Martes, 6 de junio de 1939. El traqueteo de un motor rompe el silencio nocturno de la pequeña localidad valenciana de Enguera. Una camioneta militar abandona el antiguo claustro del convento, empleado entonces como cárcel, y emprende un corto camino por las afueras del pueblo cargada hasta los topes. En la parte trasera, siete hombres maniatados aguardan, bajo la férrea vigilancia de la autoridad franquista y los voluntarios falangistas, un destino escrito a golpe de sentencia. Tras atravesar el camino del Hondón, del Almenar o del Vapor, el vehículo se detiene en el cementerio. Allí, en la tapia trasera, son fusilados al alba los últimos cargos públicos republicanos del municipio. La tierra se traga sus cuerpos. Unos restos que ahora, ocho décadas después, las familias buscan bajo la tumba de uno de los precursores del fascismo patrio.
Aquellos asesinatos fueron un mensaje contundente a los vecinos. El pueblo había caído en manos de los golpistas a finales de marzo. Pero los fusilamientos no llegarían hasta dos meses después. El 25 de mayo fue ejecutado Pedro Herrero, teniente de la Guardia de Asalto. Doce días más tarde, los golpistas acabaron con la vida de Antonio Rico, Ricardo Simón, Leandro Pastor, Salvador Gómez, Pedro Simón –oficial de prisiones–, Miguel Rovira y José Barrón. Los dos primeros habían sido alcaldes, mientras que los dos siguientes habían ocupado el cargo de concejales en el consistorio. Rovira y Barrón, por su parte, eran consejeros del denominado Comité Popular. Solo tenían 26 años cuando las autoridades franquistas les pusieron con la espalda pegada a la tapia trasera de aquel camposanto.
La lista negra de los nueve de Enguera la completó, diez días más tarde, Emilio Marín, un tejedor que no alcanzaba la cuarentena de edad y que también había sido edil en el consistorio. "Como era habitual, los golpistas fueron primero a por las ideas", resalta al otro lado del hilo telefónico Matías Alonso, coordinador del Grupo para la Recuperación de la Memoria Histórica (GRMH).
Las actas de defunción recogían que todos habían perdido la vida en el campo. Y por causas naturales. Uno, por una "parálisis cardíaca". Otro, como consecuencia de una "anemia aguda". Los alcaldes, por una "asistolia" o una "hemorragia cerebral". "Pero lo cierto es que fueron fusilados una vez constituido el nuevo ayuntamiento franquista", explica Alfredo Barberán, actual coordinador de la Asociación Progresista Socialista de Enguera.
La historia siempre había estado ahí, en el pueblo. Sin embargo, fue una conversación con un par de ancianos del municipio lo que le puso tras la pista de los nueve. "Me contaron lo que conocían y me pidieron que indagase porque no se sabía dónde estaba la fosa", cuenta Barberán.
Fue entonces cuando se puso a fondo con el tema. Buceando en los archivos se topó con los documentos oficiales que certificaban, aunque de aquella manera, la muerte de los diferentes cargos públicos republicanos del municipio. Y poco a poco, en base a testimonios orales, fue acotando los posibles emplazamientos en los que se podía encontrar la fosa en la que fueron arrojados los cuerpos. Hasta quedarse con uno: el mausoleo levantado en el cementerio de la localidad a uno de los precursores del fascismo español.
Un ultra al que gustaba que comparasen con Hitler
José María Albiñana nació en Enguera en octubre de 1883. Hijo de médico rural, pronto seguiría los pasos de su padre estudiando Medicina en Valencia y Barcelona, una formación académica que luego completó con Derecho y Filosofía. Pero lo que realmente le atraía era la política. Afiliado al Partido Liberal, intentó, una y otra vez, hacerse con un acta de diputado. El poco éxito de sus candidaturas y el fracaso en unas oposiciones a principios de los años veinte terminaron por llevar al médico hasta México, donde siguió ejerciendo como doctor. Sin embargo, su periplo al otro lado del Atlántico duraría poco más de un lustro. En 1927, el país termina decretando su expulsión por las durísimas críticas vertidas públicamente contra el Gobierno mexicano.
De vuelta a España, se convierte en un ferviente defensor de la dictadura de Primo de Rivera. Por eso, tras el colapso del régimen, no duda en publicar Por el honor de España, un manifiesto en el que carga con dureza contra la "tiranía roja" y en el que agitaba a las masas a reaccionar de forma "patriótica" contra el avance del republicanismo. Poco después, y al calor de aquel escrito, Albiñana se mete a fondo en la vida política española con la puesta en marcha del Partido Nacionalista Español (PNE). "Es una entidad patriótica que tiene por objeto actuar en la vida pública para defender la independencia, seguridad y prosperidad de España, respetando sus tradiciones de raza y manteniendo sus instituciones históricas en contacto con el avance ilícito de los tiempos modernos", recogía entonces su programa fundacional.
