran decenas de aparatos de caza cuando se cruzan
en misión de ataque o defensa a los grupos de bombardeo. Los republicanos,
igualados en aviación de caza a sus enemigos, son por el contrario inferiores
en cuanto a bombarderos. Tal vez como nunca antes en una batalla, la aviación
demuestra el vital papel que tendrá en la guerra moderna. En Brunete, sus
efectos sobre las tropas de infantería son intensos. El hostigamiento aéreo
permanente se revela como una forma muy
eficaz para detener la maniobra en tierra, ya sea atacando directamente a las
tropas o a sus vías de abastecimiento. Soportando una rutina de bombardeos
aéreos y artilleros (que en el caso de los primeros se producen también de
noche) y con enemigo por delante y ambos costados, a medida que pasan los días,
los mayores problemas para el Ejército Popular tendrán que ver sobre todo con
los abastecimientos, evacuaciones y movimientos de fuerzas. En lo posible estas
operaciones se harán de noche y sin usar la iluminación de los vehículos.
Terminando el 11 de julio, un decidido ataque de fuerzas de la división
Provisional del Guadarrama, combinado con el mal comportamiento de la 3 brigada
de la 34 división republicana permitirán que cambie de manos la loma Artillera
o vértice Mocha, altura dominante sobre la orilla Oeste del Guadarrama. Entre
ese día (el 12) y el 16, el Ejército de Maniobra tendrá a la defensiva a todos
sus fuerzas, salvo las que operan en la zona del poblado de Villafranca del
Castillo y el cercano vértice Mocha, donde los sucesivos ataques para tomar
esos objetivos solo provocarán un desgaste sin resultados. Así, en este y otros
combates locales, carentes de cualquier carácter desequilibrante, pasan varios
días en medio de intensos duelos artilleros, asaltos de infantería y bombardeos
aéreos de las dos aviaciones. Los combatientes de las seis divisiones
republicanas más sus reservas, metidos en el terreno arrebatado al enemigo, se
preparan para empezar a ser ellos quienes tengan que resistir los fuertes
contraataques que ya son solo cuestión de tiempo, pues la dureza del fuego que
soportan les hace saber que al contrario que ellos, el Mando franquista cuenta
cada día que pasa con mayores fuerzas en línea, bien abastecidas y con libertad
de movimientos por las vías exteriores del campo de batalla. En las posiciones de vanguardia, los combatientes de ambos
ejércitos vivirán esos días enterrados en sus trincheras para sobrevivir al fuego contrario, hecho con
todas las armas de la guerra moderna. El calor y la sequedad extremos, propios
del verano madrileño hacen de la sed la
mayor preocupación inmediata de las tropas. Los heridos, muchos en situación
crítica, se ven obligados a esperar horas antes de poder ser evacuados. Las
heridas se infectan con facilidad en un tiempo en que aún no se dispone de
antibióticos. Las bajas por ambas partes son muy altas, y van a crecer en los
próximos días, los más duros de la batalla. En la zona del castillo de
Villafranca y Villanueva del Pardillo las fuerzas de Varela, reforzadas por la
5ª brigada de Navarra, atacan durante la tarde del 17 para preparar la
contraofensiva general que en breve emprenderá su ejército.
Contraataques franquistas (18 al 26 de
julio)
El 18 de julio era una fecha con alto
valor simbólico para los sublevados. A un año del comienzo de la GCE, eligen
este día para intentar dar la vuelta a la reñida batalla que está en curso en
el entorno de Brunete desde hace dos semanas. Para este fin ya cuentan sobre el
terreno en ese fecha con la presencia de las tres divisiones ya conocidas
(Provisional del Guadarrama, 13 y 150), más dos nuevas grandes unidades de la
mejor calidad, y que poco antes han llegado desde el N. Se trata de las
brigadas de Navarra 4ª y 5ª, con las que esperan precipitar la derrota del
Ejército de Maniobra, que está metido en el saliente de terreno que ha
conquistado desde el día 6, donde sus unidades están expuestas por tres lados y
unidas a su retaguardia solo por uno.
