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POR GABRIEL Mª. OTALORA - Viernes, 7 de Agosto de 2015 - Actualizado a las 06:18h
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Hace pocas fechas se cumplieron 78 años del asesinato del consejero de Sanidad, Alfredo Espinosa. Para muchas personas, Espinosa (1903-1937) sigue siendo un perfecto desconocido, aunque motivos no le falten para haber pasado a la historia por su comportamiento ejemplar como político vasco y como persona.
Nacido en Bilbao en el seno de una familia republicana, estudió medicina mientras alternaba las prácticas médicas con la política. Entre otros cargos, fue concejal del Ayuntamiento de Bilbao y días después de aprobarse el Estatuto de Autonomía vasco, el lehendakari Aguirre le nombró consejero de Sanidad, representando a Izquierda Republicana con apenas 36 años.
Realizó una gran labor organizando la sanidad vasca y se distinguió por humanizar la guerra gracias a su dedicación a la población civil; él fue quien supervisó desde el punto de vista sanitario la evacuación de los miles de niños cuando ya era inminente la invasión de Bilbao por las tropas franquistas, además de preocuparse por mejorar la calidad de vida de los presos enemigos, franquistas y fascistas italianos. Aún tuvo tiempo para fundar la Cruz Roja del País Vasco y de participar en la creación de la primera Facultad de Medicina vasca.
En junio de 1937, quiso volar a Santander para reunirse con sus compañeros del Gobierno Vasco que se habían trasladado allí tras la evacuación de Bilbao ante la inminente entrada de los franquistas. A tal efecto, tomó un avión en Toulouse, pero fue traicionado por el piloto al servicio del Gobierno Vasco. El avión aterrizó en la playa de Zarautz el 21 de junio, donde esperaban a Espinosa las autoridades golpistas. Lo primero que hicieron fue transmitir por las emisoras de radio la falsa noticia de que le habían detenido cuando huía cargado de dinero que había robado a los bancos.
Trasladado a la prisión de Vitoria, es interrogado, sometido a juicio sumarísimo y condenado a muerte. El Gobierno de Euzkadi (entonces se escribía con zeta) ofreció canjear todos sus presos por su consejero Espinosa. La oferta se hizo a través del cónsul argentino en Baiona, Aquilino López, con resultado negativo por decisión expresa de Franco. Pocos días después, el 24 de junio de 1937, sería fusilado con el tiempo justo para escribir unas pocas cartas, casi todas perdidas. Una de estas cartas originales, la encontré por casualidad muchos años después cuando debió entregarse a quien iba dirigida, el lehendakari Aguirre. Estaba oculta en la casa de mis padres, y todo indica que esperando una oportunidad para llevarla a su destino. La clandestinidad la traspapeló durante décadas una vez que su autor hizo lo más difícil: escribirla y lograr que saliera, posiblemente por medio de mi tío jesuita Alfonso Moreno. En ella se recogen los sentimientos finales de un hombre horas antes de ser ejecutado por un pelotón franquista. Son unas líneas estremecedoras, escritas desde el corazón, sin odio ni venganza, llena de perdón, que es exactamente lo que nosotros necesitamos.
Recomiendo a los lectores a que lean esta maravillosa carta (http://es.wikisource.org/wiki/Carta_del_Consejero_Alfredo_Espinosa_Oribe_al_Lehendakari_Agirre). Fue muy emotivo escuchar al lehendakari Juan José Ibarretxe el día 8 de octubre de 2006 leyendo públicamente esta carta en Gernika, él también emocionado, con motivo del homenaje al primer Gobierno Vasco en el 70º aniversario de la toma de posesión del lehendakari Aguirre.
