Blog d'en Jordi Grau i Gatell d'informació sobre les atrocitats del Franquisme.....
"Las voces y las imágenes del pasado se unen con las del presente para impedir el olvido. Pero estas voces e imágenes también sirven para recordar la cobardía de los que nada hicieron cuando se cometieron crímenes atroces, los que permitieron la impunidad de los culpables y los que, ahora, continúan indiferentes ante el desamparo de las víctimas" (Baltasar Garzón).
Historiadores y descendientes de anticuarios y orfebres recuerdan las tretas de los establecimientos compostelanos para esquivar los caprichos de Carmen Polo, a la que tratar de cobrarle lo que se llevaba acababa saliendo más caro
Un capricho de Carmen Polo, la mujer de Franco, fue el que acabó dando con dos de las estatuas del Pórtico de la Gloria en el Pazo de Meirás, las figuras de Isaac y Abraham que el Tribunal Supremo, tras ocho años de lucha judicial, acaba de ordenar a sus herederos que devuelvan a la ciudad de Santiago. Pero en la capital de Galicia, al igual que en A Coruña, recuerdan muchos otros caprichos de La Collares que no han llegado a las crónicas aunque que se transmiten de boca en boca. Son los que hablan de cómo las joyerías y las tiendas de antigüedades se cerraban a su paso porque la mujer del dictador tendía a llevarse sin pagar aquello a lo que le echaba el ojo, “y no tenía cataratas, precisamente”, apunta la historiadora Encarna Otero. Intentar cobrárselo, además, podía salir todavía más caro.
Es lo que cuenta Fernando. En realidad, no se llama así, pero 50 años después de la muerte de Franco, al remover estos asuntos, todavía prefiere dejar en el anonimato tanto su nombre como el de la joyería que su familia atiende, desde hace generaciones, al pie de la catedral. “Pieza que quería, pieza que era para ella, y hablamos de piezas caras, que te suponían un golpe en la economía del comercio. Si le pasabas la cuenta a El Pardo, te la iban a pagar, pero a cambio te caía una inspección, muy dura y, al final, salías perdiendo”.
Por eso, el abuelo de Fernando solo mandó la factura una vez. En adelante, su método sería el mismo que utilizaban tantos otros comercios en Santiago y A Coruña: bajar la verja tan pronto como sabían que Carmen Polo estaba cerca. “Mi familia cerraba para no enfrentarte a ella, porque no podías”. Pero no siempre daba tiempo. “Como pasaba los veranos en Meirás venía mucho aquí, venía a misa... y, de paso, se pegaba una vuelta, a ver lo que se encontraba. Si lo que encontraba le gustaba, se lo llevaba”. Y nunca eran objetos baratos. “Tenía ojo clínico, sabía lo que era bueno, lo tenía claro”.
Más allá de lo que le contaron, Fernando llegó a estar en la tienda junto a Carmen Polo, aunque no lo recuerde. “Debía de ser en torno al año 1973. Yo estaba ahí, acostado en el carrito y ella entró. Preguntó 'quién es este bebé tan bonito' y le dijo a mi madre, que fue quien la atendió, 'felicidades a la mamá'. En aquella época, ya mayor, llegaba acompañada por un séquito de señoras, ”las mujeres de los gobernadores o lo que fuera“. Entonces, eran ellas las que ”sacaban la cartera“ y pagaban los caprichos —”dedales y otras cosas de plata“— de los que ella ”disponía libremente“.
Lo de más valor, a la caja fuerte...
El caso de la familia de Fernando no es una excepción. Encarna Otero, historiadora y exconcejala, una de las mayores conocedoras de la vida reciente de la ciudad, conoce al menos otros dos casos. Uno, el de la histórica joyería Malde, que tenía sede tanto en Santiago —un emblemático edificio a un paso de la Catedral, hoy ocupado por una de esas tiendas pensadas para los turistas— como en A Coruña, las dos ciudades a las que Carmen Polo se desplazaba con facilidad desde el pazo de Meirás, en Sada.
Los propietarios de Malde no dudaban en cerrar tan pronto sospechaban de la presencia de la mujer de Franco en Compostela. “Venía en fechas señaladas, como el 25 de julio —festividad de Santiago Apóstol, hoy también Día Nacional de Galicia— pero también cualquier día de agosto, que era el mes que pasaban en Meirás, donde incluso había reunión de ministros”, ya que el dictador hacía del pazo, expoliado a los vecinos y recientemente recuperado para el patrimonio público, un símbolo “de su mando y poder”.
El otro histórico establecimiento, también desaparecido, es la Joyería Ángel, ubicada en la Praza de Praterías, a la que históricamente dieron su nombre estos negocios. “Ángel, que no se debía de atrever a cerrar, metía lo más valioso en la caja fuerte”. En los expositores de aquel “impresionante” taller —que llegó a tener sedes en Ourense y Vigo— quedaban, aun así, suficientes piezas para llamar la atención de Carmen Polo.
Pero a la mujer de Franco no sólo le pirraban las joyas. Como ha demostrado la recuperación de las estatuas del Pórtico, las antigüedades eran su perdición. Todavía hoy, Meirás sigue siendo un catálogo de bienes expoliados a pazos y monasterios como el de Moraime, en Muxía. El propio párroco documentó, en un caso inédito, la procedencia de las pilas de piedra que permanecen en el jardín, a escasos metros de la capilla donde Isaac y Abraham esperan su vuelta a casa. Tras cientos de años en el sitio para el que fueron creadas, estas piezas del siglo XII salieron en camión hacia la residencia de verano de los Franco poco después de una visita de Carmen Polo a la localidad. La muy católica señora no dudó en convertir las pilas —una bautismal y otra de agua bendita— en dos maceteros para su finca.
