dimecres, 14 d’agost del 2024

El huevo de la serpiente: un fragmento de “memoria” recobrada y necesaria

 https://www.elimparcial.es/noticia/273115/cultura/el-huevo-de-la-serpiente:-un-fragmento-de-memoria-recobrada-y-necesaria.html


Javier Mateo Hidalgo
martes 13 de agosto de 202418:46h


En 1977, el cineasta sueco Ingmar Bergman —uno de los grandes nombres del séptimo arte— realiza la que supuso su primera película en el extranjero. Fue filmada en el Berlín Occidental y se tituló Das Schlangenei/ Ormens ägg. Traducida como “El huevo de la serpiente”, narraba la época convulsa de la Alemania de los años veinte, momento en que toma forma el nazismo. Uno de sus personajes, el doctor Vergerus, que profetiza y apoya el terrible futuro del país, pronuncia una frase que ilumina el sentido del título del film: “Cualquiera puede ver el futuro, es como un huevo de serpiente. A través de la fina membrana se puede distinguir un reptil ya formado”. Esa serpiente supondrá para el espectador una lógica metáfora del mal, personificado en Adolf Hitler. No obstante, fue una figura aupada por la población, convencida de su manipulador discurso. El “Führer” consiguió movilizar a una buena parte de la sociedad, conquistó sus mentes y la posicionó a su favor, no sólo votándole y apoyándole como dirigente sino trabajando para él.

Ese poder para lograr un adoctrinamiento de carácter fanático vuelve a repensarse en un libro reciente que precisamente trata otro mal histórico y de índole político, aunque alejado del nacionalsocialismo. Nos estamos refiriendo a El huevo de la serpiente, de Eduardo Sánchez Gatell. Publicado por Betagarri Liburuak en su Colección Historia. Si su título nos recuerda a la cinta anteriormente citada, el subtítulo nos orienta sobre la temática: “El nido de ETA en Madrid”.

El prólogo, realizado por el historiador Gaizka Fernández Soldevilla —Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo— nos retrotrae nuevamente a la época nazi a través del perfil de Rudolf Höss, comandante del campo de exterminio de Auschwitz. Y lo hace recordándonos lo que decía otro prologuista, en este caso Primo Levi, en las memorias del citado comandante de las SS, sobre su figura: “Explica cómo, en ciertas condiciones, la radicalización ideológica puede transformar a un personaje gris con vocación de funcionario en un auténtico genocida”. Fernández continúa su discurso asociando lo expuesto con una nueva figura, como poco sombría y siniestra de nuestra Historia: Eva Forest, “a quien ahora llamaríamos agente de radicalización y dirigente de una pequeña secta, cuando no cosas peores, como pequeña aprendiz de Rudolf Höss”. Junto a ella, su marido Alfonso Sastre supone otra figura oscura de nuestra cultura más reciente, valorado por su teatro político y social mientras servía como apoyo en el desarrollo de ETA hasta su final. Una labor asociada a una ideología que podría costar asociar al autor de piezas teatrales emblemáticas como Escuadra hacia la muerte (1953) o La mordaza (1954) —como también puede resultar incomprensible la deriva ideológica de José Bergamín en sus últimos tiempos— y que, sin embargo, manifestó hasta el fin de sus días.

Forest y Sastre idearon una red de apoyo en Madrid del grupo terrorista vasco cuando éste todavía se estaba conformando, siendo responsables de los cuarenta años posteriores de su historia. Afirma Sánchez Gatell: “hablo del dramaturgo Alfonso Sastre y de su esposa y máxima responsable de ETA en Madrid, Eva Forest. Ambos diseñadores activos, pensadores, de lo que luego fue ETA-Militar. Sastre en su calidad de teórico y estratega y Forest como activista y organizadora operativa de las acciones. Estos dos personajes y Argala, el dirigente etarra llegado de Euskadi formaron, a mi juicio, ‘el huevo de la serpiente’ del futuro sangriento de ETA”.