Alfredo Espinosa demuestra, antes que nada, que fue capaz de perdonar no solo la traición del piloto sino a los causantes del franquismo, los que dieron la orden de asesinarle ante una tapia. Y muestra, además, estar reconciliado consigo mismo. Nadie que no lo esté puede escribir semejantes sentimientos y menos en los últimos minutos de vida, poco antes de ser fusilado por la traición de uno de los suyos. Dejó viuda y dos hijos pequeños. Si la paz es posible aun en las peores circunstancias, no hay razón para que el perdón y la reconciliación sean un imposible. Perdonar no puede ser una actitud al alcance de unos pocos, ni patrimonio único de personas religiosas y excepcionales, tipo Gandhi, como si el perdón y la reconciliación solo cupiesen en el ámbito religioso. De hecho, son miles, millones las personas capaces de perdonar a diario y mantener la mano tendida a la reconciliación en conflictos de muy diverso signo. No son noticia en los periódicos, pero sus gestos humanizan la existencia. Y es que la reconciliación y el perdón son conceptos perfectamente concretos, que exigen un esfuerzo individual añadido para que den resultados reales.
La actitud de Alfredo Espinosa es pionera en nuestra historia reciente, de la vía Nanclares, los encuentros llamados restaurativos o la iniciativa de Glencree que, a su vez, pueden verse como antecedente de la iniciativa del Gobierno Vasco actual (Programa Zuzendu) dentro de su Plan de Paz y Convivencia. Es el camino para que el perdón no pueda considerarse una debilidad ni un coto cerrado del que excluimos a quienes juzgamos indignos del mismo. Es necesario perdonar por la necesidad de liberarnos de los efectos de la rabia y rencor que impiden la paz interior y la restauración de la armonía dañada. Cincuenta años después de la Segunda Guerra Mundial, algunos de los internados en campos de concentración de las junglas asiáticas tramaban aún la venganza. De hecho, la palabra resentimiento viene de re-sentir, es decir, volver a sentir intensa e insanamente una y otra vez, que influye directamente en nuestro bienestar emocional hasta repercutir en el bienestar físico.
Alguien dijo con mucha razón que el perdón es, sobre todo, el medio para reparar algo que se ha roto. Memoria y perdón no es olvido ni echarse las culpas. Se trata de aceptar el pasado, convivir en el presente y prepararse para que no vuelvan a ocurrir ciertas cosas con una actitud regenerada ¿Existe mejor reinserción que esta? Me pregunto por qué la aversión a ligar la justicia penal con la actitud de perdón y reconciliación, aunque sea de forma experimental; creo que revolucionaría el resultado de la reinserción. Nos cuesta pedir perdón y aceptar el perdón que nos viene del ofensor. Pendiente queda de realizar el relato compartido de mínimos en clave de memoria histórica, desde el reconocimiento y homenaje a todas las víctimas de la dictadura franquista y del terrorismo posterior de un lado y del otro. Lo han logrado en todo o en parte, en Sudáfrica, en Argentina, en Chile, en Alemania, en Francia (Vichy), en Irlanda… ¿por qué no aquí?
La ética y la inteligencia demandan preguntarnos qué estamos entendiendo por justicia mientras creamos que el perdón es un signo de falta de carácter; el recurso del débil y del perdedor. Experiencias como la de Alfredo Espinosa deben ser publicitadas ante el largo camino pendiente, con demasiadas víctimas y victimarios que no se sienten con fuerzas para emprender esta liberadora senda. Como le ocurre a una parte de la sociedad. Pero el camino que humaniza y libera es una realidad a pesar de tantas personas interesadas en que fracasen este tipo de iniciativas, olvidándose de la gran reflexión de Alfred d’Houdelot, de que nadie se atreve a ofender de nuevo a quien perdona siempre.
El pasado no es solo una fábrica de nostalgias; es la escuela que nos permite alcanzar la madurez asimilando las experiencias pasadas. Alfredo Espinosa debe ser el poderoso revulsivo ético en su “locura” de perdón y reconciliación. Alguien como él no puede caer en el olvido, no es un lujo que nos podemos permitir. Estoy seguro de que si él hubiese podido escapar de su captura, les hubiera perdonado a todos: al piloto Yanguas y a quienes le calumniaron y estuvieron bien dispuestos a asesinarle. Aprendamos de Alfredo Espinosa.
Alfredo Espinosa debe ser el poderoso revulsivo ético en su “locura” de perdón y reconciliación. No puede caer en el olvido, no es un lujo que nos podemos permitir
La reconciliación y el perdón son conceptos perfectamente concretos, que exigen un esfuerzo individual añadido para que den resultados reales
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