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“Todo ocurrió en un abrir y cerrar de ojos”. Así describe Rafa Adamuz en su novela ‘La Memoria Varada’ el periplo de la columna minera de Río Tinto hacia la ciudad de Sevilla en la madrugada del 18 de julio del 36. Sin apenas planificación, teniendo como defensa escopetas de caza y camiones cubiertos de chapa, pero sobre todo con una sola idea: derrocar el movimiento fascista que Queipo de Llano extendía en pocas horas, de forma irrefrenable, en la ciudad de Sevilla. Luis Marín Bermejo, empleado de la compañía minera de Río Tinto partiría aquella madrugada sin saber que no volvería a ver a los suyos. “Creía que iba a regresar en pocas horas y como en la noche de los sábados los hombres salían a la taberna al terminar la faena, sabía que su familia no iba a darse cuenta de la ausencia de unas horas”, destaca a Andalucesdiario Luis Cassà, nieto de Bermejo.
Aquellos hombres cargados entusiasmo no calibraron el peligro de aquella aventura ni que en la llegada a Sevilla habría una emboscada que llevó a Luis y a todos los mineros a una reclusión en el Buque Prisión Carvoeiro, a un juicio sumarísimo y a un fusilamiento el 30 de agosto de 1936. Bermejo escribiría cartas desde los calabozos a su mujer, su querida Ángela. Hoy su nieto Luis cuenta aquellos días convulsos, mientras nos presta escaneada la única fotografía que conserva de él con la imagen de sus dos abuelos en diferente tiempo.
“Mi madre siempre me había contado que mi abuelo había muerto en una maniobra dentro de la mina”, apunta Luis. No fue hasta los 70, en la efervescencia de la democracia, cuando conoce realmente el episodio. “A principios de siglo mi abuelo llegó a Río Tinto con su mujer Ángela desde el pueblo de Valverde del Camino”, donde había aprendido el oficio de zapatero. Con seis hijos a su cargo, tenía que luchar por tener un jornal fijo y eso lo daban trabajos como el de la mina. Cassà recuerda cómo su abuelo se convirtió en los años veinte en militante activo del PSOE y presidente de la Agrupación Local de Río Tinto. “Tenía muy clara sus ideas y luchaba para que los obreros conocieran sus derechos”.
El 17 de julio de 1936, cuando estalla el golpe de estado en Marruecos, Bermejo pide la cuenta en la compañía ese mismo día. “Sabía que lo que había pasado al otro lado del Estrecho cambiaría las cosas y le avisaron de lo que estaba por llegar” El archivo minero de Río Tinto constata esta información. “Sabía que tenía que irse”, apunta Cassà. La famosa columna minera partiría esa misma madrugada, llegando con las primeras luces del día a Sevilla. “Recorrieron todos los pueblos: Valverde, la primera parada del convoy. Después Nerva, Río Tinto, Zalamea, Beas, Trigueros, San Juan del Puerto, acompañados del diputado republicano Cordero Bel”. Cassà afirma que fueron “ellos mismos los que blindarían los camiones ante un posible ataque”. Sin embargo, la traición del comandante republicano Aro los llevó a una muerte segura. Hubo siete muertos en la emboscada y 70 detenidos.
En pocas horas se redacta de forma manuscrita la primera lista de acusados que fueron trasladados por orden del juez, el capitán de infantería Manuel Merchante Mercante, al buque prisión. Más de 70 hombres comenzaron a declarar lo que había ocurrido en aquellas horas. “Cada uno se defendió como pudo antes de la celebración del juicio, que fue a finales de agosto”. Las versiones equidistaban pero la justicia militar no tuvo piedad en la sentencia, que salió apenas veinte días después. Cassà destaca que su abuelo “escribiría aquellas cartas en la bodega del barco”.
CARTAS DESDE EL BUQUE PRISIÓN
En una de aquellas misivas, redactadas con fecha de 6 de agosto, encontramos la declaración de Luis en la que apuntada que “aquel sábado después de terminar de trabajar, bajé al casino como hacía todos los sábados y tomé unas copas hasta la una aproximadamente. A esa hora me retiraba para mi casa (…) un camión me obligó a montarme en un coche para ir a Huelva. (…) Por el efecto de las copas me quedé dormido y cuando entré en sí no era a Huelva sino a Sevilla donde nos traían”.
Apenas había luz natural dentro de buque, improvisado como cárcel a orillas del Guadalquivir. A los cuarenta días de reclusión, Luis no se tiene apenas en pie. “Yo quisiera todo lo que siento podértelo decir, pero en el estado que me hallo no puedo con mi cuerpo y mi cabeza”, apuntada a su mujer. En ella le recuerda a Ángela que cuando “la paz esté entre los españoles” procure “alcanzar algo de la Compañía” donde llevaba “32 años trabajando” para buscar un provenir a sus hijos.
El 29 de agosto de 1936 se celebraría el Consejo de Guerra. Horas antes, Luis constataría en una carta “la certeza de que seremos condenados a muerte”. En el último párrafo recordaría a su sobrino Juanito unas últimas notas. “Les dices a mi hijos y a la tita que no he cometido delito de ninguna clase, nada que más que de abandonarlos a ellos, que no es poco, y es la única pena que me llevaré a la eternidad”.
‘HIJOS MÍOS, VOY A MORIR’
A las cuatro y cuarto de la madrugada del día 30, sería llamado en uno de los últimos pelotones de fusilamiento. “Vuestro padre y marido os pide en este momento en que voy a perder la vida que me perdonéis por todo el daño que os he hecho a vosotros. Hijos míos, voy a morir sin saber qué habrá sido de vosotros”.
Ninguna de aquellas letras le llegó a su tiempo a Ángela. “Fue en una carta de la hermana de mi abuelo Amparo, fechada el 5 de septiembre, cuando mi abuela se entera de que ha sido fusilado”, destaca Cassà.
En una de las tres fosas del cementerio de San Fernando, se encuentran los huesos de Luis Marín Bermejo. “Es imposible saber en cuál de ellas está”, aclara su nieto. Solo una partida de defunción que ha pedido en el Ayuntamiento de Sevilla y que fecha su muerte por aplicación de bando de guerra el 30 de agosto de 1936 le ha permitido conocer su paradero. Gracias a sus gestiones, Cassà consiguió en julio de 2011 una Declaración de Reparación y Reconocimiento Personal que daba por nula la sentencia dictada a Luis Marín Bermejo.
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