dimarts, 21 d’octubre del 2025

Andalucía, tierra de fosas comunes de mujeres: 1.500 “rosas” asesinadas por el franquismo y cinco casos simbólicos

 Rosario Peña, hija de Carmen Luna, ante el retrato de su madre, asesinada por el franquismo.

Juan Miguel Baquero

Sevilla —
19 de octubre de 2025 20:29 h

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Un tipo jala el percutor del arma. Clac. Apunta. Una mujer menos. Ellas también son víctimas y desaparecidas, como los hombres, pero no solo. La represión franquista diseña un castigo especial de género, ejemplarizante, donde el secuestro, la humillación pública y el abuso sexual anticipan la muerte. Y esa “violencia machista” supera en Andalucía las 1.500 “rosas” asesinadas por los golpistas durante la guerra civil con varios casos simbólicos de fosas comunes “temáticas”.

Por ejemplo las ‘mujeres del Aguaucho’, un puñado de chicas de 16 a 22 años que los derechistas ejecutan en agosto de 1936. El posible hallazgo de sus huesos en Cañada Rosal (Sevilla) destapa un perfil singular de crímenes asociados a las mil caras de la venganza fascista contra las que rompen los límites de la feminidad tradicional. Como aquellas jóvenes jornaleras acusadas de participar en manifestaciones, organizar una huelga y “coser banderas republicanas”.

En suelo andaluz hay 1.515 mujeres asesinadas –436 ya exhumadas– en los números actualizados del proyecto Desaparición forzada en Andalucía. La cifra supone un tres por ciento de los 50.000 cadáveres –y 900 fosas comunes– que la matanza fundacional del franquismo deja en la región, un tercio del total español y más que las dictaduras de Argentina y Chile juntas. Esta dimensión represiva lejos del frente origina un dato a la cabeza del país, según confirman las investigadoras consultadas por elDiario.es Andalucía.

Mapa de mujeres en fosas comunes del proyecto 'Desaparición forzada en Andalucía'.

Aunque no es la única zona. Más allá hay casos como el emblema de Aurora Picornell, la 'Pasionaria de Mallorca', y las cuatro 'rojas del Molinar', o la primera fosa femenina –tres cuerpos– abierta en España en 2002 en Candeleda (Ávila). Luego hay otros, como las ‘13 rosas’, fusiladas ya en posguerra. La represión de género, al cabo, busca imponer un modelo patriarcal y deja al sur como una tierra de mujeres enterradas en fosas comunes.

Las “rosas” andaluzas

Las mujeres del Aguaucho. Cuenta la crónica popular que los fascistas buscan “carne fresca” y pillan a unas jóvenes de Fuentes de Andalucía (Sevilla). Coral, Josefa, María Jesús, Joaquina, Dolores, Manuela... Están “señaladas” por su implicación social y política. Los criminales pasean por el pueblo con la ropa interior de las chicas ensartadas en sus armas. Ocurre en agosto de 1936 y hoy sus huesos quizás han sido localizados. Una primera búsqueda –2017, pozo de la finca que nomina al grupo– resultó negativo.

Pablo Caballero con la foto de su tía, Josefa González, en la búsqueda infructuosa (año 2017) de 'las mujeres del Aguaucho'.

Las 17 rosas de Guillena. Eulogia, Granada, Natividad, Rosario, Trinidad, Tomasa, Ramona… Tienen entre 20 y 70 años. Dos están embarazadas cuando las liquidan en noviembre de 1937 por ser familia de personas de izquierda y no revelar el paradero de sus seres queridos. Otro símbolo de la brutalidad represiva del fascismo patrio. Exhumadas (2012) en la vecina localidad sevillana de Gerena, reciben entierro digno en el cementerio de su pueblo.

La fosa de las mujeres de Grazalema (Cádiz). Quince vecinas y un niño, el Bizarrito, aniquiladas con brutalidad extrema en febrero del 37. Los golpistas las sacan de sus casas por “ser esposas o novias de republicanos”. Exhumadas (2008) en un paraje natural de la sierra gaditana. Los huesos tienen múltiples fracturas, como un cráneo con una severa rotura por un golpe de arma blanca. Yacen en la necrópolis municipal.

Las 16 “fieras humanas” de Zufre. Tezaodora, un tiro en la sien, Mariana, un par de balazos, Modesta, sin vida, y Amadora, Elena… así, de una tacada, en noviembre del 37. Calificadas como “fieras humanas” en el juicio póstumo de las autoridades golpistas. Algunos de sus hijos las ven subidas a un camión camino de la muerte. No localizadas en la búsqueda (2019) en Higuera de la Sierra (Huelva).

