La aniquilación de la partida del Tripas en el conocido barranco de la Tornera, en el Pedroso (Sevilla), y su conocido asesinato por envenenamiento, tapado como "falsa ejecución", quedaría grabado en la memoria colectiva de esta comarca
SEVILLA
El monte siempre fue zona de refugio para el maquis durante la posguerra española. También en la Sierra Norte de Sevilla y Sur de Badajoz (Sierra Morena) donde se movieron partidas como la del Tripas o la del conocido guerrillero El Chato de Malcocinado. El final de ellas era objetivo fundamental del nuevo régimen. Y es que tal y como destaca el investigador Jiménez Cubero a Público, "las fuerzas represivas de la dictadura usaban cuantos medios estaban a su alcance para dar caza y muerte a los guerrilleros. La política del régimen franquista era clara, el exterminio de estos más que su detención". Cualquier método valía. Palizas, ejecuciones masivas y en ocasiones contadas, prisión. El régimen de Franco no quería llevar a los maquis hasta las cárceles y agitar así su propaganda.
"El fenómeno de lucha guerrillera y su represión, en las comarcas serranas del norte de la provincia de Sevilla, Huelva, Córdoba y Badajoz entre 1939 y 1951 sigue siendo uno de los episodios desconocidos" de nuestra historia reciente. La aniquilación de la partida del Tripas en el conocido barranco de la Tornera, en el Pedroso (Sevilla), y su conocido asesinato por envenenamiento, tapado como "falsa ejecución", quedaría grabado en la memoria colectiva de esta comarca. Los disparos a bocajarro a sus cuerpos sin vida, tal y como rezaría el informe forense, refleja aquella realidad oculta, vivida en la sierra andaluza.
"Los mataron como ratas y los enterraron como perros..."
Han pasado 76 años del fin de la partida del Tripas, formada por los guerrilleros sevillanos José Martín Campos, el Tripas (El Castillo de las Guardas), José Jiménez Muñoz (El Pedroso), Carmelo Romero Ortega, el Pinche (Cazalla de la Sierra) y José González Espino, Ganaso (Cazalla de la Sierra). Los cuatro combatientes fueron ejecutados extrajudicialmente por una contrapartida de la Guardia Civil que trazaron bien su complot para acabar con los maquis. Esta vez las autoridades contaron con el apoyo de un desertor, habitual en la época, la del ex guerrillero Francisco Moruno Macías, alias Chocolate, que tendería la trampa final a los combatientes que confiaron en su buena voluntad.
Cuando "exterminar" partidas de guerrilleros era una obsesión para la Guardia Civil
Hay que poner en antecedentes que la desesperación del capitán jefe del Servicio de Persecución de Huidos de la zona, Ramón Jiménez Martínez no le temblaría el pulso para llevar a cabo cualquier maniobra. El fin era exterminar las partidas, incluso el envenenamiento que fraguó desde un pequeño comercio farmacéutico de Cazalla de la Sierra (Sevilla) y el soborno a pastores en una época de hambre y demasiada miseria.
José Antonio Jiménez Cubero, señala a Público que "entre los grupos del Tripas y del Chato de Malcocinado las autoridades lograron identificar a medio centenar de guerrilleros. Unas veces juntos y otras por separado, actuando casi siempre en grupos de pequeñas unidades".
Cubero cuenta cómo la aniquilación fue total. Del "número de detenidos, la mayoría de ellos pasaron a colaborar como confidentes y prácticos de las contrapartidas". Por otro lado, los 51 guerrilleros identificados que actuaron en la zona entre 1941 y 1945, 39 perdieron la vida; otros seis constan en paradero desconocidos. "Dos de ellos sabemos que abandonaron las armas y pasaron a la clandestinidad; otros dos fueron detenidos y condenados a prisión y otros cuatro se entregaron y pasaron a colaborar con la Guardia Civil".
Hubo pueblos de la zona donde los enlaces fueron presa fácil para el régimen como ocurrió en Malcocinado (Badajoz). Solo en la zona señalada podemos hacer una radiografía de las brutales cifras. 133 mujeres fueron represaliadas a lo largo de once años de guerrilla. Sagrario Vera, compañera del famoso Chato del Cerro fue brutalmente asesinada, como muestra una imagen realizada tras su ejecución. María Esquivel y Josefa Bermejo, fueron otras enlaces perdieron la vida en aquella comarca. La intensidad por acabar con el movimiento guerrillero fue muy latente a mitad de los años cuarenta.
El episodio del envenenamiento, vox pópuli en la comarca
La familia de los guerrilleros quiso hablar de los hechos. No querían que la muerte de estos combatientes quedaran en vano y sostuvieron por escrito que la dosis de veneno fueron preparadas en una farmacia la mañana del 19 de octubre, un día antes de que el pastor entregara un nuevo reparto cerca de la finca de las Jarillas. Fernando González Ruiz, segundo hijo del guerrillero Ganaso, tenía nueve años de edad cuando ocurrieron los hechos. Recuerda como sus tías paternas "le reiteraron la teoría del envenenamiento y cómo el capitán Ramón Jiménez llegaría la mañana de antes del asesinato a recoger el preparado al farmacéutico Rafael Nocea". A un cabrero conocido en la zona como Jirvanes, le prometieron el libre pastoreo en la comarca si introducía aquella madrugada el veneno en las cántaras de leche que vendía a los guerrilleros.
El informe forense registraba los cuerpos de cuatro guerrilleros antifranquistas, abatidos por disparos de pistola de 9 milímetros, efectuados a poca distancia. "Ganaso presentaba una única herida de bala en la cabeza con orificio de entrada; José Jiménez presentaba tres heridas en el pecho, que le atravesaba el corazón de lado a lado; El Pinche tenía cuatro, una en la cabeza con salida por el ojo izquierdo y tres en el pecho y El Tripas otras cuatro que le habían destrozado el hígado y los pulmones" Aquellos tiros solo destrozaron sus cuerpos para hacer la versión final más creíble.
Según el testimonio de Rosario González Espino, cuñada de José Jiménez con más de noventa años de edad relataba como el Pinche y el Tripas retiraron de la alcantarilla la cántara con la leche sin sospechar que llevaban su muerte en ella. "Mi cuñado José Jiménez fue el único que no murió directamente del veneno; fue rematado de un tiro mientras se encontraba bebiendo de una fuente cercana para intentar expulsar el veneno". Aquella carta fue publicada en un periódico local en 1982. Más tarde, Rosario muy mayor contó de nuevo el episodio a Cubero en 2005, ya muy mayor. En vida siempre mantuvo una frase de aquellos hechos y es que "los mataron como ratas y los enterraron como perros..."
El capitán Ramón Jiménez Martínez consiguió sus medallas por la operación. "En la Plaza de Toros de la localidad se festejó el hecho y homenajearon a las fuerzas del régimen que habían participado". Nadie sabía en el informe oficial del paradero del Tripas, El Pinche, Ganaso y José Jiménez. Ni en sus certificados de defunción se registra que fueron enterrados en las fosas comunes 1 y 2 del Cementerio Municipal del Pedroso con los cuerpos detrozados por las balas. Los lugareños indicarían a las familias dónde estaban sus cuerpos, porque el régimen no quería dejar huellas y borrarlos para siempre del mapa.
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