dimecres, 2 d’abril del 2025

Los descendientes. Un siglo de historia y memoria familiar. Gutmaro Gómez Bravo.

 https://conversacionsobrehistoria.info/2025/04/02/los-descendientes-un-siglo-de-historia-y-memoria-familiar/



Gutmaro Gómez Bravo
Universidad Complutense de Madrid

 

Han de pasar cuatro generaciones hasta que las heridas del pasado dejen de estar presentes en las sociedades modernas. Los descendientes, desmiente esa afirmación en el caso español, a través de un enfoque poco conocido y transitado todavía entre nosotros: la memoria familiar. Más allá de reconstruir la trayectoria de una familia media, sigue su transmisión a lo largo de cuatro generaciones hasta nuestros días. Es un viaje por el desconocimiento, las medias verdades y las mentiras que nos rodean, incluso en el ámbito privado, que nos obligan a detenernos y a reflexionar sobre nuestros vínculos con el pasado. Es el relato fragmentado e interrumpido de unos abuelos, mis padres, a través de muchos filtros, miedos e incertidumbres. Es también la vivencia del conflicto como historiador y padre de unos hijos, que, a pesar de la distancia generacional y tecnológica, mantienen y reproducen muchas de sus claves heredadas. Un ensayo que incorpora distintos usos de los archivos, las imágenes, los recuerdos y las experiencias, una visión de conjunto de todo un siglo, que trata de explicar, en definitiva, por qué la historia se ha convertido en un arma de polarización y de división política en nuestros días.

Este libro parte de una necesidad personal. Está marcado, de principio a fin, por el deterioro y la precariedad en la que viven nuestros mayores. Ante la enfermedad degenerativa de mi madre, surge la urgencia de ordenar sus recuerdos, de contar su historia a mis propios hijos, los descendientes. Después del ictus y de la caída, la vida de mi padre cambió por completo. A medida que perdía movilidad, parecía recobrar los recuerdos de su infancia. La memoria sigue pegada a nuestras circunstancias personales, pero la historia también encuentra sus atajos. La nuestra sufrió un giro radical, cuando, terminado ya el primer borrador del texto, pude acceder al expediente del Archivo del Ministerio del Interior de mi abuelo. Lo había solicitado muchos años atrás, tantos que ya no contaba con él. Pero sus 308 páginas cambiaron por completo el relato. Mi familia aun no lo conoce. Esta es mi forma de contárselo, de explicar una historia que no deja de ser común a muchas otras que parpadean en la pantalla de nuestro ordenador. Las páginas que siguen abordan el más difícil de los sujetos de estudio: nuestra propia familia. Un tratado de recuerdos, de fronteras, de llamadas perdidas; último viaje al siglo XX. Una triple historia: de la emigración, de las ciudades y de los sentimientos, que sigue las huellas geográficas, mentales y sociales de todo un siglo, un país, un continente. Una historia de los afectos, de los miedos y los fracasos que se transmiten en el hogar y dejan entrever cómo y por qué nos comportarnos de distinta forma ante las adversidades. Una guía, un antídoto para el dolor de adentrarnos en los silencios, en las pistas falsas y las mentiras que nos dejaron nuestros seres queridos que, lejos de desaparecer, siguen activas. Una gran parte de las cosas que parecían olvidadas, desterradas de la memoria colectiva, afectan de lleno a esta nueva generación que consume un pasado virtual, idealizado, a través de las plataformas digitales.

Comares Nosotras las rfugiadas

He utilizado las herramientas habituales del trabajo de historiador para lidiar con bulos, versiones enfrentadas, vidas de otros… hasta que he visto surgir una historia nueva, desconocida, que me ha ido envolviendo, enredando, a lo largo y ancho de todo un siglo. Un relato vacío, de supervivencia y protección, latente durante la democracia, que ha dado lugar a un particular olvido selectivo con el que convivimos. Un libro escrito desde el callejón en el que habitan todos los males del oficio de historiador en nuestros días. Por un lado, a nivel profesional, me enfrento a los mitos y mentiras de una memoria manipulada, politizada; por otro, con mucha más dificultad, como padre de dos hijos adolescentes, trato de confrontar la versión heredada con todo aquello que he podido averiguar en los archivos. Muchas de las cosas que parecían olvidadas, desterradas de nuestra memoria colectiva, afectan de lleno a esta nueva generación que consume el pasado en formato virtual, idealizado, a través de internet y de las plataformas digitales. Aborda, por tanto, una doble problemática, histórica y temporal, pública y privada, transversal y generacional.

