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ENTREVISTA
'Felipe (el rey) lo está haciendo con gran profesionalidad. Pero no tiene el mismo mérito que Juan Carlos'
Paul Preston aterrizó en España, más o menos, cuando el hombre llegó a la Luna. Su primera toma de contacto con el franquismo le dejó perplejo: tanto por los olores de la posguerra que aún se respiraban como por los "moratones" en carne ajena que poco después (mayo de 1973) le permitieron constatar el lado más represivo de la que ya entonces se conocía como "la Dictablanda".
Cuarenta años después de los cuarenta años, y en vísperas del 20-N, el historiador británico considera que ha llegado el momento de rebatir los mitos y poner al "Generalísimo" en su sitio: en el podio de los dictadores más crueles de Europa, a la sombra de Hitler y por delante de Mussolini. El hispanista de Liverpool vuelve estos días a la palestra con la tercera edición de Franco, caudillo de España (Debate), al tiempo que prepara su visión compacta del siglo XX español con un hilo conductor rabiosamente actual: la incompetencia y la corrupción de los políticos.
- ¿Dónde estaba usted cuando murió Franco?
- Lo recuerdo muy bien. En el año 75 estaba más o menos al comienzo de mi carrera. Había terminado mi tesis doctoral, había pasado unos años en la España franquista y me incorporé a la Universidad Queen Mary. Llevaba unos años colaborando con los medios: España estaba constantemente en las noticias y se esperaba con ansiedad qué podría ocurrir tras la muerte de Franco; se temía que pudiera haber otra guerra civil. Me avisaron de la BBC (la noticia la retrasaron algo más en España). Me fui a la cama a las cinco de la madrugada, me acuerdo de la hora.
- ¿Si le llaman "antifranquista", se lo toma como una ofensa o como un halago?
- Yo soy antifranquista, no me cuesta reconocerlo. Igual que digo que estaba a favor de la República y que durante la Guerra Civil sería negrinista. Y juancarlista durante la Transición. Yo he reconocido lo bueno y lo malo de ambos lados, pero esto no quiere decir que tenga que prescindir de mi propia ética. Procuro en todo caso ser honesto y riguroso con la investigación. Mi libro sobre Franco tiene más de 1.000 páginas y 100 de ellas son de notas bibliográficas, para quien quiera acudir a las fuentes.
- Cuarenta años después de los cuarenta años, ¿hemos hecho los españoles las paces con la Guerra Civil?
- Yo creo que hay muchas heridas abiertas todavía. Ni el paso del tiempo ni lo que se supone que tendría que haber hecho la democracia han sido suficientes. Y entre los historiadores sigue habiendo muy mala leche. Se sigue luchando la Guerra Civil en papel. Es casi imposible el debate. Las polémicas, sobre todo las que provienen de la derecha, acaban siempre en el insulto personal. A mí me han llamado bufón, imbécil, mentiroso, muchas cosas... No, las heridas de la Guerra Civil no han cicatrizado: el tono crispado de la historiografía es algo que me desespera.
- Y díganos, a la hora de las comparaciones con otros dictadores de su época, ¿qué lugar ocuparía el caudillo?
- Creo que, como dictador, Franco queda muy por arriba de Mussolini, quien no llegó al poder a base de matar a tantos miles de sus conciudadanos. La comparación con Hitler es más complicada porque éste operaba sobre un terreno colosal, después de haber conquistado la inmensa mayoría de la Europa continental. También fue responsable de millones de muertos a base de operaciones bélicas irresponsables (tampoco fue este el caso con Franco). De todas formas, creo que si comparamos lo comparable, es decir, Hitler de 1933 a 1940 y Franco de 1936 a 1943, o sea, dejando de lado lo que pasó durante la Segunda Guerra Mundial fuera de Alemania, yo diría que en el tratamiento de sus conciudadanos Francisco Franco es comparable con Adolf Hitler.
- ¿Cómo fue la relación de Franco con Hitler y hasta qué punto la neutralidad de España pertenece a la mitología?
