Un libro recopila más de un centenar y medio de misivas escritas por aquellos presos republicanos en los primeros momentos de la Guerra Civil en La Rioja: desde aquellos que confiaban en que nada les pasaría al no haber cometido delito alguno hasta los que ya veían lo que se avecinaba con las repetidas "sacas".
MADRID
ACTUALIZADO:El deseo final, la conciencia tranquila y la frente contra el gatillo. Todo ello se aglutina en los testamentos fugaces, premonitorios en ocasiones, sinceros siempre, que escribieron aquellos condenados a morir fusilados por los franquistas. Era 1936 y la Guerra Civil ya había terminado en La Rioja. Los sublevados lograron conquistar la comarca en la que, finalmente, dejaron 2.000 cuerpos inertes de republicanos asesinados. "Dicen que el papel lo soporta todo. Los términos de cualquier acuerdo, la letra pequeña de un contrato, el amor más apasionado, toda la alegría y la belleza que caben en este mundo y también la pena y el dolor que nos parecen incontables", refleja Carlos Gil en el prólogo de Escríbeme a la tierra. Las cartas de los que van a morir. La Rioja: 1936 (Pepitas editorial, 2021).
Este cuidado, completo y novedoso volumen, cuyo autor es el investigador Jesús Vicente
Aguirre, saca a la luz unos 40 perfiles de aquellos presos que escribieron a sus seres queridos desde las cárceles riojanas. En total, 160 misivas que dan vívida cuenta del estremecimiento y de la fe en que nada pasaría que se sentía entre barrotes. De ellas, seis decenas están transcritas al completo acompañadas de su correspondiente imagen. "La idea es mostrar lo que significaron estas cartas, una especie de perpetuidad de aquel condenado a morir", explica el propio autor.
Así ocurre con Gumersindo Azcárate, nacido en Ezcaray en 1878, antiguo profesor de Franco en la Academia Militar que llegó a ser jefe militar de la Casa del Gobierno de Euskadi. Refirió algunas de sus últimas palabras al alcalde del momento en Alcalá de Henares, lugar en el que Azcárate se enfrentó a sus compañeros militares sublevados en los primeros momentos tras el golpe de Estado: "Mi querido amigo: Le escribo en capilla. Cuando reciba esta ya no existiré. Muero como viví: leal. Nada vale mi vida. Si el ejemplo sirve para bien de la República, gozoso la ofrezco". Fechada en diciembre de 1937, es de los pocos republicanos que mueren una vez superado el primer año de la contienda.
Algo similar pensó Cipriano Berrozpe en septiembre de 1936. Natural de Haro y nacido en 1899, participó en la vida social y cultural del municipio al formar parte de la banda de música, interpretar teatro y escribir en revistas. "Con entera resignación lo soporto ya que también Jesucristo sufrió por todos y pagó culpas que tampoco había cometido. (…) Y nada más, querida esposa e hijos, me quitan de vosotros, lo que más quiero en el mundo, para mandarme al otro, el de los olvidados para siempre", se despide el republicano en Logroño.
Calcetines, pañuelos, camisetas
"Los presos también se preocupan por la familia, por el trabajo en el campo, preguntan cómo va la vendimia e incluso llegan a tranquilizar a sus seres queridos diciéndoles que, cuando salgan las patatas, ya estarán ellos para ayudar. Piensan que nada malo les puede pasar porque nada malo han cometido", reflexiona el autor de la monografía. Así ocurre con Miguel Caperos, de Casalarreina, que a sus 36 años escribe desde la Cárcel Provincial de Logroño: "Mi querida Teresa. Cuatro letras para decirte que me mandes calcetines, algún pañuelo y una camiseta, y así puedo mandar la que tengo y el calzoncillo para que lo laves tú".
El trabajo que presenta Aguirre tiene su inicio en 2007 con la publicación de Aquí nunca pasó nada. La Rioja 1936 (Ochoa, 2007), lo que significó un punto de inflexión en cuanto al conocimiento de la memoria histórica de la región. Tras hablar con más de 600 familias y abordar hasta dos millares de protagonistas, el comentario más habitual por parte de los allegados de cualquier represaliado fue: "Él no se metía nunca en nada". Según el investigador, "esa es la expresión de que bajo ningún concepto el familiar mereció morir, siempre contado después de la dictadura, del miedo y el enorme terror de los primeros años del franquismo, pues no negaban que fuera republicano, pero sí repetían que no merecieron morir".
