María Torres / 8 Junio 2014
José Lorente Granero, era
un muchado madrileño de 20 años, que trabajaba de tramoyista en el Teatro
Calderón de Madrid y estaba afiliado a la UGT.
"Me voy al frente a luchar por la República. Recordadme siempre". Estas fueron las palabras que dejó escritas en una nota dirigida a sus padres aquel mes de julio de 1936, cuando se alistó en el Quinto Regimiento.
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Romancero de la Guerra Civil (II)
Romancero de la Guerra Civil
De la Revista "El Mono Azul"
"Romance del fusilado", de Vicente Aleixandre
"Romance del fusilado", de Vicente Aleixandre
José Lorente Granero
cuando se alistó en las filas
de las Milicias de hierro,
y salió para la Sierra
diciendo sólo: "¡Si vuelvo,
hermanos, será cantando
con vosotros; si no, muerto!"
Y una luz brilló de llamas
en sus grandes ojos negros.
Doce noches, con sus días,
luchó José entre los cerros,
bajo una luna de agosto
que endurecía los pechos.
Luchó y mató; un nimbo rojo
iluminaba su cuerpo,
y de las balas traidoras
parecía protegerlo.
Su fusil entre sus manos
era una rosa de fuego
vomitando espanto y muerte
para el enemigo negro.
¡Miradlo erguido en el monte,
hermoso, fuerte y sereno,
héroe entre sus camaradas,
entre las balas ileso!
Mas, ay, que llegó una noche,
noche de pena y de duelo,
noche de tormenta obscura,
noche de cielo cubierto.
En la refriega, José,
de venganza y furor ebrio,
persiguiendo puso en fuga
a un grupo de hombres siniestros
que escapaban entre breñas
como lobos carniceros.
Corrió y corrió, corrió tanto
José solo persiguiéndolos
que cuando quiso mirar
atrás con sus ojos negros
no vio sino soledad,
soledad, noche y silencio.
De repente unos traidores,
a docenas si no a cientos,
de sus cubiles brotaron,
de sorpresa le cogieron;
entre todos le rodean,
aunque él tumba a cinco muertos,
y a insultos, golpes, atado,
le llevan al campamento,
¡Ay, voz que cantas la vida
de este muchacho del pueblo,
José Lorente Granero:
calla y no digas la triste
terminación del suceso
ocurrido entre las peñas
que baña un arroyo fresco!
Contra unas tapias le pone
la turba de bandoleros,
y José los mira a todos
con un altivo desprecio.
Apuntan nueve fusiles
a aquel noble y limpio pecho,
espejo de milicianos
y de valientes espejo,
y del desdén de su boca
un salivazo soberbio
va a aplastarse entre los ojos
del jefe vil fusilero.
¡Que así va a afrontar la muerte
quien tiene temple de acero!
¡Ay voz que cantas la historia
Que aquí escucháis de Granero:
acaba y narra hasta el fin,
maravilloso suceso
ocurrido en una noche
de temeroso recuerdo!
Sonó aquella voz infame.
¡Fuego!, gritó, y fuego hicieron
las nueve bocas malditas
que plomo vil escupieron,
y nueve balas buscaron
la tierna carne de un pecho
que latió por el amor
y la libertad del pueblo.
Rodó mi cuerpo entre las piedras,
reinó un profundo silencio,
sólo roto por los pasos
que se alejaban siniestros.
La tierra sola quedaba.
Sola no: ella y su muerto.
¡Ay, tú, José, que me escuchas,
tendido, solo y sangriento!,
¿quién eres que así no oyes
los miles de roncos pechos
que desde el fondo te llaman
por ríos, valles y cerros?
¿Quién eres que no te alzas
ante el clamoroso imperio
de miles de corazones
con un mismo son latiendo?
Amanecía la aurora
y el alba doraba el cuerpo,
un cuerpo que con el día
se levantó de este suelo,
y en pie, sangrando, terrible,
adelantó el pie derecho
y subió monte hacia arriba,
como un sol que va naciendo
y va dejando su sangre
o su luz como un reguero.
José no murió. ¡Miradlo!
Resucitado, no ha muerto;
que no murió, como no
morirá jamás el pueblo.
Podrán fusiles y balas
pretender herir su pecho.
Podrán bombas y cañones
intentar romper su cuerpo.
Pero el pueblo vive y vence,
pueblo sin tacha y sin miedo,
que en una aurora de sangre
está como un sol naciendo.
Vicente ALEIXANDRE
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