- En esta tercera edición de la biografía demuestro con más pruebas que Franco quiso colaborar con el Eje. Y que lo hizo en la medida de lo posible: permitiendo que hubiera bases alemanas, colaborando estrechamente con la Gestapo, suministrando minerales estratégicos y alimentos a Alemania. El mito de la neutralidad es algo que se creó después para congraciarse con los vencedores. Lo mismo que hizo con la supuesta salvación de los judíos. En el libro dedico un nuevo capítulo al antisemitismo de Franco, a su convencimiento de que existía realmente una conspiración judeo-masónica-bolchevique. La verdad es que el Caudillo hizo muy poco por ayudar incluso a los judíos sefardíes, aunque, con el tiempo, intentara congraciarse con las organizaciones judías propagando ese mito.
El lado claro
- ¿Por qué Franco sigue rodeado a estas alturas por esa aura de enigma y misterio?
- Es verdad que se trata de una figura elusiva. Por un lado están sus hazañas, que resultan evidentes: estamos ante un militar que asciende rapidísimamente en el Ejército, que logra aunar el esfuerzo bélico de los militares que van a la guerra y después aguanta casi 40 años de dictadura sin apenas oposición. El lado claro de Franco está ahí: es un hombre con una ambición tremenda, que tiene ciertas capacidades y que no conoce el miedo... (aunque para mí esa cualidad es más bien un defecto: a una persona que no conoce el miedo es que le falta algo). Pero luego, en su vida, hay detalles de una mediocridad tremenda. Si seguimos los diarios de su primo, que apuntaba todo y que consideraba al Caudillo como un genio, descubrimos cosas tan absurdas como el hecho de contratar a un alquimista para convertir el plomo en oro y acabar así con los problemas de España. ¿Cómo es posible que un hombre de un realismo y una crueldad tan grandes pudiera creer en cosas así y tuviera tal grado de incultura y de falta de imaginación? Ese es para mí el enigma. Y la única manera de descifrarlo es por la psicología, pero yo no soy psicólogo.
- Usted habla también de la dimensión de Franco como propagandista, de su capacidad para "reinventar" su propio personaje...
- Franco se pasó toda la vida poniéndose máscaras. Tras su ascenso en el Ejército fue el Héroe del Rif; por su éxito en la Guerra Civil se le presentó como El Cid del siglo XX. En la Segunda Guerra Mundial se vio a sí mismo como un Felipe II. Cuando se derrumbaron sus esperanzas y empezó el «asedio nacional» fue el Capitán de Numancia. Con la ayuda americana y la recuperación económica se convirtió en el padre de los españoles, y la máscara final fue la del abuelo de su pueblo.
- ¿Y esa resistencia a considerarse a sí mismo como dictador?
- Yo creo que siempre hubo una falsedad de fondo en esas declaraciones. Él mismo decía que considerarle dictador era una "puerilidad". Pero llamemos a las cosas por su nombre: la suya fue una dictadura sangrienta y cruel. Durante casi 40 años, los españoles pasaron por un lavado de cerebro nacional. Su régimen fue la institucionalización de la victoria.
Inversión de terror
- Usted rebate también el mito de Franco como "estratega". ¿Por qué ganó la guerra pues?
- Porque las democracias no ayudaron a la República. Franco sacó provecho de la ayuda silenciosa del Gobierno británico, y contó con el respaldo alemán e italiano, y eso sin contar con la división constante y las luchas internas en la República. Yo no creo que el genio militar de Franco esté a la altura del de Napoleón. Pero hay que reconocer que ganó la guerra que él quiso, y dilató tanto el final como una inversión de terror, para que el Régimen durara más tiempo.
- ¿Qué nos dice de sus dudas durante la fase de conspiración del Alzamiento?
- Es cierto que tenía grandes dudas, y su mujer Carmen influyó mucho. Él no quiso comprometerse sin tener cierta seguridad: en el libro cuento sus intentos de buscar un escaño en las Cortes por Cuenca, para estar a buen seguro. Como decía Sanjurjo: "Franquito es un cuquito que va a lo suyito".
