Un libro narra cómo las potencias proyectaron tomar parte de la ciudad para evacuar a sus ciudadanos ante el clima revolucionario tras el fracaso del alzamiento
Mañana del 26 de julio de 1936. Rada del puerto de Barcelona. Diversas barcas se acercan al crucero de guerra de la Marine Nationale francesa Duquesne, trasladando los almirantes de tres potencias europeas. ¿El objeto del encuentro? Nada menos que la planificación de una acción de ataque al principal puerto del Mediterráneo occidental: Barcelona. Urbe mediterránea y europea, la principal ciudad de España y su centro desestabilizador en una doble dirección: catalanismo y obrerismo. Una metrópolis estratégicamente importante por su puerto y las colonias extranjeras residentes en ella, así como por las inversiones de sociedades como General Motors, Siemens, Pirelli y centenares de pequeñas y medianas compañías francesas o suizas.
Los tres almirantes se sientan en la mesa del anfitrión francés representando intereses contrapuestos en unos instantes de enorme tensión tras la invasión italiana de Etiopía. Los británicos defienden la línea Gibraltar, Malta, Chipre, Canal de Suez hacía la India; los franceses su línea norte-sur entre Marsella y Toulon y los puertos del África del Norte Francesa; los italianos, en el centro del Mare Nostrum, casi tocando el Túnez francés, y con su posesión de Libia, aspiran a alterarlo todo. El libro Humanitarisme, consolats i negocis bruts. Evacuacions a Barcelona (1936-1938) (Base), analiza lo que ocurrió aquellos días y la tensión con la que se vivió en la capital catalana.
Hace calor y algunos marineros franceses han protestado por no poder bajar a tierra. Y es, precisamente por aquel entonces, cuando parece que toda el agua del Mediterráneo no bastará para apagar el incendio español y sus efectos colaterales. Un estallido de la Guerra Civil en España que pondrá a prueba la política exterior de Francia y Gran Bretaña ante la ofensiva nazifascista en ayuda de los militares golpistas españoles. El equilibrio en el Mediterráneo occidental está en juego. Quien controle el puerto de Barcelona y el de Maó en Menorca tendrá gran parte de la partida ganada. Pero la reunión parece ir en otra dirección.
Las tres marinas, que desde hace años se preparan para una guerra, planifican una operación de ocupación del principal puerto español. ¿Las circunstancias? El producto de la revolución anarquista tras el fracaso del golpe de Estado del 19 de julio en Barcelona y de la incapacidad de la Generalitat de Catalunya de controlar el orden público.
Franceses, británicos e italianos concentraron buques en aguas de la ciudad, clave en la geoestrategia del Mediterráno occidental
Es un escenario que inquietará la seguridad de los extranjeros, sus negocios y propiedades, forzando a los gobiernos europeos y americanos a enviar diferentes unidades de guerra para evacuar las colonias y proteger sus consulados en una Barcelona de gran interés diplomático. A la postre, la insistencia en prever la secesión catalana, le añadirá importancia al despliegue naval como insistían los documentos diplomáticos y los almirantazgos europeos.
De hecho, las aguas de Barcelona, como todo el Mediterráneo y el Cantábrico, acabarían viendo llegar unidades navales de países más lejanos como la Armada argentina y la US Navy teniendo presente su condición de extraterritorialidad. Un despliegue naval decidido individualmente en paralelo a los intentos del cuerpo consular de Barcelona de coordinarse con la Generalitat. Son operaciones inicialmente sólo previstas para proteger a los ciudadanos extranjeros, unos 25.000, pero que acabarían salvando de las persecuciones ideológicas a miles de catalanes para no ampliar la cifra de casi 9.000 asesinados.
Precisamente sería esa necesidad de evacuar a los extranjeros de Catalunya, lo que acabaría determinado una acción contundente de la cual sólo sería excluido el vicealmirante alemán Rolfs. El contraalmirante italiano Ildebrando Goiran, su homólogo de la flota francesa del Mediterráneo, Marcel Gensoul, así como el británico Hugh Binney, comandante de la 1ª escuadra de la Mediterranean Fleet, establecerían los planes de actuación directa en caso de no poder evacuar todos los extranjeros de manera pacífica.
El plan preveía desembarcar tropas para ocupar el puerto y avanzar después por la ciudad, pero también bombardear puntos clave si había resistencia
Un plan de acción que conllevaría la intervención de soldados de Italia, Francia y Gran Bretaña. Un desembarco coordinado que controlaría el edificio de la aduana en primera instancia, para proceder a la ocupación de fracciones del puerto por parte de cada cuerpo expedicionario para facilitar las evacuaciones. Si el puerto era ocupado sin obstáculos, las fuerzas desembarcadas avanzarían hacia las primeras líneas de inmuebles civiles alrededor del muelle.
Pero ¿y si topaban con resistencia? Entonces, el Fiume, el Duquesne y el London, abrirían fuego contra la fortaleza de Montjuïc, las baterías de Miramar y Casablanca, el muelle y la aduana. Una operación comandada por oficiales de enlace de las tres marinas en pro de una tarea, al fin y al cabo, humanitaria: evacuar a miles de personas que querían huir de la guerra y la revolución. Fueran miembros de la sección local del NSDAP nazi, del Fascio Italiano Luigi Aversi, ingenieros de la Pirelli, catalanistas de la Lliga Catalana, carlistas, religiosos franceses o ciudadanos británicos o belgas.
