A propósito de la reciente edición del libro "Francisco Ayala. Exilio español en Argentina y renovación de la sociología latinoamericana", de Luis A. Escobar.
Francisco Ayala fue sociólogo, pero fue bastante más. Su perfil, sin duda multifacético, cubría todas las torsiones posibles de un intelectual de calibre: editor, traductor compulsivo, escritor en diferentes géneros y registros, desde el literario hasta el académico y luego el autobiográfico, forjador de revistas, gestor cultural, además de profesor universitario y formador de discípulos. Hijo de la "edad de plata" de la ciencia y la cultura españolas del primer tercio del siglo XX, Ayala se lanzó al camino del exilio cuando quedó claro que la Guerra Civil española derivaría en la sanguinaria dictadura franquista. Argentina fue su primer destino como exiliado, algo no tan inesperado, puesto que ya había tenido oportunidad de conocer la orilla rioplatense con anterioridad al levantamiento franquista. Como otros intelectuales españoles exiliados en la Argentina, que se toparon con trabas burocráticas, políticas e ideológicas para su inserción en la Universidad de Buenos Aires -pensemos en Claudio Sánchez Albornoz y su estancia mendocina, o la contratación en Tucumán de Lorenzo Luzuriaga, por mencionar algunos de los nombres más reputados entre los exiliados republicanos-, Ayala logró ubicarse en la Universidad Nacional del Litoral (UNL).
La universidad santafesina lo acogió como pudo: su contratación fue precaria y, además, fue objeto de hostigamiento por parte de nacionalistas católicos como Jordán Bruno Genta, quien se convertiría en interventor de la UNL a raíz del golpe militar de 1943. La experiencia académica de Ayala en la Argentina encontró allí su límite definitivo, aunque dejó profundas huellas y relaciones discipulares. Puesto que el golpe había impactado de lleno en las universidades argentinas (que habían logrado preservar los valores reformistas durante los años treinta a pesar de las convulsiones de la época), provocando exilios y cesantías masivas en diferentes casas de estudios, las puertas se le cerraron casi en todas partes. Pero la historia no se acaba ahí.
La experiencia en la UNL fue solo una faceta de su exilio en la Argentina, de enorme valor porque potenció la vida cultural santafesina, como se advierte a través de sus discípulas Marta E. Samatán y Ángela Romera Vera, entre otros nombres destacados y de larga trayectoria, que Luis A. Escobar pone en valor en su libro. No fue una experiencia, por otro lado, constreñida al solo espacio provincial dado que, a través del Boletín del Instituto de Sociología, el primero en su género en la Argentina, en el que Ayala colaboraba, logró tender puentes con colegas de diferentes latitudes, tanto en el país como en América Latina.
La experiencia de la edición académica no era nueva en Ayala. Ahora bien, no se agotó en la publicación de una revista especializada, dado que trabajó vinculado al mundo editorial desde su temprana experiencia juvenil en el corazón de las principales instituciones culturales, académicas y literarias de la cultura española previa a la guerra civil. No solo había sido profesor universitario y recibido becas para estudiar en las principales universidades, sino que, además, había sido asiduo colaborador en la principal vidriera de la cultura española de los años veinte, la Revista de Occidente a cargo de José Ortega y Gasset, de estrecho diálogo en la década de 1930 con Victoria Ocampo, directora y fundadora de Sur, que también será su anfitriona, interlocutora y amiga. Con este background, su inserción en los principales foros de la cultura porteña no tardó en llegar. Su actividad revisteril fue infatigable en Buenos Aires y fue quizás una de las razones por las cuales no se instaló a vivir en Santa Fe, dado que las revistas eran mucho más que páginas impresas: eran espacios de sociabilidad a través de comidas, veladas y tertulias, además de grupos de pertenencia que generaban vínculos y amistades literarias, a veces perdurables. Con esta experiencia sobre sus hombros, no sorprende encontrar a Ayala como uno de los principales artífices de Realidad-Revista de Ideas, entre 1947 y 1949.
