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Parecía para Fukuyama que habíamos llegado al final de la historia, toda vez que habíamos tocado fondo con la caída del muro de Berlín y la derrota definitiva de cualquier modelo alternativo al capitalismo. Nada más lejos de la realidad. No solo no deja de sorprendernos la reciente evolución de la comunidad internacional y sus sorprendentes meandros sino que la interpretación y el análisis de ciertos acontecimientos históricos, a la luz de la nueva documentación disponible después de la apertura legal de diversos archivos, nos deja algunas curiosas perlas.
Este es el caso del último trabajo del inagotable Ángel Viñas, La otra cara del Caudillo (Crítica), en el que se abordan algunos de los temas recurrentes en multitud de los estudios biográficos del dictador pero bajo un prisma y con unas conclusiones radicalmente diferentes. Por ejemplo, uno de los mantras que han acompañado a la figura de Franco es el de su teórica austeridad, repetido por la propaganda oficial y buena parte de la historiografía posterior al servicio de la causa franquista y al cultivo de la figura casi mitológica del dictador. Desde el encumbramiento a “centinela de Occidente”, pasando por el ya derrumbado mito de adalid de la paz y de la neutralidad española en la Segunda Guerra Mundial, incluyendo la famosa -y falsa- espera que dispensó a Hitler en Hendaya, fueron abundantes los episodios que han convertido a un gris dictadorzuelo en un personaje de hagiografía. Lo más triste del asunto reside en la numerosa documentación no consultada o, sencillamente, ignorada. Tras un profundo análisis de las cuentas, ingresos y patrimonio púbico de Franco, Viñas no encuentra una explicación plausible para el origen de su fortuna personal ya en el año 1940. El juego de donaciones recibidas por el Estado -como la llamada Operación Café, donación enviada por el dictador brasileño que gestionó Franco como un patrimonio personal- era tan ambiguo como la falta de distinción entre la figura del Caudillo y el Estado y sus respectivos bienes.
La sociedad Valdefuentes S.A. fue la cobertura legal para la anexión de numerosas fincas y terrenos que se fueron acumulando durante años, amén de un sueldo anual con carácter vitalicio recibido por Telefónica, cuentas en el extranjero… “Documentos contables que cantan que los abonos a la cuenta corriente personal [de Franco] supusieran casi el montante de las detracciones de haberes a funcionarios en el primer año de guerra es una comparación tan plástica que me exime de cualesquiera comentarios adicionales”.
Más allá del ensalzamiento -algunas de las denominaciones que Franco atesoró durante años, como “Genio de los genios”-, la crítica objetiva o la revelación de la verdad histórica, la investigación con un carácter finalista es el fundamento de algunas notables obras colectivas. Es el caso reciente del estudio La Segunda República Española de González Calleja, Cobo Romero, Martínez Rus ySánchez Pérez (Pasado&Presente). Este grupo de historiadores postfranquistas, desde un punto de vista generacional, han abordado una ingente obra trabajada sin complejos y aparcando cualquier tipo de complejo ideológico -tan común en este tipo de estudios-, reivindicando la profesionalidad y el compromiso de la tarea del historiador. Abordan el período desde un enfoque multisectorial y aportan datos, no estrictamente valoraciones. Si algo ha sido este período histórico español es pasto del sectarismo y del revisionismo histórico al servicio ideológico de radicalismos exentos de cualquier atisbo de objetividad, interés al que pretende servir esta obra sobre un experimento modernizador y democrático inédito en España hasta ese momento.
Tierra Negra, de Timothy Snyder (Galaxia Gutenberg) nos traslada al ámbito del Holocausto como historia y advertencia -como anuncia su subtítulo-. Una vez analizado el impacto conjunto de las políticas nazi y soviética en Europa del Este entre los años 1933 y 1945 -con cerca de catorce millones de víctimas mortales- en su obra Tierras de Sangre, en este nuevo trabajo Snyder propone la historia como argumento de prospección del futuro a través del aprendizaje del pasado; es decir, el objetivo clásico y natural de la historia como disciplina científica que en tantas ocasiones perdemos de vista. La amenaza que se cierne en las horas actuales en forma de desmantelamiento de estructuras e instituciones genuinamente estatales son circunstancias que propiciaron el auge del nazismo. Es una situación que se está produciendo en estos momentos en un buen número de estados fallidos con la anuencia -cuando no la participación directa- de las grandes potencias de la comunidad internacional. Snyder lo define en estos téminos: “No solo el Holocausto, sino todos los grandes crímenes alemanes tuvieron lugar en zonas donde las instituciones estatales se habían destruido, desmantelado o puesto en serio peligro”. Si pensamos en el mal llamado Estado Islámico (Daesh), inevitablemente hay que conectar lo que está aconteciendo con la invasión de Irak de 2003, la guerra civil en Siria y toda una serie de elementos y factores colaterales. Pero la conclusión es parecida: la extensión de la violencia, el terror y el desplazamiento masivo de desplazados y refugiados que chocan con las actitudes insolidarias de buena parte de los gobiernos europeos -cuando no claramente hostiles- y con el auge de movimientos xenófobos y radicales en las ilustradas sociedades occidentales. Como decía Gustav Herling en su descripción del gulag en su excepcional obra Un mundo aparte, un hombre solo puede ser humano viviendo en condiciones humanas.
En esta línea resulta enormemente oportuna la obra del periodista Alfonso Armada Sarajevo (Malpaso). En esta reedición completada de sus diarios y crónicas del asedio sufrido por esta ciudad en el contexto de los conflictos que, durante los 1990, destruyeron la antigua Yugoslavia, nos recalca, más allá de la ignominia del papel jugado por las potencias europeas y mundiales en el consentimiento de las operaciones de “limpieza étnica”, las enseñanzas que deben atribuirse a la historia. Este mes de julio pasado se cumplía el vigésimo aniversario de la masacre de Srebrenica -único genocidio reconocido por los tribunales internacionales en suelo europeo desde el Holocausto durante la Segunda Guerra Mundial-. Sin embargo, pese a insistir en el carácter cíclico de ciertos acontecimientos históricos -el siglo XX empezó en Sarajevo y, parece, también lo hizo el siglo XXI-, tienen cierto sentido las afirmaciones de Susan Sontag, entrevistada por Armada, cuando cree que “la historia nos enseña continuamente, solo que la gente no quiere escuchar”. También la mítica frase de Churchill en torno a que los Balcanes generaban más historia de la que podían digerir va en la misma dirección.
Como a Armada, que reconoce que le costó casi veinte años volver a Srebrenica, retornar a la historia resulta complejo, doloroso, controvertido y, según las fuentes que utilicemos, a veces hasta imposible e innecesario. Por ello conviene reparar, para separar el grano de la paja, en los usos de la historia y la finalidad que se busca en cada trabajo: sigamos la pista y hagamos lecturas críticas.
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