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Ni Dios, ni patrón, ni marido I
14 abril, 2019
El mes de abril tiene dos fechas clave para la historia de este país. El 1 y el 14, día en que se dio por terminada la guerra civil y el día que se proclamó la II república. Las dos fechas, para los mal llamados nostálgicos, relatan sin embargo dos modos muy distintos de enfocar a la mujer en la sociedad y sobre todo, han dejado una carga muy distinta que a veces se mantiene todavía hoy en según qué sectores sociales.
Tras la I Guerra Mundial, en los años de crecimiento económico para toda Europa y tras el importante papel de la mujer en puestos de trabajo y en las líneas defensivas o médicas, fue imposible para muchos países, no conceder el voto femenino y comenzar a equiparar o valorar la función social de las mujeres. En las siguientes décadas fueron muchos los países en los que la mujer fue consiguiendo el sufragio femenino, aunque en algunos lugares, como la Alemania nazi, fuera suspendido hasta el final de la II Guerra Mundial.
España, en donde el feminismo parecía estar en pañales con pocas mujeres que fueran capaces de reunir el poder suficiente como para representarlo o, más difícil aún, lograr convocar a miles de mujeres en un movimiento que en principio era más burgués y al que pocas tenían acceso bien por educación o por vivir en un medio eminentemente rural como era la España en los años veinte, la verdadera revolución femenina no llegó hasta los años de la república, con figuras como, principalmente Clara Campoamor o Victoria Kent, ambas diputadas e impulsoras del sufragio femenino aunque desde puntos de vista encontrados. Las dos protagonizaron uno de los considerados mejores debates y de más calidad que se han podido ver en el hemiciclo parlamentario hasta el punto de que el discurso de Clara Campoamor, abogando por el sufragio femenino sigue siendo compartido en redes sociales, recordado en periódicos y contemplado como una de las mejores ponencias de nuestra historia parlamentaria. Además del ya mítico desacuerdo entre las diputadas Campoamor y Kent, que lanzó sus figuras como políticas, cabe destacar a mujeres como Margarita Nelken, también diputada y Federica Montseny, sindicalista, escritora, anarquista y ministra de la II república, Teresa Claramunt, líder sindical, quienes impulsaron mediante leyes la libertad y la igualdad de la mujer en una sociedad que nunca antes la había conocido, lo que permitió a la mujer florecer y darse a conocer en aspectos públicos y culturales. Francisca Bohigar, Matilda de la Torre y Venerada García Manzano, fueron elegidas diputadas en las elecciones de 1936.
Hay toda una generación de mujeres que crecieron y maduraron en este momento histórico; Ernestina de Champourci, poeta, Mª Teresa de León, escritora y una de las primeras mujeres doctoradas en Filosofía y Letras, Concha Méndez, poeta y editora, Maruja Mallo, pintora, María Zambrano, filosofa, poeta y escritora, Rosa Chacel, escritora, Enriqueta Otero, maestra, feminista y secretaria personal de La Pasionaria, Mª Luz Morales,periodista y la primera mujer en España que dirigió un periódico, Marga Gil Röeset, escultora, ilustradora y poetisa, María de Maetzu, pedagoga y humanista, fundadora de la Residencia para Señoritas y presidenta del Lyceum Club Femenino, dos de los centros culturales femeninos más importantes de España, María Lejárraga, escritora y feminista declarada, Margarita Manso, pintora, Zenobia de Campubrí, lingüista y escritora…
La reforma educativa que equiparaba y profesionalizaba la carrera de maestra a un grado universitario, permitió que la mujer tuviera acceso a un nivel cultural y académico impensable para las maestras de otras épocas, al mismo tiempo las mujeres comenzaron a tener acceso a otras carreras, a cursos superiores y a otros medios de vida que no los simples medios destinados tradicionalmente a las mujeres, pudiendo optar incluso a ostentar empleos y cargos públicos. La educación dejó de ser segregada y se obligó a que todo el alumnado tuviera derecho a los mismos conocimientos en la escuela llamada elemental sin que éstos fueran distintos para las niñas. Se suprimió todo tipo de discriminación laboral para las mujeres casadas. Se obtuvo también la igualdad de derechos dentro del matrimonio, la protección de todos los ciudadanos por parte del estado, el principio de igualdad de los sexos, el voto femenino y el divorcio.
La igualdad ante la ley había llegado.
Contexto histórico
Estas mujeres, pese a venir de disciplinas muy dispares en incluso en ocasiones de pensamientos distintos, se unieron estrechamente y abrazaron a su vez a las mujeres que habían propiciado ese cambio y que pertenecían a generaciones anteriores, como por ejemplo la Generación del 14. Tenían todas una misma lucha en común: la igualdad social de la mujer.