... o escapar “de feria” a Madrid
“Expolió piezas de muchos monasterios: Moraime, Sobrado, Oseira... pero también de los anticuarios”. Otero recuerda al menos dos establecimientos compostelanos, que ya no existen, azotados por la avaricia de Polo. “Esconder antigüedades es más difícil que guardar joyas en la caja fuerte, así que la solución era cerrar argumentando que estaban en una feria, por ejemplo en Madrid”.
La historiadora compostelana está leyendo Franco, de Julián Casanova, y encuentra en el comportamiento de su esposa un complemento a lo que allí se cuenta. “Casanova ratifica que el dictador se enriqueció con la carne de Argentina o el café de Brasil, que él gestionaba directamente haciéndose millonario a través de la junta de arbitrios mientras España pasaba hambre”. Junto a esto, ella entiende que su mujer se encargaba “del sector decorativo: joyas, esculturas y demás patrimonio”.
“Le encanta visitar joyerías. Cuando se encapricha de alguna pieza, manda que se las envíen a palacio 'para que Paco las vea', dice. ¿Y quién se atreve a negarse? Pero nunca las devuelve. Y no le vas a mandar una factura...”. Más allá de los trabajos científicos, la rapiña de Polo se ha ganado un hueco en la cultura popular. Este diálogo pertenece a la película hispanoargentina¡Atraco! (Eduard Cortés, 2012), en la que su interés desmedido por unas joyas que no se le podían negar —y que habían pertenecido a Eva Perón— acaba siendo el desencadenante de la trama.
Fotograma de '¡Atraco!' (2012), en el que Carmen Polo se dirige escoltada a una joyería
Encarna Otero no quiere dejar pasar la oportunidad de destacar lo “importantísimo” de la sentencia que da la razón al ayuntamiento de Santiago en la demanda sobre la propiedad de las estatuas de la catedral. “Va a abrir el camino para otras, porque al tratarse de bienes del patrimonio público, el delito no prescribe”. Pero, además, demuestra que los herederos del dictador “no son invencibles”. Y eso a pesar de “todos los obstáculos” que encontró la demanda judicial.
Las apropiaciones por la fuerza realizadas durante la dictadura por “Franco, Carmen, pero también por muchos falangistas en bibliotecas, en casas...” todavía han sido “poco analizadas y muy poco revertidas”. La historiadora echa en falta una partida específica para ello en la Ley de Memoria Histórica, aunque entiende las prioridades. “Lo primero era sacar a la gente de las cunetas y llevarla a los cementerios, por una cuestión de dignidad y de duelo con las familias, pero luego viene todo el tema económico. Y no es menor”.
La factoría bañezana, cuyo traumático cierre se anuncia ahora tras casi un siglo de vida, estuvo marcada por numerosos acontecimientos que sirven como recuerdo de las muchas generaciones que en La Bañeza y sus tierras vincularon sus vidas con los avatares de esta industria
La Azucarera de La Bañeza en una postal cooreada de los años 60. Eds. París
8 de junio de 202510:20 h
Desde que en 1931 la Sociedad General Azucarera de España y la Compañía de Industrias Agrícolas constituyen la Azucarera de La Bañeza S.A. y la constructora Cubiertas y Tejados finaliza la instalación de su factoría en el tiempo récord de diez meses, ésta viene formando parte del paisaje urbano de la ciudad leonesa y es componente esencial del escuálido parque industrial de la comarca.
A la altura de 1935, la Azucarera de La Bañeza pasaba a ser filial de la compañía que había participado en su constitución, y continuó siendo referente principal en las coordenadas laborales y sociales de la pequeña urbe y los pueblos comarcanos más o menos próximos a ella.
Fue La Fábrica (por antonomasia, la única de la ciudad y su contorna), además de motor económico de crecimiento y de progreso de La Bañeza y su área de influencia, el estímulo a cuyo ritmo se avecindaron catalanes, aragoneses y andaluces, principalmente, y a cuya sombra surgían barrios nuevos o se levantaban nuevas casas.
Inicios en claroscuro
Con la Azucarera comenzó una nueva etapa de desarrollo en La Bañeza. Al calor de su actividad surgieron talleres mecánicos y eléctricos, transportes, fondas y otras ocupaciones y labores que hicieron que en unos años el número de habitantes de la ciudad se duplicara, y que las arcas municipales aumentaran considerablemente sus caudales. No pocos de los operarios enviados por “el trust azucarero” de otras regiones para montar la factoría se asentaron en la localidad con sus familias, algunas de las cuales aún perduran.
Entre los sobresaltos que con cierta frecuencia han cuestionado a lo largo del tiempo su futuro, y después de que en los últimos años tan solo ella permaneciera activa en la provincia de León, la presencia de 'La Fábrica' azucarera ha marcado a diversas generaciones de trabajadores de la zona y de sus poblaciones, tanto a sus asalariados temporeros, de campaña, como a los fijos, los de año, privilegiados éstos dentro de la menguada clase obrera local. No menos importante ha sido la influencia de esta factoría transformadora de remolacha en las vidas y haciendas de numerosas familias campesinas leonesas dedicadas al cultivo de esta valiosa raíz.
