Como bien señala la autora en su introducción, la génesis de Silenciadas obedece a la necesidad de rellenar un espacio vacío en la historia de las lesbianas en España: la represión sufrida por las mujeres homosexuales durante el franquismo.
Es cierto que, aunque probablemente todavía no sea bastante ni menos aún completa, la investigación sobre la represión de la homosexualidad durante la dictadura franquista ha avanzado mucho en los últimos años. No obstante, puede observarse con facilidad que la mayoría de los estudios publicados se centran en lo tocante a la homosexualidad masculina.
Esto es así por varias razones. La primera, por lo de siempre: el lado femenino de cualquier fenómeno siempre se estudia menos y más tarde. Los trabajos científicos se centran en lo masculino predominantemente y sólo cuando se empieza a notar la carencia de cierta simetría en la investigación, se comienza a abordar el “lado femenino” del fenómeno (y con bastante frecuencia esto se realiza desde enfoques feministas o con perspectiva de género).
En el caso de la represión histórica de las mujeres lesbianas topamos además con otro obstáculo en forma de creencia generalizada y asumida desde hace muchos años: el mito de que las mujeres no sufrieron represión porque eran mucho más discretas y el régimen no se fijaba en ellas. Aunque hay algunos elementos que sustentan esta teoría (básicamente que la sexualidad femenina era algo “inexistente” y que había una cierta mentalidad negacionista del lesbianismo), no es posible defender que las lesbianas vivían felices y contentas porque la dictadura franquista fingía no verlas.
Tal idea en realidad puede dar la imagen de que lo difícil realmente era ser un hombre gay, mientras que ser una mujer lesbiana tenía menos peligros y, en suma, resultaba mucho más llevadero y no conllevaba sufrimientos, ni persecución, ni consecuencias penales o de ostracismo social y/o familiar.
Este libro viene a desmentir este mito tan arraigado y a demostrar que sí hubo represión, que ser mujer homosexual durante el franquismo era durísimo y que podía tener graves repercusiones en la vida de las afectadas.
El estudio se enfoca a partir de tres pilares en los que se sustentó esta represión: la Psiquiatría, la Legislación y la Iglesia católica.
Bajo el primer pilar descubrimos una realidad inquietante: cómo la medicina puede ponerse sin vacilaciones al servicio del Régimen y justificar con postulados “científicos” una persecución de tal calibre. La identificación de homosexualidad con criminalidad y delincuencia es sólo uno de las bases del sistema teórico de este tipo de psiquiatría represora. Considerar que el amor entre personas del mismo sexo constituye una patología constituye el otro sustento principal y dota al psiquiatra de atribuciones de “curación”. A partir de ahí, ya podemos tener claro cuál va a ser la política para “solucionar el problema”: cárceles y tratamientos “médicos” (pongo “médicos” entre comillas porque hoy en día no hay medicina seria que defienda técnicas como, por ejemplo, la lobotomía y el electroshock).
Como consecuencia, considerar la homosexualidad un hecho delictual en sí mismo o el germen de la comisión de delitos, resulta bastante lógico que nazca una legislación penal que se ocupe de la cuestión. En “Silenciadas” se estudia en profundidad la tristemente célebre Ley de vagos y maleantes, así como la evolución y el desarrollo de la normativa en este sentido. Resultan muy pertinentes las observaciones que se realizan sobre su carácter preventivo y pre-delictual, porque señala una cuestión importante: con este tipo de legislación se atentaba contra principios básicos del Derecho Penal. El más obvio y que no necesita demasiada explicación es que no se puede condenar a nadie por un delito que aún no ha cometido. Y bajo la Ley de Vagos y maleantes, era frecuente encarcelar homosexuales por ser “tendentes” a la delincuencia, sin esperar a que se produjera el robo, asalto, homicidio, etc.