De hecho, si fueron asesinados a manos del bando sublevado, fue por pertenecer a organizaciones legales durante la Segunda República, tales como partidos políticos (PSOE e Izquierda Republicana, sobre todo) y sindicatos (la mayoría, en CNT y UGT). "Todas las personas que los frecuentaban o los componían tenían algún número de esa lotería siniestra, pero en otras ocasiones fueron encarcelados simplemente por no ir a misa y, además, por los típicos celos existentes en cualquier pueblo", determina el autor de la monografía.
Morir por una idea
Pablo Civil es otro de los protagonistas en el libro. Nació en Mataró y se trasladó a Alfaro. Estuvo implicado y fue detenido en los altercados del 1 de mayo de 1934. Dos años después, el 21 de julio, fue detenido por el bando sublevado. El 1 o 2 de agosto fue fusilado. Diez días después de su detención, escribe a su novia: "Carmen, si lo paso muy aburrido es porque me acuerdo mucho de ti, pero ten confianza que todo se arreglará y el que nada ha hecho nada tiene que temer, así que ten confianza". El primer día de agosto ya sabe que va a morir, y escribe a su familia: "Cuatro letras para despedirme de ustedes y para decirles que tengan confianza en el porvenir, pues yo voy a ser muerto dentro de unos momentos, pero tengo la seguridad que no he hecho ningún mal a nadie nunca. (…) Así que padres míos su hijo muere por una idea, pero sin hacer ningún mal a nadie (…)".
El papel, que todo lo soporta, acoge la alegría y la esperanza en un primer momento, después, los llantos y sollozos, la frustración y la decepción. A Felipe Grávalos, de Cervera del Río Alhama, donde fue presidente del Círculo Republicano en 1931, lo mataron con 42 años. Apenas diez días después del alzamiento, Grávalos escribe: "A todos los de Cervera, que me perdonen si en algo les he faltado y vosotros, mis familiares todos, procuráis olvidaros de este momento triste, pero no me olvidéis en vuestras oraciones".
Alberto Herce, vecino de Logroño, fue asesinado con 39 años. Estuvo integrado en Izquierda Republicana y reconoció ser masón. En su última misiva, el represaliado cuenta cómo se escondió y podría haber aguantado mucho tiempo comiendo ratas, muy abundantes en su escondrijo. Continúa: "Lo que no pude resistir fue al sed; he llegado a beber agua de alcantarilla, sabiendo que no hacía más que cambiar las balas por el tifus". Unas palabras anteriores ya habían dejado buena cuenta de ese momento: "Mi situación no tiene esperanza y, sin embargo, estoy orgulloso de dar mi vida por una causa justa". Y termina: "No son horas de mentir, siempre te quise, a pesar de todo, y mis últimos pensamientos serán para ti".
Las mujeres, con la memoria a cuestas
Todas las cartas ahora aglutinadas en esta publicación proceden de presos de cuatro cárceles. Aguirre incide en que tan solo ha podido obtener información oficial de la prisión provincial: "Ahí están las hojas de la saca, cuando a las 9 de la mañana te sacaban para declarar y nunca volvías. Las tenemos porque era un organismo oficial". A ella se sumaron otras dos en La Rioja, habilitadas para la ocasión. Se tratan de la prisión del frontón Beti-Jai y la que conformaron en la Escuela Industrial. La última es el Fuerte de San Cristóbal, en Pamplona, a donde llevaron muchos de los riojanos detenidos en los primeros momentos de la Guerra Civil.
Estas misivas son la materialización de todo el olvido que nunca fue, es decir, del recuerdo que las mujeres de negro han sostenido en sus manos, en su pecho, en su espalda. Así es como denomina Aguirre a las madres, esposas e hijas de los hombres asesinados por el franquismo, y que no cejaron en su empeño de recordar lo que un día pasó en su tierra, quiénes perpetraron los crímenes y quiénes los sufrieron. Todas ellas, antes o después, pasaron por la Barranca, el lugar en el que 400 republicanos fueron fusilados: "El 1 de mayo de 1979 inauguramos un memorial. A la cita acudieron muchas de ellas, las que siempre habían vestido de negro durante la dictadura, las que llevaban encima la memoria cada vez que el primero de noviembre se acercaban al lugar para poner flores y reivindicaban la figura y existencia de sus hijos, maridos y padres", agrega Aguirre.
Desde la citada prisión acondicionada de Beti-Jai escribió Emiliano León el día de Navidad, el 25 de diciembre de 1936, a su sobrina Flora Marrodán. En una tarjeta postal en la que ya viene escrito un "¡Viva España!", el preso dedica un dibujo y un texto en verso a la pequeña. Así termina: "Ya que personalmente / no os puedo saludar / os recomiendo en mi nombre / paciencia y serenidad. / Para que el porvenir / lo podamos disfrutar".
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