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- Opinión | Eduardo Montagut
- Publicado en Memoria Histórica
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La represión ejercida por el bando franquista en la guerra y después el régimen establecido supone un fenómeno histórico español muy singular, aunque también un modelo en la historia general de las represiones. No hay conflicto bélico en España desde las guerras napoleónicas que haya generado un nivel de violencia y crueldad de la magnitud de la guerra civil. Bien es cierto que la primera guerra carlista fue muy dura y generó las primeras acciones de represalia en las retaguardias de la historia contemporánea española, pero indudablemente quedaron muy a la zaga de lo que aconteció entre 1936 y 1939. Tenemos que tener en cuenta que la violencia política es un fenómeno que se desarrolló especialmente en la Europa de entreguerras y España no se vio libre de la misma.
La represión franquista, por lo tanto, debe ser entendida en ese contexto de los años treinta. Pero, fundamentalmente, fue una represión que se ideó como un instrumento fundamental para acceder al poder y para consolidar el nuevo régimen. El discurso de la integración de los vencidos nunca fue sincero porque nunca hubo un interés real en llegar a una reconciliación. Todas las medidas represivas desarrolladas hasta el final de la dictadura prueban fehacientemente esta afirmación. Hemos expresado que fue una represión ideada; efectivamente, no fue una explosión incontrolada. La represión franquista en la guerra y, por supuesto en la dictadura fue planificada desde el primer momento, aunque podría aducirse que fue mucho más virulenta por el hecho de que el golpe fracasara y se genera una gran resistencia ante el hecho del 18 de julio. Pero las directrices generales de exterminio y castigo ya las encontramos en las propias instrucciones del general Mola. Además, los hechos han terminado por confirmar que no hubo grandes diferencias a la hora de reprimir entre las zonas que hicieron frente a los sublevados y aquellas donde no hubo guerra porque el golpe triunfó rápidamente. Los estudios de la represión en Galicia o en Castilla-León confirman estas afirmaciones.
Al terminar la contienda, la represión se convirtió en una verdadera continuación de la guerra y no es fácil encontrar paralelismos, por su intensidad cuantitativa y cualitativa, con otras represiones ejercidas contra ciudadanos del mismo país, si exceptuamos el gulag soviético y la represión ejercida contra los judíos alemanes por parte de Hitler. La represión en la dictadura tuvo varias características. En primer lugar, pretendió ser ejemplar. En segundo lugar, duró hasta el final de la existencia de la dictadura, aunque adoptara fórmulas nuevas para adecuarse al transcurso del tiempo, al contexto internacional y, sobre todo, porque los objetivos humanos y organizativos a reprimir cambiaron a partir de finales de los años cincuenta porque había que perseguir más a los nuevos opositores que a los vencidos. En tercer lugar, abarcó a un porcentaje muy alto de la población española. Otra de sus características fue el intenso miedo que generó y que paralizó a la sociedad española, tan movilizada en el pasado.
Un aspecto muy peculiar de la represión franquista tuvo que ver con la Iglesia Católica, ya que el nacional-catolicismo impregnó el aparato teórico de la persecución. La política laica y los crímenes cometidos en tiempos de la República y en el bando leal a la misma en la guerra debían ser purgados. La Iglesia y el franquismo consideraban crímenes no sólo la violencia física contra las personas o las cosas, sino la defensa de ideas laicas, democráticas, republicanas, socialistas, anarquistas, sindicales o nacionalistas no españolistas así como haber participado en política a favor de los valores que representó la República o en la lucha sindical. Estos hechos debían ser castigados por atentar contra los valores de la supuesta verdadera España y de la religión católica. Por otro lado, la Iglesia fomentó una mentalidad de resignación ante la represión: había que aceptar lo que ocurría porque algo habría hecho un detenido para merecer lo que le estaba pasando. Algunos miembros del clero español colaboraron en las tareas represivas, especialmente en el ámbito carcelario.
El franquismo realizó un enorme esfuerzo propagandístico para desprestigiar hasta el paroxismo a los vencidos, considerados como malos españoles, unos por demasiado liberales consentidores del supuesto caos generado por la primera democracia española (republicanos de centro-izquierda o de izquierdas), otros por “rojos” en sus distintas variantes –socialista, comunista y anarquista- y los últimos por separatistas, es decir nacionalistas catalanes y vascos. Esta propaganda propició la creación de una mentalidad que terminó por calar en algunos sectores de la población con notable éxito porque persistió en la restaurada democracia, sobreviviendo al franquismo, y siendo remozada en los últimos tiempos en determinados discursos políticos y supuestamente historiográficos.