Las dos familias del autor: a la izquierda, la madre con sus hermanos; a la derecha, el padre en el bautizo de su hermana (Imágenes cedidas por el autor del libro)

Hubo un tiempo, no tan lejano, en el que la totalidad de la población española tenía ficha de antecedentes políticos y sociales. Se remontaban al comienzo de la guerra civil y afectaban a toda la familia. Sus efectos sobre la población se están comprendiendo ahora. A través de su recuerdo, la dictadura más larga del sur de Europa (tras Portugal) construyó su propio modelo de memoria, de reconciliación. Así, mientras la mayor parte del mundo occidental iniciaba la reconstrucción de posguerra, la primera justicia transicional y la democracia liberal, en España se mantenía la memoria del castigo, la de vencedores y vencidos. Lugares como el Valle de los Caídos o celebraciones como los 25 años de paz, fijaron la guerra civil como el punto de origen común de todas las familias españolas. Un comienzo, el de la “violencia fundacional”, que cala directamente en tres generaciones. Las dos primeras, abuelos y padres, la interiorizaron como una suerte de memoria protectora, ante el miedo y la incertidumbre del final del franquismo y la Transición. A su formación, desarrollo y transmisión, están dedicadas las dos primeras partes del libro que se corresponden con sus respectivas generaciones. Vidas que transcurren con problemas propios y colectivos, destinos personales conectados con hechos históricos que permiten entender la Restauración, la guerra de Marruecos, la II República, la guerra civil, la posguerra, la emigración del campo a la ciudad y la masiva salida a Europa, en busca de mejores condiciones de vida.

La tercera y última parte está centrada en entender el presente, en el que todo ese pasado aflora de manera desordenada e interesada, y nos afecta a nosotros, a nuestros hijos, la tercera y cuarta generación. Nuestro tiempo, saturado de datos e imágenes, se ha convertido en la era de la desinformación; la de los bulos y las fake news que han arrastrado la historia a una guerra cultural sin cuartel. Todo vale, todo es mentira, en una realidad que supera a la ficción, viralizando esos viejos mitos y leyendas fundacionales. Asistimos a un gran cambio tecnológico, el de la era digital, en el que, a través de un gran salto hacia atrás en el tiempo, se ha construido un pasado a medida. Toda historia es una historia del presente. La nuestra es visual, exige contenidos y referentes “nuevos”, como forma de captar la atención en internet. Explorar qué hay detrás de esa forma de entender y consumir el pasado es otro reto de este trabajo.

Recerques

La idea de transmitir la historia familiar a mis hijos, ante la falta de sus abuelos, se desvanece a diario. La razón última no es que lo lean ahora, sino más adelante, cuando tengan necesidad de comprenderlo, de compartirlo. Harán una lectura en función de su propia vida, de su presente. Pero también dependerá, en buena medida, de lo que hagamos ahora con la gestión de ese pasado incómodo, ya que las formas tradicionales de transmisión del relato se han roto por completo.  Tienen interés por la historia, pero la identifican como algo ajeno a su mundo, que meten en el mismo cajón que la política. La confusión entre historia y memoria, su polarización constante, ha terminado con su interés. Han desterrado, como también hicimos nosotros, el pasado familiar, aunque por distintas razones. Las páginas siguientes tratan de explicar cómo y por qué hemos llegado a esta situación. El objetivo último es comprender de qué manera se transmite a esta última generación. En tres apartados muy breves: el lenguaje visual, la reinvención del pasado y su politización.

Mi generación, la del final de baby boom (nosotros somos los boomers) fue la primera en la que no se impuso a la fuerza el modelo de reconciliación franquista. Niños durante la Transición, jóvenes en años ochenta y noventa, no conectamos con la memoria de nuestros antepasados que se quedaron en España y sufrieron persecución; oficialmente no estaba reconocida y familiarmente se había silenciado, por miedo y por vergüenza. Lo hicimos, en plena etapa de formación, entroncando con la memoria intelectual y política del exilio. Marcada todavía por la querella del fin de la guerra, que afectó de lleno a la izquierda y al mundo nacionalista, arrastraba una herencia disputada y en conflicto que sigue pesando en la estrategia y en los discursos de la mayor parte de los partidos actuales. La irrupción de esta dimensión política, ideológica, tuvo un efecto inesperado. El consenso democrático en torno a una política de memoria de Estado, propia de la posguerra europea, quedó bloqueado en sede judicial y parlamentaria. La posibilidad de conectar con la experiencia de esta generación olvidada, la del exilio interior, se ha esfumado, ya que, prácticamente, ha desaparecido al completo. La polarización ha terminado por volar los puentes con la idea de reconciliación de la Transición, que anclaba sus bases en el modelo de memoria anterior. Esta es la particularidad del caso español que se pretende seguir aquí desde el punto de vista familiar.

