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Jugador blanco en los 40, salvó la vida gracias a su olfato goleador. Pasó del campo de concentración de Miranda de Ebro a la gloria de Chamartín.
El futbol nos ha dejado apasionantes historias de futbolistas cuyas carreras estuvieron marcadas por la Guerra Civil o por la represión de la dictadura franquista. Una de ellas es, sin lugar a dudas, la de Marcial Arbiza, cuya vida quedó marcada por la Guerra Civil, su exilio a Francia, su huida de las bombas nazis y su reclusión en un campo de concentración que, curiosamente, le abriría la puerta de la gloria futbolística. Así fue como este goleador pasó del confinamiento en Miranda de Ebro a los goles en Chamartín. “A mi padre el fútbol le salvó la vida” subrayaría su hijo en un reportaje emitido por Antena 3 Noticias en 2019.
Marcial Arbiza nació en Urnieta, Guipúzcoa, 8 de julio de 1914. Fue educado en el colegio de los Maristas de San Bernardo de Irún, compartiendo patio con otros futuros futbolistas como Ignacio Goyeneche. Tras la marcha de los religiosos en 1928 a Francia ingresó como alumno interno en el colegio de la misma congregación en Bayona. En otoño de 1930 marchó a Bélgica para estudiar Artes y Oficios.
Sus inicios en Francia y su huida de los nazis
Su carrera deportiva la inició en Francia en el transcurso de la Guerra Civil española en la fila del modestos equipos A.S. Hautmont, con el que pasó de competiciones regionales a Ligue 2 para pasar posteriormente al Excelsior de Roubaix.
Con el inicio de la Segunda Guerra Mundial vivir en Francia pasó a ser complicado. Los aviones de la Alemania Nazi comenzaron a soltar sus bombas. Así que decidió regresar a Irún junto con su esposa y dos hijos, atraído por el interés de la Real Sociedad. Sin embargo, su regreso en la primavera de 1940 no fue como había imaginado. En la localidad fronteriza fue detenido por cuestiones políticas, concretamente bajo la acusación de “haber rehuido el alistamiento” y llevado preso al Batallón de Trabajadores situado en campo de concentración de Miranda de Ebro.
Arbiza pasó a vivir entonces en unas complicadas condiciones de esclavitud en una suerte de campos de concentración, reconocidos como tal en un informe del propio régimen franquista.
Durante su reclusión, no pasó inadvertida su calidad futbolística y Patxi Gamborena gestionó su fichaje por el Deportivo Alavés que buscaba el ascenso a 2ª División y cuyos directivos en su mayoría eran militares, lo que facilitó que se le permitiera jugar con el equipo pese a su reclusión. Arbiza (Aunque por cuestiones de su situación penal se hacía llamar Arruti) demostró, tras debutar el 27 de octubre de 1940 en Mendizorroza contra el Tolosa C.F. marcando un gol, ser un jugador letal anotando 58 goles en tan solo 17 partidos, marcando en varias ocasiones más de cinco goles por partido. El equipo finalmente consiguió el ascenso al clasificarse segundo por detrás de la A.D. Ferroviaria.
La gloria de Chamartín
Debido a su reclusión no se le permitía viajar con el equipo pero su efectividad de cara a portería no pasó desapercibida para el Real Madrid que logró sacarlo de su confinamiento y ficharlo para disputar al finalizar la temporada liguera la Copa del Generalísimo. En el conjunto merengue disputó dos temporadas anotando 17 goles en 19 partidos llegando a ser subcampeón de liga en 1942, y subcampeón de Copa del Generalísimo en 1940 y en 1943.
En verano de 1943 regresó a su tierra tras fichar por la recién ascendida Real Sociedad . Permaneció en Atocha durante tres temporadas, todas ellas con Benito Díaz en el banquillo, viviendo el descenso a 2ª División (1943-1944). Finalmente, disputó su última temporada en activo en el Real Unión Club de Irún, regresando de esta manera a la localidad donde fue detenido a su vuelta a España.
Se retiraría en 1946 formando parte del Real Unión irunés. Después de abandonar el fútbol, obtuvo el carnet de entrenador regional en el año 1949 en San Sebastián y de entrenador nacional lo consigue en el año 1950 en Burgos, aunque nunca llegó a ejercer como tal pasando a disputar de una vida tranquila apartado del balón. Una vida que probablemente no hubiera tenido de no ser por el fútbol. De no ser por el Alavés. De no ser por el Real Madrid y, sobre todo, por un olfato goleador le permitió pasar de los horrores de la reclusión a la gloria del fútbol. Falleció en San Sebastián el 11 de agosto de 1992.
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