El autor de este libro, sería adoctrinado y reclutado por el matrimonio —amigos de los padres de Eduardo— haciéndolo creer que formaba parte de un grupo revolucionario antifranquista cuando en realidad estaba siendo utilizado como “cómplice de la red de apoyo a ETA” que habían tejido en Madrid —lo que Sánchez Gatell denominará el “nido”. Debido a este engaño y a pesar de que nunca fue responsable de ninguno de los crímenes que este matrimonio seguramente diseñó —el magnicidio de Carrero Blanco (1973) y el atentado indiscriminado de la cafetería Rolando en la Calle Correo (1974)— (nunca vio manchadas sus manos), “padeció las consecuencias de los actos de ETA y de la represión de la dictadura franquista”.

El huevo de la serpiente se erige como un libro valiente y autocrítico, a la vez que supone una denuncia contra todo lo que se desarrolló en aquel tiempo y que nunca llegó a conocerse del todo. Es por tanto un testimonio bien valioso para ampliar unas cuestiones y aclarar otras. La “memoria” que nos trae el autor representa una pieza fundamental a añadir al puzzle de nuestra compleja y luctuosa historia política reciente. Y, sobre todo —afirma Fernández—, “puede servir como una herramienta pedagógica de primer nivel”, una “vacuna contra el fanatismo, contra la tentación de las armas y contra los intentos de blanquear o borrar determinadas páginas del pasado”.

En Unas palabras antes de empezar, el autor refiere a su obra no como “libro de Historia” ni “un ensayo sobre el terrorismo”: “Es un libro de memoria, que no de memorias, pues abarca un periodo concreto “desde septiembre del 73, año en que Eva Forest me propuso incorporarme a un supuesto grupo revolucionario armado, a Enero del 76, mi salida de la cárcel”. A pesar de buscar reflejar los hechos lo más fielmente posible, Sánchez Gatell ha intentado documentarse lo menos posible: “No se trata de un trabajo académico sino de ofrecer a los académicos y a los estudiosos un material bruto, directo, sin pulir” por lo valioso que tiene su carácter de “testimonio directo”. A ello, añade como razón de su escritura el querer “expresar sensaciones y sentimientos”, “tratando de exprimir las razones que me llevaron a acercarme tan peligrosamente a ese mundo, lo que tal vez sirva también a los expertos para entender los procesos de captación, que incluyen el propio convencimiento de los futuros activistas y exigen una adhesión firme a las ideas y los propósitos, al menos a los declarados por los captadores”. En definitiva, “transmitir al lector una idea de contexto que no justifica pero si trata de explicar ciertas decisiones y ciertos comportamientos”.

En opinión de Sánchez Gatell, los hechos relatados que él vivió se encuentran estrechamente relacionados “con la deriva del terrorismo de ETA” en las siguientes cuatro décadas. Algo totalmente novedoso en la investigación histórica, por lo que dar a conocer estos sucesos desconocidos se convirtió en el principal objetivo de su testimonio. “Se trata de contribuir a desmitificar las acciones de ETA durante el franquismo. […] En el sentimiento colectivo de mucha gente hay un recuerdo, digamos, positivo de algunos atentados […]. Se ha generado la idea de una ETA buena y una ETA mala que posteriormente ensangrentó la democracia hasta su rendición. […] Es necesario abstraerse del rechazo o atracción que nos produzca la figura de la víctima y centrarse en la acción misma. La pregunta no es si el muerto era bueno o malo sino si la acción lo es y esta debe ser enjuiciada con criterios que trascienden la opinión que tengamos sobre la víctima”. Y concluye: “quienes todavía son condescendientes con algunos actos de terrorismo de la ETA supuestamente antifranquista deben conocer los pormenores de aquellos episodios y someter su juicio a revisión”.

Para Sánchez Gatell, llama poderosamente la atención que entre el atentado contra Carrero y el de la calle Correo solo transcurrieran nueve meses: “ambas acciones fueron pensadas, diseñadas y aseguradas por las mismas personas. ¿Cómo se explica que los mismos que había realizado el atentado más popular de la historia de ETA, cometieran el que suscitó más rechazo entre la ciudadanía, al menos hasta entonces? ¿Y cómo se entiende que los que defendieron la falacia de que el atentado contra Carrero se había hecho para favorecer la salida de la dictadura acompañaron los crímenes de ETA durante los cuarenta años siguientes, en plena democracia?” No se pretendía “eliminar un obstáculo y favorecer una salida democrática como se ha pretendido por algunos” sino “todo lo contrario, endurecer el régimen y anular las esperanzas hacia cualquier posibilidad de cambio”. En definitiva, enfrentarse al poder establecido y arrebatarlo sin el refrendo de la población y a través de la “barbarie”.

