Ocho republicanos de círculos intelectuales en Madrid escribieron esta revista por las noches mientras se encontraban asilados en la embajada de Chile desde el final de la Guerra Civil hasta octubre de 1940.
Los 30 números de la revista desaparecieron a partir de los años 50 y volvieron a aparecer de nuevo cuando un hombre llegó en los 90 a Chile en busca de rastros de Miguel Hernández.

Madrid--Actualizado a
“Ellos contaban que en cierta manera la revista fue su salvavidas para no caer en la depresión que supone estar un año y medio encerrado sin poder salir a la calle”, cuenta Beatriz Lorenzo.
Las tropas de Franco estaban en proceso de tomar Madrid cuando 17 republicanos entraron a la embajada de Chile en busca de asilo. Pronto el silencio de la noche se convirtió en el único lugar donde aún encontraban la libertad que la dictadura les había restringido. “El día pertenecía a la dictadura y ellos no querían colaborar con ella”, dice Esther López Sobrado. Sabían que cualquier ruido pondría sus vidas en peligro, por eso esperaban a la caída del sol para escribir.
Entre los vestigios de la Guerra Civil, ocho hombres autodenominados “noctámbulos” volcaron la soledad del exilio durante 18 meses en una revista llamada Luna, en honor al único astro que les hizo compañía. “Quién sabe si el poeta, abrumado por su desgracia física, buscaría otros ideales de belleza en el mundo de Selene [la Diosa de la luna en la mitología griega]”, dice el artículo llamado Viaje a la Luna.
Antonio Aparicio, Edmundo Barbero, José Campos, Pablo de la Fuente, Antonio de Lezama, Santiago Ontañón, Aurelio Romeo del Valle y Julio Romeo del Valle antes de ser exiliados fueron figuras culturales. Escritores, abogados y dramaturgos que concurrieron en la Casa de las Flores de Neruda en Madrid, ocho hombres que “lo único que tienen en común es la defensa de la República”, dice Beatriz Lorenzo, la directora del proyecto Granshumancias, que abarca una exposición sobre Luna en Chile y una próxima publicación contextualizando la revista.
La entrada de las tropas franquistas a Madrid ocurrió el 28 de marzo de 1939. A finales de diciembre de 1938, después de la ofensiva de Catalunya (y la inminente derrota de la República), el Gobierno de Chile recomienda a su Embajada en Madrid atender a las solicitudes de asilo de los miembros de la Alianza de Intelectuales de Madrid. A partir del 27 de marzo de 1939 la embajada de Chile abre sus puertas para recibir a los exiliados republicanos y dejar salir a los asilados franquistas que iban a recibir a las tropas.
El asilo ocurrió en un momento en el cual las embajadas no tenían la importancia internacional que tienen hoy en día. “Ellos sufrieron intentos de allanamiento en la Embajada por parte de las tropas franquistas”, señala Soledad García Saavedra. “Luna es producto de un asilo”, concluye Lorenzo.
Fernanda Aránguiz Mardones, Ana Corbalán Herrera y Soledad García Saavedra fueron las curadoras de la exposición llamada Luna: refugios de nocturnidad forzada. Se realizó en conmemoración al 50 aniversario del golpe de Estado que derrocó a Salvador Allende y estableció la dictadura militar de Augusto Pinochet en 1973, y duró desde diciembre de 2023 hasta abril de 2024. También en 2023 se hizo una digitalización de la revista entre el Centro Cultural de España, el Archivo Central Andrés Bello y la Biblioteca Nacional de Chile, todas estas instituciones se encuentran en la ciudad de Santiago de Chile.
A través de un portal lunar y una trinchera en completa oscuridad la exposición exploró las distintas caras de la luna y del exilio. Hoy en día las curadoras son consultoras para la publicación. “Lo estamos haciendo para aprovechar de alguna manera esa digitalización de los números”, cuenta Lorenzo.
El contenido de la revista
Durante esos meses en los que escribieron Luna también hicieron un periódico llamado El Cometa. “El Cometa tenía un carácter más político y lo destruyeron por miedo a que les generase problemas”, dice al respecto Esther López Sobrado, que escribió el libro Las pasiones de Santiago Ontañón. En él reconstruye su vida a través de “unos pocos amigos verdaderos” de Santiago, al que conoció “cuando estaba muy enfermo, muy mayor y en una silla de ruedas”. La naturaleza mística de Luna hizo que perdurara. “Luna fue un refugio para poder llevar a cabo y materializar una creación en un contexto muy hostil”, dice Soledad García Saavedra.
