divendres, 27 de març del 2015

Un periódico en guerra. Gil Toll


http://heraldodemadrid.net/2014/06/09/un-periodico-en-guerra/


INVESTIGACIÓN

Un periódico en guerra

GUERRAS - GUERRA CIVIL ESPAÑOLA IGil Toll
En la mañana del 28 de marzo, la redacción de Heraldo de Madrid permanecía en silencio. La radio encendida transmitía música militar como banda sonora del avance de las tropas franquistas por el extrarradio en dirección al centro de la ciudad. En la sala de redacción estaba el director de los últimos tiempos, Federico de la Morena, los redactores Enrique Ruiz de la Serna, Juan Antonio Cabero, Eduardo de Castro, Antonio Uriel y Diego San José. También estaban el caricaturista Sama y el fotógrafo José María Díaz Casariego.
Cuenta Diego San José en sus memorias como Díaz Casariego rompió el incómodo silencio con una sorprendente declaración: “Compañeros, creo llegado el momento de que nos quitemos las caretas; yo, por lo menos, y así digo que, en nombre de Falange, desde este momento tomo la dirección del periódico”. Al parecer, los compañeros del fotógrafo ya habían observado algunos comportamientos anómalos de alguien que maniobraba para caer en blando con el fin de la guerra en Madrid.
La crónica de la caída de la capital que hizo Associated Press recoge que el edificio del periódico fue uno de los primeros en ser incautado por el nuevo orden. Refiere que en la puerta del periódico se encontró un rótulo improvisado con la leyenda “Incautado por FET y de las JONS”. Probablemente fue el propio Díaz Casariego quien hizo el cartel antes o después de comunicar a sus compañeros sus intenciones.
El mismo cartel que encontró el grupo de falangistas que descendió de un camión en la calle Marqués de Cubas, casi en la esquina de la calle Alcalá. Entre los falangistas estaba José María Sánchez Silva (luego famoso por su novela y guión de la película Marcelino, pan y vino) que narró el episodio en las páginas de Arriba un año más tarde. Según esta versión, el cartel de la incautación produjo sonrisas entre los miembros del grupo armado que se adentraba por las escaleras del edificio pistola en mano. “Es un viejo truco, esta gente se ha incautado a si misma”.
La escuadra falangista finalmente llegó a la redacción, donde encontró al grupo de redactores y otros trabajadores de la casa. Las versiones de San José y Sánchez Silva difieren un tanto, pero lo claro es que la gente del Heraldo se disponía a comer cuando entraron los intrusos y que el menú del día consistía en un plato de lentejas.
Una vez calmada el hambre con las sempiternas legumbres del Madrid republicano, los falangistas se dedicaron a levantar un acta de incautación de la Sociedad Editora Universal y todos sus bienes, con los que se confeccionaban a diario El Liberal de Madrid y Heraldo de Madrid, periódicos de mañana y tarde respectivamente. Díaz Casariego intentó hacer valer su presunta condición de falangista entregando el periódico a los ocupantes. Pero fueron estos mismos los que le señalaron que estaba allí de más, igual que el resto de periodistas y trabajadores, que salieron hacia sus casas.
No duraron mucho tiempo allí, pues a los pocos días se multiplicaban las detenciones en el Madrid franquista. Se celebraron juicios y cayeron las condenas, a muerte para el director del periódico, Federico de la Morena y, entre otros, Díaz Casariego. Al primero se le conmutó por prisión y al fotógrafo le salvó una hábil gestión realizada ante el mismísimo Francisco Franco, con quien coincidió en la guerra de Marruecos en la década anterior. El caudillo firmó un indulto que Díaz Casariego llevó mucho tiempo en el bolsillo de su chaqueta para mostrarlo a propios y extraños.
Un director cuestionado
Los periodistas de Heraldo de Madrid podían temer represalias si creían en las bravatas de los franquistas. El general Juan Yagüe, cuando se encontraba en Talavera de la Reina en septiembre de 1936 afirmó “cuando entremos en Madrid, lo primero que voy a hacer es cortarle la cabeza al director de Heraldo de Madrid”.
En aquella época, el director del periódico era Alfredo Cabanillas, que dejó constancia del susto padecido en su momento en las memorias publicadas póstumamente. Para él resultaba incomprensible la hostilidad de Yagüe. Afortunadamente para el director del periódico, las fuerzas de Yagüe fueron desviadas a Toledo para socorrer a los sitiados del Alcázar.
Cabanillas era un moderado, había sido próximo a Alfonso XIII y jefe de prensa de Azaña cuando fue presidente de la República. Durante los primeros meses de la contienda, mantuvo una intensa relación con Indalecio Prieto, que ocupaba el ministerio de la guerra.
