dimarts, 5 d’agost del 2025

No se borra, Julita, no se borra. 5/08/1939.

 Julita Conesa:

"Madre, hermanos, con todo el cariño y entusiasmo os pido que no me lloréis nadie. Salgo sin llorar. Me matan inocente, pero muero como debe morir una inocente. Madre, madrecita, me voy a reunir con mi hermana y papá al otro mundo, pero ten presente que muero por persona honrada. Adiós, madre querida, adiós para siempre. Tu hija, que ya jamás te podrá besar ni abrazar. Que mi nombre no se borre en la historia."

Las Trece Rosas es el nombre colectivo dado a un grupo de trece jóvenes, varias de ellas miembros de las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU), fusiladas por la dictadura de Francisco Franco en Madrid el 5 de agosto de 1939, cuatro meses después de finalizar la guerra civil española.
El 3 de agosto de 1939, la sentencia del fiscal del Consejo Permanente de Guerra encontró a las Trece Rosas como «responsables de un delito de adhesión a la rebelión».
Las edades de las víctimas estaban entre los dieciocho y los veintinueve años. Las Trece Rosas fueron Carmen Barrero Aguado, Martina Barroso García, Blanca Brisac Vázquez, Pilar Bueno Ibáñez, Julia Conesa Conesa, Adelina García Casillas, Elena Gil Olaya, Virtudes González García, Ana López Gallego, Joaquina López Laffite, Dionisia Manzanero Salas, Victoria Muñoz García y Luisa Rodríguez de la Fuente. En realidad, las mujeres fusiladas fueron catorce, porque a las anteriores debe sumarse Antonia Torre Yela, fusilada el 19 de febrero de 1940. Entre ese primer grupo de ejecutados también fueron fusilados cincuenta hombres, entre los que había un adolescente de catorce años.




Las trece Rosas

Recién terminada la guerra civil, el 29 de julio de 1939, circulaba un coche por la carretera de Extremadura con dirección a Madrid, en el que viajaban el comandante de la Guardia Civil Isaac Gabaldón, acompañado de su hija de 18 años y el conductor del mismo. El oficial, que había sido miembro activo de la quinta columna franquista en Madrid, acababa de ser nombrado inspector de la Policía Militar de la Primera Región y encargado del Archivo de la masonería y el comunismo. Con los datos por él facilitados se instruían procesos contra miles de partidarios del régimen derrotado.

El coche fue tiroteado a la altura de Talavera, estrellándose contra un árbol de la carretera y muriendo los tres ocupantes. Aunque nunca se descubrió la autoría del ametrallamiento, se supuso que habría sido obra de alguno de los numerosos comandos de guerrilleros o grupos de soldados desenganchados de sus antiguas unidades, que no terminaban de aceptar la derrota.

El régimen franquista, considerando que se hallaba ante una conspiración de gran alcance, decidió responder con un escarmiento extremo. Además de detener a casi cuatrocientas personas en Madrid y la zona de Talavera, de las que la mayoría fueron ejecutadas de inmediato de una u otra forma, se eligió a un grupo de encarcelados miembros de las Juventudes Socialistas Unificadas para ser acusados del atentado, en proporción de veinte por cada caído, con lo que se pretendía acabar con esta peligrosa organización juvenil para el futuro del régimen. El jueves, 3 de agosto, se celebró en las Salesas el sumarísimo y urgente consejo de guerra contra 58 acusados, todos ellos jóvenes que, precisamente por estar ya en prisión, era imposible que hubiesen participado en el atentado de la semana anterior contra el comandante. Los procesados fueron acusados del delito de adhesión a la rebelión, con la agravante de “trascendencia de los hechos y peligrosidad”, sin hacer mención alguna al atentado de Talavera. Todos ellos fueron condenados a muerte, con la excepción de Julia Vellisca, quien lo fue a doce años y un día de prisión, ya que sus hechos probados fueron calificados de menor graduación, como “auxilio” y no “adhesión” a la rebelión.

Muchos de los condenados habían sido encarcelados por la propia Junta del coronel Casado, que entregó a Franco los restos de la República, siendo allí fácilmente localizados por la policía franquista. Otros fueron detenidos posteriormente por ésta cuando recababan ayudas para los compañeros presos. El infiltrado Roberto Conesa, posterior y tristemente famoso comisario político de la policía franquista, había tenido una importante participación en estas delaciones y detenciones. Tras diez o quince días en las comisarías recibiendo continuas torturas, los hombres habían sido conducidos al penal de Alcalá de Henares, y las mujeres a la cárcel de Ventas, con capacidad para 650 mujeres, a dos por celda, y que por aquellos meses llegó a recoger a 5.000, apiñándose 13 en cada una.

El día 4 metieron a los condenados en capilla, diciendo a las mujeres que se pusiesen sus mejores ropas y se arreglaran como si fueran a ir al cine. Ellas se despidieron del resto de las presas, que las vieron totalmente serenas, ya que, a pesar de ser conocedoras de las penas dictadas, pensaron hasta el último minuto que les iban a ser conmutadas. En la madrugada del sábado, día 5, trece muchachas fueron conducidas en grandes camiones desde la cárcel al cementerio del Este, siendo escoltada cada pareja por tres guardias civiles. Al despuntar el día, y en la parte interior de sus tapias, fueron ejecutados los hombres. Hacia las ocho de la mañana lo serían las mujeres, una vez que fueron retirados los cadáveres de los primeros. Desde sus celdas de la cárcel de Ventas, el resto de las presas sobrecogidas oyeron nítidamente las descargas.

No sería hasta el 5 de agosto de 1988, cuando por acuerdo municipal se colocó una primera y sencilla lápida en el lugar en que fueron ejecutadas, en recuerdo de aquel colectivo crimen.

“Que mi nombre no se borre de EN la historia”

Carmen Barrero Aguado
Martina Barroso García
Blanca Brisac Vázquez
Pilar Bueno Ibáñez
Julia Conesa Conesa
Adelina García Casillas
Elena Gil Olaya
Virtudes González García
Ana López Gallego
Joaquina López Laffite
Dionisia Manzanero Salas
Victoria Muñoz
Luisa Rodríguez de la Fuente


https://es.wikipedia.org/wiki/Las_Trece_Rosas