divendres, 20 de juliol del 2018

CASTILLA Y LEÓN EXHUMA SU MEMORIA


https://www.elnortedecastilla.es/castillayleon/castilla-leon-exhuma-20180718181238-nt.html




Las asociaciones han desenterrado ya más de 1.900 cuerpos de trescientas fosas repartidas por todo el territorio de la comunidad, lo que supone solo el 10% de las víctimas










Liliana Martínez Colodrón

LILIANA MARTÍNEZ COLODRÓN
Junto a la antigua Nacional 601, a unos metros de la rotonda de acceso a la localidad vallisoletana de Peñaflor de Hornija, un pequeño monolito se yergue rudo y solitario entre parcelas agrícolas y el pequeño tramo de la autovía que unirá algún día Valladolid y León. La hierba cubre las vigas que forman parte de la estructura y las pintadas franquistas agravian la memoria de los cientos (tal vez miles) de represaliados que fueron ajusticiados allí mismo y enterrados en fosas comunes. Para las familias de los desaparecidos tras el golpe de Estado del 18 de julio de 1936, la sola mención de los Montes Torozos genera un sentimiento de tristeza forjado durante años y años de silencio, pena y resignación. No siempre el tiempo cura las heridas y, en este caso, el paso de los años se ha convertido en una hoguera en la que quemar los recuerdos de los testigos de una sublevación que terminó con la vida de más de 20.000 personas en una comunidad que, a excepción de Segovia y del norte de León, ni siquiera entró en guerra.










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El poeta Juan Gelman, víctima directa de la represión en Argentina por la que perdió a su hijo Marcelo, a su nuera Claudia y a la hija de ambos que ella llevaba en el vientre cuando la detuvieron, escribió que «tras desaparecer los dictadores de la escena aparecen inmediatamente los organizadores del olvido». Y en España, esos organizadores consiguieron tapar bajo muchos metros de tierra una historia pendiente de reescribir, dejando que calara en el acervo popular la idea de que las rencillas y las malquerencias de los pueblos alimentaron el caos y la locura de un tiempo en el que cualquiera podía morir.
Pero cada uno de los cuerpos que se han exhumado en los últimos años (en Castilla y León desde el año 2000 se han localizado e intervenido más de trescientas fosas) desvela que los muertos no lo fueron por azar, y que ciertas profesiones, dedicaciones e ideologías fueron masacradas. Por eso en esas fosas comunes, en las cunetas, en los documentos de los juicios sumarios, en los testimonio de los que presenciaron las sacas o los propios fusilamientos, en los registros de los cementerios y de las cárceles, figuran alcaldes, tenientes de alcalde o secretarios de municipios republicanos, o presidentes o secretarios de las casas del pueblo o de los ateneos republicanos, o tal vez sindicalistas o afiliados al PSOE que habían participado en la huelga legal del 34, o maestros que habían aplicado las leyes republicanas en las aulas e impuesto el laicismo, o mujeres significadas, abanderadas o líderes...
«Hemos resuelto el paro obrero», se escuchaba en las calles de Palencia tras los primeros días de la sublevación, según el relato del escritor Alfonso Camín, que noveló sus reflexiones sobre una guerra que el 18 de julio le sorprendió en la capital palentina: «Desplegado el santo y seña, todos obedecieron al señorito y al cura. Degollaron inmediatamente al maestro o a la maestra de la escuela, fusilaron al Ayuntamiento en pleno con el alcalde a la cabeza. Se nombró nuevo alcalde, cazaron unas cuantas familias de socialistas y republicanos, y ¡esta es la guerra! Si algún diputado fue sorprendido en el pueblo, también pagó con la vida».

Mapa con las fosas localizadas e intervenidas en Castilla y León (datos no definitivos)

Palencia, junto con León, Burgos y las zonas de Tierra de Campos, fue una de las provincias castellanas y leonesas que más sufrió la represión. La Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) de ese municipio estima que más de 1.300 palentinos fueron fusilados, paseados o murieron en prisiones. Cerca de quinientos fueron enterrados en una fosa común en el antiguo cementerio, hoy en día cubierto por juegos infantiles y reconvertido en un parque, el de La Carcavilla. Solo han podido desenterrar 115 cuerpos.