En una ocasión, Cabanillas quiso publicar un artículo criticando la mitificación de los generales comunistas en sus periódicos de partido. La idea era fruto de las conversaciones del director con el ministro socialista. Encargó un texto a Federico de la Morena, pero no le satisfizo. Optó por escribirlo él mismo y lo mandó a talleres. Unos minutos más tarde apareció en su despacho un linotipista que entabló con él una discusión política. Cabanillas impuso su voluntad, pero al cabo de un par de horas aparecieron dos milicianos armados que amenazaron al director de Heraldo de Madrid.
“Nos hemos enterado de que vas a publicar un artículo contra nosotros y si se publica ese artículo, mañana, es decir, esta noche, vuela el Heraldo con su maquinaria y todo lo que haya dentro, así que tu verás…”
El director volvió a reclamar su autoridad y provocó la salida de los milicianos. Pero tras una reflexión, decidió no publicar el artículo y enviárselo a Prieto junto a una explicación de lo sucedido.
Alfedo Cabanillas mantuvo una intensa actividad de gestiones humanitarias en favor de personas amenazadas en el Madrid republicano. Su firma sirvió en numerosas ocasiones para poner en libertad a conservadores y monárquicos detenidos en alguna checa. Él mismo usó la embajada de Francia como alojamiento nocturno en sus últimos tiempos en la capital. Allí estaba también el jefe de cultura del periódico, Miguel Pérez Ferrero, que tras la guerra se incorporaría con idéntica responsabilidad en ABC. En la embajada francesa también estuvo el general José Ungría, a quien Cabanillas comunicó con sus padres, fuertemente vigilados en su domicilio.
Estas actividades llegaron a oídos de la redacción y el comité obrero del periódico, que determinaron la destitución del director en julio de 1937. Cabanillas consiguió salir de Madrid antes de la publicación de la noticia y tras diversas dificultades se embarcó rumbo al exilio. Ya en Argentina escribió un libro titulado Hacia la España eterna en el que se declaró seguidor de Franco y recopiló sus actividades humanitarias para ganarse el favor del nuevo régimen.
Poder fragmentado
Las peripecias de Cabanillas dejan muy claro que el cargo de director de periódico no comportaba el poder absoluto en medio de la guerra. Tampoco los propietarios lo podían ejercer. Los hermanos Manuel y Juan Busquets George se hallaban en Francia cuando tuvo lugar la destitución de Cabanillas. Habían salido meses antes desde Valencia tras ser amenazados por los anarquistas de la FAI. El administrador de la Sociedad Editora Universal, Antonio Sacristán, viajaba entre París, Barcelona, Valencia y Madrid gestionando el suministro de papel o el pago de las nóminas. En Madrid había un representante permanente de la sociedad que trataba los asuntos diarios con el personal y con el comité de control obrero.
Esta fragmentación del poder en la empresa retrasó unos meses la substitución de Cabanillas al frente del periódico. Los redactores escogieron a su candidato en la persona del periodista Vicente Ramón. Los propietarios designaron al veterano crítico taurino Federico de la Morena, que acabó siendo aceptado por el comité de control obrero tras muchas dilaciones.
El comité obrero administraba el día a día de la empresa y dejaba constancia de sus decisiones en actas de cada reunión, que se han conservado en el archivo de la guerra civil de Salamanca, donde se encuentra toda la documentación incautada por la Falange.
Allí aparecen cuestiones relacionadas con la organización del trabajo, con el suministro de alimentos y con la seguridad.
El edificio del periódico se encontraba en pleno centro de la capital, donde llovían los obuses franquistas. Uno de ellos impactó de pleno en el caserón de la calle Marqués de Cubas, pero no produjo víctimas ni impidió la salida del periódico. Hasta el comité de control llegaban también las peticiones de trabajadores movilizados en la guerra, como Antonio García, que perdió una pierna y solicitaba ayuda. Enterado el administrador de esta situación, se le pagó una pierna ortopédica.
La empresa también indemnizaba con 250 pesetas a los familiares de los trabajadores fallecidos. De hecho, los periódicos de la Sociedad Editora Universal, Heraldo de Madrid y El Liberal de Madrid, organizaron una colecta popular a favor de todas las víctimas de la guerra que recogió 238.000 pesetas, que se sumaron a las 100.000 aportadas por la propia empresa.
Si el poder sobre la gestión de la empresa estaba repartido entre la propiedad y el comité de control obrero, el poder sobre el control editorial también se encontraba fragmentado.
De hecho, los contenidos estaban supervisados por una representante del gobierno que desarrollaba su jornada laboral en el propio periódico. El periodista Carlos Sampelayo lo explicó en sus memorias inéditas e identificó esta persona con el nombre de Sagrario del Pino.
La verdad, víctima de la guerra
