dijous, 16 de novembre del 2017

“En todo resentido hay un marxista, aunque él no lo sepa”: la psiquiatría franquista

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En abril de 1945, el psiquiatra Antonio Vallejo-Nájera se presentó ante el Consejo de Asesores Provinciales de la Falange y les recordó que “el deber fundamental de todos los médicos españoles es la salud mental de los jóvenes, que se encuentra hoy bajo una amenaza constante por aquellas fuerzas que retan la unidad ideológica de la población”. El patriarca de la aún célebre dinastía de los Vallejo-Nájera sintetizaba así uno de los grandes principios de la psiquiatría durante el primer franquismo que, como otros aspectos del régimen, velaba de manera paternalista y autoritaria el interés nacional a través del bienestar de sus individuos.
“Las personalidades psicopáticas, los amorales, los hipertímicos irritables o eréticos, los epileptodides, los rencorosos e inadaptados, los vagabundos y los holgazanes reaccionan generalmente al trabajo escasamente remunerador de las grandes urbes, inscribiéndose en las asociaciones políticas extremistas de acción, nutriendo las filas de atracadores, juventudes libertarias de vanguardia propagandistas, que en todas las naciones constituyen peligroso núcleo social, levadura de bandidaje, de la estafa, de la violación y del incendio”, escribía en 'Higienización de las grandes urbes'. “El psicópata reacciona ante la miseria o trabajo inremunerario rebelándose contra la sociedad, y en lugar de trabajar prefiere vivir del socorro rojo, de la cotización de los compañeros o del subsidio del paro, holgazaneando y librándose a sus bajos instintos”.
Estas citas aparecen recogidas en los trabajos que sobre la historia psiquiatría española durante el franquismo han llevado a cabo Enric Novella, de la Universidad de Valencia, y Ricardo Campos, del Instituto de Historia CCHS-SCIC (el último de ellos en 'History of Psychiatry'), la mejor guía para internarse en esta particular encrucijada histórica. Como ellos mismos recuerdan, se trata de un episodio no demasiado estudiado, y que recoge cómo el franquismo pasó de una psiquiatría que se centraba en “promover la afinidad ideológica entre la religión tradicional, el nacionalismo conservador, el orden público y el equilibro psicológico individual” a otra en consonancia con las tendencias internacionales.





El precedente más extremo de todo ello quizá se encuentre en los estudios realizados por Vallejo-Nágera sobre el fanatismo marxista en los campos de concentración franquistas con brigadistas internacionales y milicianas prisioneras. Como expuso Javier Bandrés de la Universidad de Vigo en una de sus publicaciones, “los prisioneros se caracterizaban como grupo por la elevada incidencia de temperamentos degenerativos, inteligencias mediocres y personalidad sociales innatamente revolucionarias, rasgos que Vallejo Nágera consideraba típicos de los seguidores de las ideologías antifascistas e izquierdistas”. Aún más acentuados en el caso de las mujeres, “por su característica inferioridad psicológica”.