Pero a pesar de que resultó enormemente positivo que esta industria se estableciera en la comarca, no fue ni mucho menos idílico el transcurrir de sus primeros años. Algún bañezano coetáneo, como Ernesto Méndez Luengo, critica duramente en alguno de sus libros las duras condiciones de trabajo que entonces imperaban y el escaso número de quienes de veras y significativamente mejoraban sus vidas y las de los suyos. “Cuando terminaron las obras, todos los trabajadores quedaron en la calle, con excepción de un puñado de albañiles y mecánicos incorporados eventualmente a la plantilla de la empresa”, apunta el escritor.
Con la República, abusos y huelgas
Ya al poco de su asentamiento, en medio de la persistente “crisis de trabajo”, se dieron entre sus empleados algunos paros en demanda de más empleo, y en junio de 1933 se desató una huelga general en La Bañeza que duró dos días y reclamaba aumento de sueldo. No hubo altercados ni se produjeron daños, porque el capitán de la Guardia de Asalto enviada desde León para mantener el orden “obligó a echar el cierre, para que no corriera la sangre, a algunos bancos y comercios que pretendieron abrir sus puertas”.
Guardias de Asalto con pancarta requisada en una movilización obrera en Madrid el 29 de mayo de 1932.
En medio de altos índices de accidentes de trabajo, sobre todo durante la construcción de la factoría, abundaron las arbitrariedades e incumplimientos de las leyes laborales y sociales perpetrados por “don Julio” (Julio Hernández Ortega, ingeniero natural de Motril, Granada), quien desde el principio y durante no pocos años dirigió la Azucarera “con mano férrea, rapacidad, tacañería y despótica autoridad”. Como respuesta a tal situación tampoco escasearon reivindicaciones obreras y huelgas, como las señaladas, el paro y encierro en la Fábrica de mayo de 1936 reclamando equiparación salarial con otras azucareras de la misma compañía, y otras movilizaciones que se convocaron a lo largo de la época republicana.
Obreros represaliados tras el golpe de julio de 1936
Al inicio de aquel periodo tomó cuerpo entre los obreros de la Fábrica el Sindicato Nacional Azucarero, afecto a la UGT, y llegado el 18 de julio del 36 fueron muchos de ellos los que se opusieron en La Bañeza a la sublevación militar. Cuando ésta triunfó, saldó cuentas cruel y desmedidamente con los más, asesinando a unos, encarcelando a otros y obligando a ausentarse a los restantes.
Al comienzo de agosto, numerosos empleados de la Azucarera fueron sustituidos, no de modo totalmente apacible, por otros nuevos venidos de los pueblos limítrofes. Reemplazaron estos a quienes se negaron a entrar al trabajo (informa el día 1 El Adelanto) y a los que no se presentaron al mismo porque habían sido muertos, andaban fugados o escondidos, o estaban desaparecidos o presos en el ya saturado Depósito Municipal bañezano.
Algunos de los trabajadores de la Fábrica represaliados fueron: José Rodríguez Fernández, paseado el 12 de octubre de 1936 en la matanza colectiva de Valverde de La Virgen; Santiago Huelmo Velado, fusilado en León en febrero del 37; Santiago Antúnez Vela, presidente del Sindicato Nacional Azucarero, desaparecido en Asturias; Adolfo Fernández de Mata, encarcelado; Cayetano González Lorenzo (El Vasco), Juan Rodríguez Cámara, y Alberto Jiménez (El Catalán), huidos a territorio asturiano; Indalecio Alba Casasola, escondido como topo y después encarcelado; Carolino Fernández del Río, Antonio Soria Jiménez (vicepresidente del Sindicato), Vicente Alonso García, Francisco Calvo Riesco, y Marceliano Nadal García, todos ellos encarcelados,… y otros muchos más, parte de los cuales eran vecinos de los pueblos aledaños.
Solidaridad obrera en tiempos difíciles
Fue precisamente Carolino Fernández del Río, natural de San Esteban de Nogales y domiciliado en La Bañeza, de 32 años, casado y jornalero, quien protagonizó entonces el primero de los primeros sucesos espigados. Había sido uno de los numerosos detenidos en la antigua Prisión de Partido después de que en la tarde del 21 de julio, martes, tomaran la ciudad las tropas rebeldes. Liberado en los siguientes días, se incorporó a su trabajo en la Azucarera.
Continuaron presos otros muchos trabajadores, y estaban necesitadas de ayuda sus familias. Así que a Carolino le pareció oportuno, incluso en aquellos días tan crudos y cargados de temores, peligros y zozobras, ejercer la solidaridad recogiendo el día 8 de agosto en una colecta entre sus compañeros de la Fábrica la cantidad de 92,50 pesetas, que entregó a quienes de aquellas precisaban más socorro. Menos oportuna consideró su atrevida acción el cabo de la Guardia Civil Pedro Lagarejo Villar, que lo volvió a encarcelar el día 20 de agosto, al tener noticias de ella, “por contribuir al auxilio de los que atentan con sus ideas comunistas y socialistas contra el movimiento salvador de España”.
