Blog d'en Jordi Grau i Gatell d'informació sobre les atrocitats del Franquisme.....
"Las voces y las imágenes del pasado se unen con las del presente para impedir el olvido. Pero estas voces e imágenes también sirven para recordar la cobardía de los que nada hicieron cuando se cometieron crímenes atroces, los que permitieron la impunidad de los culpables y los que, ahora, continúan indiferentes ante el desamparo de las víctimas" (Baltasar Garzón).
divendres, 21 de febrer del 2025
Maria Forns, encerrada en la cárcel franquista para adolescentes por culpa de un cura: “En el pueblo contó que era enferma mental”
Ja sabeu que la Memòria Històrica és un dels temes importants pel diari i per això avui m’ha semblat important començar el butlletí per aquí. Revisar els silencis del nostre passat més recent és una tasca que creiem necessària. Un dels silencis que les supervivents han començat a trencar és el que, durant anys, ha envoltat el Patronato de Protección de la Mujer, la institució franquista que tancava i medicava a adolescents menors d'edat contra la seva voluntat per tal d'intentar implantar-hi la moral nacionalcatòlica.
Maria Forns és una de les supervivents del Patronato i ha tingut la valentia d'explicar-nos la seva història en una conversa amb l'Oriol Solé. El mossèn del seu poble, que havia abusat d'ella, va convèncer els seus pares perquè l'hi tanquessin. Va estar un any sense poder sortir al Patronato, on va ser medicada i psiquatritzada. Com ella mateixa diu, la van voler destruir. "Estar al Patronat era ser una mala dona. L'element moral és molt important per explicar per què s'ha mantingut el silenci", reflexiona Forns.
Com altres joves del Patronato, la Maria és una de les víctimes del franquisme que, mig segle després, lluita perquè la seva història no caigui en l'oblit i les institucions estatals i religioses reparin tot el mal que els van fer. L'ordre religiosa on ella va estar tancada, les Adoratrices, no li ha demanat perdó i avui continua rebent milions d'euros en subvencions per a programes socials per a dones, en un nou exemple poc exemplar d'aquella Transició venuda com a modèlica.
La Iglesia ha pedido perdón por los abusos de un religioso sobre Forns, pero ni las monjas Adoratrices ni el Estado han reparado el año que la mujer pasó sometida a tratamiento psiquiátrico y trabajos forzados en el Patronato
“Cuando entré en el Patronato con 16 años, no sabía lo que era el Patronato. Hoy todavía no sé si lo he digerido todo”. Más de medio siglo después, Maria Forns puede hablar de su internamiento en el Patronato de Protección a la Mujer, la cárcel franquista para adolescentes. Durante mucho tiempo, el año que pasó allí fue “un tiempo muerto” en su vida, en definición de la propia Forns. “Me quisieron destruir”.
Forns es una de las víctimas, en su mayoría olvidadas por casi todas las instituciones, del Patronato, la institución franquista que, con la colaboración de varias órdenes religiosas, lavaba el cerebro y maltrataba a jóvenes para implantar en ellas la represión y moral nacionalcatólica. No hay una cifra oficial de los miles de mujeres que pasaron por los centros, pero algunas supervivientes se han organizado para reclamar un reconocimiento y una reparación.
Nacida en una masía de Marata (Barcelona), Forns todavía recita de carrerilla el nombre de la orden religiosa que la recluyó contra su voluntad durante casi un año: “Las Adoratrices Esclavas del Santísimo Sacramento y de la Caridad”. Antes hubo otro religioso con un papel destacado en su historia: el cura de su pueblo, mossèn Cardús. El religioso, muy poderoso y popular en la comarca por su militancia antifranquista, se obsesionó con Forns durante meses.
El cura manipuló a sus padres para que la ingresaran en las Adoratrices después de que la joven se distanciara de él. Cuando ya estaba decidido su encierro en el reformatorio, el religioso abusó de ella sexualmente. Una vez dentro del Patronato, mossèn Cardús “contó a todo el pueblo que era una enferma mental”, recuerda Forns. A sus compañeras de la escuela, les dijeron que tenía esquizofrenia. Forns lo descubrió muchos años después de salir del Patronato.