Expediente en la Dirección General de Seguridad de Gundemaro Bravo y su retrato a la derecha, en imágenes cedidas por el autor del libro

El primer epilogo recoge esa experiencia y trata de ponerla en valor a lo largo de un siglo de la historia de España. El segundo, escrito una vez terminada la investigación en archivos, vuelve al punto de partida inicial, pero desde un descubrimiento que lo cambia todo. Un hallazgo, quizás el más importante, resulta imposible de incorporar al relato, a la propia versión familiar. Es la misma separación personal, privada, que sigue presente en nuestra historia pública. El estudio de la represión franquista, la historia de las mujeres o la participación de España en la Segunda Guerra Mundial, con el paso de los españoles por los campos de concentración y de exterminio, por citar sólo algunos ejemplos, no se han incorporado a los libros de texto. La versión tradicional y heredada de la historia no se ha modificado. Por el contrario, se ha generado una reacción, un contrarrelato que adquiere fuerza con rapidez y se convierte en una excelente forma de confrontación política. El pasado llega a nuestros hijos como algo confuso, alterado y mezclado en el mar de contenidos digitales, en el que las plataformas de ocio y entretenimiento terminan desplazando por completo a los libros de texto. A través del lenguaje visual, el revisionismo y el negacionismo consiguen calar en la cuarta y última generación que recibe, de forma pasiva y voluntaria, la misma versión impuesta a sangre y fuego que en la primera. La memoria franquista, blanqueada en miles de memes, mantiene intacta su legitimación y su modelo de reconciliación. La mayor parte de la sociedad española, de hecho, no considera a Franco un dictador como Hitler, Mussolini o Stalin.

Escrito en primera persona, no tiene notas a pie de página para favorecer la lectura de una historia que pesa todavía en muchas de nuestras decisiones y opiniones cotidianas.  La delgada línea que nos separa del pasado, puede también tratar de unirnos. Recordar, detenernos y pararnos a pensar de dónde venimos no es tarea fácil. Siempre es más frágil mantener el vínculo con un tiempo de dificultades y amenazas que con las libertades, con la sociedad de la abundancia. Culturalmente sigue siendo mucho más aceptable como punto de origen. No hemos transmitido nuestros vínculos más cercanos que apenas son hoy reconocibles. La búsqueda de referentes en el pasado remoto, en cambio, se ha disparado a través de internet y de las redes sociales. Más allá de una versión adulterada de los acontecimientos, las redes ofrecen una explicación del mundo, una cosmovisión que impide entender el presente como el resultado de un proceso histórico. Se deslizan, por el contrario, hacia las teorías de la conspiración, resucitan los antiguos mitos, los viejos odios, como combustible de la polarización política.

Todas las referencias usadas aparecen al final del libro, junto con los documentos y archivos consultados. Cada día es más difícil seguir las huellas de la transmisión oral del relato. Rota en mil pedazos, se impone nuestra mirada digital. Estamos hechos de recuerdos elaborados. Imágenes de personas que no llegamos a conocer, constituyen el tronco de nuestra herencia común. Con la excepción de la consulta de archivos públicos, la mayor parte del trabajo de documentación se ha realizado a través del correo electrónico, We Transfer o WhatsApp. Sistemas de intercambio de datos, con los que es posible interactuar mediante iconos y comentarios, sin necesidad de hablar. A través de un simple mensaje de teléfono móvil, se puede compartir una imagen, manipularla y convertirla en realidad. El pasado deformado, filtrado, sirve a nuestras creencias, a nuestra forma de encajar el presente. Todo es opinión en un tiempo en el que hemos renunciado a explicar, a entender el mundo.

Imagen cedida por el autor del libro
  1. Llévame a casa.