«Buena parte de los objetivos de los verdugos, de los sublevados en la Guerra Civil, fue eliminar no solamente a las personas, sino sus rastros físicos y el lugar donde estaban enterrados»

«Buena parte de los objetivos de los verdugos, de los sublevados en la Guerra Civil, fue eliminar no solamente a las personas, sino sus rastros físicos y el lugar donde estaban enterrados»PABLO GARCÍA COLMENARES, PROFESOR DE HISTORIA CONTEMPORÁNEA EN LA UNIVERSIDAD DE VALLADOLID Y PRESIDENTE DE LA ARMH DE PALENCIA


El resto continuará irremediablemente bajo tierra. «Habría que levantar miles de metros cuadrados y es prácticamente imposible», explica Pablo García Colmenares, catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Valladolid y presidente de la ARMH de Palencia. Pero esta situación se repite en el resto del territorio. De los 20.000 castellanos y leoneses que murieron víctimas de la represión tras el 18 de julio,tan solo se han recuperado los restos del 10%, unos 1.900. León con 76 y Burgos con 73 lideran las provincias con más fosas exhumadas: en la primera se han desenterrado 169 cuerpos y, en la segunda, cerca de mil. Valladolid cuenta con 27 fosas recuperadas, con 320 cuerpos; Ávila, con 32 (50 cuerpos); Segovia, con 17 (20 víctimas localizadas), y Soria y Zamora, con 12 cada una y unos 45 restos entre las dos. Los datos aún no son definitivos, y no existe una asociación regional o nacional que coordine el trabajo.
«Y es muy difícil que se puedan recuperar todos, porque las víctimas que no están en cementerios, o los que no cuentan con una muerte documentada, son muy difíciles de encontrar», aclara García Colmenares. La asociación que preside en Palencia ha exhumado 38 fosas en tierras palentinas. No son muchas, comparado con el número de víctimas estimadas en la zona. «En Castilla y León llevamos quince años de retraso con respecto a otras comunidades como Andalucía, donde buena parte de la investigación se realizó en los años 90», lamenta el catedrático de Historia Contemporánea, y recalca que, por ese motivo, la recogida de testimonios ha sido fundamental: «Buena parte de los objetivos de los verdugos, de los sublevados en la Guerra Civil, fue eliminar no solamente a las personas, sino sus rastros físicos y el lugar donde estaban enterrados».











«Recuperar un solo cuerpo de una fosa cuesta unos 1.200 euros»

«Recuperar un solo cuerpo de una fosa cuesta unos 1.200 euros»JULIO DEL OLMO, PRESIDENTE DE LA ARMH DE VALLADOLID
Por este motivo, junto con la recogida de testimonios tanto directos (que ya empiezan a escasear) como de los de hijos, sobrinos, vecinos y familiares, la labor de investigación documental es primordial: archivos municipales y provinciales, archivos militares, los registros de los cementerios, los registros civiles y los padrones municipales... A todos ellos se suman toda la documentación encontrada sobre juicios, traslados, ingresos y salidas carcelarias y los fondos del Centro de la Memoria Histórica ubicada en Salamanca, que recoge datos de los muertos en combate o de los papeles que fueron confiscados a las instituciones y partidos republicanos. «Utilizando el símil de Gelman, en esta comunidad los desorganizadores de la memoria no son las instituciones sino las asociaciones que trabajan a nivel local para luchar porque la verdad salga a la luz», apostilla el leonés Emilio Silva, presidente de la primera ARMH constituida en Castilla y León.











Homenaje a los fusilados en los montes Torozos (Valladolid). En la segunda foto, recuerdo a las víctimas de la Guerra Civil enterradas en el parque de La Carcavilla (Palencia). La última imagen muestra uno de los cuerpos exhumados en una de las seis fosas comunes de El Carmen (Valladolid). / R. UCERO/ARMH DE PALENCIA/ G. VILLAMIL
En los últimos años, las asociaciones para la recuperación de la memoria histórica han comenzado a recibir ayudas y subvenciones de los ayuntamientos, diputaciones y de la propia Junta de Castilla y León para poder costear las exhumaciones y homenajes. Pero estos fondos no son suficientes. Julio del Olmo, presidente de la ARMH de Valladolid, estima en 1.200 euros el coste de exhumar un solo cuerpo. Solo en el cementerio de El Carmen de la capital vallisoletana desenterraron 247 cuerpos. En esta provincia se estima que 2.500 vallisoletanos fueron asesinados, aunque la cifra total de represaliados asciende a 7.000.

