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El día que las gorras volaron
Se acaban de cumplir 50 años del asalto a la Comisaría de Policía de Mieres, el episodio más épico de la resistencia antifranquista en Asturias durante la dictadura, aunque apenas tuvo repercusión por la censura de la época. Un millar de manifestantes desafiaron al régimen y muchos de ellos se enfrentaron abiertamente a las fuerzas del orden, sin que milagrosamente hubiera víctimas.
Borja Menéndez / Licenciado en Filosofía.
Cuando, ya de madrugada, el minero José Ramón Fernández Álvarez, apodado ‘Teverga’, es liberado, desciende en silencio acompañado por un policía las escaleras que, entre gritos, sus compañeros habían tratado de ganar la tarde anterior para liberarlo.
Atravesado el umbral del portal del número 13 de la calle Ramón y Cajal, ‘Teverga’ se detiene y observa esparcidos por el suelo los restos de una batalla campal que, recluido un piso más arriba, tan solo había podido escuchar.
¡El primer enfrentamiento abierto con la Fuerza Pública desde la Guerra Civil! Pero ‘Teverga’ no fue consciente entonces de que su detención fue el detonante de uno de los episodios más osados y épicos de resistencia a la dictadura franquista. El policía interrumpe bruscamente la escena.
Despedidos por las huelgas
Militante comunista, ‘Teverga’ había recalado en la Comisaría del Cuerpo General de Policía de Mieres la tarde anterior, viernes 12 de marzo de 1965, tras acudir a la asamblea convocada en la Casa Sindical por la Comisión de Despedidos de la huelga de 1964. Él era uno de ellos.
Aquella explosión de ira popular se venía fraguando desde hacía tres años, cuando comenzó la primera huelga masiva convocada con éxito en España durante el franquismo, justo en las cuencas mineras asturianas. Tras el destierro de los huelguistas de 1962, la dictadura cambia de táctica en su intento de controlar a una fuerza laboral fuertemente combativa que empezaba a reaccionar a las consecuencias de la aplicación del Plan de Estabilización de 1959.
Las compañías mineras, faltas de capitalización, tamaño y facilidades para la extracción, competían en unos mercados internacionales en los que el petróleo sustituía al carbón y la siderurgia se trasladaba a la costa para aprovechar las ventajas económicas del transporte marítimo.
Tras décadas de proteccionismo, ni la Acción Concertada lanzada aquel año, ni la fundación de Hunosa, ni la llamada Planificación Concertada o los sucesivos Planes del Carbón podrían detener la pérdida de empleo en el sector.
En 1965 el “ejército minero”, vanguardia de la oposición política, cuenta con 41.000 efectivos y las prácticas “entristas”, realizadas desde las elecciones sindicales de 1953 por el Partido Comunista de España en la Organización Sindical, empiezan a dar verdaderos frutos.
Unas prácticas que, sugeridas por Stalin en 1948, y en una ironía de la historia, tan solo se consolidarían con la Comisión Obrera constituida en enero de 1957 en la mina La Camocha de Gijón, de la que formaba parte el falangista y veterano divisionario Gerardo Tenreiro. Ahí nacería el sindicato de orientación comunista.
Los Comisión de Despedidos convocante de aquella asamblea prevista para el día 12 de marzo en Mieres representa a unos 450 mineros. Son obreros represaliados por motivos políticos y sindicales que, además de haber sido privados de sus empleos, no están autorizados a conseguir otros.
Tanto su sustento como el de sus familias dependen, por tanto, de mecanismos de solidaridad establecidos por los propios trabajadores, como el llamado Fondo Unitario de Solidaridad Obrera.
Los días de cobro, los miembros de la Comisión de Despedidos se distribuyen por los diferentes pozos para recaudar el dinero que se repartiría entre los miembros del colectivo conforme a su categoría profesional y circunstancias familiares.
Estos cobros se recogen en un balance contable que, preservando el anonimato de los donantes, se edita y distribuye públicamente para garantizar su limpieza y contrarrestar la propaganda del Régimen, siempre obsesionado con los comunistas y la influencia de la URSS.
Primero en la Casa Sindical
En aquella asamblea se esperaba la presencia del falangista Noel Zapico, presidente de la Sección Social del Sindicato Provincial del Combustible, exigida bajo coacción por los mineros un par de días antes a Avelino Caballero, delegado de la Organización Sindical en Mieres.
El propósito de la asamblea era obtener la restitución en sus empleos y derechos de los despedidos a consecuencia de la huelga de 1964.
Las presiones ejercidas sobre Avelino Caballero determinarían la inmediata detención de los miembros de la Comisión de Despedidos, que serían trasladados en secreto a las dependencias de la Brigada Político-Social en Oviedo.
La convocatoria sin embargo sigue su curso y miles de trabajadores acuden por la tarde a Mieres a la mayor concentración minera que había desafiado al franquismo en Asturias desde la Guerra Civil, llenando cafeterías y bares a la espera del momento adecuado para dirigirse a la Casa Sindical.
A la hora establecida, una motocicleta conducida por José Celestino, Tino ‘el del alto’, lleva a Gerardo Iglesias por los bares y cafeterías en que se arremolinan los trabajadores esperando la señal convenida para emprender la marcha.
En poco tiempo, una multitud -medios extranjeros aludían a cinco mil personas- se concentra frente a la Casa Sindical, donde se producen los primeros altercados con la policía y es detenido ‘Teverga’ al impedir con un empujón que un policía armado capture a Tino ‘el del alto’.