 Esta historia ha llegado hasta nosotros, los descendientes, a través de la transmisión de un relato heredado, estereotipado y compartido. Un relato que se construyó en una época muy difícil y que seguimos renunciando a comprender. La experiencia de la guerra y de la posguerra, muestran ese gran vacío colectivo del que procedemos. Su alcance masivo, su prolongación en el tiempo y su potencial destructivo sirvieron como un aglutinante de desgracias, que se han mantenido a través de una visión pesimista de la historia española. Eso y todo lo que la gente tuvo que hacer para sobrevivir, fue silenciado por sus propios protagonistas, por culpa, por imposición, por miedo y por vergüenza, además de otras muchas razones, sobre todo, económicas. Ese silencio, controlado por la dictadura desde abajo, desde lo familiar, tiene unos efectos que apenas hemos empezado a explorar. Es una condición terrible que afecta forzosamente a la memoria. Esa es una labor pendiente, otra más, desandar y comprender el camino que deja sin resolver las incógnitas personales. Los recuerdos de aquellos niños, como mis padres o los tuyos, no ha salido del túnel en el que se encontraba hace ya casi un siglo. La cuestión, pasa por saber qué usos hacemos de ella en la actualidad. El silencio con el que se vio obligada a convivir la sociedad española se inició desde el comienzo de la guerra. Las familias fueron implicadas desde el golpe hasta niveles insospechados, hecho que marcó su condición vital en la “posguerra”. Este es un punto crucial para entender por qué la memoria oficial logra confundirse todavía con la familiar. Fue codificada y transmitida en el amplio repertorio de violencias que sufrió la población civil desde el propio golpe de estado. Su rápida extensión se impuso por todas las vías para asegurar la cohesión de la población “propia” al tiempo que se arrebataba la del “enemigo”. La guerra de España, escenario internacional, antesala de la guerra total, absorbió todos sus recursos, convirtiendo a la población civil en objetivo militar.

Sacar del olvido esa parte, con los materiales de archivo que disponemos, nos lleva de nuevo a explicar, a comprender a regañadientes, una versión que no conocemos y hemos dejamos pasar. Renunciamos a ello. Si no entendemos esto, nunca sabremos cómo se empezaron a transmitir los recuerdos de la guerra, cómo se fueron adecuando a las pautas, políticas, sociales y culturales, que no siempre se sincronizaron con la recuperación de la democracia. Hay un eslabón perdido, reconstruido con lo que había a mano en cada momento, testimonios orales, fotos, cartas, recuerdos…..y archivos, por eso son tan necesarios, para mantener la exigencia de recobrar una historia a la que ya no podemos llegar. Sus restos siguen vivos en un presente que agita aún sus claves emocionales. La memoria familiar permite un reconocimiento oficial a las víctimas de ese largo proceso de olvido y apropiación, desactivando su utilización en la batalla por el relato que nada tiene que ver con ellas ni con su historia. Para ello, primero, la sociedad tiene que considerar justo y necesario condenar la dictadura, reparar a las víctimas y superar el modelo de reconciliación impuesto por el franquismo. De este modo, el conocido “deber de memoria” puede facilitar el conocimiento de nuestro pasado reciente y su difícil proceso de articulación. Pero también puede ser una trampa, como hemos tratado de mostrar, que se enreda políticamente en el presente, bajo la promesa de futuro.

La familia del autor en Alemania, de donde regresaron en 1968 (Imagen cedida por el autor del libro)

A pesar de que una gran parte de la guerra y del franquismo sigan siendo “materia reservada”, se ha mejorado mucho su análisis y comprensión. Aún queda mucho camino por recorrer, con la desclasificación, catalogación y apertura de archivos, con el desarrollo de la historia comparada de otros países, pero necesitamos también la incorporación de la “memoria familiar” a la interpretación del Siglo XX español. Tampoco de cualquier forma; es necesario contrastar, porque los hechos se mezclan y recomponen con el paso del tiempo. A veces, como hemos visto, lo que recordamos y transmitimos no pasó de verdad. Se elaboró después, es mentira. Todo aquello desordenado, confuso y oculto, como en la bolsa desastre, abre las puertas del pasado, alcanza apariencia de realidad, especialmente en las plataformas digitales.

Ya somos varias las generaciones que no vivimos la Transición y todavía no hemos conseguido hablar como sociedad de todo ello. No lo hemos superado y seguirá siendo difícil hacerlo mientras la visión del pasado siga sujeta al juego político. Lo hemos visto en la memoria oficial del fin de la guerra, de la dictadura, pero también en la del exilio y en la del propio comienzo de la democracia. Las memorias construidas solo con supervivientes son fáciles de utilizar para confrontar, especialmente en una guerra civil donde no hay recuerdos comunes. Hemos tratado de evitar la tentación de reconstruir genealogías, ya que cada familia, al igual que cada generación, toma y deja lo que le interesa de los recuerdos. No se transmite directamente en el inconsciente colectivo, esta es una idea falsa, como demuestra la historia familiar. La memoria es lo que queda después del olvido, todo lo que se selecciona y transmite es inseparable de las creencias y de las formas posteriores de entender la vida. Es también lo que no se consigue olvidar, aunque se busque, como aquellos que hicieron el mal y trataron de ocultarlo.  De eso no se hablaba y no se habla. Muchos han borrado su rastro, pero otros siguieron recordándolo.