Censo de ADN

También la Administración regional prevé elaborar un mapa de fosas en la comunidad, así como un censo de víctimas y un banco de ADN de los represaliados. Aunque en este caso las asociaciones de familiares se muestran más críticos. Emilio Silva, que además de presidente de la ARMH es nieto de uno de los miles de leoneses que desaparecieron tras el 18 de julio, pone en evidencia un dato esclarecedor: de las 800 personas que han sido exhumadas por parte de esta asociación, ninguna estaba registrada en el archivo salmantino: «Se trata casi siempre de ejecuciones extrajudiciales en lugares donde no hubo guerra, por eso es muy importante encontrar información». A pesar del Decreto de la Memoria Histórica y Democrática de Castilla y León promulgado por la Administración regional, Silva considera que en esta tierra «no existe voluntad política para solucionar este problema. Lo que tiene que hacer la Junta en lugar de ese mapa imposible es coordinar a las universidades para que se encarguen de las investigaciones».
Mientras esa voluntad política llega, las asociaciones de la memoria histórica siguen trabajando para devolver la dignidad a los miles de represaliados que fueron enterrados bajo años de olvido. «Nos han vendido que esto lo impulsaron grupos de milicianos falangistas que iban por las ciudades y los pueblos matando a quien les parecía, pero esto no es así. El Ejército tenía todo muy bien organizado, y para fusilar a una persona se requerían tres informes distintos: uno de las autoridades locales, otra de la Falange y una tercera, de la Guardia Civil. El Ejército no quería que fuera represaliado nadie que no se lo mereciera. Fue una maquinaria perfecta. Lo que no quiere decir que, a río revuelto, en vez de matar a Juan se acabara matando a Pedro», relata el arqueólogo Julio del Olmo. Una teoría que comparte el historiador Pablo García Colmenares: «Nos llama la atención que estamos viendo que fue una violencia muy organizada y sistemática, que buscaba eliminar todos los cuadros sindicales, políticos y culturales relacionados con los ideales izquierdistas o republicanos. Y no solo estamos hablando de los que murieron; para conocer el número de represaliados que pasaron por las cárceles o que fueron depurados de sus trabajos habría que multiplicar por cinco la cifra de los fusilados en cada provincia. En Castilla y León superaría los 100.000».











«En esta tierra no existe voluntad política para solucionar este problema. Lo que tiene que hacer la Junta en lugar de ese mapa imposible es coordinar a las universidades para que se encarguen de las investigaciones»

«En esta tierra no existe voluntad política para solucionar este problema. Lo que tiene que hacer la Junta en lugar de ese mapa imposible es coordinar a las universidades para que se encarguen de las investigaciones»EMILIO SILVA, PRESIDENTE DE LA ARMH Y NIETO DE REPRESALIADO
Marco González, vicepresidente de la ARMH, apunta que ante la violencia física se dio otra psicológica por el temor de las familias que sufrían la desaparición forzosa de uno de sus miembros. «La violencia la vemos en cada fosa que abrimos: disparos, fracturas antemortem... Existía violencia desde el momento en el que te secuestraban, te separaban de tu familia, te encerraban en una cárcel durante meses o en un centro de reclusión, que ni siquiera eran prisiones provinciales, eran lugares habilitados o campos de concentración, como el de Miranda de Ebro o San Marcos en León; por allí pasaron miles de presos». España fue pionera en lo que a los campos de concentración se refiere. Julio del Olmo relata que los alemanes «aprendieron de nosotros, visitaron y tomaron nota de nuestros campos de concentración. Lo que nunca entendieron es que aquí se asesinara a los obreros. Por eso dejamos de fusilar a los trabajadores de Renfe, porque alguien pensó que si ellos morían, ¿quién iba a manejar los trenes?».
En los últimos días, el Ministerio de Justicia ha anunciado que el Gobierno asumirá la búsqueda y exhumación de represaliados; una noticia que ha sido acogida con un receloso entusiasmo. «Durante años, el gobierno de España ha tenido la obligación de investigar qué fue de estas víctimas de la represión, y no lo ha hecho. Es imperdonable que una sociedad democrática haya dejado morir a las viudas y a los hijos. Pero mejor tarde, que nunca», apostilla Julio del Olmo. Aunque, a juicio de García Colmenares, para muchos, ya es demasiado tarde, no aparecerán nunca. Y su olvido será la muerte de una parte de nuestra historia.
2- «ESTUVE CALLADA MUCHO TIEMPO, PERO ME HARTÉ. QUIERO QUE SE SEPA QUE A MI PADRE LO ASESINARON POR NADA»

Pese al paso del tiempo, los descendientes de los represaliados siguen buscándolos en caminos, cunetas y fosas comunes mientras esperan una pista certera que desvele el paradero de sus antepasados o alguna ley definitiva que impulse de una vez por todas las exhumaciones oficiales y judiciales







Liliana Martínez Colodrón

LILIANA MARTÍNEZ COLODRÓN

Como cada día, Julia Rodríguez cumplía con las labores del hogar mientras sus dos hijos -Benigno, de seis años, y Julia, de tres- jugaban con los muñecos de trapo que ella misma les había cosido intentando alborotar lo menos posible para no depertar a su padre, que dormía tras una larga jornada de trabajo como obrero metalúrgico. Los Merino Rodríguez eran una familia más en una Medina de Rioseco en la que en el año 1936 contaba con 5.000 habitantes, harineras, almacenes de trigo, estación de tren y varias fundiciones, como la de Urbón, donde trabajaba Modesto que, en sus ratos libres, se encargaba de la Secretaría de la Casa del Pueblo.






