La Batalla del Ebro pasaría a la historia como la más larga y la más mortífera de la Guerra Civil española. Después de 115 días de combates —entre el 25 de julio y el 16 de noviembre—, el ejército republicano —comandado por los jefes militares Modesto, Líster, Tagüeña y Vega— se retiraba con un balance aterrador de bajas. Según los historiadores hispanistas Thomas, Beevor, Preston y Jackson, el ejército republicano sufrió 70.000 bajas, distribuidas en 15.000 muertos, 15.000 desaparecidos, 20.000 heridos y 20.000 capturados. La retirada republicana se produjo en un escenario caótico. Algunos testigos declararían que, en ausencia de barcas, los soldados que no sabían nadar formaban cadenas humanas, que la corriente del agua rompía y arrastraba hacia el fondo del río.
La derrota republicana en el Ebro, al margen de la pérdida de vidas humanas, tuvo unas consecuencias devastadoras por la zona especialmente castigada por las acciones de guerra. Los pueblos y la economía situados en el frente de guerra se quedaron en una situación de absoluta destrucción. El caso, probablemente, más chocante sería el de Corbera d'Ebre (Terra Alta), un pueblo de 2.000 habitantes que restó tan estropeado que nunca se tomaría la iniciativa de reconstruirlo. La destrucción del aparato agrario e industrial del conjunto de territorios afectados por la acción de guerra, condenaría las Terres de l'Ebre, la región hídrica más rica de Catalunya y por lo tanto con más potencial de crecimiento industrial, a una situación de marginalidad que tardarían décadas en revertir.
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