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Fue Borges quien dijo que la memoria es como un saco de espejos rotos. La memoria personal se construye con fragmentos emotivos que seleccionan lo que se quiere recordar. Por eso el conocimiento de la Historia es mucho más transformador que los meros recuerdos individualizados de unos y otros
ALBERTO SABIO ALCUTÉN
01/02/2020
01/02/2020
N inguno de los fragmentos refleja el conjunto de la realidad pasada y, en ocasiones, la desfiguran. Si esto es así en la memoria individual, qué decir de la memoria colectiva... En nuestra opinión, para que la memoria histórica llegue a ser más provechosa y más inspiradora de aprendizaje, el requisito fundamental es que sea verificada y pensada a través de la Historia. De hecho, la ciencia histórica es una trituradora de memoria que la digiere para producir conocimiento.
Acaban de cumplirse 75 años de la liberación de Auschwitz y un reto de gran interés didáctico es combinar lo micro y lo macro. Por ejemplo, entender el nazismo a partir de los aragoneses –o extremeños, o gallegos– que estuvieron en los campos de Mauthausen, Auschwitz, Treblinka o Dachau. Ahora bien, llama la atención que la opinión pública española, y particularmente los estudiantes, conozcan mucho mejor estos nombres que otros más cercanos, como el campo de concentración de San Juan de Mozarrifar, el campamento de penados de Belchite o la importancia del trabajo esclavo en la inmediata posguerra española. Muchos alumnos ni siquiera saben que su bisabuelo estuvo preso allí.
MANO DE OBRA ESCLAVA
Los vencedores de la guerra impusieron, por largas décadas, su memoria de manera dictatorial al conjunto de la sociedad, prohibiendo la expresión de cualquier recuerdo diferente que contradijese la historia oficial. Como ha indicado Javier Rodrigo, a partir de 1938 se encuadró la labor de los presos políticos en lo que el jesuita Pérez del Pulgar denominó Redención de Penas por el Trabajo. Sueños de grandeza aparte, en aquella España del primer franquismo se recurrió abundantemente a la mano de obra de los prisioneros políticos. Sobre la base del trabajo forzado se levantó una estructura piramidal de explotación laboral y de beneficio pecuniario tanto para el Estado como para no pocos particulares. Fue el utilitarismo punitivo que, además, humillaba a todos los perdedores con el sambenito de «reeducar» su desviada ideología.
Mano de obra esclava se empleó en Regiones Devastadas (en Mediana de Aragón, Teruel, La Puebla de Híjar, Torrevelilla...). En este sentido, uno de los primeros objetivos fue subrayar los destrozos que la barbarie roja había ocasionado. Ya lo había expresado el general franquista Muñoz Grandes en febrero de 1940: «Lo que más urge es rehacer el suelo patrio, deshecho brutalmente por las hordas marxistas que, impotentes para contener nuestro avance arrollador, solo con la destrucción y el crimen pudieron satisfacer el inconcebible espíritu satánico que había de probar bien a las claras qué poco les importaba España».
Tenían que reconstruir Belchite porque, según las autoridades franquistas, ellos lo habían destruido con odio y cobardía. Por eso muchos presos políticos fueron trasladados hacia el campo de soldados trabajadores de esta localidad aragonesa.
Con mano de obra forzosa, modernos esclavos del siglo XX, se horadaron túneles y se alinearon carreteras, se excavaron muchas acequias en Zuera, se completó el canal de las Bardenas y se trabajó en empresas como Maquinista y Fundiciones del Ebro o Minas y Ferrocarril de Utrillas.
Las Memorias de instituciones penitenciarias documentan 180 penados trabajando en el embalse de Barasona, 60 en Mediano, 20 en Guara. Y el libro titulado El Canal de los Presos refiere que, en la provincia de Huesca, se utilizaron destacamentos penitenciarios para construir carreteras en el entorno de Bisaurri, Benasque, Castejón de Monegros (túnel de la Sierra de Alcubierre), Lascuarre y Canfranc, al tiempo que 50 reclusos se ocupaban forzosamente en la fábrica de amoníacos de Escalona. Tampoco faltaron presos para reconstruir los cascos urbanos de Huesca (400 penados), Sabiñánigo (40) y Fraga (40).
REDENCIÓN DE PENAS
El discurso de la reeducación benefactora y de la redención de penas contrastaba con la dureza de las condiciones padecidas por el Batallón de Trabajadores de Jaca o por la Compañía de Escalona, empleados ambos en labores de fortificación militar, lo mismo que en Los Arañones-Canfranc, dedicados a reforzar la Línea Pirineos.
Hay una conclusión bastante clara: existe un fuerte contraste entre las numerosas investigaciones especializadas y lo que se recoge en los manuales escolares, como si los mejores libros (en el caso de los campos de concentración franquistas, Rodrigo, Hernández, etc.) no hubiesen terminado de formar parte de la percepción colectiva del pasado, de ese pasado que no puede ser pisado. No se acaba de incorporar el conocimiento riguroso del pasado a la memoria pública.
La sociedad española sufraga una parte sustancial de la actividad investigadora a través de la financiación pública. Es exigible que luego el conocimiento riguroso del pasado tenga rentabilidad social. Y, en este punto, el conocimiento de la historia es mucho más transformador que los meros recuerdos individualizados de unos y otros.
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