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«Era la mañana del 19 de julio de 1936, y alguien llamó con fuerza a la puerta de nuestra casa. Preguntaron por mi padre, y mi madre contestó que estaba acostado, que había pasado toda la noche trabajando, pero insistieron en que le despertara, que tenía que ir a declarar al cuartelillo. Mi padre salió de la habitación, preguntó si podía asearse y se llevó un culatazo de escopeta. Salió de nuestra casa y nunca más regresó». Julia (todos la llaman Julita), solo tenía tres años, y no recuerda ni a su padre, ni el arresto. Pero el relato de su madre y de su hermano ha convertido esta historia en parte de su propia memoria.






El antiguo edificio de Cocheras, en el Paseo de Filipinos. Una imagen de Julita, con su hermano y su madre. En la tercera foto, una de las cartas que Modesto Merino escribió desde la cárcel . 
A sus 85 años, en su piso del barrio vallisoletano de Delicias, comparte sus recuerdos con su marido Germán Arias: «Yo soy más joven que ella, dos meses», sonríe guasón mientras toma asiento alejado de la cámara. Les unen 33 años de matrimonio, dos hijos, un nieto de 27 y un pasado humilde que se entrecruzó un día para mezclar los sueños y las preocupaciones de ambos.«Mi madre siempre tuvo mucho miedo, y no nos dejaba decir que a mi padre le habían asesinado», relata Julita Merino mientras Germán asiente en silencio; «siempre estuve calladita, pero un día me harté. Quería que se supiera que a mi padre le mataron por nada».
Modesto Merino fue trasladado a Cocheras. El antiguo almacén de los tranvías de Valladolid se convirtió en una extensión de la cárcel provincial. Allí llegaron a estar encerrados 2.500 hombres, hacinados, en penosas condiciones. La madre de Julita le visitó en varias ocasiones; la última, el 25 de noviembre de 1936. Pero ese día ya no pudo verle. «A su marido le han dado la libertad, le dijeron a mi madre, y a ella se le cayó el mundo encima. Sabía lo que significaba».
«Esto va muy lento, ¿sabes? Yo ya no tengo ilusión de encontrarlo»
Su madre ya no pudo volver a Rioseco y se fue a vivir con una hermana y su marido a Valladolid: «Fueron muchos años de penurias, de pasar hambre, de ir para aquí y para allá. Mi madre estuvo varios años enfermera. Tenía 27 años y mi padre 29. Fue una mujer anulada por el sufrimiento, pero siempre se desvivió por nosotros».
Desde hace unos años lucha por saber qué fue de su padre,«pero no hemos encontrado nada, ni un registro, es como si no hubiera existido». Ha participado en una asamblea de la ONU, se entrevistó en su día con el juez Garzón, y ha formado parte de forma muy activa en la Asociación para la Memoria Histórica de Valladolid. Han sido muchos años de lucha, de búsqueda y de convertirse en la voz de los silenciados por la represión franquista. Hace unas semanas participó en el homenaje anual a los represalidos junto al monolito que señala el lugar donde, a juicio de Julita, se encuentra el cuerpo de su padre junto al de otros cientos de fusilados.«No creo que pueda volver a ir allí, mi salud es muy precaria», explica. Todavía se emociona cuando recuerda a su padre: «Esto va muy lento, ¿sabes? Yo ya no tengo ilusión de encontrarlo».



María Agustina González, perdió a sus abuelos y a su tía: «Mi madre nunca pudo llevar luto para que no la señalaran por la calle»

Lleva el María por su tía y el Agustina, por su abuela, y todavía se emociona al recordar cómo ambas fueron detenidas en Rioseco un día y, según varios testigos, fusiladas al siguiente. Según los datos de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, sus cuerpos podrían estar entre los 247 cadáveres exhumados en la fosa de El Carmen, en Valladolid. «Un vecino guardia civil de mi familia dijo que habían sido fusiladas en la tapia del camposanto y enterradas en una fosa común», explica. La misma tapia en la que otra de sus tías, la más pequeña, pidió que, tras su muerte, fueran esparcidas sus cenizas. Los datos del registro del cementerio de El Carmen dan esperanza a esta familia: existen dos mujeres inscritas como dos desconocidas, una más mayor y una joven. La abuela de María Agustina tenía 43 años y, su tía, 18. Por eso confía en que puedan ser ellas.«No tenemos medios económicos para realizar la prueba pertinente, por eso pedimos que se cree un banco de ADN, para que se puedan ir cotejando con los restos que se van exhumando en Valladolid», reivindica.