Carolino Fernández del Río a la edad de 21 años. Fotografía familiar. Archivo José Cabañas
Menudeaban las detenciones, y el 23 de agosto caían en manos falangistas dos bañezanos huidos y escondidos hasta entonces. “Convenientemente interrogados”, declaran que en la noche del 20 de julio, cuando la Guardia Civil había abandonado al medio día La Bañeza para dirigirse a León, hicieron guardia armada en su cuartel junto a Carolino y otros para dar cuidado y protección a las mujeres y a los hijos de aquellos beneméritos.
Cuando los guardias civiles bañezanos llegaron a la capital se pusieron a las órdenes del ya sublevado y triunfante general Carlos Bosch. Regresaron a La Bañeza el 16 de agosto, y continuaron con los apresamientos que habían iniciado el día 21 de julio los militares rebeldes allí acantonados tras tomar la población.
Por lo declarado por Carolino sabemos que residía desde hacía un año en la ciudad, y antes en Melilla, donde había pertenecido al lerrouxista Partido Republicano Radical. Añade, sorprendentemente, en su declaración que “fue autorizado para efectuar la recaudación por la autoridad competente, el Comandante Militar de la Plaza”. Era este el sargento Cándido Pérez Antón, en el que algunos habían apreciado ciertas contraseñas masónicas al ocupar La Bañeza al frente de sus tropas. De ser así, sucedían en los albores del golpe de Estado cosas que bien pronto serían impensables.
Ayudando a su vez al solidario
Más tarde, inusualmente y al contrario que otros de los que participaron con él en la guardia protectora del cuartel –dos ejecutados y uno condenado a 20 años de prisión–, Carolino no llegó a ser procesado en el Sumario 151/36 que enjuició “los sucesos de julio” en La Bañeza. Se sustanció esta Causa con cientos de detenidos de toda la comarca. En total, 103 encausados. De estos, se procesó a 55, condenados 17 de ellos a pena de muerte y fusilados en León el 18 de febrero de 1937. A los restantes se les condenó a prolongadas penas de cárcel, 20 años los más, y 12 algunos.
Carolino posiblemente se libró de su procesamiento por la mediación y la solidaridad recibida a su vez de Herminio Fernández de la Poza, su correligionario, diputado en las Cortes Constituyentes republicanas por aquella formación política y candidato por León en las elecciones de febrero del 36. Era comandante de Artillería retirado en abril de 1931 “con los beneficios de la Ley Azaña” que, hallándose en La Bañeza desde primeros de julio, se unió a los insurgentes tras su triunfo. De cualquier modo, el 6 de diciembre de 1936 continuaba Carolino Fernández del Río sobreseído en la Causa 151/36 pero recluido en la prisión bañezana a disposición de la autoridad gubernativa golpista que acaudillaba Francisco Franco.
Parece que no habría sido Carolino el único a quien ayudaría el militar bañezano. También salvó de la cárcel en las mismas fechas a Celso Argüello Argüello, alfarero de Jiménez de Jamuz y uno de los muchos afiliados del lugar a las Juventudes Socialistas, a quien el militar apreciaba por haberle regalado hacía poco un artesanal juego de café de barro elaborado en el obrador del jiminiego.
Ficha de Herminio Fernández de la Poza.
Fuera catalanes: Los golpistas se incautan de la Azucarera
El 17 de agosto de 1936 los sediciosos de la Junta de Defensa Nacional (JDN) de España confiscaban provisionalmente la Azucarera bañezana y las demás de la sociedad Industrias Agrícolas en la zona rebelde: las de Santa Eulalia del Campo, en Teruel; Épila, en Zaragoza; y Alfaro, en Logroño. Lo disponen así por entender que la compañía, “dirigida por comunistas y separatistas catalanes”, se opone al interés general de la nación, sin que ello afectara al funcionamiento de la empresa y a su producción, de las que se ocupará una comisión designada.
Una medida que se rectificaba el 7 de noviembre, quedando tan solo referida a lo que en la compañía corresponde a los socios catalanes, Josep Suñol Casanovas, herederos de Jaume Carner Romeu, y Josep Barbey Prats. Era el primero padre del presidente del Barcelona Club de Fútbol, el catalanista Josep Suñol Garriga, asesinado el 6 de agosto en el frente de Guadarrama al internarse con su coche por error en territorio faccioso. El segundo, banquero y abogado, había sido diputado a Cortes y ministro de Hacienda en el primer Gobierno de Azaña. Antiguo concejal en el Ayuntamiento de Barcelona era el tercero, además de abogado y economista.
El 23 de agosto los accionistas de la filial bañezana de la Compañía requisada, Cipriano Tagarro Martínez (corredor de comercio y Juez municipal de Astorga) y los bañezanos Julio Fernández Casado (propietario) y Herminio Fernández de la Poza, envían desde La Bañeza un escrito al presidente de la JDN en Burgos. En él se ponen incondicionalmente al lado del movimiento nacional salvador de España, y califican de “muy acertada” la incautación, “ya que, siendo la riqueza del país, no debe de estar en manos de los separatistas catalanes”. La Azucarera de La Bañeza SA trasladaba después a San Sebastián su domicilio social.
Al oficial artillero bañezano, fallecido en Madrid en 1949 cuando era coronel, sus 'conmílites de Cruzada' le hicieron purgar con breve reclusión y una considerable multa sus pasadas veleidades democráticas y republicanas. Su giro ideológico no evitó que finalizada la guerra lo inculparan el Tribunal de Responsabilidades Políticas y el Tribunal Especial para la Represión del Comunismo y la Masonería.