La idea del ataque franquista es la de fijar mediante el fuego artillero
y ataques demostrativos (sin avances) a las fuerzas republicanas sobre todo el
perímetro del frente que ganaron desde el día 6, impidiéndoles maniobrar, y al
tiempo usar a las dos brigadas Navarras (de hecho divisiones) para cerrar la
“bolsa” por su base, desde el Perales y el Guadarrama mediante sendos ataques
convergentes hacia la carretera de El Escorial. Con la primera luz del 18 la 4ª
brigada Navarra, que ataca de O a E, cruza el río Perales (seco) y protegida
por fuertes bombardeos artilleros y aéreos propios sube las pendientes de la
orilla opuesta. Con dificultad avanza unos cientos de metros, pero queda al
poco fijada por la decidida defensa republicana a cargo de la 101 brigada mixta
de la 46 división, que no cede a pesar de ser bisoña y de estar en inferioridad
numérica. Saben claramente que la supervivencia del resto de unidades de su
ejército depende ahora de ellos. Por su parte, la 5ª brigada Navarra, que ataca
de E a O, no logra siquiera iniciar su avance porque su concentración es
desbaratada por el fuego artillero republicano a orillas del Guadarrama. Sus
ataques preliminares del día anterior no han ablandado a la defensa republicana
en torno a Villanueva del Pardillo. No habrá más que dos éxitos locales en el
primer intento ofensivo franquista: el 18 las fuerzas de la 13 división toman
loma Quemada, cercana por el SE a Brunete, y el 19 los republicanos pierden
también el cerro Perales, al O de Quijorna. Hasta el 21 la situación es
grave para los republicanos en el
Perales. Con muchas dificultades y fuertes bajas por ambos lados, atacantes y
defensores se empeñan en cumplir sus objetivos antagónicos en el entorno de la
confluencia del arroyo Valdeyerno con el río, hasta que durante la noche del 21
al 22 los franquistas, frustradas sus expectativas de avance, se retiran
cruzando otra vez el Perales, quedando restablecida en ese sector la situación
previa al 18.
A pesar del fracaso de sus planes máximos, consistentes en cercar al
Ejército de Maniobra, entre el 20 y el 23
las fuerzas de Varela van a conseguir un progresivo éxito parcial al
obligar a retroceder a las unidades republicanas aferradas desde la primera
fase de la batalla a las laderas del E del Guadarrama. Estas tendrán que
abandonar paso a paso las faldas de los vértices Mosquito y Romanillos para
cruzar el río, y aferrarse defensivamente a su orilla Oeste hasta el día 25.
Durante los días 24 y 25 el pueblo de Brunete y su cementerio protagonizan el
episodio final de la batalla.
Posiblemente más por una cuestión de prestigio que por necesidad
táctica, el Mando republicano se aferra al mantenimiento de Brunete a toda
costa. A sus defensores, en situación crítica, se les ordena aguantar los
fortísimos asaltos de infantería y la acción concentrada de la artillería y
aviación sobre el espacio reducido que conservan. A pesar de darlo todo en la
defensa, primero perderán Brunete el 24 y después el cementerio durante la
tarde del 25. Una fuerza de bombardeo de la Legión Cóndor que se acercaba a la
vertical del cementerio para aniquilar su defensa, advertida a tiempo de la
conquista del mismo por las fuerzas propias, descubre a poca distancia la
concentración de la 14 división republicana. Una de las brigadas de esta
unidad, traída al frente poco antes desde Guadalajara para relevar a la
diezmada 11 y conseguir la reocupación de Brunete es diezmada por las bombas alemanas. Los
supervivientes, perseguidos por la infantería franquista que acababa de tomar
el cementerio, retroceden en medio del desorden y la confusión junto con los
restos de la 11 división. Aunque los
demás sectores han aguantado la presión, la terrible jornada del 25 de julio se
cierra para los republicanos con el frente prácticamente roto en la retaguardia
de Brunete. Durante la noche del 25 al 26 se consiguió rehacer el frente, y el
26 sostenerlo en medio de combates.
