"Lo que no podéis aguantar es que Franco os perdonara", espetó el portavoz de Vox en Algemesí al nieto de un republicano fusilado. Tras esto, hay una historia de memoria democrática que merece ser contada.

València-
Eduardo Roses Tarín era concejal socialista en su pueblo, en Algemesí (Ribera Alta), cuando acabó la Guerra Civil. Carpintero de carros, no huyó. Al fin y al cabo, no había hecho, digamos, nada malo, durante la contienda. Un caso muy habitual, por otra parte. Pero, como le ocurrió a tantos otros, no fue suficiente para salvarse. Roses acabó, junto con unos 200 republicanos más, en una fosa común del cementerio de Alzira, la capital comarcal.
Su caso, uno de tantos, ha vuelto estos días al ojo público porque Eduardo Roses Tarín es el abuelo materno de Josep Bermúdez Roses, portavoz de Més Algemesí (coalición entre Compromís y Esquerra Republicana).
En un pleno municipal de hace unos días, mientras se debatía una moción para rechazar la ley llamada de concordia de la Generalitat (aprobada para suprimir las leyes de memoria histórica de los gobiernos progresistas), el portavoz de Vox le espetó a Bermúdez que "lo que no podéis aguantar es que Franco os perdonara".
Eduardo Roses es una de las más de 200 víctimas de fusilamientos franquistas que actualmente forman parte del Fossar d'Alzira, un espacio de memoria en honor de víctimas republicanas de la represión franquista. Su historia, obviamente, no es nada fácil.
Orígenes del Fossar d'Alzira
En 1979, en las primeras elecciones democráticas en los ayuntamientos después del franquismo, el PSOE ganó en Alzira con una mayoría absoluta muy holgada (13 concejales de 21, el 59% de los votos). El PCE consiguió también tres concejales, con un 13% de los votos.
En las dos décadas anteriores, la ciudad había crecido bastante y era necesario ampliar el cementerio municipal. Para hacerlo, se necesitaba el espacio que ocupaba la fosa común de fusilados republicanos, donde yacían los restos de Eduardo Roses.
De esta especie de carambola surgió la iniciativa del Fossar d'Alzira, un espacio de memoria que dignificó a las víctimas de la represión franquista. De hecho, se podría decir que se encuentra en un lugar privilegiado: justo al entrar al cementerio, a la izquierda. Todo el mundo que entra tiene que pasar por delante. Ahora bien, se hizo con los medios de la época.
Esto ha traído consecuencias contrapuestas. Por un lado, hay que poner en valor el hecho de que probablemente se trate de un espacio de memoria. Por otro, también hay que tener en cuenta que, gracias a la iniciativa, los familiares de los represaliados por fin tenían un lugar a donde podían acudir para honrar su memoria. Sin embargo, producto de la época, los restos se trasladaron sin los protocolos adecuados que actualmente se emplearían, obviamente.
En aquel momento, los restos de las víctimas en el Fossar d'Alzira se depositaron en 50 bolsas, con una media de cuatro cuerpos en cada una, que corresponden, más o menos, a las 55 fosas con unas cuatro personas originales.
En los 80 no había medios para identificar a quién pertenecía cada cadáver
En la época no había medios para identificar a quién pertenecía cada cadáver, por lo que no se tuvo un cuidado especial para evitar mezclarlos. Esto ha supuesto que, actualmente, la asociación de memoria histórica Fossar d’Alzira se haya encontrado con un reto gigantesco para identificar los restos de sus familiares.
Este proceso se está llevando a cabo en la Universidad Autónoma de Madrid, a cargo de la asociación científica ArqueoAntro. Los trabajos se encuentran en la fase final de la clasificación y la individualización de más de 25.000 huesos.
La exhumación de las fosas comunes de la represión franquista se ha producido sobre todo en tiempo muy reciente, por lo que se han mantenido protocolos contemporáneos que no se tuvieron en cuenta para el Fossar d'Alzira.
Por ejemplo, si en una fosa de exhumación reciente se puede asociar un conjunto de huesos a un cuerpo en concreto, aquí están mezclados de entrada, por lo que el proceso es mucho más arduo. Cuando el proceso habitual es hacer una prueba de ADN por esqueleto, aquí tocaría hacer una por cada hueso mayor.
La asociación por la memoria Fossar d'Alzira se puso en marcha en 2022, en previsión de un retorno de la derecha al gobierno valenciano en las elecciones que se celebrarían el año siguiente (como, de hecho, así sucedió). Es por ello que la citada ley de la concordia no les ha pillado por sorpresa.