Desde el Gobierno Militar de León calificaban como afectos a la causa nacional a los directivos locales de la industria bañezana, y añadían que uno de ellos, administrativo, llevaba años afiliado al Sindicato Nacional Azucarero, infiltrado como espía por orden del director para informar a este de lo que se trataba y se decidía en la sección de dicha sindical.
Informe del Gobierno Civil de León sobre los directivos de la Azucarera de La Bañeza SA. Facilitado por Tomás Sarmiento
Otro militar retirado bañezano era nombrado en diciembre de 1936 delegado en la Azucarera. Se trataba del ya anciano capitán honorífico Ildefonso Abastas Prieto, alcalde cuando la dictadura de Primo de Rivera. Designado al poco del alzamiento delegado gubernativo y jefe de la milicia cívica local, se enrolaría más tarde, a sus 68 años, como voluntario en el Frente Norte.
El 'maquis' en tierras bañezanas
Otro suceso relacionado con la Azucarera tiene que ver con la lucha guerrillera. La comarca bañezana no fue terreno muy propicio para el despliegue y las operaciones de la guerrilla antifranquista. Así y todo, en la Sierra del Teleno y durante un par de años, pasada la mitad de los cuarenta, llegó a tener algunas de sus bases, desde las que merodeaba también por las comarcas de la Cabrera y el sur de El Bierzo, el temerario maqui Manuel Ramos Rueda (alias Pelotas, Coyote o Patatas).
No tenemos referencias de encuentros con guerrilleros en los montes de las tierras bañezanas, muy frecuentados entonces dado el intenso aprovechamiento de que eran objeto. En cuanto a actuaciones de la guerrilla, señalaremos tan solo dos documentadas: una incursión de la partida que comandaba el citado Manuel Ramos en el pueblo de San Pedro Bercianos el 26 de julio de 1946, domingo, que se saldó con la muerte del dueño de un estanco, Ambrosio Fernández, derechista destacado, y su sobrino, Marcos Berjón. Un guerrillero, herido en el enfrentamiento apareció muerto al día siguiente, rematado por sus compañeros, entre Méizara y Fontecha del Páramo.
Esta intervención de la guerrilla pudo estar relacionada con el asesinato en 1936 del maestro de Bercianos del Páramo Jeremías González Cañas, ejecutado el 31 de agosto en las afueras de aquel lugar. Una más de las muchas actuaciones guerrilleras que fueron castigos o revanchas contra quienes antes habían perpetrado o propiciado la represión de los leales a la República. Algunas de las venganzas fueron bien brutales, como en octubre de 1945 del cura de Dragonte (municipio de Corullón, en El Bierzo): Rocesvinto Ruiz fue ejecutado en presencia de sus feligreses mientras oficiaba la misa del domingo. Fue aquel crimen el desquite de quien había sido denunciado por el sacerdote en 1937.
Asalto al coche de línea de Truchas-La Bañeza
Otra acción guerrillera destacada, también luctuosa, fue la del 5 de septiembre de 1942 cuando el mítico guerrillero Manuel Girón al mando de un numeroso grupo de resistentes, asaltó en el término de Morla, a la altura de la aldea de Pozos, un autobús de la Empresa Fernández que cubría la línea Truchas-La Bañeza para apropiarse de los fondos del recaudador de impuestos que en él viajaba, según informaciones que los guerrilleros manejaban.
Uno de aquellos ‘coches de línea’ en torno a 1940. Memoga
Sin embargo, la confidencia de los enlaces de la guerrilla del llano no resultó esta vez muy precisa para “los del monte”: no había tal recaudador en esa jornada. Pero en su lugar, sí viajaban dos guardias civiles que, al percatarse del asalto de los guerrilleros, entablaron un tiroteo que dejó ocho víctimas. Los dos agentes resultaron muertos, además de dos campesinos, de Quintanilla de Yuso el uno y el otro de Castrocontrigo, y el párroco del pueblo de La Cuesta. Una viajera que falleció casi un año después por las lesiones sufridas y otra herida grave era solo una niña.
De “profesión gitano” y armado ilícitdamente
El suceso relacionado con la Azucarera y la guerrilla que ahora relatamos no nos consta que haya sido historiado por ninguno de los investigadores de la resistencia armada contra Franco. Hemos sabido de él a través de la Causa 56/42 que a primeros del año 1942 se incoó por tenencia ilícita de armas contra Antonio Jiménez Díaz, de 34 años, natural de Barrios (Xinzo de Limia, Orense). La documentación le identifica como tratante de ganados, “de profesión gitano” (literal del documento sumarial), y residente entonces y por largos años en el pueblo de Jiménez de Jamuz. Antonio y su extensa familia, incluidos sus suegros y cuñados (apodados Los Calés, y todos de economía más que buena), gozaron siempre de muy buen concepto y del aprecio de sus convecinos.
En torno al inicio de 1942 corría un cierto temor por los atracos que gentes de Castrocalbón o de Calzada de la Valdería estaban sufriendo en la Sierra de Casas Viejas y en los descampados de su contorna, especialmente en las fechas de ferias y mercados en la comarca. Tanto era así que Antonio, que como “corredor de ganado” se movía por aquellos y otros lugares, había comprado a un quincallero, hacía tres meses y por 20 pesetas, una pistola marca Marte, de fabricación belga y del pequeño calibre 6,35, “para su lucro en la reventa, y para defenderse si lo atacaban”.
