diumenge, 15 de juliol del 2018

Queipo y las mujeres violadas.

http://www.lavozdelarepublica.es/2018/07/queipo-y-las-mujeres-violadas.html




Con la fecha mortal del 18 de julio acercándose, decidí ir a Sevilla para visitar la tumba del general Gonzalo Queipo de Llano, el responsable directo de la muerte de más de 45.000 personas en una brutal represión en Andalucía, bajo su jurisdicción en la Guerra Civil. Hombres, niños y mujeres vejadas, calumniadas y violadas perdieron su vida con sus execrables crímenes contra la humanidad. Y fue en Sevilla en donde sentí la necesidad de escribirle unas líneas al general para que nunca olvidemos a sus víctimas. Esas líneas que escribí las quiero compartir con las lectoras y lectores en esta tribuna.

Eran las cinco de la tarde
cuando en la Macarena entré
y las lágrimas de la Virgen
sin devoción las contemplé.

Después me dirigí a la tumba
en donde yace un embustero:
el general Queipo de Llano,
un misógino carnicero.

Como nunca voy a la iglesia,
de allí me quería marchar
pero al recordar a sus víctimas
me dieron ganas de rezar.

Ofuscado por la tristeza
mis palabras nada expresaban
al imaginar que en la tumba
mujeres violadas gritaban.

Me puse en pie y salí corriendo
para olvidar al general,
angustiado porque allí estaban
los despojos de un criminal.

Y allí descansa en la basílica
como un ilustre salvador
el golpista que solo fue
un genocida y un traidor.

El día 14 de agosto de 1936, el Diario de Navarra publicó en la primera página un artículo, “A las mujeres católicas”, que nos da una idea de los dos modelos principales de mujeres que había en España cuando los generales traidoresdieron el golpe de Estado en 1936. El artículo habla del sacrificio de las madres que ofrecen “por la fe las prendas más queridas de su corazón”. Ellas, con sus sacrificios “callados […] saben sentir, […] dominar sus deseos, caprichos y malas intenciones […], entregar sus joyas, su dinero y su trabajo por esos héroes que en el campo de batalla defienden a la Iglesia y defienden la familia y nuestro hogar; [pasan] muchos ratos ante el Sagrario […], oración [y] caridad forman el programa de las mujeres que se llaman y son católicas”. Pero hay un “grupo femenino, que con su manera de vestir provocativa (brazos desnudos, vestidos ceñidos […] y falta de moralidad”, hoy es “la causa principal de todos los males que estamos padeciendo”.

Estos dos modelos de mujer los define muy bien Enrique González Duro en su libro Las rapadas. El franquismo contra la mujer. Escribe que las “señoritas y señoras de orden”, es decir, las del modelo cristiano, “debía imperar en la Nueva España” del Glorioso Movimiento Nacional. Las milicianas, tan vejadas por Queipo de Llano, representaban “el máximo exponente de la degeneración desarrollado por la mujer como consecuencia de las ideas propagadas por la Segunda República, por haber atentado contra la moral pública”, es decir, contra la moral cristiana de la que habla el artículo. Las milicianas rojas “habían subvertido el orden natural” y los militares sublevados las acusaban de “rebelión militar”. Esta acusación era tan absurda como falsa, pues los militares rebeldes que se levantaron contra el Gobierno legítimo de la República no podían acusar de “rebelión” a las personas que defendían el orden constitucional. A las milicianas las castigaban “por haber transgredido los límites de la feminidad tradicional” porque, como señala Enrique González, la mujer de orden era considerada “depositaria de las creencias religiosas y de los valores patrióticos. Frente a la igualdad con el varón que había instaurado legalmente [la República], ahora se ensalzaba a la mujer discreta y callada, sumisa al esposo y dedicada a las labores propias de su sexo”. Esas mujeres cristianas, calladas y sumisas eran las de orden: las “afines” al régimen de los golpistas. A quien había que violar y matar era a las milicianas “desafectas”, rojas, putas, feas y sucias.


Queipo de Llano fue “la estrella radiofónica, el locutor más famoso de toda la guerra […], un líder de la guerra psicológica”. Así lo presenta Daniel Arasa en su libro La batalla de las ondas en la Guerra Civil española. Con las más de 500 charlas (también se habla de casi 600) que Queipo dio en Radio Sevilla se convirtió en “el líder de la propaganda de guerra”. Y en un maestro de la traición, la manipulación y las noticias falsas. Aprendió muy bien lo que Joseph Goebbels declaró en 1933 en Alemania: “En el siglo XX la radio ha de asumir el poder que la prensa jugó en el siglo pasado” (citado por Arasa). Y desde Radio Sevilla, el jefe del Ejército del Sur se convirtió en “el virrey” (como muchos le llamaban) genocida de Andalucía. Ian Gibson se ha dado cuenta de quién fue este general al comentar que sus charlas estaban llenas de “una retórica y un fanatismo sanguinario”. En sus discursos encontramos un lenguaje agresivo muy ofensivo, con un estilo chabacano y barriobajero, lleno de insultos y groserías.

