En la larga noche de la dictadura franquista, cuando el miedo parecía haber aprendido a respirar por sí solo, mientras el silencio y la tortura eran ley, hubo hombres que eligieron no arrodillarse. Entre ellos destacó José Castro Veiga, alías “O Piloto”, el último en caer, que supo orientarse en la niebla de un tiempo sin brújula.
Nació en O Corgo (Lugo) rodeado de monte; con apenas 20 años luchó en el bando republicano, y al monte volvió, no por ansia de guerra, sino por fidelidad a los nombres borrados, a las casas cerradas de golpe, a las voces que no podían pronunciarse sin temblar. Fue guerrillero antifranquista cuando ya no quedaban guerrilleros; fue resistencia cuando la resistencia parecía una palabra vencida. Mientras el mundo aprendía a olvidar, él eligió seguir luchando hasta el final por su amada República.
Vivió como viven los que saben que cada amanecer puede ser el último: con sobriedad, con alerta, con una dignidad silenciosa. El monte fue su refugio y su testigo. Allí aprendió el lenguaje del viento, el consejo de los árboles, la paciencia del agua. No buscó la épica; la épica lo encontró por perseverar cuando lo más fácil era rendirse y desaparecer. Cada paso suyo era un acto de voluntad contra el olvido, una negativa obstinada a aceptar que la injusticia pudiera llamarse paz.
Lo persiguieron los años, más que los hombres. Lo cercaron el cansancio, la soledad, la traición del tiempo. Vio caer a todos sus compañer@s de lucha, y aun así, siguió adelante. Porque hay derrotas que no se miden por la victoria, sino por la lealtad a una causa que no admite rendición interior.
𝗘𝗹 𝟭𝟬 𝗱𝗲 𝗺𝗮𝗿𝘇𝗼 𝗱𝗲 𝟭𝟵𝟲𝟱, el destino cerró el cerco. En un enfrentamiento con la Guardia Civil, un disparo atravesó su pecho cerca de Chantada (Lugo), su sangre regó la tierra de la que formaba parte y con él se apagó la última llama visible de la guerrilla antifranquista. Un estruendo retumbó en toda Galicia: ¡𝗖𝗮𝘆𝗼́ "𝗢 𝗣𝗶𝗹𝗼𝘁𝗼"!, tenía 50 años.
Esta es la historia de un hombre que resistió más allá de lo esperable, más allá de lo humano incluso, sosteniendo una dignidad que ningún disparo pudo abatir.
Murió de pie, como viven los símbolos. Y al caer, no cayó solo: cayó una época entera, el último eco armado de una España clandestina que se negó a aceptar la noche como destino eterno. Pero su muerte no fue silencio, fue semilla.
Hoy, cuando se pronuncia su nombre, no se invoca la violencia ni la guerra, sino la conciencia y la dignidad. Su historia no pide venganza; pide Memoria, porque mientras haya quien recuerde que hubo un hombre que no se rindió cuando todos lo hicieron y ya nadie miraba, la derrota nunca será completa y la esperanza, por pequeña que sea, seguirá encontrando luz entre el olvido.
𝗝𝗼𝘀𝗲́ 𝗖𝗮𝘀𝘁𝗿𝗼 𝗩𝗲𝗶𝗴𝗮 (𝟭𝟭/𝟬𝟮/𝟭𝟵𝟭𝟱 𝗮𝗹 𝟭𝟬/𝟬𝟯/𝟭𝟵𝟲𝟱), 𝗲𝗹 𝘂́𝗹𝘁𝗶𝗺𝗼 𝗰𝗼𝗺𝗯𝗮𝘁𝗶𝗲𝗻𝘁𝗲 𝗿𝗲𝗽𝘂𝗯𝗹𝗶𝗰𝗮𝗻𝗼.
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