“Sabía que mossèn Cardús estaba implicado, pero no sabía hasta qué punto”, recuerda Forns. Uno de los documentos que le permitió certificar sus sospechas era el borrador de una carta del religioso a la superiora de un reformatorio pidiendo un sitio para la joven. Forns lo recibió, junto con otros papeles, años después de su salida del Patronato. En junio de 2024, Forns obtuvo una disculpa oficial del arzobispo de Terrassa, Salvador Cristau, en la que el responsable eclesiástico manifestó que “nada puede compensar tantos años de sufrimiento en silencio”.
“Yo tenía 14 o 15 años. Empecé a rebotarme tras ser una niña muy sensata. Mis padres pidieron consejo a la autoridad del pueblo, que era el cura, al que yo había tenido como un segundo padre hasta que me distancié de él. Cuanto más me distanciaba, más empeño ponía él en controlarme. Y claro, mis padres hicieron lo que mossèn Cardús dijo”, rememora Forns.
Así terminó Forns en un convento de las Adoratrices del centro de Barcelona, todavía perteneciente a la Congregación a día de hoy. Allí sufrió los tres pilares de la represión franquista: Estado, Iglesia y psiquiatría (el Patronato era una institución estatal, pero gestionada por órdenes religiosas y con participación destacada de médicos que medicaban a las jóvenes sin ningún tipo de consentimiento). Como otras supervivientes, las monjas la sometieron a trabajos forzados, en su caso coser peluches del personaje de La Pantera Rosa. “Ni idea de para qué empresa cosíamos gratis”, señala.
El psiquiatra era el último paso del sistema represivo para lograr lo que no se lograba con la oración y la disciplina
El temor al psiquiatra Honorio Sanjuán era total. “El psiquiatra era el último paso del sistema represivo para lograr lo que no se lograba con la oración y la disciplina”, reflexiona Forns. “Me decía que ningún jorobado se ve la joroba. Las dosis de caballo de psicofármacos que me recetaba después me dejaban grogui”, rememora.
Maria Forns terminó por escupir (a escondidas) las pastillas que le daban, pero había un miedo que permanecía: “Era muy consciente de que en cualquier momento me podrían llevar al psiquiátrico, y eso era espantoso. Una pastilla podía dejar de tomármela, pero a los electroshocks no podría resistirme y me destrozarían el cerebro. Era una sensación de tener sobre mí un poder que no era concreto, que estaba hecho de muchos elementos, y que me quería destruir”.
En el convento de Barcelona pasó alrededor de medio año, sin poder salir. “Ni tan solo podíamos mirar a la calle por la ventana. La calle no existía, simplemente”, detalla Forns. La disciplina y los horarios eran férreos: levantarse temprano para ir a misa, limpiar todas las instalaciones y luego “los talleres”, esto es, los trabajos forzados, en ocasiones bajo “lecturas edificantes” recitadas por las monjas.
“No se hablaba. Daba igual el motivo por el que estuvieras allí. Tú tenías que hacer tu proceso interior de reconocimiento que te habías equivocado, que habías hecho algo mal, y, por lo tanto, te tenías que confesar, que era el primer paso para redimirte y encaminarte”, destaca Forns al recordar el silencio que se vivía en el reformatorio.
Tras su paso por el convento de Barcelona, Forns fue trasladada a otra casa de la Congregación en Sant Just Desvern, al lado de Barcelona, donde sí recuerda alguna caminata hasta una colina cercana, acompañadas siempre de las monjas.
Como les suele ocurrir a muchas supervivientes, Forns no pudo apuntar la dirección de las compañeras de internamiento. “Cuando veían que hablabas con alguna compañera, trasladaban de centro a una o a la otra”, recuerda Forns. Bajo el Patronato, no había amistad posible entre dos internas.