Teniendo presente la intervención poco disimulada de Italia, Alemania y Portugal al lado de los sublevados y de Francia de parte gubernamental, la acción entrañaba una extraña paradoja. Cuando el famoso, por inoperante e hipócrita Comité de No Intervención de Londres todavía no existía y la Sociedad de Naciones no había creado nada parecido a los Cascos Azules de su sucesora la ONU… ¿Si desembarcaban en Barcelona los marines italianos, franceses y británicos mientras sus barcos abrían fuego hacia suelo soberano de un tercer país, deberían declararle la guerra a la República Española? ¿A la Generalitat? ¿A los anarquistas de la CNT? ¿El gobierno de José Giral en Madrid presentaría sendas notas declarando las hostilidades a los atacantes?
Los interrogantes no eran menores y los escenarios parecidos, no serían pocos. La resolución, pero, sería tan simple como declinar la operación. Los anarquistas no se atrevieron a molestar las evacuaciones en tanto que temían el ataque como recordaban los embarcados. Con eso, la intervención no sería juzgada necesaria en tanto que dejaría paso a una relativa tranquilidad no exenta de dificultades, evacuando sin responder a ningún incidente.
Uno de los problemas de la operación era que constituía una declaración de guerra, pero ante el vacío de poder ¿contra quién, concretamente?
En este sentido, todo había ido muy rápido. La impresión de la primera nave italiana anclada en Barcelona el 21 de julio -la Montecuccoli seguida de la Fiume y la de pasajeros Principessa María- fue dramática. Tras contactar con el cónsul Bossi y constatar la falta de control de la Generalitat, se facilitaba la evacuación de decenas de italianos y extranjeros.
Sólo dos días después, ya eran mil italianos y otros tantos de múltiples nacionalidades en embarcaciones de pasajeros sin la extraterritorialidad de las unidades de guerra. Había, por lo tanto, un peligro real de provocar un incidente en el que intervinieran las marinas para proteger a los buques civiles si la CNT, que controlaba el puerto, decidía obstaculizar las evacuaciones.
De hecho, el plan acordado el 26 de julio había evolucionado hasta concretarse. Según el líder anarquista y futuro ministro republicano, Joan García Oliver, el decano del Cuerpo Consular, el británico King, le habría mostrado la preocupación por la seguridad de los extranjeros solicitando el Club Marítimo como lugar de concentración antes de evacuarlos.
King, derivado hacia García Oliver por el propio presidente catalán, Lluís Companys, añadía también la posibilidad que fuera un contingente de soldados de la Royal Navy el encargado de la seguridad del Club. Posibilidad, que el mismo día de la reunión de los tres almirantes, era transmitida por el cónsul de Francia, Jean Trémoulet, a su gobierno. Según afirmaba, una Generalitat sin poder real le habría confirmado, matizado y posteriormente desmentido, la posibilidad de un desembarco francés.
En el clima de tensión que se apoderó de la ciudad crecieron los rumores sobre que efectivamente se había producido el desembarco
No era el único. Algo parecido estuvieron a punto de proponer las autoridades portuguesas después. A mediados de agosto Lisboa decidía enviar un primer barco de guerra hacia Barcelona con la misión de proteger los ciudadanos lusos y brasileños. La operación naval incluía un aviso transcendente pero matizado: «Hoy se ha ordenado que un torpedero moderno saliera inmediatamente hacia Barcelona. Tiene instrucciones de proteger las colonias [...], desembarcando fuerzas para proteger el Consulado si otra nación hubiera empleado antes procedimiento igual.»
En este sentido, también por parte italiana se producirían varios rumores ampliados por la prensa. La noticia, impactante pero falsa, decía: "Los obreros del puerto se han negado a abastecer de agua potable un crucero italiano [...], veinticinco marineros armados desembarcaron y se dirigieron desfilando, hacia la Generalitat, la Rambla y la calle Ferran". Un incidente que habría podido desencadenar una declaración oficial de guerra entre Italia y la República Española.
Lo mismo se podría decir a principios de septiembre leyendo la prensa francesa y el supuesto desembarco italiano de cien soldados y veinticinco camisas negras fascistas. Pero nada de esto sucedió, aunque suscitaría interés periodístico y algunas entrevistas al representante italiano. Según éste, la seguridad ofrecida por la Generalitat era suficiente para proteger el consulado. Otra cosa sería la suerte de los 6.000 italianos aún residentes en Cataluña y los 100 millones de pesetas de inversiones.
A pesar de las considerables cifras de las operaciones de evacuación en el primer exilio catalán de la guerra, unos 28.000 locales y extranjeros -más 15.000 catalanes huidos por los Pirineos-, ningún país desembarcó fuerza expedicionaria alguna. Nadie bombardeó Barcelona, aunque los barcos italianos señalaran objetivos militares a sus aviones estacionados en Mallorca mientras introducían espías.
Unos 28.000 locales y extranjeros fueron evacuados y 15.000 catalanes huyeron por los Pirineos, pero la intervención militar en Barcelona no se produjo
Ni los soldados portugueses del Douro, los oficiales del cual cumplimentarían al presidente catalán, desembarcaron. Todas las evacuaciones se desarrollaron de manera tensa, con la ayuda de la Generalitat, entre oscuras redes de tráfico de pasaportes, sobornos a cónsules y miembros de la CNT-FAI y engaños dramáticos, pero sin disparos de potencia alguna.
Arnau Gonzàlez i Vilalta, profesor de la Universitat Autònoma de Barcelona y autor de Humanitarisme, consolats i negocis bruts. Evacuacions a Barcelona (1936-1938) (Base)
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