Atracados al regreso del mercado
El 17 de enero de aquel año, sábado, día de feria en La Bañeza, a las siete y media de la noche fueron asaltados en la carretera que desde el alto de La Portilla conduce a San Esteban de Nogales cinco vecinos de este pueblo por dos sujetos que portaban “linternas y pistolas de pequeño calibre”. Uno de aquellos incrimina a Antonio Jiménez en el atraco.
Registrada su casa, se le halla la pistola mencionada con seis balas. Se le encarcela y procesa, demostrándose no haber tenido relación alguna, a pesar de las coincidencias en las armas, con aquel robo a mano armada. Pero pese a todo se le juzga por poseer la pistola sin licencia. Al final recibe una condena de multa de 250 pesetas en atención a no tener antecedentes penales, a los buenos informes que de su conducta emiten la Guardia Civil, el alcalde, y el jefe local de Falange del Ayuntamiento de Santa Elena de Jamuz, el secretario municipal Pedro del Palacio Alonso, a su nula peligrosidad y también por ser considerado afecto al “Glorioso Movimiento Nacional”.
También las pruebas de balística realizadas por la Guardia Civil descartaron la participación de Antonio en el atraco. ¿Pero entonces, qué había ocurrido la noche del 17 de enero en La Portilla?
Inicio de la carretera hacia San Esteban de Nogales, en La Portilla, en la actualidad. Google Street Wiew
Por aquel tiempo, el maquis comenzaba a dejar atrás los largos años de grupos de “huidos” sobreviviendo en montes y escondrijos con escasas conexiones e iniciaba su paulatino proceso de organización que desembocaría en la pionera Federación de Guerrillas Populares y la posterior Federación de Guerrillas de León-Galicia que la seguiría, desplegada y actuando extensa y activamente entre El Bierzo, La Cabrera y los montes limítrofes de Orense.
Esta guerrilla bien organizada era tratada por el Régimen como de “bandoleros y atracadores” solamente pero resistía gracias a los golpes económicos que, con la información suministrada por los muchos enlaces colaboradores del Servicio de Información Republicano (SIR), daba contra vecinos significadamente franquistas y bien situados. También y singularmente entonces se nutría de atracos a quienes acudían a ferias y mercados.
La Azucarera y la guerrilla antifranquista: un episodio desconocido
Del mercado del sábado en La Bañeza, precisamente, regresaban ya anochecido el día 17 de enero de 1942, con sus caballerías, cinco vecinos de San Esteban de Nogales, cuatro varones y una joven. A la altura del Monte de Fanales y sitio de Valdevilla, junto a la laguna, le salieron al paso dos individuos exigiéndoles el dinero que llevaban.
Se apoderaron de 6.000 pesetas de uno y de 200 de otro. Este, que dice en su declaración ser pobre, se resistió por ello a ser desposeído y comenzó a gritar. Coincidía que también regresaban a sus casas otros grupos de vecinos, por lo que uno de los asaltantes lo agredió y los dos le dispararon cada uno un par de tiros, huyendo después campo a través. Llevaron al pueblo al herido, donde el médico titular le realizó una primera cura y dispuso se le evacuara a una clínica bañezana para ser allí operado. Y dieron cuenta al alcalde del suceso.
En su declaración ante el Juez municipal, el robado en menor cuantía incriminó al gitano Antonio Jiménez: señaló haberlo visto el anterior 28 de diciembre por la noche en La Portilla con una pistola, la que le hallan y por la que lo procesan.
Los asaltantes eran jóvenes, de unos 25 años. Vestían bien, con trajes claros, zapato bajo y abrigo y gabardina. “Su porte y carácter denotaban no ser trabajadores del campo sino más bien gente de población y con medios de aseo”, declara uno de los atracados.
Perseguidos por las calles bañezanas
Cuando en La Bañeza la Guardia Civil tuvo noticia del delito, dispuso vigilancia en los alrededores por si sus autores se dirigieran a la localidad. Y, efectivamente, pasadas las doce de la noche de aquel sábado, hora en la que ya muchos se retiraban de los cafés a sus casas, y cuando descargaban de una camioneta al herido en La Portilla para ser atendido en la Clínica que el doctor Martiniano Pérez Arias tenía en la calle Astorga, dos desconocidos abordan en la Plaza Mayor a un sereno y le requieren por un “coche de punto” para viajar a Astorga. Al divisar a una pareja de la benemérita los extraños emprenden la marcha a paso largo, y sin obedecer el alto que les dan corren calle arriba.
Plaza Mayor de La Bañeza en 1935. Al fondo la Calle Astorga. Eds. Arribas
El joven que había acompañado desde el pueblo al lesionado, reconoce en los que huyen a quienes unas horas antes los habían asaltado. A los disparos que los perseguidores les hacen se les suman otras fuerzas y todos prosiguen la búsqueda de los fugitivos, que amparados en la noche se desvanecen por los caminos y senderos del extrarradio de la ciudad.