La orden de
Franco del 27 de abandonar la contraofensiva (en contra del criterio de
Varela), permite a los republicanos rehacer sus líneas y plantearse la
reorganización de sus exhaustas unidades, machacadas por veinte días de lucha
ininterrumpida en condiciones extremas. A su vez, Franco, después de tomar el
pueblo que daría nombre a la batalla decide no arriesgar y desiste de proseguir
operaciones de envergadura en el entorno
de Madrid. Sus fuerzas también han sufrido un duro castigo y ya conocen el
valor defensivo del Ejército Popular. No tarda en reorientar todas las unidades
traídas al Centro otra vez hacia el N, donde a pesar de la difícil geografía
espera mejores resultados. El silencio vuelve a caer sobre los pueblos de
Quijorna, Villanueva de la Cañada, Villanueva del Pardillo y Brunete. Silencio
de ruinas y de despojos de guerra. El Mando republicano reflexiona acerca de
los progresos y carencias del nuevo ejército empleado en misiones ofensivas.
También valora el precio pagado en vidas y material en una batalla que no fue
del levantamiento del cerco a Madrid, sino de Brunete, un pueblo demasiado
próximo a la línea de partida de ese prometedor 6 de julio. Se impone una
exigente autocrítica, que se hará, pero el curso de la guerra y la cortedad de
medios no permitirán aprovechar tanto como se quisiera la experiencia ganada.
Crítica y análisis de la batalla.
Consecuencias en el desarrollo posterior de las operaciones
Desde que tuvo lugar la batalla de
Brunete, ningún estudio sobre esta duda de que el Mando republicano acertó al
elegir la zona geográfica, el momento y el tipo de operación a emprender. El
Ejército de Maniobra trabajó intensamente en tareas de encuadramiento y
organización de las fuerzas, y se consiguió que tanto estos preparativos como
la posterior concentración de tropas en la cercanía del frente pasaran
inadvertidas para el enemigo. El plan elaborado planteaba a las dos
agrupaciones atacantes sendos avances de varios kilómetros tras la ruptura del
frente enemigo, para después encontrarse en su retaguardia y materializar así
el cerco a las tropas que asediaban Madrid. Acto seguido, debían prepararse
para combatir hacia adentro y hacia el exterior simultáneamente; para reducir
la segura resistencia de las fuerzas copadas, y para frenar todo intento de auxilio
mediante ruptura del cerco desde el exterior por parte de las unidades que
serían trasladadas desde el N, y cuya llegada sería imposible evitar por
carecerse de los medios necesarios para hacerlo.
A juzgar por los resultados de la ofensiva y por las valoraciones que se
han ido haciendo de esta durante el periodo de guerra y posteriormente, se
hacen evidentes dos cosas: Que el instrumento del Mando republicano para
provocar un giro importante a su favor en la guerra, el EPR, estaba aún “verde”
en el verano de 1937 para una operación tan ambiciosa, y que el propio Mando
falló al no darse cuenta de lo fundamental que resultaba esa limitación para
alcanzar el éxito operativo en una batalla con fuerte carácter decisorio.
Recién un par de meses antes, con la llegada de Negrín al Gobierno, se
había podido culminar el proceso de superación completa de la estructura
miliciana en el Ejército, para organizar el nuevo EPR en forma convencional. El nuevo Gobierno, más cercano
a las tesis militares comunistas, se formó en unos momentos de intenso
enfrentamiento de los seguidores de la
línea comunista con los anarquistas. En Barcelona, en mayo se llegó incluso al
enfrentamiento armado entre ambos para imponer la militarización, y este
dramático episodio de lucha interna entre quienes eran aliados frente a Franco,
pero rivales en cuanto al modelo social
y a la estrategia política y bélica a seguir, pone también de manifiesto un
fuerte rechazo cultural de importantes sectores populares a la militarización,
identificada con las formas pasadas de explotación y sojuzgamiento propios del
régimen monárquico y oligárquico previo a la II República .