Los rencorosos

El último trabajo de los investigadores, no obstante, pone en perspectiva la evolución de la psiquiatría franquista en nuestro país. Como recuerdan, esta partía del movimiento de higiene mental que arrancó en 1927 con la creación de la LEHM (Liga Española de Higiene Mental) y que dio forma al marco institucional durante la Segunda República. Era un “ideario de referencia” que iba más allá de los manicomios y que aspiraba a vigilar el estado mental de toda la población. Algo que, como cabía esperar, fue terreno abonado para un franquismo temprano que aspiraba a unir a toda la nación bajo una misma religión, un mismo Estado y una misma ideología. Un nuevo contexto en el que Juan José López Ibor animaba a no olvidarse nunca de que “el español está dotado de unas condiciones biológicas y psíquicas muy especiales”. El hecho diferencial español es un estado mental.
Una de las citas más llamativas recogidas por Novella y Campos pertenece a Francisco Marco Merenciano, director del manicomio provincial de Valencia, y que es buen ejemplo de cómo “el discurso de la higiene mental se transformó en una herramienta retórica que pretendía subrayar los principios ideológicos del nuevo régimen, es decir, el nacionalismo, el anticomunismo, la negación de los valores democráticos, el autoritarismo y, por supuesto, la religión tradicional (católica)”. Como exponía Marco Merenciano en febrero de 1942, el problema se encontraba en el resentimiento, “un desorden mental que constituye una verdadera plaga social”.
¿En qué se traducía exactamente este resentimiento? La explicación no tiene desperdicio, como muestran los autores. Se trata, prosigue Marco Merenciano, de “una autointoxicación psíquica producida por reiterados fracasos, al reprimir sistemáticamente la descarga de ciertas emociones y afectos en sí normales (venganza, envidia, odio, perfidia)”. De esta manera, los resentidos hacen daño a la sociedad. Pero en realidad, donde quería llegar era aquí: “En todo resentido existe siempre un marxista auténtico”, señalaba. “No importa siquiera el que muchos resentidos ignoren que son auténticos marxistas, nos basta con saberlo a nosotros. El marxismo es una enfermedad y en nuestras manos está en gran parte su tratamiento”.
El doctor Vallejo-Nájera.
El doctor Vallejo-Nájera.

¿Cuál era la receta? Al menos durante los años 40, una medicina en clara consonancia con los principios falangistas. Vallejo Nágera, por ejemplo, proponía el deporte, la instrucción militar y la abstinencia sexual antes del matrimonio como una manera de enfrentarse a las plagas urbanas como la sífilis, la tuberculosis o el alcoholismo, pero también el espiritualismo o el psicoanálisis. Sin embargo, los autores recuerdan que, más allá de estos discursos, en esta época se siguieron abriendo Dispensarios de Higene Mental, prolongando la política de la Segunda República. Alrededor de 1960, ya había 30 operando en todo el país. Un momento en el que el discurso, en el albor de la España tecnocrática, ya había comenzado a virar.

Una nueva concepción de la salud mental

Como recuerda el estudio, “la llegada de los años 50 templó la retórica combativa de los psiquiatras afectos al régimen, y el discurso de la higiene mental empezó a desplazarse desde la cruda asociación ideológica con la moralidad católica, el orden público y el equilibrio psicológico para asumir un carácter más neutral y técnico, centrado especialmente en el desarrollo institucional de la profesión y el cuidado psiquiátrico”. Son los mismos años en los que la Organización Mundial de la Salud y la Federación Mundial de Salud Mental comenzaron a sentar las bases de un nuevo paradigma de la salud mental, más psicosocial y menos biológico.
En este punto resulta revelador el ensayo publicado en la 'Revista de Psicología General y Aplicada' por Miguel Prados Such, represaliado después de la Guerra Civil y exiliado en Canadá. Un texto en el que se fijaban estos nuevos principios y en el que definía la salud mental como la capacidad de establecer “relaciones armoniosas con los demás” y la capacidad experimentar “una cantidad mínima de satisfacción que compensa el sacrificio, aunque parcial, del narcisismo individual”. Es decir, la dimensión del bienestar del individuo comenzaba a primar por encima de la dimensión social que se había promovido durante los primeros años del franquismo, y que tenía en cuenta consideraciones de genética y de raza. El bienestar físico, psicológico y social comenzaba a ser unproblema público patente.
El contexto favorecía este cambio de paradigma, ya que la rápida evolución de España de sociedad agraria a industrial había dejado en la cuenta un gran número de neurosis y depresiones por su camino, que para más inri, no habían sido tratados en aras de la “reafirmación ideológica”. El propio Sarró lamentaba que muchas de estas dificultades se debían a la supervivencia de viejas ideas que, por ejemplo, promovían que los hombres “tenían que ser duros e interpretar las neurosis como una debilidad”. La tecnocracia de los años 60 promovió pequeñas reformas para actualizar la infraestructura mental española; como recuerdan Novella y Campos, aunque la Transición supuso una ruptura –especialmente en lo concerniente a la toma de conciencia del mal estado de las infraestructuras sanitarias–, muchos de sus principios provenían del franquismo tardío.

El doctor Vallejo-Nájera.