Dice el autor que “no hay nada más racional que el terrorismo”, pues “a partir de ciertas premisas, toda la argumentación lógica se desarrolla sin tropiezos”. No obstante, añade: “El fundamento racional de la violencia es siempre un discurso abstracto y vacío de contenido […]. Detrás del espanto hay siempre grandes palabras sin significado […] que apasionan y enardecen pero que cada cual […] les da la interpretación conveniente a sus propios intereses: Dios, Patria, Revolución, Lucha, Libertad, Justicia…” En definitiva, se trata de “una ceguera causada siempre por ideas despegadas de la realidad, por grandes utopías, por ideologías redentoristas”. Aquellas que llevaron a Sastre y a Forest a promover “acciones violentas” y utilizar “discursos abstractos para la captación y la justificación”. Opiniones que resultan doblemente iluminadoras sabiendo que Sánchez Gatell ha dedicado su vida profesional a la salud, en concreto a la psicología.

Para Sánchez Gatell, la escritura del libro le ha llevado a “reflexionar sobre cómo los durísimos episodios” que refiere le “conmocionaron entonces” y le “determinaron para siempre”: “He tenido la sensación de estar hablando de otro […]. Claro, no hay contradicción alguna si pensamos que ese otro era yo… y en efecto, lo era”. Para comprender esa evolución entre una identidad y otra, Sánchez Gatell acompaña al libro de un ramillete de apuntes autobiográficos que ayudan a comprender las circunstancias de sus dos primeras décadas de vida —las que le fueron llevando a esa primera personalidad (infancia y adolescencia)— y las que le condujeron hasta la actualidad —su “yo” presente—. En concreto, cerca de ochentas páginas del libro se dedican a relatar pormenorizadamente un periodo clave en la vida de Sánchez Gatell: el que abarca su detención y sus dieciséis meses de cárcel, entre la madrugada del 10 de octubre de 1974 y el 29 de enero de 1976. En total, cinco capítulos del volumen: “Cuando hago balance me da la impresión de que mi vida se divide en dos mitades, una hasta los veintiún años y otra, el resto. Los acontecimientos fueron tan duros que su peso desequilibra mis sensaciones temporales”. Un tiempo que le hizo madurar a golpes de realidad, y donde fue modelando su visión política, social y, sobre todo, humana. En su paso por la cárcel de Carabanchel fue responsable Forest, quien dio su nombre a fin de “salvar” de la detención a sus dos hijos, sin que Eduardo tuviese nada que ver con los atentados referidos. Al contrario: su idealismo, reivindicador de un mundo más justo —influido por el contexto de su familia y, en concreto, por la posición crítica con el franquismo de su padre Eduardo y su madre, la poeta Angelina Gatell— le hicieron vulnerable a la hora de ser captado por los Sastre, siendo sometido a múltiples pruebas por éstos —todas ellas sin llegar a consumar ningún fin práctico— y en las que nunca opuso resistencia, hasta ser consciente del terrible cariz que los planes de la pareja estaban tomando.

Gatell fue víctima de ambos tipos de violencia: la ejercida por el aparato represor del franquismo y la que comenzaba a tejer el grupo terrorista vasco. El libro será un canto contra una y otra, aunque predomine por la temática la segunda. De hecho, al inicio del tomo, el lector se encontrará con una ilustración de Ricardo Zamorano —para Sánchez Gatell, el artista con más talento después de Picasso, por su capacidad para condensar tanto con apenas unas líneas dibujadas— que representará una alegoría contra el terrorismo. La reflexión final del libro irá enfocada a analizar lo ocurrido “precisamente para que no se repita”. Esa será la prioridad de la obra y del testimonio del autor.