Al final de mayo y primeros días de junio, el alto Mando republicano
tuvo ocasión de observar el comportamiento de varias unidades y de sus jefes en
una primera prueba ofensiva, limitada, contra Segovia. Los resultados no fueron
precisamente alentadores, y tras este intento fracasado la atención se
centraría sobre todo en mejorar todo lo referente a la conservación de la
sorpresa, a la ocultación de la intención de ataque. Los otros defectos
detectados en cuanto a coordinación entre armas y unidades, conducción del
ataque por parte de los mandos, etc, no se podían corregir inmediatamente,
requerían de más trabajo y tiempo, justo de lo que carecía la Republica si
quería auxiliar al frente N antes de que fuese demasiado tarde. El Ejército de
Maniobra, considerado todo lo anterior, trabajó contra reloj y en difíciles
circunstancias para reclutar e instruir nuevos batallones, que nutridos por
reclutas sin experiencia, formaban sus brigadas junto a otros ya fogueados
durante el primer año de guerra y con un número alto de voluntarios motivados
políticamente, los mejores soldados. La necesidad de una fuerza numerosa para afrontar
la maniobra planeada hizo que las unidades en muchos casos entraran en combate
escasas de algunas armas y de oficiales y suboficiales experimentados, problema
que se agravó además cuando hubo que ir cubriendo sobre la marcha las numerosas
bajas de los mandos caídos en combate. Los Estados Mayores de varias divisiones
y brigadas además, no estaban constituidos de antemano, por lo que sus jefes no
formaban equipos probados y armónicos, acostumbrados a trabajar juntos.
Por otra parte,
la falta de decisión en el aprovechamiento de la situación favorable durante
las dos o tres primeras jornadas de ofensiva hizo casi irrelevante la
superioridad numérica y material, siempre local y pasajera. No ayudó tampoco a
hacerla valer el hecho de que los principales esfuerzos se dedicaran a la
reducción de guarniciones franquistas de pueblos y puntos fortificados cercadas
en vez de proseguir el avance dejándolas
atrás, aisladas y acosadas por el segundo escalón de fuerzas propias.
El éxito
general de la maniobra se vio muy seriamente comprometido además al fallar la
ruptura y avance encomendados al cuerpo de ejército de Vallecas. Su detención
hizo prácticamente inviable la verificación del cerco previsto. ¿Acertó el
Mando republicano al no suspender la ofensiva tras el fracaso del ataque
secundario y la pérdida del efecto sorpresa en el ataque del V y XVIII cuerpos
de ejército al cabo de unos días de resultados insuficientes? Es muy posible
que Rojo, Miaja y Negrín asumieran desde el 9 o 10 de julio que ya no habría cerco,
y que la batalla emprendida estaba destinada a ser estática y de desgaste.
Aceptaron el desafío entonces solo por aliviar la situación del frente Norte...
y tal vez presos de su propia propaganda. La frase de Prieto, ministro de
guerra del Gobierno legítimo “el vencedor de Brunete será el vencedor de la
guerra” era lapidaria, imprudente o demasiado confiada, pero a la larga sería
verdad. La batalla de Brunete se luchó por ambas partes tomando esta afirmación
muy en serio.
Salvo que se dé por buena la propaganda franquista, parece que no cabe
hablar de victoria rotunda de los sublevados en Brunete. Aún así, las pérdidas
republicanas fueron mayores, y en lo referente a material bélico,
irremplazables, pues los suministros soviéticos decayeron en cantidad después
del verano de 1937, mientras que Franco tuvo garantizados los suyos por parte
de los regímenes fascistas implicados en la guerra española, sin que el llamado
pacto de No Intervención actuara. Una irrelevante ganancia territorial y un mes
de retraso en la ofensiva franquista en el N fueron los magros resultados
positivos republicanos. Las bajas humanas, atroces, de ambos ejércitos sumaron
cerca de 45.000 combatientes sobre un total de unos 140.000 que pudieron
participar en la batalla; aproximadamente 27.000 serían republicanos y 18.000
“nacionales”.