Camino del cementerio de El Carmen, en Valladolid, donde estaban enterrados los 247 cuerpos de represaliados.
Camino del cementerio de El Carmen, en Valladolid, donde estaban enterrados los 247 cuerpos de represaliados. / RODRIGO UCERO

Su abuelo corrió la misma suerte; en su contra, ser socialista, republicano y pertenecer a la Casa del Pueblo. Como el padre de Julita Merino, también estuvo recluido en Cocheras, y luego desaparecidó sin dejar rastro. A los que sí sobrevivieron les quedó la pena, el vacío y, sobre todo, el miedo:«Mi madre nunca pudo llevar luto para que no la señalaran por la calle. Ella nunca habló de esto. En mi familia siempre reinó un silencio absoluto».
Como muchas otros descendientes de represaliados, en casa de María Agustina González también el valor y el anhelo de encontrar a los suyos terminó superando al miedo, desterrando así para siempre ese silencio que les había acompañado durante décadas: «Ahora somos los nietos los que hemos recogido el testigo de la búsqueda, y no vamos a dejar de hacerlo».



José Luis Posadas, su abuelo murió en el Fuerte de San Cristóbal: «En mi casa nunca se habló ni de represión, ni de la guerra»

En la casa del palentino José Luis Posadas nunca se habló de represión. Durante muchos años este electricista prejubilado desconoció la historia de su abuelo Primitivo Posadas. Pero el destino es caprichoso, y el azar le llevo a investigar su historia familiar para elaborar un árbol genealógico. De esta forma descubrió que se abuelo había fallecido en el Fuerte de San Cristóbal, en Pamplona, tras pasar casi cinco años en la cárcel; y que su tío Braulio (que aún vivía) había sido condenado desde los 16 años a trabajar en batallones de soldados trabajadores durante once largos años. Tanto su tío como su padre habían sido condenados tras un incidente que ocurrió en Monzón de Campos después de que un vecino se negara a entregar su arma, una de las primeras medidas que impuso el Ejército tras el Golpe de Estado del 18 de julio.
José Luis Posadas ha logrado documentar al detalle el proceso judicial al que fueron sometidos por rebelión su tío y su abuelo junto con otros 31 detenidos en Monzón tras pasar varios meses por el colegio de Berruguete, reconvertido en una extensión de la cárcel provincial de Palencia. «Cómo se entiende que a un señor le pegaran una perdigonada, no se sabe ni a quién ni cómo, y que a ellos y a los demás les acusaran de estar en un corro», se pregunta Posadas. Relata que de los 33 acusados fusilaron a 16 en la carretera de Burgos, a la altura del Polvorín, trasladándoles al cementerio viejo. Al resto, a los que eran mayores de edad, les enviaron al Fuerte de San Cristóbal: «A los menores les mandaron a otros lugares, como al batallón de soldados de Lorca, donde acabó mi tío en una condiciones pésimas».






El colegio de Berruguete, en Palencia, reconvertido en cárcel durante la Guerra Civil.
El colegio de Berruguete, en Palencia, reconvertido en cárcel durante la Guerra Civil.







Fuerte de San Cristóbal, en Pamplona.
Fuerte de San Cristóbal, en Pamplona. / EFE

Primitivo Posadas falleció por tuberculosis tras cinco años de pasar hambre y frío. Nunca encontraron su cuerpo, enterrado junto con los cientos de presos que murieron en esa prisión tanto en el cementerio de la cárcel como en las localidades cercanas. «No descarto que aparezca, pero ya lo veo muy difícil. En una ocasión me avisaron de que un cuerpo cumplía características similares al de mi abuelo, pero al final se trataba de otra persona. No descarto que aparezca, pero ya lo veo muy difícil. Para mí, mi historia ha terminado, aunque sigo colaborando con la asociación para ayudar a encontrar a otras personas».


