Contaba Jorge Semprún en su novela La escritura o la vida que durante dos años vivió sin verse el rostro, encerrado en el campo de concentración nazi de Buchenwald: “No hay espejos en Buchenwald. Veía mi cuerpo, su delgadez creciente, una vez por semana, en las duchas. Ningún rostro, sobre ese cuerpo irrisorio”. Unas 56.000 personas fueron asesinadas en el sistema de campos de Buchenwald, desde su apertura en 1937 hasta su liberación en 1945. Los prisioneros veteranos se negaban a visitar al médico, siempre, ocurriera lo que ocurriera. “Lo habitual era salir de la enfermería por la chimenea del crematorio”, resumía Semprún, detenido en 1943 como comunista español en la Resistencia francesa. “Dulzón, insinuante, con tufos acres, propiamente nauseabundos. El olor insólito, que era el del horno crematorio”, recordaba.
En aquel campo de concentración, a tan solo ocho kilómetros de Weimar (Alemania), había alguien que sí podía verse su rostro en un espejo y que además estaba obsesionado con la piel de los demás. Era Erich Wagner, uno de los médicos de Buchenwald. Había nacido en 1912 en Chomutov, una pequeña ciudad de mineros del carbón en la actual República Checa. Y, con 28 años, Wagner firmó la que es, posiblemente, la tesis doctoral más perversa de la historia.
El 6 de septiembre de 1939, el médico ingresó como jefe de asalto en las Waffen-SS, el brazo armado del Partido Nazi. Cinco días antes, había comenzado la Segunda Guerra Mundial, con la invasión alemana de Polonia. En el campo de concentración de Buchenwald ya había unos 10.000 judíos desde la Noche de los cristales rotos, el 9 de noviembre de 1938, cuando un estallido de violencia contra los hebreos acabó con miles de ellos detenidos por toda la Alemania nazi. En su estreno como médico del campo, Wagner aplicó la inyección letal a un grupo de gitanos que sufría una leve enfermedad contagiosa, según consta en los documentos del memorial de Buchenwald. Y en 1940 comenzó su gran obra: una tesis doctoral titulada Sobre el tema del tatuaje.
Una empresa estadounidense de coleccionismo de material nazi, USM Books, con sede en Rapid City (Dakota del Sur), pone ahora a la venta por 995 dólares (835 euros) un ejemplar original de aquel macabro trabajo. La tesis, de 51 páginas ilustradas con 30 imágenes, analiza los tatuajes de 800 personas según su “raza y nacionalidad”, su educación y su “pasado criminal”. Contiene fotografías de prisioneros desnudos en Buchenwald, de pie y con la mirada perdida, mostrando sus tatuajes de mujeres sin ropa, dibujos de penes, soldados a caballo e iconos de la época, como el ya entonces célebre Mickey Mouse, creado por Walt Disney en 1928.
Un superviviente acusó a Wagner de matar a los prisioneros tatuados tras fotografiar su piel
Tras la liberación de Buchenwald, el 11 de abril de 1945, uno de los prisioneros supervivientes, el ingeniero químico austriaco Gustav Wegerer, recordaría: “El doctor Wagner, médico de las SS, trabajó en una tesis doctoral sobre los tatuajes. Sorprendentemente, todos los prisioneros a los que ordenó acudir a su consulta murieron. Y sus tatuajes fueron arrancados. No es arriesgado asumir que fueron liquidados por él en el edificio del hospital”.
Cuando Semprún salió vivo de Buchenwald y empezó a hablar con un joven oficial francés del ejército aliado, arrancó su relato por algo desconcertante: las sesiones de cine organizadas por los mandos de las SS los domingos por la tarde. En un barracón al lado de la enfermería de Wagner, los presos veían comedias musicales de cine mudo, contaba Semprún como resumen de sus dos años en el infierno, sin mencionar los cadáveres que salían por la chimenea. El militar francés no entendía nada. "Cualquiera podría haberle narrado el crematorio, los muertos por agotamiento, los ahorcamientos públicos, la agonía de los judíos en el Campo Pequeño, la afición de Ilse Koch por los tatuajes en la piel de los deportados", rememoraba satisfecho Semprún.
El español publicó La escritura o la vida en 1995, medio siglo después de su liberación, pero recordaba perfectamente a Ilse Koch, la llamada Bruja de Buchenwald. Estaba casada con el comandante del campo, Karl Otto Koch, y tras la Segunda Guerra Mundial fue acusada de haber arrancado la piel tatuada de los prisioneros para hacerse lámparas con las que decorar su casa. Los cargos nunca se demostraron.
El médico Erich Wagner se suicidó en 1959 sin esperar a su juicio
De las supuestas lámparas de piel humana de Ilse Koch solo quedan fotografías, pero el tétrico libro de Wagner sí ha llegado a nuestros días. Otro ejemplar se guarda en la biblioteca de la Universidad Friedrich Schiller de Jena (Alemania), en la que el médico nazi presentó su tesis doctoral, vinculando los tatuajes a la criminalidad sin ningún método científico.
El dermatólogo alemán Peter Elsner ha diseccionado ahora la obra de Wagner, en una revista especializada alemana. Según Elsner, incluso “la autoría científica de la tesis es cuestionable”. En 1957, subraya, otro prisionero de Buchenwald, el escritor médico Paul Grünwald, declaró que fue él mismo quien diseñó el cuestionario, interrogó a los 800 presos, recopiló los datos y redactó la tesis de Wagner. El nazi, mientras, daba algunas indicaciones y, sobre todo, “se aseguraba de que los tatuajes especialmente bonitos fueran fotografiados en el departamento de fotografía”, según el testimonio de Grünwald. La tesis doctoral más perversa de la historia es, además, plagiada.
Erich Wagner fue arrestado por el Ejército estadounidense en 1945. Pero, en 1948, escapó. Durante años, consiguió vivir en Baviera y en la Selva Negra con un nombre falso, hasta que fue detenido de nuevo en 1958. El 22 de marzo de 1959, se suicidó, sin esperar a su juicio. El tribunal que juzgó su tesis doctoral en la Universidad de Jena calificó de “muy buena” su obra Sobre el tema del tatuaje.
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