En Brunete, un ejército republicano más instruido, consolidado y
cohesionado, algo mejor armado y transportado, y con un alto Mando que confiara
por tanto más en sus posibilidades, más decidido, pudo haber ensayado una
anticipación del tipo de batalla que se vería en la II Guerra Mundial, con la
maniobra imponiéndose sobre el choque frontal. La dura realidad es que por el
fracaso de la maniobra, se llegó a una batalla estática y de desgaste. Fuerzas
equilibradas, aferradas al terreno tanteaban con asaltos frontales de
infantería las debilidades del adversario mientras soportaban estoicamente el
fuego de todas las armas modernas actuando conjuntamente, con un papel de la
aviación de bombardeo y ametrallamiento no visto nunca hasta entonces. Apenas
puede decirse que la República supiera sacar enseñanzas claras de Brunete. A
pesar del desgaste sufrido y de que fue una batalla que no alteró
perceptiblemente el curso de la guerra (como se había previsto), Rojo y
Negrín seguirían intentando la ofensiva
sorpresiva, de pretendido carácter decisorio en Belchite y Teruel, ambas con
escasos resultados estratégicos aparte del quebranto propio. Tal vez sí que se
supieran extraer valiosas enseñanzas en
el empleo de armamento y en la conducción de las unidades de infantería, pero
las dramáticas carencias materiales que afrontaría el EPR en el futuro le
impediría hacer valer cualquier maduración en la ofensiva... Otra cosa seguiría
siendo la estoica defensiva, como quedó demostrado en el Ebro.
Y tal vez ahí
radique la cuestión fundamental, ¿hubiera sido más acertada la actitud
defensiva, conservadora de la propia fuerza desde antes o después de julio
de 1937, en vez de buscar la batalla
decisiva? Quien sabe si aún con
carencias materiales pero contando con un Ejército de Maniobra mejor
instruido y transportado, agazapado para combatir allí donde Franco atacara, y
en combinación con acciones guerrilleras de envergadura en la retaguardia
enemiga, no hubiera podido obtener la República mejores resultados.
Consecuencia previsible de la conservación de fuerzas y de la moral necesaria
para mantener el pulso a Franco, parece que se hubiera podido conseguir al menos la prolongación
de la guerra española hasta hacerla solaparse
con la inminente II GM, una opción que parecía conveniente al Gobierno y Mando
militar republicanos en la fase final de la contienda, cuando estaba descartada
toda posibilidad de victoria por medios propios y se aspiraba a prolongar la
resistencia durante el mayor tiempo posible en espera de un cambio de la
situación internacional.
El paisaje después de la batalla
Los pueblos más directamente afectados
por los combates, como ya se mencionó antes, fueron Brunete, Quijorna,
Villanueva de la Cañada y Villanueva del Pardillo. Estos cuatro lugares fueron,
sin ningún matiz, campo de batalla con todas sus consecuencias. Quedaron
reducidos a la ruina completa y estuvieron el resto de la guerra en la primera
línea de los que serían los frentes consolidados posteriores a julio de 1937.
Ningún civil pudo volver a ellos hasta 1939. De sus habitantes originales, una
parte los había abandonado desde octubre o noviembre de 1936, escapando a
Madrid ante el avance franquista. El resto de la población que permaneció en
sus casas y campos, salió a su vez precipitadamente ante la ofensiva
republicana de julio.
Todo en estos campos y pueblos estuvo desde el final de la batalla
puesto al servicio de la necesidad de organizar el terreno y las fuerzas de
ambos ejércitos para disuadir o impedir la visita del enemigo respectivo, y
para que en el caso de haberla, que esta no tuviera carácter de ruptura de la
línea propia. Las operaciones de las unidades más fogueadas y efectivas en
combate fueron sucedidas a partir de agosto de 1937 por el trabajo metódico y
prolongado de batallones de fortificación empleados en cavar trincheras y en
crear toda la infraestructura necesaria
para las tropas de cobertura, en general menos aguerridas y peor armadas que
las de choque, pero numerosas y con claras necesidades materiales, tanto para
asegurar el sostén del frente como para asegurarse un mínimo confort y
condiciones propias para mantener las capacidades y la fuerza. De este modo, a
buena velocidad y siguiendo pautas claras del Mando, sobre todo en las llanuras
que antes fueran campos de cultivo, se irán dibujando las nuevas líneas de
frente. Trincheras casi continuas, ininterrumpidas del lado republicano, y
sucesión de puestos fortificados separados unos de otros pero unidos por
contacto visual y cruce de fuegos del lado franquista.