España venía de perder las últimas colonias en América y de una profunda crisis nacional que propició el nacimiento de cambios políticos, económicos e intelectuales entre los que, por fin, tuvo cabida el feminismo como forma de resolver la situación de la mujer. La aparición de una mueva feminidad en Europa, donde ya se había logrado el sufragio y desde donde llegaban movimientos sociales e intelectuales que en España no se habían visto de forma tan popular y rotunda hasta entonces, dio paso a una mujer nueva, moderna, con mayor grado de autonomía y una más elevada educación. Creativa e inteligente, la nueva mujer se siente y es libre, sobre todo en las ciudades, donde hay una mayor presencia de avances tecnológicos, culturales, sociales y políticos. Las mujeres pueden salir solas, acceder a lugares públicos, incorporarse al mundo laboral, pueden sentarse en una cafetería a tomar café o fumarse un cigarrillo en medio de tertulias culturales que en otros tiempos les fueron vetadas.
Comienzan a tener reconocimiento público ante una sociedad conquistada por su nueva voz, por su creatividad, por su universo íntimo y artístico que salta de pronto a la calle.
Las mujeres se reúnen en lugares como el Lyceum Club Femenino, se crea la Asociación Universitaria Femenina, viven y estudian juntas en la Residencia para Señoritas. Estas mujeres se reivindican a sí mismas como parte de la Generación del 27, como figuras intelectuales y culturales. Publican libros, escriben artículos y reseñas literarias en revistas prestigiosas de la época como Revista de Occidente o La gaceta literaria, traducen autores clásicos, montan exposiciones de arquitectura, arte, pintura, escultura…Sus fuertes personalidades, su independencia y libre pensamiento así como la búsqueda de un perfil femenino y propio, cambia por completo el concepto de lo femenino alejándolo de la imagen tradicional de la mujer, hasta entonces ignorada o condenada al ostracismo y sin reconocimiento público salvo unas pocas excepciones.
En la próxima entrega se explicará el papel de la mujer en la guerra civil y el franquismo.
Ni dios, ni patrón, ni marido II
19 abril, 2019
Guerra civil y franquismo
Con el levantamiento militar del 36, la Guerra Civil y la posterior dictadura, el papel de la mujer sufrió, de nuevo, un gran retroceso. Los primeros años de la dictadura en la que toda la población civil sufrió una tremenda y dura represión, fueron, sobre todo para las mujeres republicanas, un auténtico infierno.
Ya durante la guerra la mujer que quedó en la zona sublevada y que en años de democracia se había manifestado republicana, tuvo que pasar por miles de penurias que hasta hace poco nadie conocía. Las mujeres de los milicianos, las madres y esposas de hombres pertenecientes a partidos políticos, sindicatos o de quienes estaban en el frente de batalla, y sobre todo las milicianas que llegaron a estar en el frente, fueron el blanco de la represión más brutal. Era habitual detenerlas para tratar de sacar información de cualquier tipo, juzgarlas en juicios sumarísimos en los que eran aplicadas las leyes militares aun siendo civiles, condenarlas a muerte o mandarlas a prisión incluso sin saber exactamente cuál era su delito. La mujer se convirtió en el blanco de la rabia más fascista que había visto en la libertad femenina de los años anteriores un ultraje a las bases de pensamiento tradicional en el que la mujer forma parte de indispensable la familia a la que se tiene como pilar fundamental de la sociedad conservadora y cristiana. La visión de mujeres libres, que pudieron votar, estudiar, vivir sin la tutela de un marido o de un padre, mujeres que tenían voz propia, planes, metas, sueños que por fin podían ser posibles, era como una especie de reto para todos aquellos que creían que el papel fundamental de la mujer era exclusivamente la maternidad, la sumisión al marido, y que su medio debía ser por tanto el doméstico o la iglesia.
Cientos de mujeres fueron rapadas, obligadas a beber aceite de ricino y cuando este surtía efecto, paseadas por las calles centrales de los pueblos, con llamados y toques de fanfarria para que todos se asomaran a verlas, mientras se vaciaban sus esfínteres en público. La humillación de quienes se habían mostrado orgullosas de su libertad y de su feminidad no era más que el principio de todo aquello que vino después. Miles de mujeres hacinadas en campos de concentración, en prisiones donde las monjas les negaban la comida, las insultaban, las humillaban, les robaban a sus hijos, enfermas, heridas, sin alimentación, con apenas cuarenta centímetros de suelo de piedra sobre el que dormir…la prisión de Sarturrarán por donde pasaron más de 4.000 presas y murieron 116 mujeres y 47 niños o la de las Ventas en Madrid donde las reclusas podían tener a sus hijos hasta los dos años de edad, las de Comendadoras, la maternal de San Isidro ya en 1940…
En aquellas cárceles se prohibía la alegría, el canto, la risa. Las mujeres eran obligadas a rezar el rosario cada tarde, a cantar el Cara al sol cada mañana.