Iván Aparicio, presidente de la Asociación Recuerdo y Dignidad de Soria: «Hoy en día hay más violencia en un partido de fútbol que la que hubo en Soria en la República, y terminó con más de 500 muertos»

No siempre los implicados en la búsqueda de los represaliados son familiares de las víctimas. A Iván Aparicio, presidente de la Asociacion Recuerdo y Dignidad de Soria, se lo pidió «el corazón». «Me pareció tristísimo y terrible todo lo que estaba ocurriendo con el tema de la memoria histórica», explica. Defiende que su caso es como el de la propia España: «Mi abuelo por parte materna fue camillero y le tocó estar en muchas batallas importantes, como Brunete, Teruel, en el Ebro... Es lo que le tocó, luchar como camillero a las órdenes de Franco. Y por la parte de mi padre, mi abuelo estuvo de militar defendiendo la República. Salvó a un sobrino suyo de un campo de concentración y el padre del chaval, agradecido, le protegió al finalizar la guerra», relata. «Para mí, todos los que están en cunetas son como si fuera mi familia».
Soria no fue una de las provincias castellanas y leonesas más afectadas por la represión; aún así, según los datos de esta organziación, unas seiscientas personas desaparecieron. «No estamos hablando de soldados ni militares; se trataba de civiles, como maestros, políticos, el jefe de Correos y otras profesiones liberales», recuerda Aparicio, y recalca que, en Soria, no llegó la guerra: «Hoy en día, en cualquier partido de Primera División hay más violencia que la que se dio en Soria durante la República».






Iván Aparicio, presidente de la presidente Asociación Recuerdo y Dignidad de Soria.
Iván Aparicio, presidente de la presidente Asociación Recuerdo y Dignidad de Soria. / EUGENIO GUTIÉRREZ MARTÍNEZ

De esos seiscientos fallecidos, la asociación soriana ha logrado encontrar 26 cuerpos, entre ellos el catedrático extremeño Francisco Romero Casado, que fue amigo de Machado que fue fusilado a los 57 años en el pueblo soriano de Cobertelada.
Iván Aparicio tiene esperanza de que, como Francisco Romero, el resto de los desaparecidos encuentre por fin la dignidad que perdieron tras el 18 de julio:«La memoria histórica es imparable, porque es una asunto fundamental de derechos humanos. Nosotros trabajamos para eso, para que se conozca la verdad de una vez y para que España afronte sus obligaciones internacionales».
La asociación soriana discrepa sobre la idonedidad de las exhumaciones: «Hemos abierto pocas fosas porque creemos que, sin un juez presente, se pueden borar pruebas de un delito tan grande como es el de los crímenes contra la humanidad. Nosotros buceamos en toda la documentación para buscar pruebas de los asesinatos y hacemos denuncias por crímenes contra la humanidad». Añade que son las única asociación de España que ha abierto dos causas contra el franquismo y que ha conseguido que en una exhumación -la de los profesores fusilados en Cobertelada en 1936- hubiera presencia de policía judicial; «por eso se puede decir que en Soria no somos una potencia exhumadora».






Exhumacion de cadaveres en la fosa común en Cobertelada (Soria), entre los que se encuentran Francisco Romero, catedrático y fundador de la Universidad Popular de Segovia, fusilado en 1936.
Exhumacion de cadaveres en la fosa común en Cobertelada (Soria), entre los que se encuentran Francisco Romero, catedrático y fundador de la Universidad Popular de Segovia, fusilado en 1936. / EL NORTE

Sol Benito Domingo, nieta de un desaparecido y presidenta de la Coordinadora de Burgos: «Es como si mi abuelo no hubiera existido nunca»

«Fue detenido por no ir a misa, por estar apuntado a un partido político y porque le mandaron entregar la escopeta de caza, y no lo hizo». Romualdo Cuesta vivía en Burgos cuando fue arrestado. Era viudo y cuidaba de su hija, de 12 años. Pasó dos meses en la cárcel de Lerma, «y desapareció, como si no hubiera existido. El archivo de la prisión está cortado con una cuchilla».
La prueba de su existencia fue su hija Alejandra y ahora su nieta Sol, que preside la Coordinadora de Burgos para seguir luchando contra el olvido.
En su casa, su madre nunca se plegó al silencio. Desde pequeña siempre relató a quien quisiera oírla la historia de su padre, «tal vez como vivió de aquí para allá, nadie pudo meterle el miedo en el cuerpo para que callara».
Con tan solo 12 años, la madre de Sol se quedó sola. Una tía suya la acogió en su casa de Burgos, con su marido y sus hijos. Pero la vida no mejoró para Alejandra. Su tío no permitía que acudiera al colegio y la enviaba a recoger escoria de carbón junto a las vías del tren. La niña consiguió que otra tía suya la acogiera, y con 13 años comenzó a trabajar en una casa a cambio de techo y alimento. «Aunque la comida era escasa -apunta Sol-, mi madre siempre me habló del hambre que pasó de pequeña. Hasta los 18 años no se desarrolló».
El hambre lo acabó matando en una churrería de la calle La Merced y, la soledad, también. Allí conoció a otro niño, el hijo del dueño del establecimiento en el que ambos trabajaban. Con el tiempo se enamoraron y se casaron, «la vida siguió su curso, como la de todos supongo».
Respecto a su abuelo, Sol es consciente de la dificultad que supone encontrar sus restos: «Pensábamos que estaba en Landaya, luego en Estépar y, por último, en un pueblo de la carretera de Soria; pero no lo hemos localizada. Lo veo ya bastante difícil, pero por lo menos estoy luchando por exhumar los cuerpos de los que sí estamos encontrando».