Las unidades
republicanas también construyen una segunda línea de trincheras un kilómetro a
retaguardia de la primera, apoyada en
los primeros montes que bordean la
llanura de cultivos. Enlazando vanguardia y retaguardia se crean o mejoran
pistas ocultas a la observación enemiga para garantizar suministros y relevos.
En caras no visibles de ciertos montes se ubicaron centros de almacenamiento de
materiales y de descanso para las unidades relevadas cíclicamente del servicio
en la primera línea, que llegaron a ser verdaderos poblados, en los que la
tropa conseguía hacer una vida más agradable y relajada que en vanguardia. En
el lado republicano del frente, el Comisariado de guerra velaba por ese descanso
a la par que por la continuación de la lucha contra el analfabetismo y por la
elevación del nivel moral, cultural y político de los soldados. Junto a puestos
sanitarios y polvorines, del lado republicano proliferan las bibliotecas y los
hogares del soldado. Son frecuentes también las visitas de compañías de teatro, de representante políticos o
sindicales españoles e internacionales, de poetas y escritores y de
trabajadores de la retaguardia. La comida, el calzado y el abrigo llegan a
cubrir, con dificultades, las necesidades básicas.
No habrá en este sector de los frentes del Centro después de la batalla
de Brunete apenas otros hechos destacables
que las revistas e inspecciones del Mando, el tránsito de “pasados” en
ambos sentidos, esporádicas escaramuzas entre exploradores o intercambios
artilleros con pocas consecuencias. Se hizo un enorme esfuerzo de fortificación
y existió algún importante episodio de guerra de minas, destacando la imponente
voladura de un fortín franquista en el subsector de la 7 brigada mixta, en la
zona de Villafranca del Castillo. Los pueblos de segunda línea del frente,
afectados también por los combates de julio, pero no hasta el punto de impedir
su vida “normal” para tiempos de guerra, permanecieron habitados y económicamente
activos. También serían centros de almacenamiento, sanitarios y organizativos
de las fuerzas que cubren el frente. El que fuera amplio campo de batalla,
ahora comprendido por las retaguardias
de las dos nuevas líneas y por el espacio existente entre ellas (la tierra de
nadie), permanecerá casi intacto hasta el final de la guerra, lleno de despojos materiales, cráteres de
explosiones y con los cuerpos de los combatientes caídos solo recogidos y
enterrados allí donde no había demasiado peligro de ser blanco del fuego
adversario.
El día 13 de
enero de 1939, una nueva ofensiva republicana, destinada a aliviar la presión
sobre Extremadura, y esta vez condenada de antemano al fracaso, rompe la
monotonía de los días del último invierno de guerra en este frente. De las
evidencias del avance suicida de la infantería de las 35 y 200 brigadas entre
Quijorna y el río Aulencia serán testigos más tarde, entre otros, los
pobladores de Quijorna y Brunete cuando
vuelvan “a casa” después de la guerra y se encuentren con el campo de las dos
batallas.
En torno al 27 de marzo de 1939, consecuencia del desgaste acumulado y
de la práctica evidencia de la derrota, pero sobre todo debido al éxito de la
traición casadista, se autodisuelven o se rinden las unidades del admirable EPR
que, al menos sobre el papel, estaba aún constituido por 50 divisiones,
encargadas de defender los restos del territorio republicano, la zona Centro−Sur.
La inferioridad material frente al ejército franquista era evidente y notable,
pero serían sobre todo factores morales los que precipitan la “evaporación” de
las unidades republicanas. La mayoría de sus mandos y soldados desarmados
emprenden una penosa marcha a pie a sus casas, abandonan las armas y los
frentes y entregan Madrid y el resto de la zona Centro a la voluntad criminal
de Franco y su régimen en espera de los alcance su ajuste de cuentas. Aparte de
las demás formas de represión y revancha, el campo de prisioneros de guerra que
reedifica hasta 1945 un nuevo Brunete imperial, cuadriculado y de granito, será
tal vez el penúltimo episodio importante consecuencia de la batalla. El último
episodio, si tal cosa existe hablando de historia, deberían escribirlo los que
no acepten perder la memoria de la II República, de este lugar y de ese ejército
de valientes, españoles y voluntarios internacionales, que tuvieron aquí una
oportunidad de librarnos del fascismo en
su versión franquista.
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