“No podían ser ellos mismos durante días, no podían hablar ni hacer ruido, tenían que ser básicamente fantasmas”, dice García Saavedra. “Durante la noche podían mecanografiar, escribir, seguramente discutir los contenidos de la revista”, asegura Fernanda Aránguiz. “Es la hora en la que los jueces no emiten sentencias de muerte y en la que los fusileros no fusilan a la gente en el paredón del cementerio”, concluye Lorenzo.
“Es una obra más que una revista, está hecha con el ánimo de que pudiera circular, aunque no podía hacerlo”, cuenta Ariadna Biotti, la coordinadora del área de investigación patrimonial del Archivo Central Andrés Bello de la Universidad de Chile.
Cada uno de ellos tuvo una labor distinta en el proceso de creación. Todos escriben, en distintas formas. Hay cuentos, crítica teatral, poesía, múltiples ilustraciones. En el caso de Santiago Ontañón, “su verdadera labor es como ilustrador, es el que hace todos los dibujos tanto en blanco y negro como a color, algunos en la línea del surrealismo”, dice López Sobrado.
“A veces, los hechos históricos se mezclan con la ficción y la ficción con el sueño, es como una muñeca rusa: en un relato hay otro relato”, cuenta García Saavedra, que prosigue: “Puedes ver la guerra en varios momentos: la guerra interna, la guerra internacional, la guerra que sucede con los países vecinos”.
“Hay muchas historias ficticias y otras que parecen sus experiencias”, agrega Aránguiz. Aurelio Romeo, en su cuento En la repisa, cuenta por ejemplo cómo se encontraba en un cuarto de la embajada, pero todo era más grande que él. “Hace referencia a lo diminuto que se hace el ser humano”, dice García Saavedra.
El cuento dice: “La transformación había afectado tan solo a mi persona: todos los demás dormían en la más apacible de las tranquilidades en sus lechos de natural tamaño y a mi lado, semejaban gigantescos y prehistóricos seres. Pensar en dormirme de nuevo era una tontería. Aún dejando de lado la inquietud de espíritu que mi nueva condición del enano más pequeño del mundo”
“Después se despertó de este sueño y se dió cuenta de que seguía ahí”, continúa, Saavedra. “No son experiencias concretas, sino emocionales. Son historias que muestran su decepción o su orgullo por la República”, dice Aranguiz.
“Elevé la mirada, en la repisa estaban las fotografías con las que había estado hablando: la de mi padre cabalgando en esa moto que no sé a quién perteneció, y la otra, el retrato de la boda de mis progenitores. ¿Sueño, realidad? No lo sé, ni lo sabré nunca. La razón me dice que todo ha sido fantasía; el corazón desea que fuese ensoñación”, aparece hacia el final de este relato.
“Vivieron el exilio de distintas formas y lo ves en su escritura”, cuenta Lorenzo. Aurelio Romeo se agarra a la escritura “como una madera de balsa para flotar en el océano”, comenta. Otros, en cambio, se retraen mucho más y se dedican a las notas de lectura.
En el otro extremo, José Campos era abogado y escribía sus textos desde la objetividad y el análisis. “Escribía cosas como este es el discurso de la ideología de tal corriente fascista, mientras que las formas liberales son estas”, cuenta Ana Corbalán Herrera. “Discutía una cuestión más estructurada o lógica”.
“Para ellos fue muy relevante esta especie de hermandad que se generó en un contexto tan adverso, tan distinto, tan raro, tan frágil, con tanta incertidumbre”, dice Aránguiz. “La revista fue lo que les permitió estar juntos y salir a flote, y eso siempre va a estar con ellos”.
“La revista les permite de alguna manera sacar la rabia y la humillación de ser derrotados en la guerra. Cuando aceptan que la derrota no significa dejar de ser humano es cuando se permiten recordar”, cuenta Lorenzo. “Después se permiten soñar con lo que van a hacer cuando vuelvan a un territorio donde no estén perseguidos”, continúa. “Luna también representa los sueños”, concluye García Saavedra.