Romualdo y Severina, con su hija Alejandra. En la segunda imagen, Sol Benito Domingo. La carta que envió Romualdo desde la cárcel, y que firmó con un rebelde «Biba Expaña». 
3- LA EXHUMACIÓN EN EL CEMENTERIO DE EL CARMEN
No es cierto que los muertos estén condenados al silencio. Si se conocen las preguntas adecuadas en ocasiones, solo en ocasiones, se alcanzan las respuestas correctas. En el escenario de un crimen (así define la Asociación para la Memoria Histórica de Valladolid las fosas comunes del cementerio de El Carmen), una cuchara no es solo un utensilio, una medalla es capaz de resolver el enigma de un pueblo entero y un recorte de un periódico puede establecer la fecha de un asesinato.
Cuando la ARMH comenzó, en 2016, a explorar la primera de las fosas comunes del camposanto vallisoletano no podía ni quiera imaginar la trascendencia de esa exhumación. En el primer enterramiento se sorprendieron, casi con ingenuidad, del número de cuerpos, todos colocados uno junto a otro, amontonados, para ocupar el menor espacio, en fosas de tres metros de ancho por tres metros de largo. Pacientemente limpiaron cada uno de los huesos, retirando con pulcritud la tierra, las piedras... Hasta que descubrieron con horror que estaban pisando otros cuerpos, que por debajo de aquella fosa existían otras, hasta alcanzar cinco niveles, separados unos de otros con paladas de cal y arena. El resto de la exhumación la realizaron ayudados de andamios, para evitar destruir pistas o destrozar los cuerpos.






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«Recuperar una fosa es como cualquier otro trabajo arqueológico, lo que se hace es abrir un libro que solo se va a leer una vez, por lo que tienes que trabajar con todos los cuidados para que todo lo que vaya apareciendo se pueda identificar, interpretar y relacionar», explica Julio del Olmo, arqueólogo y presidente de la ARMH de Valladolid. «Nosotros trabajamos igual que si estuviéramos en la escena de un asesinato. Excepto en dos cuerpos, nos hemos encontrado en todos huellas de crímenes, por eso es muy importante enfrentar la fosa con sumo cuidado, para no contaminar las pruebas periciales», relata el presidente de la asociación vallisoletana, que llegó a llamar a la Policía Nacional para denunciar esos crímenes: «Cuando encontramos los primeros cuerpos comprobamos que tenían disparos en la cabeza y directamente llamamos a los agentes. Vino una patrulla y constataron que efectivamente era la escena de un crimen y llamaron al juez. Esto fue en mayo de 2016 y todavía le estamos esperando».