- ¿Y las muertes de Mola y Sanjurjo? ¿Conspiración o carambola?
- Franco gozaba de buena suerte. Al igual que con los entrenadores de fútbol, hay generales con suerte y sin ella. Yo creo que Sanjurjo, si hubiera sobrevivido, no habría aguantado mucho tiempo al mando. Y Mola no creo que fuese una amenaza. La muerte más sospechosa es la del general Balmes, que posibilita el salto de Franco desde Canarias. Ahí sí que puede haber trazas de asesinato deliberado, como demostró Ángel Viñas en su libro La conspiración del general Franco.
- Decía Pemán que Franco era "el hombre que mejor callaba de España". Usted ahonda también en el carácter esencialmente gallego del Generalísimo...
- Con el tiempo le he quitado miga a esa influencia. Creo que en su carácter influye más la relación con el padre o su ingreso en el Ejército. La cautela es algo que le define de principio a fin.
Sin traición
- ¿Franco creyó dejarlo todo "atado y bien atado"?
- Hay gente que todavía piensa que Franco había vislumbrado la transición a la democracia. Pero en sus últimos años, incluso cuando allegados suyos cuestionaban a Juan Carlos, él confiaba en que continuaría con el Régimen. El famoso «atado y bien atado» quería decir que Juan Carlos estaba atado por las instituciones y los juramentos. Uno de los grandes méritos del Rey fue tranquilizar a las fuerzas armadas durante un periodo peligroso y, sin traicionar directamente a Franco, con la ayuda de Torcuato Fernández-Miranda, ir navegando por los juramentos y leyes fundamentales.
- ¿Sigue siendo usted juancarlista a pesar de todo?
- Tengo un gran aprecio por su papel durante la Transición. Me gustaría poder volverme a ver a solas con él para redondear su biografía.
- ¿Qué tal lo está haciendo su hijo?
- Felipe lo está haciendo con gran profesionalidad: había sido muy bien entrenado para sus responsabilidades. Pero no tiene el mismo mérito que Juan Carlos, que al fin y al cabo tuvo que inventarse una monarquía y hacerla popular.
- ¿La corrupción es el último vestigio del franquismo?
- El Régimen de Franco institucionalizó el pillaje. La corrupción era la manera que tenía Franco de controlar a sus allegados y perpetuar su Régimen. Pero hay que decir que la corrupción no llegó a España con Franco, sino que arranca como mínimo en el siglo XIX. Y ahora sabemos que no sólo ha sido eso, sino que la cosa ha ido a peor, bastante peor. Por un lado, los corruptos de la dictadura quisieron seguir con sus privilegios. Por otro, la gente de izquierda debió de pensar «ahora nos toca a nosotros». En mi próximo libro haré una interpretación del siglo XX de España en la clave de la incompetencia y la corrupción de los políticos.
- ¿Las elecciones del 20-D pondrán el punto final a la Transición al cabo de 40 años y un mes?
- Yo pienso que la Transición como tal acabó con las elecciones del 82 y el ascenso del Felipe González. En todo caso, lo que puede acabar este año es la post-Transición corrupta. Aunque a mi edad soy bastante cínico y escéptico: habrá que esperar. Si Rajoy resulta derrotado, tampoco va a haber presumiblemente un triunfo del PSOE ni de ninguna otra fuerza. Vamos a terminar con una coalición de algún tipo, con la ayuda de Ciudadanos o de Podemos. Y no sé hasta qué punto esta coalición estará en condiciones de cambiar las cosas.
- ¿Qué ocurrirá con Cataluña?
- Los catalanes tienen el derecho a expresar su opinión. Pero como no ha habido ni probablemente habrá un referéndum legal, nos vamos a enfrentar a un gran problema logístico, sobre todo contando con la oposición del resto de España y sabiendo que la Unión Europea no hará nada para facilitarlo. Dudo que haya independencia para Cataluña, pero bastantes problemas tengo para interpretar el pasado como para aventurar el futuro.
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