El tercer pilar, quizás el más decisivo por tener el mayor alcance de los tres, es la Iglesia Católica. La moral planeaba como una forma de control poderosísima sobre todos los aspectos de la vida. Pero además, aun siendo de la máxima importancia su función como elemento de represión social, cobra un sentido todavía más inquietante si tenemos en cuenta que abarca también lo íntimo, el interior de la propia existencia. De esta forma, desde el ámbito educativo (por supuesto, monopolizado por la Iglesia) se inculcan los valores y mentalidades que propician que la propia persona ejerza sobre sí misma la más eficaz de las censuras y la autorepresión. Lógicamente, la enseñanza estaba al servicio del Régimen y los contenidos en las aulas se dirigían hacia la construcción de ciudadanos adictos al sistema político. Señala la autora, con muchísima razón, lo siguiente:
¿Cuántos niños y niñas, hoy adultos, crecieron escuchando este reaccionario discurso? A veces, los investigadores se centran en cuantificar la represión a través del número de fusilados, pero, desde luego, los discursos, las ideas son, sin duda, una represión incluso de mayor alcance que cualquier bala. Cuando en la actualidad un homosexual se suicida o una mujer es asesinada por su marido, se nos olvida mirar al pasado, se nos olvida apuntar a aquel discurso que todavía tenemos que limpiar de nuestra mentalidad comunitaria.
En efecto, por desgracia el arma más demoledora es aquella capaz de penetrar en la conciencia, en la mente y en el corazón. La educación homófoba general hizo más daño que las balas, las cárceles e, incluso, los manicomios. Por terrible que parezca, es cierto –y es algo que se demuestra en este estudio– que los familiares más allegados denunciaban a las personas homosexuales (con frecuencia movidos por la creencia de que así lograrían su salvación, es decir, que actuaban por su bien). Tiene que ser horrible que tu propia madre te haga algo así y encima lo haga porque te quiere.
Recomiendo absolutamente la lectura de este libro por varios motivos.
En primer lugar, se trata de una investigación académica, que cuenta con los requisitos que debe tener un trabajo científico: estructura ajustada, estado de la cuestión, metodología, fuentes y bibliografía, conclusiones y dos anexos con la legislación citada en el estudio. No quisiera que nadie se llevara la falsa impresión de que, por tratarse de una obra seria y rigurosa, estamos ante algo difícil de leer. Todo lo contrario: este puede ser un buen ejemplo de que un trabajo de investigación no tiene por qué ser un rollazo, un tocho infumable o un árido manual para eruditos.
En segundo lugar, como decíamos al principio, esta es una obra que visibiliza una parte de nuestra historia bastante ocultada hasta ahora. Necesitamos reconstruir nuestro pasado porque es importante para afirmar nuestra identidad colectiva. Lo peor, como sabemos, es la ocultación y la invisibilidad.
En tercer lugar, también nosotras tenemos que aprender: sobre quienes nos precedieron, sobre los problemas que aún persisten, sobre un pasado no tan lejano ni tan extraño a la realidad actual. Pensemos que todavía debemos enfrentarnos a muchos retos y que, desgraciadamente, hay temas que por incomprensible y alucinante que parezca, continúan estando en el candelero político y social.
¿Acaso no son objeto de debate en nuestros días las famosas “terapias” que pretenden “curar” la homosexualidad? Tristemente, hay políticos que todavía las defienden y las imponen, apoyados –entre otros colectivos– por sectores de la Iglesia Católica. Por tanto, no hace falta ir muy lejos para encontrar conexiones con el pasado: ¿no resulta familiar, por ejemplo, la patologización de la homosexualidad y la intervención de elementos eclesiásticos como cercanos antecedentes en esta cuestión?
Ojalá todo lo que cuenta “Silenciadas” fuera propio de un bárbaro y lejano tiempo que pasó, algo ya superado por completo y que nadie quiere recobrar. Pero no es así y no deberíamos olvidar que la historia es algo que puede repetirse si no tenemos cuidado y bajamos la guardia.
Así que, por todo lo dicho, creo que no deberíais perderos este libro. Que lo disfrutéis, si os apetece.
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