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Trece víctimas de las fosas de la dictadura son enterradas en Villamanín y Casares

Entrega de los restos de los fusilados de Aralla en Casares.
Quedan muchas cunetas por abrir. Quedan muchas historias que contar de la cruenta represión de la dictadura en León. Ayer se cerraron heridas, «nada se adelanta con el rencor», como dijo el nieto de un represaliado, y se abrieron memorias en los cementerios de Villamanín y Casares de Arbas. Las vidas de trece víctimas del franquismo rescatadas de las fosas del franquismo por la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) revivieron alrededor de los pequeños ataúdes que guardaron sus restos.
Familiares, vecinos y vecinas y voluntarias y voluntarios dignificaron su memoria, aunque nada puede resarcir el dolor que ha atravesado a las familias y a los pueblos de la Tercia por generaciones. A las 11.30 horas de la mañana, en Villamanín, con un epitafio de Miguel Hernández: «Aunque el otoño de la historia cubra vuestras tumbas con el aparente polvo del olvido, jamás renunciaremos ni al más viejo de nuestros sueños».
Los restos de siete hombres hallados en el paraje Vainilla de Busdongo, detrás del cuartel de la Guardia Civil, descansan en el cementerio de Villamanín. Buscaban a Florentino Martínez Cañón, de 64 años y Manuel Rodríguez Cañón, de 48 años, ambos de Casares de Arbas y Elías Rodríguez Tascón, de 19 años y Pedro Suárez Arias, de 26 años, de Busdongo, y encontraron también a un miliciano desconocido, un ferroviario desconocido y un desconocido.
Fueron asesinados en octubre de 1937, tras romper las tropas franquistas la línea del frente norte defendido desde 1936 por las milicias republicanas entre León y Asturias.
«Fueron asesinados por no renunciar a un mundo mejor, más libertario y más repartido», como señaló Marco González, vicepresidente de la ARMH, a los pies del nicho abierto en Casares de Arbas para recibir a Manuel Febrero Rodríguez, de 14 años, a Lisardo Febrero Rodríguez, de 18 años, a Tomás Rodríguez Martínez, de 25 años, Sergio Alonso, de 22 años, Laurentino Cañón, de 25 años, y Lorenzo Rodríguez, de 38 años.
Durante 87 años habían permanecido en una fosa en un paraje de Aralla de Luna, a 1.500 metros de altitud. Eran anarquistas, obreros y jornaleros, el más pequeño, Manuel Febrero, de 14 años, cometió el delito de darse la vuelta cuando oyó los tiros. «A mi hermano, a mi hermano, no!, gritaba. Les mataron a los dos.
«De Casares hay muertos por todas partes» porque este pueblo fue el que «sufrió más represión», dijo un vecino. De un censo de 200 habitantes, más de 80 fueron detenidos y muchos fusilados. Otros se echaron al monte, como el padre de Nieves, Camilo. Y las mujeres, especialmente sus compañeras, sufrieron la represión con cárcel, vejaciones y miseria.
Nieves tomó el pecho de su madre presa en San Marcos y la usaron de cebo para que el padre huido bajara al pueblo. «Me ponían en el prado por la noche para que me oyera llorar». «A María Febrero le quisieron obligar a cantar para los falangistas y se negó. Con 14 años y una pistola en la sien dijo: ¡Mátame!», relataban en otro corro.
«Ha sido un triunfo», dijeron a la salida del cementerio en Carares. «Llevaban muchos años queriendo traerlos de la fosa de Aralla». El empeño de Fernando y la memoria de Lorenzo, que descansa debajo del nicho de los fusilados, lograron quitar el polvo del olvido. Los próximos serán Daniel y Aurelio. «La memoria de sus vecinos no va a fallar».

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