40 AÑOS DE LA MUERTE DEL DICTADOR
El general Francisco Franco muere tras una prolongada enfermedad y una aún mayor atención intervencionista médica que convierte en una desmedida agonía su final.
El general Francisco Franco muere tras una prolongada enfermedad y una aún mayor atención intervencionista médica que convierte en una desmedida agonía su final. Es el 20 de noviembre de 1975. No ha habido otra forma de poner fin a su dictadura unipersonal. Sólo su muerte ha sido capaz de ello.
Un año antes, la tromboflebitis que le sobrevino —a consecuencia de pasarse las horas muertas viendo las retransmisiones en directo que su televisión española hacía de la Copa del Mundo disputada en aquel verano de 1974 en la entonces Alemania Occidental— puso en guardia a todo el complejo aparato de vencedores de una guerra civil de apariencia eterna. Tromboflebitis, esa palabra mágica, será sustituida por otra expresión de éxito, heces de melena, un año después, cuando Franco se encuentre ante las puertas de la muerte, tan festejada y tan llorada. Fueron las dos expresiones médicas no muy usuales, sobre todo la escatológica última, que todavía, a algunos paladares malformados por el odio inquebrantable a la figura del guerrero de la barakanorteafricana, infunden un placer y un regodeo mayúsculos al rememorar los estertores del viejo caudillo, del minúsculo dictador, y con él los de su régimen vilipendiado por quienes lo sufrieron y aupado a las cimas por quienes tanto se beneficiaron de sus tropelías y rapiñas, un régimen que mereció ser denominado el Régimen por antonomasia tal que si no hubiera posibilidad de concebir uno distinto para regir los destinos de una nación.
Pero en noviembre del 75, desaparecido el dictador, comienza la Transición, que a su vez comienza aún más cuando el 22 de noviembre es proclamado rey de España por las Cortes Juan Carlos de Borbón, y cinco días después tenga lugar su exaltación al trono ya como rey Juan Carlos I. El día 20 se había formado el preceptivo Consejo de Regencia, integrado por tres miembros del Consejo del Reino, el presidente del mismo, en tanto que presidente que era asimismo de las Cortes, Alejandro Rodríguez de Valcárcel, el arzobispo de Zaragoza, monseñor Pedro Cantero Cuadrado, como prelado de mayor jerarquía y antigüedad de los miembros de dicho Consejo, y el teniente general del Ejército del Aire, Ángel Salas Larrazábal, como el de mayor antigüedad de los tres Ejércitos también de cuantos forman el Consejo del Reino, que asume los poderes en nombre del sucesor de Franco, tal y como prevé la Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado del año 47, hasta que Juan Carlos fuera proclamado rey dos días después.
Un rey que era príncipe aún en el verano aquel de 1974, en el cual, quien el propio Franco designara a su real capricho para sucederle, hubo de sustituirle bien que brevemente ante el miedo del dictador a que el olvido de su menguada aparición constante en las pupilas de sus súbditos acabara con la engañosa sensación de que nada bueno podría ocurrir en esa su patria sin sus designios ególatras, sin sus actos defensores de la tradición preservadora de los privilegios obtenidos mediante el permanente y progresivo esquilme llevado a cabo por una casta de poderosos. Sustitución aquella del año 74 que, en medio de los últimos días de Pompeya de un periodo histórico terrible, gris, el de la paz de los cementerios, supuso un aparente aire fresco en medio del pútrido ambiente de coletazos estomagantes perpetrados por los últimos soldados de Salamina.
(Por cierto, un dato que puede aclarar o tal vez confundir aún más, no sé, sobre la situación de encrucijada histórica de aquellos días de noviembre del año 75. Un día antes de la proclamación regia del nieto de Alfonso XIII, a las ocho de la mañana del viernes día 21, se instalaba la capilla ardiente del fallecido dictador Francisco Franco en el madrileño Salón de Columnas del Palacio Real y, a las siete y media de la madrugada del 23, la jornada del entierro, aquella era cerrada al público. Cuatro días más tarde, el jueves 27, tenía lugar la citada exaltación al trono del flamante monarca, Juan Carlos I, ya como rey de España, en la Plaza de Oriente, contigua al Palacio. Pues bien, en ambas concentraciones, los asistentes ascendieron en cada caso a una cantidad que se estima entre 300.000 y medio millón de personas.)
Carlos Arias Navarro –quien, según la Ley Orgánica del Estado únicamente ha cumplido dos de los cinco años de su mandato, que se cumplirán salvo dimisión suya y aceptación del jefe del Estado o cese por parte del jefe del Estado, de acuerdo con el Consejo del Reino, o a propuesta del Consejo del Reino por incapacidad de aquél– preside el 13 de diciembre el primer Gobierno de la Transición, formado un día antes, para algunos el último del franquismo. Siete meses más tarde, ya en 1976, le sustituirá Adolfo Suárez, pero eso, eso ya es otra Historia…
[Este artículo es una adaptación de un epígrafe del libro del autor titulado La Transición, de inmediata publicación por Sílex ediciones, a la que el propio Ibáñez Salas ha incorporado parte de un relato suyo con Franco como protagonista. Recomendamos asimismo la breve semblanza del dictador escrita por el historiador en la revistaAnatomía de la Historia]
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