Las páginas de Heraldo de Madrid durante la guerra destacaban los escasos éxitos del ejército republicano y minimizaban o ignoraban los avances franquistas. Se hicieron eco de rumores como el que daba por muerto a Francisco Franco y ponían mucho interés en destacar los incidentes que sufrieron algunos buques de la armada inglesa. La Unión Soviética y Stalin se convirtieron en habituales de sus páginas mientras se mantenía la alerta sobre la escalada armamentista de la Alemania de Hitler.
Carlos Sampelayo era uno de los redactores más jóvenes de Heraldo de Madrid y cubrió el frente de Andalucía durante los primeros meses de la guerra. Allí vivió la toma del pueblo de Adamuz por parte del ejército republicano. De hecho, hay tres versiones distintas escritas por periodistas del Heraldo de los hechos de Adamuz.
Francisco Caramés firmó la crónica que se publicó en el diario. Es un relato de la toma del pueblo en el que se consigna la muerte de media docena de falangistas en un tiroteo cuando trataban de escapar. Juan G Olmedilla, en un folleto publicado en Argentina dedicado al general Miaja, menciona el acto de guerra en tono laudatorio y sin entrar en detalles. Fue Carlos Sampelayo quien dejó una versión más cruda en sus memorias inéditas.
Según relata el periodista, la toma de Adamuz se produjo de forma pacífica tras un pacto de honor entre las partes contendientes del que fue testigo el propio Sampelayo. A continuación, sin embargo, se produjeron una cincuentena de asesinatos que conmocionaron al joven redactor.
Otros episodios de guerra siguieron a este en el trabajo de Carlos Sampelayo, que cada vez veía con más pesimismo la situación. Hasta tal punto que sus compañeros le advirtieron que podía ser reprendido por derrotismo. El periodista recuerda cómo, con ese ánimo, recibía instrucciones de la censora oficial: “haga una nota optimista”.
Milicias de la prensa
Para encontrar a los periodistas más entusiasmados con la causa republicana hay que retroceder hasta los inicios de la guerra. Tras la derrota de la sublevación militar en Madrid, un grupo de periodistas decidió montar unas Milicias de la prensa. Entre ellos se encontraban los redactores de Heraldo de Madrid Ramiro Gómez Zurro, Juan G Olmedilla, Emilio Criado Romero, Francisco Caramés, José Díaz Morales y Manuel Fernández Álvarez, Alvar.
En aquellos primeros días, los periodistas pretendían auxiliar a las fuerzas republicanas. En una ocasión, transportaron un cargamento de bombas al aeródromo de Cuatro Vientos a bordo de un autobús de dos pisos incautado al efecto. El entusiasmo revolucionario les mantuvo cantando La Internacional repetidamente a lo largo del trayecto.
Se desplazaron también a la sierra del Guadarrama para participar en los combates que allí tenían lugar. Manuel Fernández Álvarez, Alvar, se hallaba en estado de gran nerviosismo y se adentró en solitario en territorio enemigo, donde fue abatido. Fue el primero de los trabajadores del periódico fallecidos en el conflicto.
A las Milicias de la prensa se ha atribuido en alguna ocasión el asesinato de Alfonso Rodríguez Santamaría, presidente de la Asociación de la Prensa de Madrid y subdirector deABC. Sin embargo, el propio periódico publicó, a las pocas semanas del fin de la guerra, la noticia de la detención del asesino de Santamaría. Se trataba de un trabajador de los talleres de ABC, Enrique Montejo García, afiliado a la UGT.
Manuel Fontdevila
El gran ausente de la vida de Heraldo de Madrid durante los años de la guerra civil fue su director durante los 10 años anteriores, Manuel Fontdevila. El 18 de julio de 1936, el director se encontraba fuera de la ciudad, de visita en su Cataluña natal. Como periodista informado, el golpe de estado debió ser una noticia esperada. De hecho, unos días antes había visitado al gobernador civil de Madrid, Joan Moles, para comunicarle algunas informaciones sobre los planes de los sediciosos.
Pero para Fontdevila hubo otro motivo de gran preocupación que debió afectarle profundamente. Su hijo, Francisco, se hallaba en Cádiz formando parte del equipo de rodaje de la película Asilo Naval en la base de San Fernando. Esa fue una de las primeras ciudades que cayó en manos de los sublevados.
La productora de la película era Estudios CEA y el director era el boxeador y actor catalán Tomás Cola. Se pusieron inmediatamente del lado de los golpistas y prestaron sus equipos de iluminación para facilitar el desembarco nocturno de tropas provenientes de África. Cola se enroló en las fuerzas nacionales como voluntario y moriría en el frente de Andalucía. Otros miembros del equipo fueron voluntarios para filmar documentales con los Requetés. No hay información oficial sobre el destino de Francisco Fontdevila, de 22 años. Sí consta que al año siguiente se conoció que había sido fusilado. La versión familiar dice que murió por ser el hijo del director de Heraldo de Madrid.
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