La muerte del portero de la Azucarera
Cuando sobre la una de la madrugada del domingo los guardias civiles alcanzan la portería principal de la Fábrica azucarera, ésta se encuentra abierta. En su interior, en el suelo, muerto en medio de un charco de sangre, yace el guarda jurado Florencio Amez Vázquez. Inspeccionado el lugar, hallan un guante de piel y dos casquillos de pistola del calibre 6,35, y deducen que el vigilante “habría oído los disparos de la fuerza contra los atracadores” y visto a los que huían. Y que “dado su carácter decidido y amante del Cuerpo, trató de cortarles el paso y facilitar su detención, disparando aquéllos entonces sobre él”.
Antigua de la sastrería Palomeque de Madrid.
Falangistas armados de escopetas se presentaron voluntariamente al conocer lo ocurrido para auxiliar a la Guardia Civil en la persecución por carreteras y vía férrea. Se apostaron unos en puntos estratégicos y en pueblos del contorno mientras otros batían los alrededores, y se avisó a los puestos y cuarteles limítrofes. Nada de eso tuvo resultado alguno en la captura de los huidos.
“Palomeque. Confecciones de lujo. Madrid”
El 19 de enero dos muchachas bañezanas entregaron en el cuartel una gabardina que encontraron el día anterior a unos 100 metros de la entrada de la Fábrica y que los atracados de San Esteban de Nogales reconocen como la que portaba uno de sus asaltantes. La prenda luce la etiqueta “Palomeque. Confecciones de lujo. Madrid”, y en sus bolsillos aparecen una boina casi nueva, el periódico Pueblo del día 16, un pañuelo blanco y una linterna con sus pilas.
Esteban Martínez Ferrero, herido en La Portilla, presentaba dos heridas de arma de fuego, una con entrada en seno frontal y salida en la órbita ocular izquierda, y la otra en la región lumbar derecha con proyectil alojado en la cara posterior del hígado. Su pronóstico fue en principio grave, pasando a leve en los siguientes días al no producírsele complicaciones. Tardó en curar 21 días y no le quedó defecto ni deformidad física alguna.
La portería de la Azucarera de La Bañeza en la actualidad. Google Street Wiew
A Florencio Amez, de 46 años de edad, le habían disparado dos veces, en el pómulo izquierdo y en el tórax, en la línea mamilar. Fue a bocajarro, según mostró la autopsia de su cadáver, que se efectuó en el depósito del cementerio municipal de La Bañeza, y en la que los facultativos recuperaron uno de los proyectiles que había acabado con su vida. Fue muerto súbitamente, “perdiendo con rapidez su instinto de defensa a pesar de estar armado convenientemente y con medios superiores a los de sus agresores”. Su viuda solicitó y obtuvo autorización para inhumar sus restos en Santa María del Páramo, de donde ambos eran naturales.
Caído “en defensa del orden y de nuestra doctrina”
Aunque el régimen ocultaba el carácter de hechos como aquellos, y su autoría y relación con la guerrilla, esto no se encubría en los estadillos o partes mensuales que se remitían a las autoridades sobre el estado del orden público en las provincias.
Así, en el de febrero de 1942 se reflejará que “en algunos pueblos existen aún patrullas de huidos que se dedican a asaltar en los caminos a los pacíficos vecinos que van o regresan de sus tareas. Todos los camaradas prestan servicios en colaboración con los puestos de la Guardia Civil. No se ha evitado que hayan muerto en defensa del orden y de nuestra doctrina los camaradas Florencio Amez Vázquez, de La Bañeza (y otros), muertos a tiros cobardemente por estos grupos. La sangre de estos camaradas es la prueba evidente de lo que aún resta por hacer”.
Lo sucedido en el Monte de Fanales y en la Fábrica azucarera bañezana caía dentro de las competencias de la recientemente promulgada Ley de Seguridad del Estado, de 29 de marzo de 1941, por lo que se hizo cargo del procedimiento la jurisdicción militar en su plaza de León. Se comprobó la coartada de Antonio Jiménez Díaz en la noche de autos, y se verificó haber acompañado en el mercado a un convecino, para quien intermedió en la compra de un potro, y más tarde en el regreso al pueblo y en la merienda que juntos celebraron.
Se ordenó el peritaje balístico, que demostró que, a pesar de las curiosas coincidencias de haberse encontrado el 28 de diciembre en La Portilla con un arma similar y con uno de los atracados días más tarde, y de ser aquella de idéntico calibre a las usadas por quienes asaltaron a los vecinos de San Esteban de Nogales y dieron muerte al guarda de la Fábrica, no se trataba de la misma pistola y nada tuvo que ver Antonio con ninguno de esos actos.
Sin resultado positivo
El 9 de julio de 1943, el comandante del puesto de la Guardia Civil de La Bañeza participa al coronel juez instructor del Juzgado Militar de León que “las gestiones practicadas para venir en conocimiento de los autores de uno y otro hecho no han dado resultado positivo, ni se ha averiguado que tuviesen relación con individuos de esta comarca”.
Portada del diario Pueblo del 16 de enero de 1942. BNPH
Creemos que por los diversos detalles que el suceso presenta, por el lugar y por el momento, aquel habría sido una de las acciones de abastecimiento económico, desapercibida hasta ahora para los historiadores, de la nutrida guerrilla galaico-leonesa que entonces campaba por El Bierzo, por la Sierra del Eje y por la Baja Cabrera.
La dictadura de Franco al no reconocer categoría militar ni política a aquellos combatientes guerrilleros, a los que redujo a simples bandoleros y atracadores, rebajó y negó también con ello el valor, la cualidad, y el reconocimiento del sacrificio soportado por quienes, como Esteban Martínez Ferrero o Florencio Amez Vázquez y sus familias, hubieron de ser desgraciadas víctimas de sus forzadas actuaciones de lucha, oposición armada y resistencia a la dictadura impuesta por las armas.