Con los ánimos ya exacerbados, los concentrados irrumpen en la Casa Sindical accediendo a sus ventanas e improvisando desde ellas encendidos discursos protagonizados por las mujeres de los despedidos.
Se apela en ellos a la solidaridad entre los trabajadores, a la recuperación de los empleos de sus maridos y a las necesidades de sus hijos y familias.
Entonces, fuera para liberar a ‘Teverga’, a los miembros de la Comisión de Despedidos, a los que se tenía por detenidos en el Ayuntamiento o la Comisaría, o por el valor simbólico de esta última, la acción se transforma en manifestación hacia ella.
La batalla de la Comisaría
En un país carente del derecho de manifestación y en que aun dos años atrás había sido ejecutado el comunista Julián Grimau por supuestos delitos cometidos durante la Guerra Civil, miles de personas marchan, enfervorecidas, al asalto de la Comisaría y el Ayuntamiento locales.
La lucha rebasa así el ámbito de los pozos o lugares de reunión para recorrer desafiante las principales calles y edificios públicos de la localidad.
A su paso por la Escuela de Capataces, la Policía Armada arremete contra los alumnos de mayor edad que, alentados por las peticiones de adhesión por parte de los insurrectos, tratan de sumarse a la movilización.
Hay enfrentamientos en diferentes puntos de la villa y algunos tratan de irrumpir en el Ayuntamiento encontrando la resistencia del temido cabo Blanco, jefe entonces de la policía municipal. Pero el grueso de los manifestantes acomete la cercana Comisaría.
En su interior están ‘Teverga’ y tres policías armados sitiados, los inspectores Díaz Moreno y Valencia López, y el agente Fernández Lombao; afuera, cientos de manifestantes enfurecidos. Pronto acuden una treintena de policías armados al mando de Claudio Ramos, el temido inspector jefe de la Brigada Político-Social en Asturias, que había acudido previamente a Mieres en previsión de lo que podía ocurrir.
La batalla campal duró aproximadamente un cuarto de hora, pero su dureza fue brutal. Tras golpear violentamente la puerta de la Comisaría, los manifestantes penetraron en su interior intercambiando golpes con los policías, que no tenían escudos ni cascos. Hubo enfrentamientos cuerpo a cuerpo en las escaleras. También en el exterior, donde los hombres de Claudio Ramos cargaron repetidas veces.
Quince minutos bastan para componer la escena que sorprenderá al preso liberado de madrugada; quince minutos en que las gorras de los policías armados volaron, ese es el recuerdo más vivo que mantienen aún los protagonistas de aquel asalto que todavía viven para contarlo. Muchos de ellos tuvieron que pasar después por la Casa de Socorro a curar sus heridas, aunque milagrosamente ninguna fue de gran importancia.
El asalto es repelido y los refuerzos llegados desde Oviedo por el tortuoso paso del alto del Padrún, cuando ya se había restablecido el orden, baten con dureza a cuantas personas encuentran desperdigadas por las calles.
Los días y semanas posteriores se suceden las detenciones. Alguno de los asaltantes pasó a la clandestinidad. Uno de ellos, César Fernández, se exilió durante unos años en Francia y en la URSS.
Las últimas decenas de despedidos no volverán a trabajar hasta la resolución del encierro del pozu Llames de 1967. Y aun han de esperar hasta el Real Decreto Ley sobre Amnistía de 1976 para ver restituidos sus derechos en su integridad.
Los hechos son acallados por la censura en el resto de España, aunque se publican en la prensa extranjera, lo que permite que se produzcan públicas muestras de solidaridad con los sublevados asturianos.
La victoria cae del bando gubernamental. Nueve policías fueron condecorados posteriormente con medallas con distintivo rojo por enfrentarse a los manifestantes. Pero, marcados por los golpes, carreras y caídas, aquellos valientes del asalto de Mieres se sintieron ganadores morales y creyeron asestar una derrota a una dictadura que desde aquel día veían agonizante. Su moral y sus ánimos de lucha aumentaron. A la semana siguiente intentaron algo parecido en Sama de Langreo, pero la movilización fue menor y la respuesta policial mayor.
Franco moriría en la cama diez años después, pero algo les debe la democracia a aquellos que tanto arrojo arremetieron contra quienes le cerraban el paso. El pasado mes de marzo celebraron los 50 años de aquella proeza en un recorrido por sus escenarios. Ahora no hay censura, pero el aniversario apenas tuvo repercusión.
Libro y documental
Los historiadores han pasado de puntillas sobre el asalto a la Comisaría de Mieres de 1965. El episodio ha sido en cambio estudiado, investigado y rescatado por dos personas interesadas en la historia reciente de Asturias. José Ramón Gómez Fouz le dedica un capítulo de su libro Clandestinos (Biblioteca Julio Somoza, Gran Enciclopedia Asturiana) en el que detalla todo lo ocurrido, citando a sus protagonistas más relevantes, tanto manifestantes como policías.
El documentalista mierense Alberto Vázquez aporta una relevante grabación en su obra Ropa vieja, en la que aparecen testimonios de las personas vivas que participaron en el asalto. Vázquez (bertovg73@yahoo.es) es autor de otros muchos documentales sobre la resistencia antifranquista, grabados en ocasiones en el extranjero.
PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 38, MAYO DE 2015
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