Las seis fosas comunes se escondían bajo uno de los caminos del cementerio de El Carmen. Dos de los objetos extraídos de las fosas: la cremallera de un jersey y un pin con dos gatos que está siendo estudiado en el Museo de Núremberg. / R. UCERO/ARMH DE VALLADOLID
Según el trabajo de investigación de esta asociación, en el cementerio de El Carmen existe un registro de unas mil personas. Hasta el momento, solo se han podido recuperar 247. Se encontraban es seis fosas comunes camufladas bajo un camino, junto al cuadro 58, y muy próximo a un osario anterior. El resto podían estar enterrados bajo las tumbas de alquiler de un sector contiguo. La asociación ha solicitado al Ayuntamiento continuar las exhumaciones en esa zona, siempre y cuando el impago del enterramiento haya motivado que el terreno revierta a la propiedad municipal.
«Los datos que tenemos es que aquí podría haber unos mil represalidos, pero nos hemos encontrado cuerpos con orden de enterramiento y que no están en el registro de enterramiento, y viceversa; personas que en principio no tenían que estar aquí y sí que están -argumenta Del Olmo.- En Valladolid el sitio emblemático es el monte Torozos, donde se cree que fusilaron a mucha gente; pero es más sencillo pensar que a los que sacaron de la cárcel de Cocheras les mataran aquí, junto a la tapia, para enterrarles luego en estas fosas comunes».
Los objetos hallados junto a los cuerpos están ayudando a desentrañar el enigma del origen de aquellas muertes. Los que pasaron por las cárceles fueron enterrados con la cuchara que les asignaban al inicio del confinamiento; los restos de la ropa (han encontrado trozos de camisas) y de los zapatos indica que, la mayoría, fueron enterrados en verano. «Pensamos que se les mató y enterró en agosto y septiembre del 36, también hemos encontrado pipas de sandía en el estómago de una persona, una fruta que todo el mundo sabe que es de temporada. Incluso hemos recuperado el recorte de una noticia de El Norte de Castilla sobre el Tour de Francia, y estaba fechada el 6 de agosto de 1936», enumera Del Olmo.
Junto con estos objetos y los restos de ropa -«lo que mejor se conserva es lo que se encuentra alrededor de las cremalleras y del cobre»-, han aparecido en estas seis fosas de El Carmen restos de cinturones, un gran número de lapiceros, unas horquillas para el moño y una medalla de la virgen de la cofradía de la virgen de Castromocho, que ayudó a localizar a la primera víctima de la fosa: Lina Neira Francés, que desapareció de esa localidad palentina el 12 de septiembre junto a su marido y otros trece vecinos más. Se cree que todos ellos estaban enterrados juntos en una de las seis fosas del camposanto vallisoletano.
La identificación de un sargento fusilado ha puesto a la ARMH de Valladolid tras la pista de otros cinco asesinados en el municipio segoviano de Labajos; y es posible que los restos de dos mujeres sean los de una madre y una hija de apellido Doyagüe. La asociación espera ahora que los análisis de ADN confirmen el parentesco de ambas.






La ARMH reclamará otro memorial para todos los vallisoletanos que lucharon y murieron en la Guerra Civil
El Ayuntamiento de Valladolid comenzó el pasado 11 de julio con la obra del memorial que servirá de homenaje a todos los represalidos de la Guerra Civil y del franquismo. Con una inversión de 43.000 euros, la instalación -que estará construida en seis meses- contará con una zona subterránea de dos metros y un muro que emergerá 80 centímetros sobre el suelo y sobre el que se esculpirán los 2.500 nombres de los fusilados vallisoletanos.
Ahora la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica de Valladolid tiene previsto solicitar al Consistorio un segundo memorial dedicado a todos los vallisoletanos que lucharon y murieron en la Guerra Civil, sea cual fuera su bando. «Muchos eran jóvenes que fueron obligados a alistarse o que lo hicieron porque eran muchachos entusiastas que apoyaron la sublevación (y que fueron los primeros que murieron en el Alto de los Leones)», explica Julio del Olmo, presidente de la ARMH vallisoletana. Apunta que hay que tener en cuenta que «la guerra destrozó a muchos jóvenes, otros volvieron mutilados y, casi todos, traumatizados». Y matiza que esta petición no es una forma de reconciliación,«porque los españoles estamos reconciliados desde hace mucho, en los pueblos no hemos tenido problemas con esto». Hace un llamamiento a las instituciones locales y nacionales para que apoyen esta iniciativa «y que, como nosotros, sean sensibles a todas las víctimas que produjo la sublevación».

Y existen dos piezas que interesan especialmente a esta organización: se trata de una medalla, y un pin con dos gatitos que han encontrado en el niqui de un joven asesinado. Ambos están siendo analizados en el Museo de Núremberg, donde se encuentra actualmente trabajando la hija de Luis del Olmo: «Tal vez en un futuro podamos conocer la identidad de todos, de los 247, pero ahora es muy difícil, solo podemos tirar del hilo de las pistas que tenemos y ver hasta dónde nos llevan».
Mientras llega ese día, los restos descansarán en el memorial que se está construyendo actualmente en el cementerio de El Carmen. Este panteón contará con un muro en el que se incluirán los 2.500 nombres de los asesinados tras el golpe de Estado del 18 de julio. Servirá para rendir un homenaje a los 7.000 represaliados en la provincia, entre fusilados, encarcelados y depurados. Y, lo más importante, se podrá acceder a la instalación, que albergará los cuerpos de los 247 represaliados, con el fin de que los investigadores y forenses puedan continuar realizando las preguntas necesarias a unos huesos que, quizá algún día, revelen las respuestas.