Foto de archivo del año 1962. Unos niños acompañados de su madre ven la televisión. | EFE
El franquismo, al igual que otras dictaduras, buscó la colaboración ciudadana para extender la represión a todos los rincones. La delación y la denuncia fueron instrumentos fomentados en la posguerra, siendo elevadas a la condición de deber patriótico o cívico. La delación, por lo demás, servía para atemorizar a los indiferentes, a los que no se dedicaban a denunciar a un compañero de trabajo, un vecino, conocido, etc.. En la nueva España no se podía ser tibio ni neutral; se estaba con Franco o contra él, no valían las conductas personales que intentaran sustraerse al clima general. Los avales fueron un medio que refleja la peculiar relación entre un poder casi omnímodo y la sociedad que regía. Muchos ciudadanos y ciudadanas intentaron conseguir avales de personas de probada adhesión al nuevo régimen para conservar su puesto de trabajo, ver rebajada una pena de prisión, evitar ser ejecutados o no ser sancionados o depurados.
La colaboración de la ciudadanía en las tareas represivas tenía otras motivaciones, que definen claramente a una sociedad sobre la que se estaba ejerciendo una intensísima violencia física e ideológica. Unos delataban porque, de ese modo, se podían beneficiar de las depuraciones y despidos para ocupar las vacantes generadas, otros porque daban cauce a sus ansias de venganza y revancha ante lo que habían podido sufrir en la guerra y, por fin, estarían los que buscaban hacer méritos para promocionarse o hacer olvidar sus antecedentes políticos. El aluvión de denuncias terminó por hacer intervenir a las autoridades que habían fomentado este fenómeno. En más de un lugar hubo que dar órdenes advirtiendo que las denuncias falsas serían duramente castigadas.
Las autoridades franquistas comenzaron por dar mucha publicidad a sus medidas represivas, como un medio para demostrar lo que se estaba haciendo a favor del país, por su carácter de ejemplaridad y con una motivación clara de amedrentar a la población. En 1939, la prensa informaba de las detenciones, consejos de guerra celebrados, sentencias promulgadas y de las ejecuciones. Posteriormente la publicidad general se abandonó, optándose solamente por la publicidad de la represión ejercida contra los dirigentes y protagonistas políticos y sindicales. Por otra parte, los familiares de los represaliados no tenían puntual información sobre lo que les estaba ocurriendo a éstos. Las autoridades negaban gran parte de la información sobre los represaliados, donde se encontraban detenidos o presos, de que se les acusaba, cuando y donde serían juzgados o si habían sido ya ejecutados. Era otra forma de atemorizar y de reprimir psicológicamente. En este sentido, es muy significativo el constante traslado de presos por distintas cárceles, en una especie de “turismo penitenciario”, como una forma más de reprimir y mantener alejados a los familiares y en un estado de inquietud y ansiedad. El franquismo jugaba con dos elementos en la cuestión de la publicidad, permitía demostrar que se estaba castigando a los culpables pero eso no se hacía a la luz del día, con informaciones detalladas sino fragmentarias para los familiares para atemorizar a los próximos y simpatizantes de los represaliados.
Otra de las características de la represión franquista era que no sólo se buscaba el castigo de los considerados culpables por las nuevas autoridades, sino la de inmovilizar a los posibles simpatizantes de los vencidos. Se ejerció una estricta censura sobre la existencia de núcleos de resistencia. También se presentó a los maquis y guerrilleros como delincuentes y no como luchadores antifranquistas, idea que ha perdurado hasta hoy, como otro ejemplo de la eficacia de la propaganda política franquista en el tiempo.
La represión no terminaba cuando un preso salía libre de la cárcel o del campo de concentración. Los rojos y separatistas se convirtieron casi en marginados sociales, con serias dificultades para poder residir en su localidad, recuperar su puesto de trabajo o poder llevar una vida normal. Eran hombres y mujeres marcados y sospechosos, siempre culpables y sobre los que se seguía ejerciendo un control represivo por parte de las autoridades policiales.
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