Quien mejor ha descrito a Queipo de Llano ha sido Arthur Koestler, que lo entrevistó a primeros de septiembre de 1936. Paul Preston lo cita en su libro El holocausto español. Odio y exterminio en la Guerra Civil y después. Koestler dice que Queipo, “[] con un discurso fluido y bien hilvanado, que por momentos cobraba un tono picante, relató cómo los marxistas rajaban a las mujeres embarazadas y apuñalaban el feto; cómo ataron a dos niñas de ocho años a las rodillas de su padre, las violaron, las rociaron con gasolina y las prendieron fuego. Así continuó contando historias que ofrecían una perfecta demostración clínica de psicopatía sexual”. Según Preston, Koestler se refirió también a los discursos de Queipo en donde el general mostraba un “burdo deleite” al describir “escenas de violación”. En sus alocuciones radiofónicas este psicópata sexual incitaba constantemente al odio, a matar y a violar.

Dos de sus charlas radiofónicas más citadas por los historiadores y en internet son las del 23 y 26 de julio de 1936. El 23 de julio el ilustre salvador de la Patria vomitó lo siguiente: “Nuestros valientes Legionarios y Regulares han demostrado a los rojos cobardes lo que significa ser hombre de verdad. Y, a la vez, a sus mujeres. Esto es totalmente justificado porque estas comunistas y anarquistas predican el amor libre. Ahora por lo menos sabrán lo que son hombres de verdad y no milicianos maricones. No se van a librar por mucho que berreen y pataleen”. Y el 26 de julio emitió los siguientes rebuznos: “¡Sevillanos! No tengo que recomendaros ánimo, porque bien conocido tengo ya vuestro valor. Para terminar os digo que a todo afeminado o invertido que lance alguna infamia o bulos alarmistas contra este movimiento nacional tan glorioso, lo matéis como a un perro”. Queipo describió con deleite la llegada de la columna de Castejón a Morón de la Frontera: “A todos les recuerdo que, por cada persona honrada que muera, yo fusilaré, por lo menos, diez; y hay pueblos donde hemos rebasado esta cifra. Y no esperen los dirigentes salvarse, apelando a la fuga, pues los sacaré de bajo de la tierra, si es preciso, para que se cumpla la ley”.

Sí, esta era la justicia de Queipo. Un ejemplo lo podemos ver en el libro de F. Espinosa Maestre La justicia de Queipo. En Lucena, compañías de Voluntarios Lucentinos se militarizaron con la Falange y crearon el Escuadrón de  Caballeros Aracelitanos. Según Enrique González, estos caballistas “se hicieron famosos por las violaciones de mujeres, su crueldad y sus rapiñas”. Una noche del mes de septiembre de 1936 dos de sus hombres fueron a un pueblo cercano controlado por los republicanos, Cuevas Altas, a registrar las casas para ver si tenían armas. En una de las casas vivía una mujer y su hija de 17 años. Uno de los hombres la violó y le advirtió que la mataría si decía algo. Claro, todo el pueblo se enteró y los mandos militares detuvieron a los dos hombres. Tras un consejo de guerra el caballista violador fue condenado a 14 años de reclusión y una multa de 2.000 pesetas. Pero la sentencia estaba firmada por Queipo y especificaba que la pena quedaba  extinguida si, además del perdón de la víctima, obtenía el de “la autoridad paterna”. La madre otorgó el perdón al violador firmando un papel sin saber leer ni escribir. El padre había huido del pueblo para salvarse de los crímenes de Queipo. La justicia del general anuló la sentencia.

Enrique González puntualiza que la violación de las mujeres se dio en el frente de combate primero y en la posguerra después, en espacios cerrados como “las comisarías de Policía, los cuartelillos de la Guardia Civil o los centros de detención de la Falange”. Y “el Estado viril autorizaba a sus funcionarios la práctica de la violación [igual] que autorizaba la tortura”. Y las autoridades militares hacían la vista gorda. Las arengas de Queipo incitaban a las tropas mercenarias norteafricanas, los falangistas y los requetés a la violación de las mujeres del enemigo. “Esto era una práctica habitual en todos los pueblos ocupados por los franquistas” y “formaba parte del botín de guerra prometido” y del “discurso de la virilidad rampante que Queipo siempre utilizaba”. Era, pues, una demostración de poder que producía “una humillación permanente” y una “progresiva despersonalización” en la mujer, que estaba obligada a mantener “su dignidad a través del silencio”.

Ahora que el Ayuntamiento de Pamplona ya ha exhumado los restos de los generales golpistas Mola y Sanjurjo, y cuando se nos informa de la inminente exhumación de Franco del Valle de los Caídos, es justo y necesario que se saquen los restos de Gonzalo Queipo de Llano de la basílica de la Macarena y se entreguen a sus familiares. Ya es hora de que los que se creen dueños de la bandera nacional y siguen cantando El novio de la muertedejen de torpedear la recuperación de la memoria histórica y ayuden a sacar de “Las cunetas de la vergüenza” (un artículo mío en este medio) a los más de 100.000 republicanos que todavía siguen enterrados en fosas comunes, sin identificar. A los familiares les gustaría tener sus restos para darles una digna sepultura, lejos del lugar en donde yacen sus verdugos. Ya es hora de curar las heridas para que dejen de supurar. Y ya es hora también de que la Iglesia, que siempre estuvo al servicio de los golpistas, colabore en esta buena obra de reparación, recuperación y pacificación para que el horror de la “fecha mortal” del 18 de julio de 1936, como la definió Alberti, nunca se repita.

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