Las investigaciones de autoras como Consuelo García del Cid (también superviviente del Patronato), Carmen Guillén, Pilar Iglesias o Maria Palau y Marta García han constatado que era habitual que una interna natural de una ciudad fuera encerrada en un centro de una provincia distinta, en ocasiones a centenares de kilómetros de su lugar de origen.
Este aislamiento de chicas menores de edad, unido a la vergüenza añadida de haber pasado por una institución y al lavado de cerebro, hace que a día de hoy muchas supervivientes todavía extiendan un manto de silencio y represión a su paso por el Patronato.
“No nos pudimos acompañar, no pudimos solidarizarnos entre nosotras porque no sabíamos dónde estábamos”, destaca Forns, que contrapone la experiencia de las víctimas del Patronato con la de los presos políticos de la dictadura, que compartían celdas y grupos de apoyo, lo que les permitió crear redes de solidaridad. “Nosotras no hemos tenido esta posibilidad porque no nos pudimos reencontrar entre nosotras. Y esto es un elemento muy grande del silencio”, lamenta Forns.
“Éramos jóvenes, éramos mujeres y teníamos el estigma de la inmoralidad, eso de ‘alguna cosa debías hacer para que te encerraran’”, razona Forns sobre los motivos de la invisibilidad de unas víctimas del franquismo que, en Catalunya, están reclamando a las fuerzas políticas ser incluidas como represaliadas en la ley de memoria democrática que tramita el Parlament.
Estar en el Patronato era ser una mala mujer. El elemento moral es muy importante para explicar por qué se ha mantenido el silencio
El estigma de inmoralidad, remarca Forns, llega hasta el punto de que muchas mujeres no lo han hablado nunca ni a sus familias. “Estar en el Patronato era ser una mala mujer. El elemento moral es muy importante para explicar por qué se ha mantenido el silencio”, asevera Forns. A ello cabe añadir, agrega, la falta de políticas de Memoria Histórica tras la muerte de Franco.
“Las órdenes religiosas se fueron reconvirtiendo hacia otras actividades. Todo eso lo borró”, advierte Forns, que considera indispensable una reparación oficial de las órdenes religiosas que colaboraron con el Patronato. “Había maltrato, a una chica de 16 años le rapas el pelo y es una agresión brutal. Había celdas de aislamiento y electroshocks”.
De forma oficial, el Patronato de Protección a la Mujer no fue suprimido hasta 1985. “Las funciones de protección a la mujer y a los menores que el ordenamiento jurídico atribuye a los organismos suprimidos y que deba continuar ejerciendo la administración son asumidas por la dirección general de protección jurídica del menor”, rezaba el Real Decreto que puso fin a 40 años de una institución represora de miles de mujeres sin ninguna reparación para las víctimas ni ninguna obligación para las órdenes religiosas.
Al margen del cambio de régimen, las supervivientes han tenido que hacer su propio camino, en muchas ocasiones solas. En el caso de Forns, además, tuvo que enfrentarse, años después, a las mentiras que mossèn Cardús había esparcido por todo el pueblo. “Si ya corrían rumores de que estaba embarazada, que con 16 años era un pecado gravísimo, pues además resulta que era enferma mental. La etiqueta te la ponen y la llevas toda la vida”, señala Forns, que tras años de ayuda y apoyo de unas pocas amigas, ha podido constatar que un cura considerado como progresista y antifranquista en el pueblo y la comarca había empleado en venganza contra ella una institución de la que, en teoría, abominaba.
“Durante muchos años he interpretado que les sobraba a las monjas porque a mí no me podían reconvertir, porque yo lo tenía muy claro y además era una influencia negativa para las compañeras. Después llegó a mis manos una carta de una persona que le decía a mossèn Cardús que lo que me estaban haciendo no me ayudaba y que lo mejor que podían hacer era sacarme de allí. No sé hasta qué punto influyó esta carta”, expone Forns sobre su salida del Patronato.
El paso del tiempo ha permitido a Forns hallar algunas respuestas, aunque no todas. “¿Cómo puede ser que tenga la disculpa de un obispo por los abusos de un cura, y no de la Congregación y la institución estatal que me encerraron?”, se interroga Forns. La pregunta queda en el aire.
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