En el terreno de la edición, Ayala fue un nombre de peso en la Argentina de los años cuarenta, más allá de las revistas culturales. Se destacó como traductor, en especial del alemán, lengua que preservó todavía malgré Hitler su prestigio en ciencias sociales, humanidades y literatura contemporánea, de ahí la prolífica labor que desempeñó en esta tarea. En un momento dorado para la expansión del mercado editorial, la traducción fue su puerta de entrada a las grandes casas editoras de fines de los años treinta, en particular, la casa Losada, donde llegaría a ser director de una colección especializada en su campo (la "Biblioteca Sociológica"). También colaboró con Americalee. Luis A. Escobar hace un análisis con escalpelo de las formas en que Ayala fue construyendo los sucesivos catálogos de las colecciones en las que trabajó y colaboró, de tal modo que su libro también contribuye al conocimiento del campo de la historia de la edición en humanidades en la década de 1940 en la Argentina.
La labor como editor lo vinculó a otros polos editoriales latinoamericanos, como el mexicano. La fundación del Fondo de Cultura Económica en la década de 1930 significó la aparición de una editorial especializada en ciencias sociales de proyección hispanoamericana que, luego de 1936, se nutrió de la savia de los exiliados republicanos que se nuclearon en La Casa de España (hoy, Colegio de México). Entre estos últimos se hallaba otro sociólogo español, José Medina Echavarría, colega y amigo de Ayala. Ambos mantuvieron no solo un intenso diálogo desde sus respectivos exilios latinoamericanos, sino también construyeron redes de intercambio que facilitaron la circulación de ideas y la colaboración en proyectos comunes, constituyendo un "corredor" que nos lleva a poner en valor otra de las dimensiones del trabajo de Escobar: la escala transnacional y atlántica de la historia que nos ofrece el libro.
Los relatos de exilios son per se transnacionales, se dirá. Pero en este libro lo transnacional se juega en muchos sentidos, siendo en realidad multidireccional y a diferentes escalas. Por un lado, la escala europea de la trayectoria de Ayala hasta el triunfo franquista, que incluye su pasaje por la Alemania de Weimar en un momento decisivo de la historia europea, en torno de la crisis de 1929 y sus implicancias. Por otro lado, un primer cruce del Atlántico con destino a Buenos Aires. Luego las escalas se diversifican e incluyen a nivel más micro, si se quiere, lo regional, una vez que Ayala se pone a trabajar en Santa Fe, pero sin perder contactos a nivel nacional en otras universidades. La escala latinoamericana se abre y consolida, paradójicamente, más a través de los españoles que de los propios latinoamericanos, de ahí la importancia de la relación con Medina Echavarría quien, ineludiblemente, les abrirá las puertas a figuras de la talla de Daniel Cosío Villegas o Alfonso Reyes. Es, en cierta medida, una escala que se piensa y se vive como hispanoamericana y, por ende, suya, dado que el panamericanismo predicado y difundido por los Estados Unidos sobre todo en tiempos de la Segunda Guerra Mundial, despierta más desconfianzas que adhesiones, en principio.
Last but not least, la sociología. Los aportes de Ayala al desarrollo de la sociología latinoamericana, incluso a través de la traducción y edición de clásicos, son inescindibles de la labor en paralelo desarrollada por Medina Echavarría; ambos exilios pueden ser leídos como historias conectadas, en efecto, a pesar de sus divergencias. Las diferencias se fueron perfilando con el correr del tiempo. Mientras que este último construyó su trayectoria bajo el resguardo institucional del Estado mexicano, comprometido ampliamente con la acogida a los exiliados, en el caso argentino el exilio republicano llegó, por el contrario, mal que le pese a las políticas de Estado, más que nada con el apoyo de redes intelectuales, sociales y comunitarias. Así, no caben dudas de que la historia de la sociología puede ser iluminada bajo una nueva luz cuando es abordada con la mirada del historiador.
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