Afortunadamente, la Diputación de València mantiene el apoyo a la memoria democrática, como se venía llevando a cabo desde los gobiernos progresistas a partir de 2015. Esto se debe a la influencia clave de Ens Uneix, un grupo político surgido de una escisión del PSOE en la comarca de la Vall d’Albaida, que gobierna la institución junto al PP, pero que se ha puesto como objetivo político marcar distancia con las políticas más extremas a la derecha, presentes en la Generalitat por la dependencia de Vox.
El amargo destino de los Roses
Se conocen los nombres de casi todas las víctimas del Fossar d’Alzira. De esto se encargaron las primeras corporaciones democráticas municipales, que contaban, en las listas de la izquierda, a los militantes históricos que habían vivido la Guerra Civil. Pero falta asociar los restos.
Ahora bien, no todas las familias saben que sus antepasados se encuentran en este mausoleo. Algunas lo han descubierto a raíz de este proceso de identificación. El silencio de la larga posguerra, la vergüenza o, incluso, el rechazo y la culpabilización forman parte de las explicaciones.
En el caso de la familia de Josep Bermúdez, siempre hubo consciencia de formar parte de los perdedores de la guerra, aunque con las prevenciones de la época. "Mira, ahí en la procesión está el que le pegó el tiro de gracia a tu abuelo", recuerda Bermúdez que le contó una vez su madre, sin, eso sí, identificar concretamente a quién de todos se refería.
"Mira, ahí en la procesión está el que le pegó el tiro de gracia a tu abuelo"
La historia de Eduardo Roses, no por tan habitual, resulta menos dura. Como explicábamos más arriba, Roses fue concejal por el PSOE al principio y al final de la guerra, y no huyó porque no lo podían acusar de crímenes de sangre.
De hecho, fue juzgado por la vía militar exprés a pesar de ser un civil. Sobre el proceso se tiene documentación pero no la constatación de que se llegara a celebrar, con la única acusación de haber "hablado mal del glorioso movimiento nacional". Los testimonios corroboraron que no tenía crímenes de sangre. En el proceso, eso sí, el instructor militar añade que sí que fue "inductor de crímenes", sea lo que sea eso.
Eduardo Roses Tarín fue detenido junto con su hijo mayor, Eduardo Roses Llinares –que sería en 1979 el cabeza de lista municipal del PSOE en Algemesí–, el tío de Josep Bermúdez. En cierta manera, parecía que los franquistas querían que la familia eligiera. El padre insistió mucho en que salvasen al hijo, que tenía entonces 18 años y pertenecía a las juventudes socialistas.
Las autoridades franquistas, de todos modos, se ensañaron con la familia y, por la ley de responsabilidades políticas –que castigaba a los familiares de los represaliados–, se incautaron del taller y la casa.
Los fusilamientos en Alzira empezaron poco después de acabar la guerra, el primero de mayo de 1939, una fecha simbólica, que difícilmente parece elegida al azar. La última gran tanda de fusilamientos se produjo el 28 de noviembre de dicho año, fecha en que Eduardo Roses padre es asesinado.
Eduardo Roses hijo fue inicialmente condenado a 20 años de cárcel. Hasta el final de la Segunda Guerra Mundial vivió un sinfín de circunstancias. Formó parte de batallones de trabajo, en Peñaranda de Bracamonte (Salamanca) llegó a perder parte de un pulmón a causa de una neumonía, algo nada extraño si tenemos en cuenta que por la noche sacaban a los presos y les lanzaban agua.
Ni padre ni hijo eran violentos ni fanáticos. Solo eran unos proletarios de izquierdas, y, eso sí, anticlericales. A pesar de ello, tenían buena relación con los religiosos del pueblo. De hecho, cuando se incendia el convento de Sant Vicent Ferrer en 1936, trasladan a las monjas al puerto de València para que puedan escapar y, con ellas, salvan una cruz que las religiosas tenían en especial estima.
Lamentablemente, en el caos del final de la guerra, no queda nadie en el pueblo de la congregación que pudiera testificar en su favor. Eso sí, cuando Eduardo Roses hijo vuelve al pueblo, después de su duro periplo por los campos de trabajo franquistas –e incluso de su paso por la legión extranjera francesa–, gracias a la intercesión de las religiosas, se puede alojar en el sanatorio de Portacoeli, para recuperarse de una salud frágil que ya nunca más le abandonará.
En definitiva, esta sería la historia –resumida, obviamente– del "perdón" franquista que, según el portavoz de Vox en Algemesí, la izquierda valencianista no podría aguantar.







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