Las 15 rosas cortadas en la Fuente Vieja. El testimonio del hijo de una víctima, José Domínguez, alias Pedro El Sastre, apunta a una fosa común del antiguo camposanto de Puebla de Guzmán (Huelva). No localizadas, la tarea de campo (2013/14) certifica la destrucción de la sepultura en los años 70. Los crímenes están fechados en septiembre del 37, mientras El Sastre –reclutado por los golpistas– todavía escribe cartas a su madre desde el frente.

Zapato de tacón de una víctima de los golpistas.

Enterradas “como una puta”

Los números andaluces son fruto “de la represión caliente y las fosas en la retaguardia, sin relación muchas veces con la guerra en sí”, sintetiza la historiadora Carmen Jiménez, experta en violencia de género golpista. Los episodios donde ellas son las protagonistas exclusivas recorren todo el país “pero Andalucía es la que más tiene por número de víctimas y de este tipo de fosas”, añade Eulàlia Díaz, que investiga la represión “temática” franquista.

La “saña especial” de la “venganza patriarcal” también está en los papeles. “La hemos enterrado como una puta”, con un hombre arriba y otro abajo, muertos y simulando una doble penetración, hace memoria el sepulturero sobre una joven de 22 años violada y asesinada por derechistas. El caso, que destapa la investigación de Laura Muñoz-Encinar, retrata la represión extrema contra ellas.

“El cuerpo de la mujer es un símbolo de triunfo sobre el enemigo, masculino, donde se quiere hacer evidente su impotencia”, explican en sus estudios Lourdes Herrasti y Queralt Solé. Un discurso, recuerdan, que “verbalizó” desde la radio el genocida Queipo de Llano: “Nuestros valientes legionarios y regulares han demostrado a los rojos cobardes lo que significa ser hombre de verdad y, a la vez, a sus mujeres”.

O la definición de “fieras humanas” a las rosas de Zufre. Y documentos con expresiones como “fulanas”, individuas “anticlericales” o culpadas de “tener ideas más avanzadas”, cuenta Carmen Jiménez. “Cuando las fosas son exclusivas de mujeres es que hay una selección de ese grupo”, una intencionalidad, coincide Eulàlia Díaz, que estudia las tumbas colectivas femeninas como fuente interpretativa de la represión franquista.

Asesinadas “por sustitución”

Las fosas “temáticas” nacen en el sur con “la matanza fundacional del franquismo y ese primer momento en que hay una fiereza contra ellas y se meten en el mismo saco que a los hombres”, señala Jiménez. “Aunque hay muchos aspectos de la violencia física ejercida contra la mujer que en los restos óseos arqueológicamente no siempre podemos ver”, como las vejaciones de carácter sexual y otras “como el aceite de ricino o el rapado de pelo”, observa Díaz.

Una mujer, la tierra abierta, una fosa común.

Porque los golpistas usan los cuerpos femeninos como campo de batalla. Pero no solo. “Muchos son asesinatos por sustitución, que no están sus maridos o sus hijos, pero cuando te pones a rascar ellas también tienen implicación política y militancia”, amplían. “Hay que quitar la idea de que las mujeres no eran sujetos ideológicos, como quería el franquismo”, subraya Díaz.

“¿Por qué dar por supuesto que los hijos varones sí tenían un compromiso político, mientras que las hijas mujeres, las hermanas o las madres, solo actuaban por un compromiso emocional y familiar?”, cuestionan las investigadoras Laura Martín-Chiappe y Zoé de Kerengat. Caso de ‘las mujeres del Aguaucho’ que superaron el modelo de “española rancia” y ahora pueden mostrar que el rastro de la historia también está en los huesos.

“Los perfiles biológicos –de los cuerpos exhumados de una fosa común– son bastante coincidentes, hay indicios y barajamos esa hipótesis, pero todavía no se puede hablar de una evidencia de que sean ellas”, dice Carmen Romero, coordinadora de la intervención arqueológica que ha exhumado un grupo de cuerpos “compatible” con las jóvenes andaluzas. Cabe aplicar “todas las cautelas” científicas y esperar “al estudio antropológico y genético” de los restos, extiende.

Pero hay una complicación añadida para buscarlas y ponerles rostro: “Las mujeres muertas en estos contextos de retaguardia franquista en la mayoría de las ocasiones no constan inscritas en los registros civiles, quedando en un silencio documental absoluto”, escriben Herrasti y Solé. De muchas víctimas “no aparecen ni sus nombres, un problema más acentuado que con los hombres”, encaja Díaz.

Desaparecidas, e invisibles, hasta sobre el papel. Olvidadas en el “silencio amplificado” de un mundo rural donde retumba una violencia lejos del frente que “hace que la mujer muera en su cotidianeidad, a menudo vejada y casi siempre enterrada en fosas comunes”. Ahí, entre esqueletos, quieren hablar los pendientes, los peines, las horquillas y un anillo, un dedal, un crucifijo. Y ahí está Andalucía, en los huesos, como una tierra de mujeres enterradas en fosas comunes.