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martes, 17 de julio de 2018
Momento en que el coronel Prada resigna el mando entre las ruinas del Asilo de Santa Cristina. 28 de marzo de 1939.
La buscábamos desde el año pasado y por fin la encontramos. La trinchera que fue testigo del final de la contienda en Madrid, tras dos años y medio de combates, privaciones y muerte. Es la última trinchera de la Guerra Civil Española. La trinchera de la derrota para unos, de la victoria para otros. Nos preguntan con frecuencia qué buscamos en esa trinchera y la respuesta es que no buscamos nada. Simplemente queremos encontrarla, sacarla a la luz. Convertirla en memoria tangible, aunque solo sea durante el tiempo que dura nuestra excavación. Palpar el drama que condensa esa zanja: la antesala de una posguerra implacable pero que todavía, en el momento fosilizado en esa trinchera, todavía no ha tenido lugar. Es saber lo que sucede después lo que le da todo el sentido.
A la izquierda, escombro que rellena la trinchera. A la derecha, ruinas del lavadero del asilo.
El final de la guerra en la capital se escenificó a pocos metros de esta zanja, frente al pabellón del Asilo de Santa Cristina que estamos estudiando por segundo año consecutivo. Aquí el coronel Prada cedió el mando al coronel Losas y posteriormente se dirigió hacia el ramal de comunicación que conectaba el sector del Clínico con la retaguardia franquista. Por esta zanja que ahora excavamos pasaron los últimos actores del conflicto.
Los oficiales se retiran por la trinchera de comunicación entre las ruinas del Asilo de Santa Cristina.
La historiografía conservadora ha puesto enfasis en la confraternización entre los soldados de uno y otro bando que habría tenido lugar tras la rendición: "una 'reconciliación espontánea está viniendo, como casi todo lo bueno en este bendito país, desde abajo...", escribe Fernando Calvo (1). Si esta ocurrió, duró realmente poco. Porque tras la guerra vino una paz salvaje. Fue la hora de la venganza. Detenciones masivas, torturas, juicios sumarísimos, ejecuciones, ajustes de cuentas. Pocos soldados de la República se ahoraron el paso por un campo de concentración.
Muchos de los mandos del Ejército Popular que no huyeron al exilio fueron condenados a muerte. Buena parte de ellos las verían conmutadas por penas de cárcel, pero su vida quedaría dañada para siempre. Ese el caso del coronel Prada, que vivió nueve meses con una condena a muerte en firme y pasó 17 años en las prisiones franquistas. Incluso oficiales como el coronel Matallana, que colaboraron activamente con los sublevados para lograr la rendición, sufrirían represalias y humillaciones y pasarían el final de sus días en la miseria. Otros militares que desempañaron un papel clave en la Batalla de Madrid, como Antonio Escobar y José María Enciso, no fueron tan afortunados y se los fusiló sin contemplaciones.
La última trinchera de la Guerra Civil no marca el inicio de la paz, sino el de la venganza.
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(1) Fernando Calvo González-Regueral, 2012. La Guerra Civil en la Ciudad Universitaria. Madrid: La Librería.
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