La salida de la embajada
Los 17 exiliados entre los que se encontraban los creadores de Luna salen de la embajada en tandas: octubre de 1939, septiembre de 1940 y octubre de 1940. La mayoría parte a Chile donde algunos viven gran parte de sus vidas, algunos se van a otros países de latinoamérica como México o El Salvador. Los asilados salieron mediante dos salvoconductos: la primera tanda, a través de unos pedidos por Chile y visados para este país. La segunda y la tercera tanda salen a través de un salvoconducto solicitado por la embajada de Brasil y visado por Chile.
En agradecimiento le dieron su revista del asilo al embajador de Chile en España, Germán Vergara Donoso. De camino a una nueva vida, la revista se quedó en Madrid, pero no duraría ahí para siempre.
La desaparición de la revista y el misterio de su aparición
Hay una fecha que se sabe cierta al hablar del paradero de la revista después de dejar las manos de los noctámbulos. A inicios de los años 50, Santiago Ontañón va a cenar a la casa en Chile del embajador, Vergara Donoso. En medio de la cena, para sorpresa de Ontañón, el embajador le informa que tiene los números de la revista y los extiende en una enorme cama: 30 números sueltos, sin empastar. Después de ese momento, para oídos de la historia, la revista desaparece.
El historiador Javier Rubio intentó buscarlo en el Archivo Nacional de Chile porque Vergara Donoso hizo una gran donación a este, pero no encontró nada. “Se sabía que existía, pero se suponía perdida. Salvo testimonio de alguno de los propios miembros del comité editorial que en sus memorias o en cartas habían hablado de ella, no había más información”, cuenta Lorenzo. Ese fue su estado por décadas, perdida ante la voluntad del tiempo con los recuerdos de algunos pocos como único soporte, mientras la dictadura bajo la que nació caía y sus creadores iban poco a poco olvidando y falleciendo, hasta que en 1991 un hombre llegó a Chile en busca de rastros de Miguel Hernández. “De un día para otro ahí estaban los 30 volúmenes”.
Jesucristo Riquelme, el primer director del Centro Cultural de España en Chile, llega a Chile para investigar a Miguel Hernández. Lorenzo, que trabajó con él y se dedicó a investigar los rastros del trayecto de la revista, cuenta que “él sabía mucho de la revista como académico, yo conocía cosas de oídas. Él tenía conocimiento de la existencia de la revista y también de que de alguna manera se había dado por perdida”. “Se acercó a la universidad buscando esta revista y el director de ese momento, Darío Osés, le dice que efectivamente aquí está”, dice Ariadna Biotti. “No está documentado específicamente el proceso de cómo llegó al Archivo Central de la Universidad de Chile, quién la donó y cómo se realizó”.
Beatriz Lorenzo tiene una teoría clara de cómo cree que llegó la revista hasta el Archivo Central de la Universidad de Chile. Un pariente político de Vergara Donoso fue rector de esta universidad. “Mi teoría es que cuando este señor era rector, es posible que Vergara Donoso dijera: Cuando me muera, estos números se van a perder. Debería aprovechar que mi pariente y amigo es ahora rector”. En ese momento sólo existía la Universidad de Chile y la Universidad Católica. Los 30 volúmenes fueron encontrados en cuatro tomos. “Ahí hubo una persona que hizo esos empastes con enorme cariño”, dice Lorenzo. Sin embargo, hay otra teoría que el Archivo Central Andrés Bello no ha descartado.
“La revista dentro del Archivo fue adjudicada a la colección que Pablo Neruda donó a la universidad en 1954”, dice Ariadna Biotti. “Entró como parte de esa colección y nosotros como institución no hemos descartado esa opción. Neruda desarrolló un trabajo muy importante durante el rescate de los soldados antifascistas”. Biotti comenta que la revista no pertenecía originalmente a la biblioteca, fue una adición a esa colección.
Al final de la Guerra Civil, Neruda era cónsul en París donde fue destinado para hacerse cargo de los refugiados españoles. “Vergara Donoso era embajador, estaba muy por encima de él, no le iba a mandar la revista al cónsul en París. No existe ningún vínculo de cómo le hubiera podido llegar a Neruda”, dice Lorenzo.
“Creo que Donoso siempre asumió que la revista era una donación personal, no algo que tuviera que pasar por el ministerio de relaciones exteriores”, añade. “Era embajador, sabía que los gobiernos cambian y la sensibilidad que en un momento hay hacia una determinada publicación puede dejar de existir con otro gobierno”. “Todo lo que coleccionó durante su vida lo dona porque entiende que eso es patrimonio del país y que tiene que ser para el servicio público. Creo que en algún momento piensa eso de Luna”.