José Cabañas González es autor del libro Cuando se rompió el mundo. El asalto a la República en la provincia de León. Con una Primera Parte: El Golpe de julio de 2022, y la Segunda Parte: La Guerra, de junio de 2023, ambas publicadas en Ediciones del Lobo Sapiens. Esta es su página web
La trágica historia era cierta: localizan los restos de cuatro 'paseados' por falangistas en 1936 en Mansilla de las Mulas
Otra historia desenterrada, confirmada y sentida. Una fosa más en la provincia de León, con cuatro cuerpos, que han vuelto a ver la luz de su verdadera tragedia, vivida hace 89 años y fruto de la violencia irracional del bando vencedor del golpe de Estado en España en 1936.
La Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) ha localizado en el cementerio de Mansilla de las Mulas, tras día y medio de trabajo, los restos mortales de cuatro hombres que, como se sabía y ahora se confirma, fueron ejecutados en un 'paseo', de manera extrajudicial, por un grupo de falangistas el 18 de diciembre de 1936.
De este modo, y con grandes sentimientos de sus seres queridos, descendientes, que han estado presentes e incluso arrimado el hombro en la excavación arqueológica, han regresado Miguel Carro Llamazares, José Fuertes Martínez, Fernando Blanco Sandoval y Mariano López López.
La intervención comenzó este miércoles y se llevó a cabo en una parcela del cementerio marcada con una losa instalada por las propias familias. Su clarividencia ha hecho posible que a pesar del tiempo, del miedo y del silencio, la presencia quedara marcada sobre esa losa. Y es que en 1945 compraron ese espacio en el camposanto a perpetuidad, con la esperanza de que algún día fuera posible recuperar los restos, como ahora ha podido ser. Según explicó Marco Antonio González, vicepresidente nacional de la ARMH, que dirigía las labores junto al arqueólogo Serxio Castro Lois, los trabajos realizados durante los días 24 y 25 de junio han permitido confirmar la localización, y a partir de ahora, la identificación de los cuerpos, hallados en una fosa común en el punto señalado por la memoria familiar.
Los cuatro hombres habían sido detenidos ilegalmente en el segundo semestre de 1936 y encarcelados en el antiguo campo de concentración en San Marcos, en León capital. Desde allí, según se documenta en numerosos casos similares, eran sacados por la noche o de madrugada para ser ejecutados extrajudicialmente, 'paseados'. Sus cuerpos fueron enterrados en fosas sin identificar, sin ningún tipo de registro oficial, como parte de la estrategia sistemática de desaparición forzada aplicada por el régimen franquista. Toda la documentación del caso es fruto de la labor del experto José Cabañas.
Las historias personales bajo la fosa
Miguel Carro Llamazares, una de las víctimas ahora recuperadas, era una figura destacada del socialismo leonés. Presidente de la Agrupación Socialista de León capital y afiliado a la Unión General de Trabajadores (UGT), había sido concejal del Ayuntamiento de la capital. Fue arrestado en agosto de 1936 y permaneció detenido durante varios meses en San Marcos. Tras su asesinato, el régimen franquista confiscó y subastó todos sus bienes, que fueron destinados a pagar una multa arbitraria impuesta, otra forma de represión más del régimen.
Muchas personas han vivido y participado en la localización de restos de la fosa del cementerio viejo de Mansilla. ARMH
José Fuertes Martínez, por su parte, era un joven abogado de 24 años nacido en Trobajo del Camino. Militante de Izquierda Republicana, fue también encerrado en San Marcos. A pesar de su corta edad, la excusa de su implicación política fue suficiente para que fuera ejecutado. Sus bienes fueron embargados y no se cerró su expediente hasta 1959, más de dos décadas después de su asesinato.
Fernando Blanco Sandoval, de 25 años, trabajaba como tipógrafo y era editor del semanario socialista 'Iskra'. Militaba activamente en las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU), y eso fue suficiente. La cuarta víctima, Mariano López López, era mozo ferroviario y había nacido en Matapozuelos (Valladolid), aunque residía en León. A sus 36 años, era simplemente simpatizante del Frente Popular. Fue gracias a este reportaje de ILEÓN que los familiares se sumaron a la reclamación de su exhumación.
Los trabajos continuarán en el lugar previsiblemente todavía hasta el próximo sábado, porque podría ocurrir que, según algunas versiones, aparecieran en el mismo punto restos de nuevos represaliados más, algo que van a aprovechar a aclarar lo más posible.
La ARMH lleva más de dos décadas trabajando en la localización de fosas y la identificación de las víctimas del franquismo. En el caso de Mansilla de las Mulas, la labor se ha visto facilitada por la conservación de la memoria familiar, que permitió señalar con precisión el punto en el que se encontraban los restos, así como por la existencia de documentación aportada por los descendientes.
Ahora comienza la ardua labor de la comparación del ADN de los restos encontrados con los de sus familiares, para encajar la última pieza del puzle que ha permanecido décadas tan roto como el sentimiento de estas familias, un dolor que se ha desbordado hoy mezclado con el alivio y la alegría de poder conocer un poco más de su propia historia, aunque sea una historia tan dura.
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