Quienes quedaron fuera, pese a tener libertad, seguían siendo presas. La ley de depuración de funcionarios dejó a miles de mujeres sin poder ejercer sus trabajos en las escuelas y muchas de ellas jamás volvieron a dar clase o lo hicieron ya en 1977 con la ley de amnistía. La ley de responsabilidades políticas las despojó de viviendas, de trabajos, de posesiones de cualquier tipo, les impidió trabajar en los negocios familiares que en muchas ocasiones fueron expropiados, en las tierras y en los campos que a veces eran el único sustento familiar en los medios rurales. Ante todo ello, con los maridos, padre, hijos, hermanos en la cárcel o muertos, con familias que sacar ellas solas adelante, las mujeres que habían alzado la voz orgullosas de su condición femenina, se vieron obligadas a callar, a soportar humillaciones, a rebajar sus condiciones de trabajo a casi la esclavitud. Tuvieron que volver al ámbito domestico y eclesiástico obligadas por las nuevas normas morales del catolicismo más rancio y conservador, que las dejaba de nuevo como seres inferiores, sometidas a la voluntad del hombre, Dios, marido y patrón. Exiliadas interiormente. Devaluadas como seres humanos por el hecho de, simplemente, ser mujeres.
Las leyes del franquismo derogaron de un plumazo todos los derechos igualitarios concedidos por la república. Se suprime la ley de divorcio, el matrimonio civil y se replantea la autoridad paternal y marital sobre la mujer, restableciendo el código civil de 1889.
Ya en el 38, en las zonas donde había triunfado la sublevación, el Fuero del Trabajo, expresaba que el estado natural de la mujer se centraba en el hogar. Las mujeres debían, por tanto, casarse, tener hijos, estaban obligadas a dejar los trabajos que pudieran tener de solteras y por supuesto no podían acceder a cargos públicos. No fue hasta 1970 que la mujer pudo mantener su trabajo estando casada.
Se suprime la coeducación y los colegios vuelven a segregarse por sexos. Las niñas que vivían en medios rurales eran casi todas analfabetas ya que se consideraba que no necesitaban tener la misma preparación que lo niños.
En 1944 hay una reforma penal en la que se penaliza expresamente el adulterio femenino, el abandono de hogar o el amancebamiento.
En los años 50, la Sección Femenina, incrementa su labor en tres frentes distintos: la formación nacional-sindicalista, la formación religiosa y la preparación de las mujeres para el hogar. Dichas formaciones eran, por supuesto, de carácter obligatorio. Las Pastorales eclesiásticas están encaminadas a re-cristianizar a la mujer. Esta Sección Femenina, que es el brazo femenino de Falange y de la que Pilar Primo de Rivera, la hermana de José Antonio, es presidenta, llega, con unas pocas modificaciones hasta la democracia, ya entrados los años 80.
Durante toda la dictadura se da también una curiosa dicotomía; la mujer triunfadora vs la mujer vencida. La triunfadora era considerada burguesa o de clase media alta, casada, con claros preceptos religiosos y a medida que avanzaba el tiempo, moderna dentro de sus limitaciones sociales. La vencida vivía bajo la presión social de ser las perdedoras de una guerra, bajo la presión de la iglesia que las veía como pecadoras o de los estamentos policiales que las percibían como delincuentes.
Las mujeres que habían protagonizado una eclosión cultural femenina durante la república desaparecieron en el exilio y fueron borradas de la historia o de los libros. Solo sobrevivieron Mª Teresa de León y Zenobia Campubrí que quedaron relegadas al papel de ser, simplemente, las esposas de Rafael Alberti y Juan Ramón Jiménez.
Fueron años en los que se exaltó la maternidad, la feminidad la sumisión al hombre y el espíritu de sacrificio. Algo que todavía perdura en parte de la mentalidad actual y que lanza una larga sombra sobre los estereotipos femeninos que hemos heredado y que tanto les cuesta romper a muchas mujeres.
Han pasado muchos años desde entonces y pese a ello aún somos muchas las que luchamos por la igualdad real que aquellas mujeres soñaron y que otras muchas mujeres perdieron. Seguimos siendo muchas las que no estamos dispuestas a volver a esos patrones de feminidad en los que la libertad de la mujer son tan solo unos metros de cuerda atada a las leyes y a la forma de ser de los hombres que quieren que sigamos siendo algo que ellos puedan utilizar a su antojo. Falseando esa libertad, convirtiéndola en liberalismo o haciéndonos creer que ya todo está conseguido, como si la igualdad de derechos fuera una igualdad real, solo nos dan más motivos para seguir en la brecha. Seguimos teniendo mucho por lo que seguir luchando y como ellas en su época, no queremos ni Dios, ni patrón ni marido. Queremos ser tan solo nosotras. Mujeres y libres.
Por @ninapenyap
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