En mayo de 1931, el médico es detenido. Las autoridades le investigan en relación con el asalto a tiros del semanario Nosotros por los llamados Legionarios, un grupo paramilitar situado en la órbita de aquella formación. Es entonces cuando va cogiendo más y más relevancia. El 20 de abril de 1932, Ramiro de Maetzu trazaba en el Abc un paralelismo entre Albiñana y Hitler. Y unos días después, el doctor respondía en La Nación: "Me ha dispensado el altísimo honor de compararme con Hitler. En descargo de mi modesta he de confesar que me abruma el parangón. Pero con la misma franqueza afirmo que si yo encontrase en España el mismo apoyo económico que Hitler halló en las clases adineradas de Alemania, brotarían en el suelo hispano ejércitos de patriotas que sabrían oponerse triunfalmente a cuantas conspiraciones extranjeras intentaran provocar en nuestra nación los desastres que comenzamos a tocar".
Algunos historiadores como Julio Gil Pecharroman sitúan al médico en la órbita del golpe de Estado de 1936. En la obra Sobre España inmortal, sólo Dios, relata que el doctor hizo de portador para Emilio Mola de "mensajes" sobre "los planes para el alzamiento en Madrid". "Los que hemos preparado la sublevación tenemos la obligación inexcusable de permanecer en los puestos de mayor peligro", recoge el historiador que le trasladó a algunos dirigentes locales del PNE antes de regresar a la capital a pocas horas de que comenzará el golpe de Estado. Pero en el centro peninsular no triunfó el alzamiento a la primera de cambio. Y el médico terminaría siendo ejecutado en la Cárcel Modelo.
Un mausoleo pagado con donativos
A comienzos de la década de los cuarenta, se puso en marcha un proyecto para levantar en el cementerio de la localidad natal del doctor un mausoleo en el que poder enterrar sus restos. La operación, para la que se constituyó una Junta –algo similar a lo que se hizo en su momento con el Pazo de Meirás– costó 45.717,25 pesetas de la época. Esto incluía la construcción y traslado de la obra escultórica de Madrid a Enguera, la exhumación del cuerpo y su traslado hasta el municipio valenciano, "misas gregorianas", "coronas" o "impresos de propagandas", entre otras muchas cuestiones. El resumen de estos gastos quedó plasmado en un folleto editado por Semana Médica Española y fechado, en la capital, en 1941.
¿Y cómo se pagó ese dineral? A través de una "suscripción nacional". El listado de donantes lo encabezaba "S.E. el Jefe Del Estado y Generalísimo de los Ejércitos" con 5.000 pesetas. Y le seguían otros hombres fuertes de su Gobierno. El entonces ministro de la Marina, Salvador Moreno, puso 200 pesetas. El de Obras Públicas, 100 pesetas. Los del Ejército y Justicia, 500 pesetas cada uno. En total, de entre el núcleo duro del dictador se aportaron a la causa más de 6.500 pesetas. Gobernadores civiles y alcaldes, entre otros, pusieron sobre la mesa 7.564 pesetas. Una suscripción nacional en la que participaron, incluso, las propias instituciones. El Ayuntamiento de Valencia, por ejemplo, aportó de las arcas públicas 1.000 pesetas.
"Mostró su extraordinaria intuición política al crear la milicia de guerrilleros de nacionalistas españoles (Legionarios de España), cuya intervención combativa alcanzó tanta resonancia. Las primeras camisas azules, la cruz de Santiago y el saludo a la romana fueron implantados en España por el dinámico levantino", recogía el homenaje póstumo al fundador del PNE que hizo el secretario de aquella junta para el levantamiento de la tumba en Enguera.
Una fosa bajo la tumba
Tanto Alonso como Barberán están convencidos de que aquel mausoleo se puso sobre la fosa común que están buscando. "Fue una atrocidad que solo buscaba aplastar para siempre a las víctimas", apunta el coordinador del GRMH. Por el momento, reconocen, no tienen certezas. Solo "evidencias" que apuntan hacia ese lugar. A favor, un análisis hecho con georradar bajo el hormigón de la tumba de seis toneladas el verano pasado que puso de manifiesto un corrimiento de tierra "inusual" bajo los cimientos. "Los restos pueden estar a entre metro y medio y dos metros de profundidad. Ahora tendremos que ver si nos equivocamos o estamos en lo cierto", resalta, por su parte, el coordinador de la Asociación Progresista Socialista de Enguera
Con ese indicio sobre la mesa, este martes arrancarán en el camposanto los trabajos del equipo de Arqueoantro. Es la segunda fase del ambicioso proyecto. El pasado mes de noviembre, fue retirado el mausoleo con los restos de Albiñana para facilitar las labores de los especialistas. Un movimiento sumamente delicado para el que ha sido fundamental, reconocen los impulsores, un clima de diálogo permanente. "Aunque en un primer momento mostró algunas reticencias, luego la familia no ha puesto problema", apunta Alonso. Ninguno de los veinte sobrinos nietos que conserva el médico se ha opuesto a los trabajos. Como tampoco lo ha hecho el Ayuntamiento de Enguera, gobernado por el PP. "Es el ejemplo perfecto de que se puede recuperar la memoria sin necesidad de enfrentamiento. Es algo que cualquier demócrata tiene que apoyar", sentencia el coordinador del GRMH.
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