Una parte de mi familia encarnó el mal, lo extraño y anormal dentro de su sociedad; no dejaron nada, lo borraron, lo ocultaron, no lo contaron nunca. Hasta ahora nadie de mi familia había querido mirar ahí, embarcados en un proceso de construcción de una identidad nueva, en un país próspero y rico. La última generación, la de la era digital, vuelve la mirada feliz, a través del juego y sus formatos visuales, a una sociedad atrasada, empobrecida, controlada y traumatizada como la de la posguerra. “Se vivía mejor”, dicen sin complejos. Ese pasado del que no se hablaba antes, sirve hoy de decorado permanente a las plataformas digitales, educativas y políticas.  No ha interesado aquí una historia de la familia propiamente dicha, sino como se creó y se transmitió la memoria de la guerra civil que diseñó la dictadura para blindar el ámbito público y privado. Enrevesado y oculto, es un proceso que sigue generando dolor. Mantiene una increíble capacidad de sugestión. A diferencia de otras personas que han estudiado su pasado y han escrito sobre ese proceso creativo, no puedo decir que las cosas que he averiguado, aquellas que no sabía antes de iniciar este estudio, me hayan aportado felicidad o liberación alguna, sino más bien desasosiego y tristeza. Me han permitido comprender mejor a los demás, eso sí, sus actitudes, sus razones, sus miedos, lejos de las justificaciones morales con las que confundimos su memoria.

Los padres del historiador Gutmaro Gómez Bravo con su hermano mayor en su bautizo, en una imagen cedida por el autor del libro.

Acostumbrado a trabajar con las falsedades documentales, con las versiones de unos y otros en archivos, no imaginé que en el pasado familiar existiera la misma pugna por el control del relato. He encontrado familiares en el exilio, eslabones perdidos, que me han escrito un único correo electrónico para decirme que no querían saber nada de mí. He retomado el contacto con otros que solo querían enviarme su versión “por carta, por escrito”.  Veo con asombro y tristeza cómo el problema de los papeles, de los archivos en nuestro país, tiene un sustrato, una raíz familiar común. Es un problema del rol que juega el pasado en nuestras vidas, pero, sobre todo, sigue siendo el fruto de nuestro pecado original, de la violencia de la guerra, la destrucción y el pillaje, en la que se forjó un linaje económico oculto bajo gruesos tomos de actas notariales. Nadie quiere que se rompa ese silencio, hasta que, aquellos que tenían las respuestas, mueran y desaparezcan para siempre. A menos que sus descendientes lo sepan y quieran hacerlo público, su secreto desaparecerá con ellos.

Hemos visto las claves para entender cómo se adaptó la historia oficial en cada familia y como se incorporaron a una memoria que aceptaron y transmitieron como suya, como propia. Hasta que no miremos ahí dentro, no tendremos la necesidad de superarlo. Si no comprendemos las razones por las que quisieron olvidar, seguiremos utilizando políticamente el pasado. Seguirá filtrándose, recuperándose, la versión triunfal impuesta después de la guerra. Esa superioridad nos aleja de una historia de la gente común que nos hermanaba, con todas las diferencias, a través de recuerdos personales y experiencias compartidas. Por todo ello, me he visto extendiendo la memoria protectora, la de mis padres y abuelos, a mis propios hijos, ante la perversión del lenguaje y de la imagen, en un mundo postpandémico en el que renunciamos a explicar, a comprender. Ese cansancio nos debilita enormemente como sociedad ante los peligros del odio. Necesitamos más tiempo, más tiempo para reconstruir nuestra historia, sin mentira y sin nostalgia. Para encontrar la verdad me queda la memoria de mi madre, que todo lo que quería era volver a casa. Y la de mi padre, cuando ya no tenía dónde ir ni nadie con quien hablar.

Fuente: Conversación sobre la historia

Portada: bautizo de la hermana del padre de Gutmaro Gómez Bravo, foto de la portada del libro Los descendientes. Un siglo de historia y memoria familiar. Barcelona, Crítica, 2025.

Ilustraciones: Archivo del autor