Neruda conoció prácticamente a todos los noctámbulos. Entre tertulias literarias, conversaciones y discusiones en la Casa de las Flores, desarrollaron una amistad. Aquella casa en Madrid inmortalizada en el poema Explico algunas cosas era llamada “de las flores” porque en ella “estallaban geranios” hasta que una mañana “estaba todo ardiendo” y con la guerra terminó su vida útil como centro de reunión entre intelectuales, pero no las amistades que se cosecharon ahí. “Si Neruda hubiera tenido la revista Luna, no la habría metido con un fondo de otro montón de cosas, habría hecho algo especial”, afirma Lorenzo.
La patria del exilio
Al salir de España, los noctámbulos toman varios caminos. Algunos viven en Chile prácticamente el resto de su vida, como Antonio Lezama, que se dedicó a escribir en periódicos hasta que volvió a España un año antes de fallecer en 1971. Algunos parten a otros países, como Antonio Aparicio, que vivió en Venezuela, o Edmundo Barbero, cuyas obras de teatro tuvieron gran importancia en El Salvador del siglo XX. Luego está Santiago Ontañón, que regresa en los años 50 a España, donde se dedica a ser escenógrafo y actor secundario en películas. Todos viven el exilio de formas distintas, todos dejan atrás la revista que escriben por última vez la noche del 16 al 17 de junio de 1940. Jesucristo Riquelme ha informado a este medio que al encontrar la revista en 1991 se puso en contacto con los noctámbulos que todavía se encontraban con vida en ese momento. ¿Cómo recordaban su revista del asilo?, hay un testimonio que quizás puede dar claridad al respecto.
Antes de ser académica y directora del proyecto Granshumancias, Beatriz Lorenzo fue una vez una niña hija de españoles que pasaban en Chile la dictadura de su país, que, como suele ocurrir entre aquellos que comparten el exilio, se reunían con otros como ellos. “Para mí la revista no era un secreto porque quienes la hicieron y luego llegaron a Chile eran conocidos de mi familia”, dice. “Yo era una niña, tampoco le paraba mucha oreja a aquello que decían”, comenta. Conoció a Santiago Ontañón, Pablo de la Fuente y Antonio Aparicio, entre otros.
“Eran gente especial en mi infancia”, cuenta Lorenzo. “Esos señores con tanta gesticulación y tan apasionados, me resultaban fascinantes, pero a veces me avergonzaba un poco porque la gente los miraba”.
Afirma recordar bien a Pablo de la Fuente. “A veces cuando creces y te haces mayor empiezas a ver fotos de cuando eras niña y cobran vida en tu cabeza”, afirma. “No sé cuántos son falsos recuerdos construidos a partir de las fotos y cuáles son reales”. Beatriz tiene una foto de niña con Pablo de la Fuente y cree recordarlo, moviéndose, caminando en frente de su casa. “Yo recuerdo caminar con él por ahí y a lo mejor eso es mentira, pero yo lo recuerdo”.
Muchos años después, al revisar y estudiar el trabajo de esos extravagantes hombres de su infancia, Lorenzo no era ajena al exilio o el asilo. Vivió 14 años en España, desde el año 74 hasta el 88, debido a la dictadura de Augusto Pinochet. “Me tuve que exiliar y mucha gente de mi entorno estuvo en asilo, pasaron cosas horribles”, recuerda.
El exilio fue un tema fundamental a lo largo de la exposición sobre Luna. “Eso es algo que sacamos de una autora española, el exilio es una patria, una dulce y amarga patria”, cuenta Lorenzo. “Cuando se sale del asilo, se entra en el exilio, que es la salida de un lugar incómodo para llegar a otro distinto, igual de incómodo”.
Entre los recuerdos falsos de su infancia y algunos de los reales, Beatriz Lorenzo cuenta cómo los noctámbulos solían hablar de su revista del asilo. Muchos años antes de que ella misma lo comprendiera y viera las similitudes entre estos. “A veces decían: Bueno, quizás algún día aparecerá. Pero tampoco le daban una gran importancia más allá de un hermoso recuerdo”, dice. “No puedo dar cuenta de que hayan sentido tanto su desaparición. Se habían perdido tantas cosas la familia, los amigos, el país, la patria… Todo había desaparecido. Que desapareciera una revista, no era algo tan importante, supongo”.





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